Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

¿Y si comienzan a restringir el acceso a correr en el Retiro como consecuencia de los árboles deteriorados?

Imagínalo. Los principales medios de comunicación cuestionando el mantenimiento de un parque centenario. ¿Y si comienzan a restringir el acceso al Retiro como consecuencia de los últimos accidentes? Échale un poco de imaginación. Podrían empezar a limitar determinados deportes, entre ellos tu carrerita diaria, por la caída de los árboles deteriorados en las últimas décadas.

Yo creo que es cuestión de tiempo (y no estoy dándoles una nefasta idea ni una justificación para hacerlo). Nuestra clase política suele manejar las oportunidades de dos maneras.

a: dejar correr el tiempo
b: bala en la recámara

Eliminado el factor tiempo, que se ha agotado desde el momento en que la prensa airea accidentes serios, algunos no dejarán que una coyuntura les estropee una oportunidad política. ABC habla de «investigar un misterio». El de los árboles caídos. La redacción de El Confidencial desliza la expresión «demasiada gente» como uno de los desencadenantes de los troncos y ramas caídos. Únicamente El Mundo detalla claramente la guerra de guerrillas que se lleva a cabo entre el departamento de parques y jardines y los sindicatos.

En esencia, en lugar de preocuparme si deberíamos acudir a correr por el parque que la corona cedió a la ciudad de Madrid, empieza a rondarme un negro pájaro por los pensamientos. Al tiempo. Ya dicen mis hijos con razón que soy un ‘hater‘.

Muchos estaréis pensando que no. Que si salimos a correr con cuidado y la concejalía o la empresa externalizada de parques y jardines son sensatos y cuidan El Retiro, esto es pensar demasiado lejos.

Mi temor es que, primero, se entenderá erróneamente o se malversará el concepto de quién o qué usos masivos están deteriorando el Retiro. Mi opinión es que se harán un lío, y correr, de modo parecido a la manera que se está demonizando desde el ecologismo más combativo el correr por las montañas, será uno de los llamados ‘usos humanos con impacto en la cubierta vegetal del parque’. No apostaréis nada.

Cuando se igualen los miles de paseantes y tumbantes a los cientos de corredores, y quedéis englobados con la entrada de vehículos para las ferias, mantenimiento, stands varios, obras mal realizadas y deterioro natural de las especies vegetales, alguien pensará que quizá se deba acotar algo a algunas horas. O algunos cientos de usuarios.

Sí, vosotros que apenas pasáis tres o cuatro veces por el mismo itinerario, pisando con vuestra zapatilla de apenas treinta centímetros de largo, seréis considerados agresión ambiental. Salís demasiado en los medios y han catalogado el correr como una fiebre, una plaga y una moda.

¿Soy un agorero? Es más fácil acotar y colocar policía que razonar.

¿Cuánto tardaremos en leer eso de que «tanto running está machacando nuestros parques»?

¿Correr? Eso es de cobardes

Animado por haber estado repasando los comentarios a favor y en contra de mi penúltimo post (ya sabéis, el de la dureza del correr por la montaña), le dí una pensadita a esta exposición pública del correr.

«Es una moda estúpida. Ya estás mayor para hacer el tonto por el campo»
«Correr tanto para que luego te retires, eres un mierda»
«Un pico y una pala os daba yo»

Es un ramillete que muchas veces se ha popularizado en ese global «Correr es de cobardes». Frase que ha provocado respuestas, adhesiones en mitad de una ronda de vinos, títulos de libros y hasta de formas de ver las cosas.

Habría mucho que lidiar, si es mejor cobarde vivo que valiente descuidado. O si deberíamos dedicarnos a correr y tomarlo como un íntimo proceso espiritual o subirse al lobby runnero hasta modificar los cimientos del mundo.

¿Qué pienso yo de todo esto? Cobarde es escudarse en un alias para insultar pero asumo los riesgos de ser portada en algunos momentos en este diario. A partir de ese instante debo enfrentarme a las consecuencias. Internet es así.

Pero (ay, los peros), salen puntos y más puntos a favor de si salir a corretear. Más, con la que cae. Metámosle mano al solomillo con espíritu de magacín de verano. Cuatro contra cuatro.

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Exacto. Superficialidad, inconsistencia y liviana tontez. Es verano.

Correr no es de cobardes:

  1. Quita los sofocos del día a día. Alguien que se enfrenta con el deporte a las ganas de coger un arma y liarse a tiros es un valiente.
  2. ¿Cobardes? No te han visto llegar por los pelos a rescatar a tu pequeño de la piscina de bolas, raudo como Usain Bolt. Ni aguantar duro e impenitente las ocho horas de paseo por las compras de Navidad.
  3. Puedes decir que tu velocidad media de trote es mayor que la de un atasco en las arterias de tu ciudad. Además, ahorras humos a ese cielo marrón-gris que respiran hasta tus enemigos.
  4. Bueno. Salvo que tengas enemigos con respiración anaerobia. En ese caso, vigila con qué microorganismos te juntas. Claro que, en este caso, serías todavía menos cobarde.

Correr es de cobardes:

  1. Sales a correr por no mirar a los ojos a la pila de ropa de planchar.
  2. Correr para llegar a tiempo a que no te cierren la tienda de referencia mientras haces pereza para bajar a por verdura. Y eso que tu chino (también de referencia) abre hasta las 23h.
  3. Quítate ese plástico que recubre tu lorza mientras corres o te deshidratarás sin adelgazar. Afronta tu realidad delante de tu espejo y repite conmigo y en voz alta «Necesito un cambio estructural de hábitos alimentarios»
  4. Es el cuarto viaje de familia que organizas aprovechando que hay una carrera en… Aparca el tema y disfruta de un hotel playero con setenta horas diarias de actividades familiares. Apechuga, que dijiste lo de «en la salud y en la enfermedad».

Correr: La industria yanqui echa cuentas

Hace unas semanas ya salió el informe global que elabora la ‘Outdoor Industry’ norteamericana. Es decir: la industria del ocio y tiempo libre. Es interesante saber cosas de una sociedad. De la propia es ideal aunque conduce muchas ocasiones a la frustración.

Mitiguemos, entonces, los daños mirando a otro lado. Asunto en el que somos especialistas en España.

Veamos las cifras del informe anual del sector que consideras tu favorito. El informe se colgó en una web abierta y al alcance de todos. En esencia,

Un número record de norteamericanos participaron al menos en una actividad reglada al aire libre en 2013. Casi un 50% de los estadounidenses mayores de seis años lo hicieron, contabilizando 142.6 millones de participantes.

Corre, camina o gatea.

Este es un blog de correr. Veamos cómo nos va en las variedades de calle, parque, campo o risco asesino.
De 6 a 24 años, correr en sus mil acepciones fue el más popular de los ejercicios al aire libre. Un 29.3% (23.8 millones de participantes) superó a la combinación de bicicleta, BTT, BMX por más de cinco puntos porcentuales y cuatro millones de jóvenes.

En España correr tiene un cariz más maduro, como sabréis, además de cifras de mujeres participando en carreras merodeando el 25-30% de media. En EEUU, por sexos, un 50% para cada uno.

El número varía tomando a los adultos mayores de 25 años pero correr (o corretear) sigue siendo la preferencia número uno. El 16.2% de los adultos, 33.8 millones de participantes, por delante del sorprendente entretenimiento de la pesca (que se llevó un 14.8%).

En algunas ocasiones he citado matices en cuanto a grupos raciales en los estudios norteamericanos sobre el running dichoso. La reacción de muchos lectores no fue totalmente positiva, pero si somos una sociedad multicultural tenemos que entender cuales son los gustos de nuestros conciudadanos. Otra cosa es que nos la cojamos con papel de fumar. En 2013, de cada 100 jóvenes de 6 a 24 años que practicaban ‘esto’ en Estados Unidos, el 68% era parte de la américa blanca, con apenas un 11% entre afroamericanos y un 10% en hispanos (siendo estos la principal lanzadera demográfica del país). Quizá correr no sea tan entretenido fuera de algunos ámbitos sociales. Es algo para curiosear e incluso preguntar a los propios implicados. Aconsejo el artículo Why is Running so White?

Y es que la actividad deportiva es más que sentarnos después de un trote a tomar una cerveza y comentar la jugada. La industria, como fantásticamente explica Sergio Fernández en sus entradas denominadas €uros, mueve cifras mareantes. La entidad con la que abríamos este post resume en sus anuarios cuatro líneas.

La actividad al aire libre sostiene en EEUU 6.1 millones de puestos de trabajo directos. Al año se gastan 646.000 millones de dólares en deporte al aire libre, de los cuales cuarenta mil millones van a tasas federales y otros cuarenta mil a impuestos locales.

¿Nos hacemos ahora una idea del alcance de esta tontada del correr? No es extraño que suframos y contribuyamos a esta fiebre. Hay que ser un consumidor muy sensato y saber qué nos beneficia para que un ejercicio sencillo como trotar no nos coma ni nos convierta en cazadores de tendencias.

De todos modos, ¿quién tiene la potestad de impedir que cada uno haga el bobo como mejor le parezca?

Sé libre. Corre. O no. Pero no te lo pienses mucho, como dice Chema. Te podría comer la industria y perderías la capacidad de decisión que nos hizo famosos como especie.

La extrema dureza de un deporte

Corremos. Lo recomendamos a amistades, conocidos o desconocidos porque es bueno. Es sano. Vendemos incluso humo a su alrededor. Todo es tan idílico que olvidamos que está delimitado por áreas difusas. Oscuras.

Correr en la montaña es una de esas áreas-límite. Hace ahora dos semanas que participé en el Gran Trail Peñalara. Una de esas áreas complicadas de entender. Ciento doce kilómetros, la distancia entre Madrid y Ávila. A pie. Subiendo y bajando. Noche y día. Por piedras y barrancos. Una organización casi militarizada para que todo salga a la perfección.

Hay mucho en juego. Y es que esto ya no es running. La pasión desmedida de las ultradistancias está ya lejos de las fotos de corredores sonrientes y de corredoras riendo y haciendo estiramentos. Tonterías, las justas.

A las diez de la noche, mientras la humanidad descansa de una jornada laboral -el que puede presumir de ella- quinientos corredores preparaban mochilas, ropa, zapatillas. Corredores de los duros. De los que parecen eternamente mal afeitados. Piernas llenas de nervios y duros tendones.

No ‘salen a correr’. Ese término podría ser el remate perfecto de una pesada jornada de junio, un viernes rematado con un trote de media hora y chapuzón en la piscina. Que va.

La música atronaba y el locutor, el inimitable Depa, nos espabilaba para afrontar distancias inasumibles. Treinta horas por la montaña por delante. Cinco, cuatro, tres, nada desconocido. Rock and roll y caras serias.

Tres horas después éramos una serpiente de luces por la montaña madrileña. Habíamos subido a más de dos mil metros de altitud prácticamente a oscuras. Habíamos descendido por una senda de cabras hasta el parque de ocio montañero de la Pedriza. Alguno se había caído de bruces o llevaba enganchones por la roca, los piornales, insistimos. El glamour del running lleva el ‘prénom‘ de trail. El nombre propio del hermano mayor de la distancia sin lógica humana.

Nuestros gestos indican que debemos estar disfrutando mucho pero que lo escondemos bajo una máscara de concentración y de eternas preguntas.

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Fuente: KaikuLand.com

Delante iban los Pedro Bianco o Marcel Batlle. Ellos coronaban collados al galope y bajaban a todo trapo mientras los demás parábamos para pisar bien. Las manos a los bastones, sobre las rodillas. El lógico cansancio de correr, repito, durante las horas de descanso.

A las seis de la mañana amanecía mientras trataba de no quedarme dormido. No dormirse corriendo. No dormir mientras corres por una senda de montaña. A mil ochocientos metros de altitud y después de cuarenta kilómetros. Nunca me había visto tan cerca de un cierre de control.

Nunca me habían abofeteado.

Un amigo me tuvo que espabilar de dos tortas. ¿Dónde está el límite? ¿Recomendaríamos esta épica a un conocido, a trotar mecánicamente después de siete horas y media? Ahora entiendes los gestos ásperos de los cientos de participantes que aguardábamos en la línea de salida.

No es correr. No es el deporte de moda sino una versión inmediatamente inferior al vagar mientras aguanten las fuerzas. Mucho cuidado cuando leáis estas líneas y sintáis que os estoy motivando a una experiencia extrema.

Si sentís la curiosidad de asomaros a ese extremo, hay carreras por centenares. El Gran Trail de Peñalara es una de las más solemnes oportunidades. Perfectamente organizada.

He visto amigos en meta a los que hay que inyectar suero por la deshidratación. Muñecas hinchadas como la de Berna, a la que una caída en la noche supuso una luxación seria y que terminó los ciento doce kilómetros con una mano como una raqueta de pádel. Tipos duros como rocas sentados con la cabeza en las manos dormidos en una silla.

Hasta que luego llega un momento de lucidez y el corredor se levanta y sigue. La concentración es necesaria para no matarte por un barranco. O para discurrir por una cresta como la milenaria pasarela entre bloques de piedra de los Claveles del Guadarrama. Sí, por ahí teníamos que pasar. Llevábamos en las piernas sesenta kilómetros.

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Foto: KaikuLand.com

En ese momento mides el dolor y lo asumes. Lo guardas en uno de los compartimentos de la mochila. Y tiras unas cuantas horas más esperando que las SLab no te machaquen los pies y que tus rodillas sigan sirviendo.

Diecisiete horas y media después, la decisión.

Diecisiete horas y media después de haber salido de Navacerrada paré un momento y me senté. Posiblemente fui otro de esos rostros que aparecen en los grandes reportajes que ahora se elaboran sobre la versión extrema del deporte de correr. Diecisiete horas y media después de un día entero trabajando, el remate de una semana de tensión, y tras haber ascendido la Maliciosa, haber cruzado la Pedriza por la gran Cañada, ascender la Morcuera aún de noche, cruzar el valle del Lozoya y mirar a esa ascensión de dos horas por el Reventón. Diecisiete horas y media más tarde, ascendidas las cimas más altas del Guadarrama y bajados los pinares a La Granja, y sumar cuatro mil metros de ascensión en un sábado de Julio, pensé que ya era demasiado.

Hay que vivir. Hay una familia, unas piernas que tendrán que mantenerte corriendo durante muchos años más. Si es lo que deseas.

Los momentos posteriores, las reflexiones, la estrategia de una semana, de esa carrera, son parte de la gestión de estos titanes deportivos. Podría haberme arrastrado unas cuantas horas más. Tenía por delante treinta kilómetros, todo el Eresma, el cordal de Siete Picos, el puerto de Navacerrada, la Barranca, territorio ya conocido.

¿Apurar la tarde y la anochecida? ¿Intentar ser finisher otras diez horas después?

La gloria de pisar la alfombra de la plaza de Navacerrada contra una segunda noche sin dormir. ¿Hay límite? Esta vez una oportuna concatenación de dolores me puso sobre aviso. Tres horas con los pies machacados, las uñas de los pulgares ennegrecidas por los golpes continuados contra las rocas, y otras tres horas con el interior de la rodilla siendo una sorda tortura.

No hay vergüenza en parar. No hay deshonra en sobrevivir. Afortunadamente, hablamos de un extremo.

En el deporte de moda no se llega a estos extremos, tenedlo en cuenta. Podéis respirar.

¿Cómo se prepara la logística de un ultra trail?

¿Sientes curiosidad por ese amigo tuyo que te habla de los ultras? ¿Quieres saber cómo dejamos todo preparado? ¿Qué llevar en una de estas carreras más allá del asfalto, del maratón y de la sensatez? ¿Qué dejar a mano por si las moscas? Pues sigue leyendo.

Pasado mañana estaremos en la salida de una de las pruebas de más calado entre las tremendas ultras del territorio español. Aunque hay diferentes distancias, seremos de la nómina del Gran Trail de Peñalara. Resumiendo, intentar dar la vuelta entera a los macizos de Peñalara-Siete Picos en menos de treinta horas.

Sí, una barbaridad.

¿Cómo afrontar todo esto?

Faltan dos días y todo ha comenzado. En realidad ha comenzado días antes con la planificación de qué comer y beber (de aquella manera, ojo, esto no es el blog de Chema). Hidratos, legumbres, derivados de harinas, líquido, más líquido, lo típico pero en cantidades exageradas.

Lo que no puedes determinar es si el plan de dormir bien se cumplirá. Es más que previsible que los nervios te vayan comiendo y no duermas una mierda. No es la situación ideal porque estaremos una noche en danza, corriendo por la montaña. Pero no viajaremos, ni estaremos en el hotel de concentración como nuestro equipo de fútbol. La cosa empeora si además vives cerca y trabajas esa semana. Empalmarás los nervios con la jornada laboral y con las -mínimo- veinte horas de prueba. Sin siesta por medio. ¿Quién dijo miedo?

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En la sede de la RSEA Peñalara se oían, a partes iguales, comentarios jocosos respecto de la paliza, encuentros entre amigos y la famosa discusión sobre el material idóneo:

¿Qué meto, virgen de los desesperados?

Correremos sujetos a un material obligatorio. Es por nuestra seguridad. Manta térmica de supervivencia, silbato, un sistema de hidratación, una reserva alimentaria, gorra, linterna-frontal, móvil y un chubasquero o cortavientos de manga larga. El asunto es el siguiente: con el mercado de material para running en plena ebullición y cientos de internautas dando su opinión con más o menos tino (y siempre buena voluntad), las dudas son constantes. Una variación podría suponer unos gramos más o menos y esto es como la cuadratura del círculo. A quién hacer caso. Veamos las posibilidades que nos mantienen entretenidos los días previos a la carrera.

¿Aseguramos en comodidad y protección, meto un poco más de alimento a costa de llevar 700 gramos extra?

Acostumbrados como estamos a las matemáticas, la locura es inmediata. Si calculamos aproximadamente un kilo más de peso x 800 zancadas/km x 110 kilómetros es un acumulado de, digamos, 110 toneladas-impacto que se lleva nuestro sistema locomotor: las piernas.

Contrario sensu, la ligereza nos llevaría a ahorrar trillones de minigramitos pero nos podríamos encontrar bajo un fuerte viento a más de 2.200 metros de altitud y quedarnos helados. Recordaremos que se discurrirá, de noche, por La Maliciosa, que supera esa cifra. También por los Claveles y Peñalara, la cima absoluta de la sierra de Guadarrama, con más de 2.400 metros.

Es un equilibrio que nos lleva a mal vivir y pendientes de ese amigo fiel o ese funesto contrincante, según nos vaya el frío o el calor. sí, hablamos de las predicciones meteorológicas. «La página de la aemet», como se conoce por todos lados.

Os confesaré que aborrezco el calor. No he dicho, ojo, que aborrezca todavía los países donde hace calor. Mi sistema térmico, la circulación de mi torrente sanguíneo y una capa de vello negro y gris me hacen semejante a un lobo con cara de cabreado. Pero que vive mejor cuando cae el invierno.

Y estas pruebas tienen un patrón climático fijo. Se comienzan a disputar con el mes de mayo y terminan cuando septiembre dice adiós. Vamos, en lo mejor para mí.

Este año parece que tendremos una suerte loca. Carlor suave y viento fresco en las cumbres.

Esta semana desquiciante habrá sido una locura para elegir vestido camino del trabajo o de unas copas. Pues imagina para nosotros, que ya no corremos bien equipados sino que nos hemos convertido en unos ciclotímicos indecisos. ¡Me pongo la naranja! ¡No, la blanca! ¡no, que esa me roza la tetilla! ¡La naranja, esa no roza! ¡No, mantengamos el minimalismo!

Yo aseguraré con la magnífica camiseta de Trailxtrem, la tienda de mi buen amigo Jorge Gil. Los pantalones que más comodidad me han ofrecido los machaqué bien en primavera. En los pies, alternaré pares con buen acolchado. Salomon, cuyo material pruebo un poco a mi manera, me ofrece garantías con las SLab SoftGround así que esa será mi equipación completa de parranda… digo de combate. Unos calcetines de compresión y arreando. En la mochila tendrá que ir lo demás, no escatimaré en lonchas de embutido porque la reposición de sales es imprescindible.

Recordad que no estaré pugnando por arañar minutos ni gramos. Mi objetivo es llegar dentro de las treinta horas y contar todo a partir de la semana que viene.

De momento, el dorsal está recogido. y, la pulsera identificativa, en su sitio. Es la que nos dan para repatriar los cadáveres. Como para perderla…

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Dejad paso. Este sí que corre. Y corre mucho

Aclarando términos. Hoy se incorpora a los blogs de 20Minutos Chema Martinez. Sí, ese. El que corre.

Digamos que el que corre como se debe correr. Por si alguno creíais que del correr solamente se podía hablar de manera socarrona y relacionado eternamente con la buena vida, el comer, el vino y el parar bajo un pino a tomar la sombra, chiquillos, chiquitinas, no. Digamos que correr, correr, es lo que ha hecho toda la vida el héroe de Villaviciosa de Odón. Aquí, el abajo firmante, se desplaza algo más deprisa que caminando.

Y es que a 20Minutos ha llegado el correr con mayúsculas. Un pedazo de campeón al que tendrán, sugerencia suya, que ponerle un ordenador y una mesa en la Casa de Campo madrileña.

Cuenta esto con pequeños problemas que seguro que este diario solventará de manera veloz.

1. Costará convencerle para que mantenga la boca cerrada. No porque sea un polémico guerrillero sino porque va siempre sonriendo. Corre y sonríe. Su eslogan ‘no pienses, corre’ es casi más ‘no pienses en qué cara poner, ríe’. A veces esa risa, ese gesto, coño, ¡da rabia! En todas las fotos en que uno sale asoma un gesto de angustia o cansancio. Pero Chema va siempre medio comiéndose el viento medio descacharrado de la risa.

2. Este diario tendrá que establecer dos turnos para que tengamos listos los posts. O, si deciden cerrar la edición bloguera y salir a tomarse unas cañas cuando Chema y los jóvenes terminen y entreguen el material, que sepan que otros escribimos más lento. Si les pillo con la tercera ronda de cervezas prometo robarles las tapas de la cuarta.

3. Os compararéis con sus ritmos y pensaréis que no corréis una castaña. Pero es que Chema es meta-humano. Tiene mitad de humano y mitad de gacela. Nosotros tenemos mitad de humano y mitad de culo silla de oficina, o asiento de furgoneta de reparto o mitad de cuarto de ir sirviendo mesas. Sería deseable que 20Minutos lanzara una campaña contra los excesos de velocidad en los parques. No sea que os volváis locos.

Comprendedle, es un muchachuelo del 71. Va a toda prisa. Para sus carnes magras el viento es eso que le seca el sudor a veinte por hora.

Solamente nos queda darle la bienvenida. Mirad, por ahí va, a todo trapo. Ay, los mozos.

¿Qué tiene de especial el maratón de Nueva York para ser premiado?

Hoy la fundación que entrega los premios Príncipe de Asturias, el príncipe que mañana ya no lo será, premia a esa ciudad que se levantó un día de otoño sufriendo los efectos del bestial fenómeno climático del Atlántico. Las redes sociales arden: los aficionados al correr y al espectáculo, aplauden que, por fin, el entretenimiento rey de la década destrone a Casillas o Xavi. Entre tanto rechinan los aficionados a otros deportes o a premiar a los líderes de la imaginería deportiva. Los Javier Gómez Noya, Mireia Belmonte, quedan fuera de la ceremonia de premios.

¿Qué posee ese evento deportivo como para que haya despertado la mayoría de los votos del jurado?

Entenderemos mucho de ello si nos remontamos dos años escasos. La fecha de 4 de noviembre de 2012 pasará a a historia como el domingo en que no se celebró el Maratón de Nueva York. La tormenta atlántica Sandy dejaba la ciudad arrasada. Más de cuarenta muertos y millones de habitantes comprobaban la debilidad de sus infraestructuras. En Hoboken, Nueva Jersey, había tal balsa de agua que podría sepultar cien ballenas. Una semana más tarde, en pleno preparativo para la carrera, aún había colas a pie para poder llenar una garrafa con la savia que alimenta el árbol yankee: la gasolina.

El ‘momentum terribilis’ neoyorquino ponía a prueba la capacidad de reacción de la ciclópea maratón. Tanto de cara a la ciudad como al resto del mundo deportivo.

Y es que se trata de más que una prueba deportiva. Son cuarenta o cincuenta mil corredores, atravesando el icono del desarrollo occidental de todo el siglo XX (antes de que los Dubais y Shanghais levantaran la cabeza aún más alto). Un espectáculo que fuerza al alcalde a considerar que la ciudad necesita todos los recursos posibles para hacerla realidad.

Cortar la circulación de ocho millones de habitantes es poner una fiesta deportiva a los pies de una urbe. Al tiempo, un espectáculo televisivo y global que debería no romper el espíritu de la carrera.

En la edición de 2012, repasemos, los riesgos eran evidentes. Aparte de calles inundadas, lineas de metro cortadas por los desperfectos y un sistema metropolitano completo cogido apenas por alfileres, había más actores en juego. Los mismos que dan la verdadera dimensión de este maratón.

Todo no es apuntalar lo derribado por vientos de cien kilómetros por hora o drenar vaguadas donde se podrían disputar pruebas de remo olímpico. Las ciudades se han sobrepuesto a condicionantes similares. Más aún las ciudades pujantes del globo. Cuentan con los mejores medios y en días la tecnología es capaz de ganar terreno a la naturaleza, como siempre ha sido. Hay otros condicionantes. Dicen que más de 350 millones de condicionantes.

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El club.

El New York Road Runners Club (NYRRC) es una organización que desde 1976 mueve miles de visitantes a la ciudad bajo la excusa de correr la distancia mítica de los juegos olímpicos. Cientos de miles de corredores optan cada año a los dorsales que dan derecho a atravesar Brooklyn, Queens, Manhattan y Bronx en mitad de una vorágine de público y símbolos de la civilización occidental.

En 2012 había 42.000 plazas a disposición de cuantos quisieran contribuir al dinamismo de un evento que deja en la ciudad de NY un negocio estimado de 350 millones de dólares. El pastel es de tal calibre que Michael Bloomberg, dueño del imperio de la información financiera con su propio nombre, sostuvo la celebración de la prueba hasta escasamente 48 horas de su teórico inicio.

Los corredores viajan hasta Nueva York  optando a los paquetes que se adjudican por todo el planeta. Repito. Todo el planeta. Probablemente estemos hablando de un evento que en 2013 acogía a más de cien nacionalidades. La carta para que un deporte sea olímpico dice que deberá ser practicado en 75 países en categoría masculina. Sobran las comparaciones.

Ha sido el motor de esa gran expansión del mundo del correr. Desde las hazañas que tuvieron en vilo a los norteamericanos en los juegos olímpicos de los años setenta, la ‘gran manzana’ tomó el testigo de popularizar el deporte más sencillo del mundo. Su salón de la fama está cimentado en las leyendas con los apellidos más conocidos del correr: Shorter, Salazar, Waitz, Krinstiansen o Seko. Y el crecimiento derivaría en más capacidad de inversión. Desde Chase Manhattan Bank hasta los años más recientes, la bola de nieve solo hacía una cosa: crecer.

Todo corredor quería ir, una vez en la vida, a su Meca. Si no corrías en NY te quedabas sin argumentos cuando hablabas de tu afición en la oficina. Si alguien quería tirar el dinero contigo, ¿por qué no regalarte un viaje con dorsal?

¿Deriva su poder en la inversión empresarial en la ciudad?

El articulista Chris Smith encarnaba desde la revista Forbes a los que defendían la postura de que los 350 M$ no lo eran todo. Era justo después de aquel «fuera máscaras» del otoño de 2012. Es más, aseguraba, “se verán disminuidos por los efectos devastadores de Sandy”, apuntaba, preguntándose si la ‘morale’ del ciudadano que pelea por que las bombas de la NYPD y NYFD puedan drenar su calle estaría para salir a hacer negocio con los potenciales 2 millones de espectadores.

Fue una mala semana para meterse en embolados. La inauguración del estadio de los Brooklyn Nets también quedaba afectada por la tormenta devastadora. Como escribía el periodista Jacobo Rivero, el revivir ‘pijo’ de la época de los Dodgers a los Nets. Recordemos que suponía el estreno de la franquicia de New Jersey a un distrito con una densidad de población tres veces mayor que la de Madrid. Una inversión de 1.000 millones de pavos en el pujante Brooklyn, barrio de-popular-a-clase-media-alta y que acercaba a la ciudad de los Knicks su segunda franquicia de la NBA, el mayor espectáculo del mundo.

Maldita Sandy. El alcalde Bloomberg había tenido que envainársela porque, si no se podía coordinar con seguridad a veinte mil personas en un recinto cerrado, mal se podría asegurar la comodidad de 40.000 corredores y otros tantos acompañantes que buscan alojamiento, consumen bienes y corren por cinco de los ‘boroughs’ de la ciudad.

El multimillonario alcalde de NY veía como se le multiplicaban los enanos en su circo particular del ocio y deporte. El domingo jugaban los Giants (NFL) su partido contra los Steelers en un MetLife Stadium que no había sufrido daño alguno pero con las conexiones en transporte público todavía tocadas en todo el estado de New Jersey. Todo en mitad de un estropicio que mantenía a millones de personas sin electricidad o que, el Domingo 4 por la mañana, aún tenía el 38% de las gasolineras del entorno sin combustible.

Bloomberg no había renunciado a ser ese alcalde Demócrata en 2001 o a los trinos de gloria del Partido Republicano en 2007 para convertirse en un damnificado. Este carácter de alcalde independiente y casi medieval era el sucesor del duro ex fiscal anti narcóticos Ralph Giuliani, que también adoraba a su manera al maratón más famoso del mundo. Era un guiño histórico; el halcón judío que pasa a gobernar con mano de broker el legado del fiscal italiano. Giuliani se había convertido durante la crisis del 11-S en la imagen pública. El huracán Sandy dejaba un escenario de terror (las primeras estimaciones hablaban de 90.000 millones de dólares en daños) y sesenta muertos.

Una delicada situación a escasos días de las elecciones.

Patrocinadores.

¿Cuentan otros deportes con este sustento tan feroz? ¿Podría alguno de los deportistas no premiados, Mireia, Javi Gómez Noya, hacer lobby de tal manera? En la ceremonia de entrega de premios en Oviedo todos irán de smoking. Mary Wittenberg, la CEO del club de corredores de Nueva York, no lucirá patrocinadores en su gala pero hay chaqués que relucen más que otros.

Más ejemplos. Volvamos a 2012.

La imagen de muchos estaba en juego. La del patrocinador principal, sin ir más lejos, empezaba a quedar en entredicho. ING, uno de los bancos más internacionales, acababa precisamente de ver cómo su competidor en el muy ético mundo financiero holandés, Rabobank, había decidido retirarse del patrocinio del mundo del ciclismo.

ING tiene que contestar las voces que saturaban la web de la prueba dos días antes de celebrarse todo un maratón de Nueva York. En un escenario de crisis, el sponsor principal no podía contribuir a una fiesta mientras miles de vecinos estaban pasando dificultades. ING era el patrocinador principal de la carrera desde 2003 y tenía firmado un contrato que se renovaba anualmente por valor de entre dos y tres millones de dólares.

El binomio NYRRC-ING anunciaba velozmente que donaría 500.000 dólares para ayudar en los trabajos de recuperación más inmediatos. ¿No es este carácter solidario una razón más que poderosa para vender la imagen responsable de una empresa? Quizá también esto sea premiado por la Fundación Príncipe de Asturias.

Al mismo momento Businessweek filtraba las más crudas reacciones de una opinión pública dividida. Las redes sociales, el gran enemigo de las corporaciones verticalistas, machacaban sin piedad desde ambos flancos, los clientes del maratón y los potenciales afectados por ella.

¿Por qué debería celebrarse una maratón que es prácticamente un desfile civil, mientras todavía se están recuperando cuerpos de ciudadanos fallecidos? Ciudad ciclotímica como pocas, Nueva York representa el extremo del sentimiento de ciudadanía para la fiesta y para el duelo. Si Sandy hubiera golpeado la costa este apenas 200km más al sur, mismamente, el escaparate del maratón estaría siendo un ejemplo de superación corporativa y de solidaridad del mundo del deporte, sin ir más lejos.

Aún así, muchos, los que habían viajado y los que habían entrenado, sintieron que le debían algo a la ciudad que los acogía.

La gente tomó las calles, a pesar de todo.

Sólo NY es capaz de generar estas sinergias. Añadiremos Boston, probablemente, por el carácter también cruel y catastrófico de su edición de primavera, marcada por los ataques terroristas. Alrededor de Central Park, la habitual meta, miles de corredores rindieron homenaje ciudadano a la carrera, a la ciudad, a los afectados por el tormentón atlántico.

Probablemente estas sean razones que el jurado del Príncipe de Asturias haya tenido en cuenta.

O probablemente no. Pero nunca lo sabremos.

 

Fútbol. Hala, ya lo he dicho.

No voy a escribir sobre qué me parece que el mundo esté aguantando la respiración ante la Copa del Mundo de Brasil 2014. Ya lo ha dicho por mí Issac Rosa en su artículo. No seré el coñazo antifútbol.

Cuando veraneábamos en aquellos ochenta del Valle Amblés, yo jugaba bastante al fútbol. El ser ya un atleta escolar me había regalado mi primer estirón (os recuerdo que empecé a correr para dejar de ser un niño de diez años con evidente sobrepeso). En los partidos en el pueblo agrupábamos los bandos en el simplista ‘los de Madrid’ contra ‘los del pueblo’. La verdad es que, al ser niños del baby boom, aquello permitía que salieran suficientes unidades como para partidos enteros de fútbol en campo grande.

Y en el campo grande que el pueblo tiene en las eras, lindando con unos pivotes de granito, aquella banda izquierda era dominio de Luis. Corría y recuperaba con suficiencia en medio de una adolescencia en la que los primeros alcoholes eran sintetizados por la edad. Correr me daba fondo como para subir, centrar y bajar a dar una amable tarascada a Ismael, otro amigo al que le encomendaban subir por su carril. Suyo o mío, no estaba muy claro.

Pero aquello era un juego. Entonces, jugábamos.

Lo que ahora entumece y ha convertido a la sociedad en imbéciles teledirigidos es un negocio.

Qué queréis que os diga. Me estomaga.

Se ha escrito mucho sobre la pureza de que te guste correr. Lo de ser aficionado al deporte más solitario y duro, sencillamente, no tiene sentido. Nadie es aficionado al ‘running’ sino que se abrocha un par de cordones y arranca a trotar.

Por contra, hay más gente aficionada a la pulsión de ver -incluso de hablar de ello sin verlo- esa mezcla de drama televisado y deporte llamada ‘el fútbol de los huevos’. Que ni siquiera se parece a ver chicos jugar en un patio de colegio. O entretenerse dando patadas a un balón desinflado en un pasto. Ni se parece a ese arranque puro de una niña a dar un puntapié a una pelota antes de que le enseñen que las chicas y el fútbol están destinadas a pelearse.

Porque esto va de eso mismo. No de sudarla un rato con doce compadres y de beber un trago fresco de agua o cerveza. Esto va de que las masas se agrupan en bandos religiosos. Se comulga con la camiseta, se idolatra a los jugadores que presumiblemente sientan cien veces menos la camiseta que un impago de su salario.

Y, creedme, si convertís el correr en algo parecido, os lo cargaréis. Corred. Es algo que un futbolero no entenderá porque le está costando, incluso, ponerse a dar patadas al cuero.

 

Corriendo por Beatriz

Cuento, entre los mejores amigos que esto de correr me ha tirado en cara, una panda ecléctica y tripera que tienen su base deportiva y personal en La Mancha. Son los imprescindibles de Corriendoporelcampo. Todo lo que tienen de grandes oradores lo tienen de grandes de todo lo demás. De corazón sin control, de humor sin medida y de hambre y sed sin posibilidad de aplacamiento.

Qué le vamos a hacer. La genética nos dota de cosas buenas y de otras, simplemente, «cosas».

 

El hecho es que también irán a correr y gatear y arrastrarse, en esta justa proporción, a la prueba más mencionada en los círculos de corredores campestres. Sí, los chicos del CxC estarán en Chamonix intentando llegar en tiempo de que les atiendan en meta del Ultra Trail de Mont Blanc.

Allí nos encontraremos, entre ese marasmo de montañeros afilados y de expertos ultrafondistas. Los CxC (y yo, en cierta medida, al estar más cercano a su filosofía que a las otras) aportaremos cierto contrapunto. A decir verdad, todo esto les cogió un tanto de trasquilón porque se presentaron al sorteo de plazas esperando no ser escogidos y acumular meses de experiencia para, sí, apostar fuerte en 2015.

Pero la mala suerte les fue esquiva y les tocó. El no saber hacer las cosas a medias tiene consecuencias como esas. Así pues, empezaron a pensar en cómo hacer que tanto correr y tanto contarlo tuviera una aplicación práctica. Y se les cruzó la historia de Beatriz.

Bea.

Beatriz Peláez Díazy aquí paso el teclado a los amigos del CxC– tiene seis añitos (cumplirá siete el próximo 15 de octubre) y vive en Poblete (Ciudad Real). Beatriz no puede correr. Tiene atrofia muscular espinal tipo III, una enfermedad degenerativa que afecta a su sistema nervioso central, a sus motoneuronas, provocándole una progresiva debilidad y degeneración muscular.

Su sistema respiratorio y su musculatura se van atrofiando poco a poco. Como consecuencia de ello, Beatriz irá perdiendo capacidad para andar, moverse, comer o respirar.

Y mis amigos han pensado en «vender» los 168 kilómetros que recorrerían  cada uno de los tres integrantes del club el próximo mes de agosto en el Ultra Trail del Mont Blanc. Con ello, para que todo lo obtenido por ello se destine íntegramente a hacerle a Beatriz la vida un poco más fácil.

¿Quieres conocer algo más de este proyecto solidario? ¿Sientes insana curiosidad por conocer cómo relatan sus aventuras de corredores por el campo? Entra en su web y pasa un rato imaginándotelos ahí, al lado, cerveza o plato de migas en mano.

 

Un día, sencillamente, las piernas no van

Ese día parece que las piernas han decidido declararse en huelga. No van. Sales a correr y, en un momento, que pueden ser diez segundos o cien metros o doscientos, nada. Y tiras de corazón, al que sometes un poco más y decide que hasta ahí has llegado.

Nada va.

En algunas ocasiones le hemos echado la culpa a los cambios estacionales, a la variación de la luz y ese estado mohíno que nos invade. O empezar a correr con los fríos que dificultan el calentamiento de los músculos. O los primeros calores que aplatanan y deshidratan. También se habla de la incidencia de las alergias, asmas o de otros patógenos, antibióticos que exprimen hasta el último hálito de un corredor, cien factores.

Ya. Pero ayer podía correr sin tanto problema.
Ha sido un ‘ploff’ repentino.
¿Qué hago?

Ahí el drama. Ahora, ¿qué hago?

¡Qué hago! ¿Se termina mi carrera de corredor hasta que no llegue el invierno? ¿Voy al médico? ¿Voy al neurólogo? ¿Cómo voy a parar de correr si es lo que mejor me sienta?

El corredor se convierte en un Woody Allen a la búsqueda de un coach, de un experto corredor, de un bloguero-curandero o de lo que sea. Y la espiral puede terminar, efectivamente, generando algo más estructural. Una dolencia psicosomática o un trastorno somatoforme: cuando una persona percibe el estrés puede generar respuestas emocionales y de conducta que derivan en dolencias físicas. Con que no seamos burros. La generación de pensamientos negativos no ayudará mucho. Así que, como primer paso, no te tortures.

¿Y si no es eso? ¿Y si vivo feliz, mi entorno me apoya y quiere, y únicamente me preocupo de hacer el bien? Los síntomas son que, simplemente, no voy.

En este momento declaramos inaugurada la ronda de Junio de consejos del abuelo corredor.

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1. Ponte a pensar en otra cosa.

No he dicho «busca otra carrera más adelante en internet, que a esa seguro que ya llegas en mejor forma si acomodas ligeramente el entrenamiento del mes que viene». He dicho «ponte a pensar en otra cosa» ¿Hay otra cosa aparte del correr?

Sí. Repasa el jardín, haz limpieza en los armarios, comparte un ciclo de teatro con tu pareja o lleva libros que no uses a la biblioteca o asociación benéfica de tu barrio. Hay otras cosas. Os diré una más: cuando han pasado dos días o tres sin pensar en correr, superado el síndrome de abstinencia que tu cuerpo sufre pidiendo su dosis de endorfinas, recuperas el cerebro. Y, acto seguido, él se encarga de ir reparando tu físico.

2. Esconde la báscula.

Yes. Esa báscula a la que presentamos nuestros respetos a diario, porque lo dicen endocrinos, planes de entrenamiento o revistas especializadas. Sin darte cuenta, subes a ella a diario como examen de conciencia. Si aparece medio kilo más, algo estás haciendo mal. Si aparece medio kilo menos, será una ventaja competitiva en tus entrenamientos. Es un grave error.

Estas semanas previas se ha caído un cinco que vivía cómodamente instalado en mi pesada casi diaria. Casi de puntillas sobre el cuatro ha venido a vivir conmigo un tres. Ahí una de las razones de cierto cansancio de los últimos días y de que hayan asomado sobrecargas y molestias generalizadas.

Es hora de parar y levantar el pistón. En un mes, saliendo a correr de manera habitual, kilo y medio en mi asquerosa carcasa suponen una pérdida de masa muscular, en depósitos de grasa y de líquido. Por lo tanto, a darme un descanso de dos cosas, porque la temporada es larga, es eterna: fuera palizas durante una o dos semanas, fuera la báscula. En un par de semanas os prometo contar mi regreso al cinco.

3. Esas meriendas-cena, esos gazpachos.

Habitantes deportistas del hemisferio norte, cuidado con las comidas de verano. El calor, los cambios de horario y picar y llenar con cerveza fresca las comidas normales son un pequeño lujo. No podemos permitirnos muchos lujos a no ser que -de nuevo- paremos de correr un poco.

Cuando empezaba a salir a hacer grandes kilometrajes, con el cuerpo aún tierno y sin varear (imaginaos la de años que hace que me libré de ir al instituto la mañana siguiente) sufrí la gran pájara. En un entrenamiento de domingo de veinticinco kilómetros, pasada hora y media tenía hambre, se me nublaba la vista y tuve que regresar caminando durante casi nueve. La mañana del lunes, en la curva de azúcar de una analítica, seguía con los depósitos vacíos. Y os prometo por los huesos faciales de Chema Martínez que el domingo llegué a casa, comí, merendé, cené y vuelta a empezar.

Pero era mayo. Hicimos una merienda-cena el sábado demasiado ligera y demasiado temprano y, cuando salí a correr esas dos horas llevaba casi doce horas sin ingerir sólido. Los corredores, aunque apenas trotemos media hora, necesitamos mantener un nivel de ingesta calórica básica por muy burros que nos pongamos queriendo entrar en esas bermudas o ese bañador.

Ya sabes por dónde atajar una buena parte de los síntomas que no son específicamente de agotamiento por sobreentrenamiento. Éstos últimos merecen el paso por un entrenador y un fisioterapeuta.

Además de dejar de correr una temporada, animalito mío.