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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

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Detroit y Madrid y el atletismo popular

Detroit está en bancarrota. De un millón y medio de habitantes en 1950, a setecientos mil en la actualidad. De una locomotora de una industria a un gueto sin recursos. No hay dinero para hospitales ni vivienda social ni policía. A pesar de ello Detroit, el día 20 de Octubre, dispondrá la ciudad durante siete horas para el Detroit Free Press/Talmer Marathon. Veinticuatro mil corredores entre maratón, prueba de 21km y de iniciación de 5km. Madrid, ese mismo fin de semana, pondrá una docena aproximada de policías locales a disposición de los 100 km Villa de Madrid. Pero existe algo más que una simple coincidencia en el calendario.

Ciudades sin recursos y que están saliendo en los medios de comunicación como la primera ciudad norteamericana en quiebra o una de las cinco ciudades cercanas a la ruina financiera en España, Detroit y Madrid viven dos historias que convergen por momentos. Detroit debe 20.000 millones y no recauda ni la mitad que antes por la pérdida de población, viviendas en uso y negocio. Madrid debe aproximadamente 7.000 millones. Que son 9.400 si añadimos al resto de los consistorios de la Comunidad de Madrid.

A través de las noticias de prensa ha trascendido un dato aparentemente marginal. Se ha mencionado que  una llamada a la policía de Detroit, en lugar de retrasarse los once minutos de media de las ciudades estadounidenses, supone más de cincuenta y cinco minutos de espera. Para los lectores de este blog puede ser una información irrelevante.

Bien. Detroit tiene 2.700 efectivos policiales. Se le considera la ciudad más violenta del país por muchos. Es un país militarizado, según nuestra imaginería, tan europea. En comparación Madrid tiene siete mil policías locales. La proporción no es tan desigual. Pues bien,  hay un aspecto de todo ello que nos toca a diario a los practicantes del ‘running’: que haya más o menos policía local disponible puede permitir o impedir que se celebre una carrera. Hemos sabido con el tiempo que los municipios consideran como horas extra la asistencia de la policía local a una carrera popular. Su dotación cuesta dinero y ciudades como Madrid parecen restringir la maniobrabilidad de los organizadores. De tal manera que la disposición de medios de seguridad determina la celebración de una prueba.

Nuestras carreras, nuestro hobby, parece escarbar injustamente en las delicadas finanzas locales. ¿Debería afectar este coste extra a la celebración de carreras en un entorno de crisis generalizada?

Es así el argumento con que informó en invierno de 2012 al organizador de esa clásica carrera de Madrid. Rafael García Navas, organizador veterano, recibía la noticia como un jarro de agua fría. Su posición en el calendario debía ser modificado. La XXVII edición de los 100km Villa de Madrid no se podría celebrar como estaba anunciado, el 17 de Marzo de 2013. El complejo recorrido (que discurre por dos distritos a lo largo de un circuito urbano de 10km) y la baja participación, a pesar de la historia y la tradición, no podía ser cubierto por los números de la policía local. Ni ser Campeonato de España, o haber presentado el proyecto como todos los años con meses de antelación, ni tener el respaldo de la RFEA serviría de mucho. La prueba había perdido su puesto en el escalafón y se le trataba como un evento marginal.

«¿Policías para Vallecas? ¿El domingo por la mañana? No tenemos, que la manden a otro día»

La ciudad de Madrid argumentaba ese mismo que día la policía local tenía otras cosas que cubrir. Entre ellas, la Carrera del Agua, asimilada recientemente por el diario MARCA y organizada por el también histórico Club Canal de Isabel II, y que se disputa por los concurridos distritos de Chamartín y Tetuán. La parte proporcional de deporte en la calle estaba obligada a usar los medios en una u otra. De los siete mil policías locales, la agenda a la que se asignarían las distintas comisarías de distrito, la agenda internacional del Ayuntamiento y otros requisitos de seguridad impedían que los 100km Villa de Madrid tuvieran garantizado el corte de tráfico preceptivo.

Entonces, ¿se recortan las dotaciones disponibles como resultado de una saturación de eventos deportivos? ¿Tanto participante tiene que atender la policía madrileña en un fin de semana?

En principio, la proliferación de carreras urbanas en la primavera madrileña obligaba a la ciudad a optimizar recursos. El 17 de Marzo ya estaba tomado por otra prueba. Los 100 de Madrid no se podrían celebrar y así se anunciaba a un centenar de inscritos en el Campeonato de España. No es la primera vez que la cancelación obliga a afrontar los costes a los participantes. La prueba de Madrid interrumpe entrenamientos de meses. En casos conocidos se avisa a centenares de personas con hoteles reservados, cuadrantes de vacaciones y vuelos: la fecha de su prueba deportiva es papel mojado. Es el riesgo de ocupar la vía pública para una actividad recreativa.

La guinda de la descoordinación entre las partes fue la cancelación de la carrera de Marzo. Finalmente, no hubo dotaciones de policía ni en Vallecas ni en la citada Carrera del Agua, que se disputaría dos meses después.

Madrid meets Detroit?

La decana prueba madrileña, atosigada por las finanzas, se anuncia ahora para el 20 de Octubre, día en que se correrá el multievento de Detroit. Los «cien de Madrid» es una prueba minoritaria, con un calado mediático casi nulo. Es una pincelada de romanticismo que sobrevive a su modo, sin haber pensado en alternativas de lugar o de adaptación a los nuevos tiempos. Pero no deja de ser una fatal coincidencia.

Sobre fatalidades parece que Detroit tiene más experiencia. El pasado mes de Octubre lanzaba la campaña «Usted accede bajo su propia responsabilidad», denunciando que algunas zonas de la ciudad estaban en situación similar a «zona de guerra». Tanto en la ciudad llamada Motown, la de los Chrysler, Ford y General Motors, y la ciudad que aspira a albergar unos Juegos en 2020, convergen en una premisa: «señores, nuestra policía local no puede atenderles con la eficacia que desearíamos«.

Vive usted en dos mil trece. Disculpe las molestias.

Nos asumir lo siguiente: el dinero destinado a la seguridad en tiempos de crisis se antepone al dotado para el ocio en la calle. Al final, nosotros hacemos poco más que relajarnos un domingo por la mañana mientras nuestras fuerzas de seguridad intervienen en lugares realmente peligrosos. El discurso del miedo justifica la inversión en seguridad.

¿Es esto así? ¿Existen bloques en Madrid donde los muebles caen ardiendo por la ventana en Madrid? ¿Disturbios raciales con asaltos a tiendas? No lo parece.

¿Qué más queda un Domingo por la mañana? Parece que todo se reduce a la disponibilidad de horas extra en fin de semana y el número de unidades de policía local disponibles para la ciudad. Insistiremos, dado que quizá haya quedado oculto en el texto; los servicios de tráfico de la policía municipal de una prueba deportiva son un concepto facturado al organizador (en muchos casos una asociación o club deportivo sin ánimo de lucro). 

Salvando las distancias, los 100km Villa de Madrid, con un presupuesto básicamente de economía de guerra, sin premios en metálico, sin más medios que una idea anclada en cumplir con la normativa municipal, eran cancelados en Febrero de 2013 por los cuadrantes de guardia de la policía local.

Las dotaciones de Madrid trabajan según se les asigna, evidentemente. Pero se alzan voces contra la idoneidad de algunos servicios. Se aumentan las competencias de los agentes en diversos lugares y se les saca de la calle. Hasta diecisiete agentes pueden ser movilizados para desplazarse a cubrir una visita promocional de la alcaldesa, Ana Botella. Al mismo tiempo, sindicatos denuncian que están subiendo las horas extra impagadas por servicios varios. No es precariedad sino una distribución interesada de las misiones encomendadas a la policía de la ciudad. Con todo, en un escenario de crisis, los gobiernos conservadores han mantenido la inversión en seguridad ciudadana (y de los dirigentes de los ciudadanos). Madrid mantiene la cifra de agentes de policía local en las cifras de 2008, los años de la inversión pública sin final. Año tras año hay una inversión sistemática y ordenada de material y vehículos. Pero los fines de semana hay una evidente disfunción y plantillas con escasez en cada comisaría de Distrito.

Encajar la carrera es un puzzle. En el caso de Vallecas, la posición de la prueba respeta escrupulosamente el statu quo municipal. Cuidadosamente (García Navas es ‘speaker’ y peñista histórico del club), los 100 de Madrid siempre se disputan aprovechando que el Rayo Vallecano juega fuera, a rajatabla. En los últimos años la sensación de sumisión a la agenda es mayor. Y puede llegar en cualquier momento el cambio. O el carpetazo. Alguna instancia, antaño colaboradora, deja de estar interesada en el deporte popular. No son infrecuentes las conversaciones donde los organizadores escuchan cosas como:

«No te puedo mandar diez agentes. Cuestan mucho dinero». «¿La salida es a las siete de la mañana? Atrásala, que no empiezan el turno hasta las siete y media». «¿Qué hacéis con mil personas en Plaza de Castilla? ¿Una carrera? No nos han comunicado nada».

Puede que la documentación obre en poder de la administración local desde hace semanas. Todo es posible. No parece tanto una cuestión de caos financiero como de organización.

Un caos financiero en una instancia pública es que, hoy mismo, Detroit anuncie jubilar a más de 500 agentes de policía (y casi un millar de bomberos) ante la imposibilidad de que cuadren las cuentas de sus nóminas. Que la ciudad tenga 12.000 millones de dólares acumulados de deuda y un presupuesto anual de 3.000 millones.

Por último ¿arrastrará esta situación al maratón de Detroit? Ante la preocupación de participantes ya inscritos, la Free Press Detroit Marathon insiste en que la ciudad continuará con su programa. Ni un aplazamiento ni una cancelación. ¿Habrán preguntado al jefe de dotación del DPD?

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Foto: Vayahistoria.com

Carta a un velocista olímpico

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Ángel David Rodríguez escribe ayer (qué más da el tiempo en la era de la disponibilidad absoluta de internet) sobre su visión del mundo del dopaje. El velocista es autor en los últimos doce meses del fabuloso crono de 10.18 segundos en 100 metros lisos. Es una marca que le sitúa entre los hombres blancos más rápidos del mundo. En el año olímpico fue el décimo europeo en una especialidad en la que vivimos detrás de cierta eficiencia de las fibras rápidas de los atletas de raza negra: la velocidad pura.

Aún así, en los listados de todos los tiempos, su situación es todavía lejana a los otrora tiempos de los europeos de la década de los setenta y ochenta. Los años de Pietro Mennea, Valeri Borzov, pero también de aquellos corredores sub 10.10 de la oscura época donde brillaban los Max Moriniére, Attila Kovacs o de Frank Emmelmann (cuyo abogado anunció medidas si la Deutschen Leitchathletik lo retiraba de las listas de récords). Y aquí se empieza a torcer todo. Cuando se superaban los límites naturales. Es inevitable que Rodríguez haya escrito con dureza desde una especialidad del atletismo muy castigada:

El dopaje es un escalón superior: no se está dopado un instante o un segundo, se está dopado a lo largo de una competición entera o a lo largo de un período de entrenamiento de semanas, meses, años… El dopaje adultera una competición desde antes de la salida o pitido inicial.

Ángel ha empleado tiempo y paciencia en disertar para todo el que quisiera oirlo. Sus ráfagas públicas dolían. La carga de fondo: Los medios no nos preocupamos tanto del atletismo como cuando se pilla a un tramposo.

 

Y es cierto, Ángel.

Has motivado que de nuevo se hable en este medio digital de las cosas del correr. Ante todo, darte las gracias porque ese espíritu es como el combustible para los que nos gusta contar historias.

Los medios generalistas y los especializados. ¿Cuántas veces se ha escrito sobre atletismo para proponer la alucinación a la audiencia? «¿Se podrá bajar de 9.50 este milenio? ¿Donde está el límite del ser humano?»

¿Para esto sacamos los dedos a paseo en el periodismo? ¿Qué aportan estas noticias al respeto por la práctica deportiva?

El periodismo no analiza; vende. No da tiempo a extenderse porque se exige concreción. Mejor cien que mil. Nadie va a detenerse. ¿O sí?

El sms o el tweet llega a cualquier hora cuando la noticia requiere de la visión del especialista en el mundo del correr. Los ejemplares vendidos o los hits de usuarios únicos marcan la trampa de la información. Y de trampas hablas hoy en la revista digital del gran Martí Perarnau. El dopaje es más que trampa, escribes. Es un intento continuado, un fraude.

Un fraude al espectáculo, y más al deporte relacionado con la salud. Llevas razón, vivimos una especie de enfermedad mental donde nuestro cerebro no puede con la presión exterior. La esclavitud del culto al cuerpo vence sobre la salud pública. Ver lo rápido que podemos ganar músculo para esprintar o resistencia para acometer una prueba de maratón. O escarmiento propio o en cabeza ajena. Desde el sillón de lectura accedemos a lo que no podemos llegar por nuestras limitaciones físicas. Todo se puede comprar.

También me da la sensación que lo que gira alrededor de las prácticas y entrenamientos por encima del límite es eso. Es más que fraude contra enfermedad mental, como dices. «El dinero es, en el alto rendimiento, el que lleva al dopaje». Hablemos de ello.

Porque lo supera en cien a uno. La escalada imparable de las substancias dopantes en los deportes viene de la mano de la pasta. El enriquecimiento desmedido no está catalogado como una patología mental. A nadie nos parece del todo mal que uno gane dinero ya veremos cómo. Vivimos rodeados de ejemplos.

Hoy he leído que un Tour de Francia mueve cincuenta millones de euros en derechos de retransmisión. Los derechos de la Premier para el periodo 2013-16 son de 5.5 billones de libras.  Cristiano Ronaldo cobraría unos derechos de imagen cercanos a los 16 millones de euros. Él solo. ¿Cuántos módulos de entrenamiento construirían para vosotros y las generaciones de atletas en ciernes con ese dinero?

La semana pasada se anunciaban nuevos fondos para el desarrollo de jóvenes atletas. Dos millones de dólares canadienses. En Canadá. Hoy se anuncia que era Chris Xuereb el entrenador al que se relaciona con el asunto de dopaje de Powell y demás jamaicanos. Es canadiense. Demasiadas flechas girando hacia el mismo motivo. Ganar dinero rápido. Y a carretillas. Pero ya desde los grandes contratos para Moses o Aouita.

Admirado Ángel, no queda otra: seguiremos destripando al atletismo con un ojo en la caja registradora. Yo lo practico -de aquella manera- desde hace más de treinta años. Y afinando el oído, uno siempre ha escuchado sobre millones, sobre que esta reunión o esta gala tenga más estrellas, diamantes o récords que la vecina. Los famosos presupuestos de las reuniones o las cifras que se hacían públicas en las presentaciones de los crosses del circuito europeo, las ayudas de dinero público a clubes deportivos de élite, los famosos millones de pesetas que pedía Bubka, permitían que el circo girase y la ciudad equis se apuntase el tanto de aparecer en la prensa el día siguiente. Todo mientras los demás hacíamos técnica de vallas o acumulábamos kilómetros de rodaje. Mientras haces esos ejercicios de cuádriceps donde notas que las fibras musculares te arden, se ventilan operaciones de compra y venta en despachos o en cenas. Por cada semana que paras después de una contractura muscular, los que gobiernan el gran circo programan meses de espectáculo, de derechos de retransmisión (a pesar de lo absurdamente barato que sea retransmitir atletismo, según estamos sabiendo con Moscú 2013).

Da la fea impresión que esto supera la psicología del dopaje, la infracción del reglamento. La rueda del enriquecimiento y la supervivencia del atleta en un mundo postindustrial. El embudo. Money talks, pájaro.

Un saludo y gracias por tu tiempo.

¿Cómo se originó el ‘boom’ del correr?

Era una mañana de Septiembre estadounidense de 1972 cuando las cadenas de todo el mundo conectaban la señal internacional de los juegos Olímpicos de Munich. Un estudiante de la universidad de Florida llamado Frank Shorter, veinticuatro años de edad, había ganado la carrera más mítica de los juegos. El maratón, los laureles heredados del mito de Filípides desde que se redescubriera en 1896, se habían puesto en juego en un tranquilo esquinazo del sur de Alemania. Unas vueltas a la ciudad y el parque olímpico que rodeaba las instalaciones de los juegos, entre árboles y praderas surgidas del «soziale Marktwirtschaft«, el desarrollo económico con un toque humano. Un parque en el que se había pintado la personalísima línea discontinua de todos los maratones, que dibujaba por todo Munich la silueta de Waldi, la mascota de los Juegos.

En los márgenes y aceras de Munich, espectadores de mediodía, con pantalones de campana y gafas con montura de metal, cuadrangular, amables gentes de un estado social. Frank Shorter iba despertando los noticiarios de todo su país, seis horas por delante de la hora de la costa Este estadounidense de una tarde templada de la Alemania Federal. Se había distanciado de sus inmediatos perseguidores, un grupo con nombres de relieve como el efectivo fondista belga Karel Lismont o el australiano Derek Clayton, el primer hombre que bajó de 2h10 minutos (en Fukuoka, 1967).

Estados Unidos buscaba los interruptores de las cafeteras y las tostadoras. ¡Cristo! Este Domingo comienza bien. Muchos ajenos al deporte se engancharían a la ABC y verían que se hablaba de tipos con resistencia infinita. De Mamo Wolde, un africano que había vencido en las dos pruebas de larga distancia de los Juegos de México 1968, donde el aire es quebradizo y los alveolos pulmonares de los humanos ardían como teas.

Maldita sea, pensarían, estos alemanes siempre en la televisión.

Munich había enseñado al mundo una carrera con doble y triple fila de espectadores que también acudían a la ceremonia de clausura de los juegos. El maratón siempre ha supuesto la última prueba del calendario de los mismos.

Diablos, un chico de Florida. ¡Eh, despertad! Tenemos un chaval que ha vuelto a patear el culo de alguien en Alemania.

La ciudad preciosista de la feria de la cerveza y de las chaquetillas bávaras era un túnel a través del que Shorter discurría con una zancada suave. La zancada de un atleta que entrenaba veinte millas diarias con un brazo izquierdo siempre algo pegado al cuerpo. El ritmo de aquel muchacho de la FU era impresionante y se convertiría en una de las victorias más trascendentales del deporte en el mundo.

Derrotados, desconocidos tipos en camiseta de tirante y estética seventies. El público americano no tenía la menor idea de que estaba imponiéndose a monstruos como Ron Hill, otro mito del maratón mundial, otro tipo que había roto la barrera de las 2h10, velocidades inhumanas que se conseguían con tendones de acero, montados sobre plataformas duras que hoy nos destrozarían los pies y las rodillas. La tecnología del calzado deportivo al que estaban acostumbrados los cracks de los años 70 eran poco más que las zapatillas de loneta. Pero todo el mundo estaba entusiasmado.

Los televisores de muchas casas empezaron a prender la señal. Uno tras otro, asomando a una especie de desayuno global, de matinal sacada del tiempo. De nuevo Alemania en la televisión. Los bosques y las avenidas coronadas por monumentos de carácter neoclásico de nuevo en las pantallas. Y es que todo era relativamente reciente. Apenas veintisiete años antes se celebraba en el cercano Nüremberg el cierre teatral de la Segunda Guerra Mundial y del régimen nazi. Los padres y los abuelos sentían que aquellas imágenes les enganchaban. Probablemente atraídos por el absurdo encanto de un ser humano en pleno y natural movimiento. Corriendo a todo trapo.

Reconozcamos que la mayoría de los americanos no tenía idea de qué era el maratón. Sabían algo de una distancia estúpida, veintiséis millas y cuarto, de que en Boston se celebraba una desde 1896. Pero pocos se veían empujados a correr por sí mismos. Pero la victoria de Shorter encendió la mecha del llamado «running boom«.

Después de aquello, millones de norteamericanos empezaron a trotar y correr por parques, calles, campos de golf, por todo el país. Jane Fonda corría. El presidente Carter corría. En 1977 Jim Fixx escribía «The Complete of Running» y se convertía en un best-seller inmediato.

La victoria de Shorter supuso algo más que la gloria olímpica. En los años del amateurismo aniquilado, todo un movimiento mercantil surgió del sudor del chico de Florida. El país cuyas referencias deportivas eran Muhammad Ali, Jack Niklaus o los primeros Lakers, de repente encontraba algo en lo que se podía actuar: calzarse unas zapatillas era, de repente, sencillo.

El resto es historia.

La batalla maratoniana entre Etiopía y Kenia continúa

Finaliza Abril en cuanto a las carreras de más caché del planeta. Los maratones donde los mejores se sacan los ojos de manera amistosa. Las manadas de chacales entrenados a ritmos insostenibles para los demás humanos. En los primeros cuatro meses del año se han disputado las tres cuartas partes de las carreras más bestialmente rápidas del año. Dubai, Tokio, Paris, Londres, Boston, Seul, Rotterdam y Hamburgo, además de algunas invitadas a las que asoman los mejores.

El año pasado estábamos augurando qué pasaría en los Juegos Olímpicos que luego se llevaría un ugandés. Si los maratones clasificatorios para los Juegos en las dos naciones serían mejor o peor estrategia. El año se cerró.

El nuevo 2013 llega y todos hacemos borrón. A la espera del otoño con Berlín y Nueva York y Chicago, los ‘world majors’ se van sucediendo con un ojo en la despedida de Haile Gebreselassie y los 2h03 de Mutai.

KENIA vs ETIOPIA

En los míticos años 90, ya tan lejanos, o en el comienzo del milenio, se solía citar una frase: «En Kenia solo hay maratonianos». Iten sigue acumulando expediciones de periodistas y maratonianos. Eldoret sigue conservando el mito. Los tiempos más aberrantes del ranking y las victorias prestigiosas pertenecían a Kenia.

Pero ha llegado 2013. ¿Qué ha pasado para que los cinco tiempos más rápidos del año se hayan conseguido por etíopes? ¿Cómo puede haber recuperado el cetro mundial con tal densidad de corredores la tierra de Bikila, de Yifter, de Dinsamo, el primer hombre que bajó de 2h07 en 1988?

Pero no es todo. El dominio etíope es tremendo en 2013. En el ránking mundial Kenia tiene que conformarse con las posiciones 5ª, 6ª, 8ª y 10ª. En el top 25 masculino el marcador es 13 – 12. ¡Trece de las veinticinco mejores marcas son de atletas de la tierra de Bikila! En las victorias del año en el calendario, Etiopía se ha llevado Dubai, Londres, Boston, Seul, y Rotterdam. Kenia, París, Tokio y Roma.

En categoría femenina, de las catorce mejores marcas del mundo, once son etíopes. Victorias en Rotterdam, Paris, Dubai, Houston y Boston.

La competitividad etíope es feroz. Los métodos de Iten (Kenia) y la concentración de talento sin control han sido copiados y quizá mejorados. Bajo el único criterio del entrenamiento feroz y la densidad, Etiopía tiene un centro de absoluta excelencia – a su manera – llamado Bekoji. El periodista Simon Hattenstone se rindió ante el azul del cielo allá arriba, en la alta llanura. «No puedo respirar pero, cuando meto algo de aire garganta adentro me doy cuenta de lo puro que es ese aire». Está a más de dos mil kilómetros de la capital Addis-Abbeba.

Si el altiplano de Iten se sitúa a 2.400 metros Bekoji está a 3.200 metros de altitud. Si el centro de entrenamiento de Iten engloba hogares de las tres Kiplagat (Edna, Lorna y Florence) y de David Rudisha, en Bekoji está Sentayehu Eshetu, quizá uno de los entrenadores que más metales acumula en la tierra. Sus discípulos tienen nombres como Kenemisa Bekele o Tirunesh Dibaba (tres oros olímpicos). Pero también Derartu Tulu (oro 10.000 en Barcelona’92 y Sydney’00. Y Fatima Roba (vencedora en Boston y Nagano).

Si en Kenia se aplica el entrenamiento de modo bestial (nunca a salvo de acusaciones inciertas sobre dopaje) en Etiopía se eleva. Si los muchachos del Rift Valley corren sin apenas comer para salir de la miseria, el entrenador Eshetu menciona similares aplicaciones: determinación, pulmones enormes y un chasis mínimo así como la dureza de haber trabajado en el campo. Lo no poco que produce la zona está marcado por lo épico. Cabras, semillas oleaginsas, café, té, azúcar de caña salen de un suelo ocre tostado por temperaturas sin misericordia.

Y los resultados han terminado saliendo.

Es interesante comprobar que se ha producido una globalización del maratón etíope. La asidua aparición de los mejores en los eventos de todo el mundo podría venir a la sombra de apertura del gran Haile Gebreselasie. Asociado a Global Sports Communication, el gigante del managing del atletismo y también imagen de Adidas, hay una vía de apertura que ha promocionado al país antaño inestable. Tras los años de dictadura y de guerra con Eritrea, el ingeniero Hailemariam Desalegn subió al poder llevando a cabo una transición suave como primer ministro etíope. De temidos dictadores, el país ha pasado a un dirigente que este mismo mes de Enero es elegido como secretario general de la Unión Africana.

¿Se han terminado aquellas odiseas de los atletas para conseguir un visado de salida para competir?

Es posible que el aperturismo político del país lo facilite. Recordemos que en 2010 y 2011 todavía eran habituales los atletas que cancelaban su participación. El maratón de Barcelona 2011, o el caso del fabuloso Tsegaye Kebede, vencedor en Londres’13 y otros ¡cinco! majors entre 2008 y 2012, con serios problemas para viajar por el mundo hasta 2007.

La irrupción de nuevos ricos en el mercado de los maratones se ha beneficiado de modo inmediato. Desde 2008, año en que se depositaba un millón de dólares como premios en metálico en Dubai y los patrocinadores exigían que participara Gebreselassie, el cometa verde ha trazado una imparable ascensión.

Así, en Enero los cuatro tiempos más rápidos del año eran etíopes en el recorrido por la ciudad del oro rápido, Dubai. Desisa, Shiferaw, Tola y Negesse metían un 4 – 1 a Kenia. La prueba que organiza el inglés Peter Connerton bajo la bandera de Pace Events es el Eldorado de los 42km195m.

¿Está Kenia derrotada?

Tocada, pero no hundida. Esta mañana Eliud Kipchoge contraatacaba con la victoria en Hamburgo y una escalofriante marca de 2h05. Priscah Jeptoo vencía con 2h20 en Londres por delante de Edna Kiplagat, otra keniana. Boston vió hacer caja a Rita Jeptoo para el saco keniano. En otoño Berlín y Nueva York darán lustre a las estanterías de los corredores de Kenia, que muestran un dominio favorable en los recientes tablones de honor de esas pruebas. Chicago tiene vencedores masculinos de nacionalidad keniana desde 2003, con los tiempos memorables de Evans Cheruiyot o Samuel Wanjiru.

La capacidad de sobreponerse al hambre, a las guerras, a entrenar varios puntos más que un humano ‘normal’ volverá a evaluar a los antaño tiránicos corredores de Kenia. Cuando el tarraconense Manuel Tornero relata que un chico que podrá correr fácilmente medio maratón en 1h04 le pide dinero para comer porque pasa hambre y tiene que seguir entrenando se entienden las variables de superación de estos seres.

Superarse. El terreno quita la vida. La agricultura apenas regala nada. Corren descalzos hasta encontrar unas zapatillas de segunda mano. O tercera. Comer o correr.

Si come dos veces al día podrá entrenar hasta reventar de nuevo u obtener un buen resultado. Y alguien se fijará en él. Quizá los más profesionalizados puedan seguir entrenando con los mejores medios. La diferencia de poder pasar al profesionalismo antes o después nos seguirá brindando resultados en esta particular batalla entre las dos naciones más poderosas del fondo mundial.

En las dificultades de ambas sociedades no hay diferencia. Quizá un azar cruel les legue a sacar del desconocimiento y lleva a aparecer en artículos como este.

Escritos desde un cómodo sofá. En el lado que paga a los corredores. Con la única presión de acertar a subir el post al blog a su debido tiempo.

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Fotos: Boston.com, Telegraph.co.uk

Hoy muchos pensamos en Boston

116350-452-550Espeluznante.

Ayer estuve toda la tarde hasta la llegada de los favoritos tuiteando con despreocupada alegría sobre el maratón de Boston. Cerré el PC a las seis y pico hora española y me dirigía a casa. Desconecté pensando en los tópicos, en la suerte de poder seguir eventos a distancia, de que se unan veinte mil personas para correr.

Y el runrun de lo del ‘Patriot’s Day’ estuvo acompañándome mientras colocaba el dial del coche en turbo 3, de verdad. Estuve haciendo memoria de mi equivocación previa, pensando durante años que no era el Lunes de la celebración del patriotismo estadounidense sino el Lunes de Pascua, el día que se corría el Maratón de Boston.

Que lleva celebrándose desde 1897. El evento más añejo del mundo del correr. Ajeno (o no, ya vemos) al devenir del mundo. De sus juegos olímpicos, de sus presidentes, de sus guerras.

Pero ya vemos que no. El cobarde (como siempre) y abominable hecho de colocar explosivos con el objeto de matar al mayor número de gente también alcanzó ayer al  maratón bostoniano. A los familiares que esperaban, a amigos, a autoridades. Qué más da. Seres que disfrutaban de una mediodía de ocio.

Massachussets, hasta ayer ajenos, lejanos, como todo esto, a la brutalidad. El estado verde, cuna de los Sox, de los Celtics, de las victorias del indio tarzán Brown, hoy llora porque el terrorismo ha golpeado en sus calles. Muertos y heridos recuerdan hoy a todo el mundo que nuestro planeta está en constante agitación.

Por un lado el ocio de los humanos. Por otro su capacidad de generar horror. Vaya especie.

¿Cómo es una zona de meta?

Habitualmente una prueba deportiva como un maratón tiene reservada un buen hueco en la ciudad para su celebración. Se delimita el tráfico y se corta un tramo de no menos de un kilómetro para la meta, las gradas, la zona de llegada. El maratón de Boston tenía ayer desde Boylston St no menos de dos millas acotadas.

En esa zona se encarrila a los participantes a pasar a una zona de descanso donde se acumulan centenares de personas. Tiendas de campaña que ayer servían de hospital improvisado normalmente son zonas de masaje, donde puedes recoger las mochilas con tu ropa, beber y comer algo que te repone. A lo largo de miles de metros cuadrados el corredor para y deja que la alegría de terminar los 42km195 sea completa.

Anteriormente  muchas pruebas colocan gradas donde miles de espectadores (donde podrían estar tus familiares o amigos) ven tu llegada a meta. Sorprendentemente la ciudad de Boston relajó los controles de seguridad en un día tan señalado.

Durante la retransmisión que se podía seguir en directo por ‘watchlive’ resultaba pintoresco la cantidad de soldados y demás personas uniformadas a lo largo de la ruta. Podías ver soldados marines pertrechados con equipación de campaña haciendo a pie el recorrido. Pues bien, todo eso no sirvió.

¿Es un sitio seguro?

Pues habitualmente lo es. ¿Dejamos que nuestros seres queridos acudan a estos eventos?

Pero, ¿por qué no? Las ciudades están llenas de eventos donde sus ciudadanos acuden a miles. Nadie tiene por qué quedarse en casa por la amenaza de la violencia. Quizá sea lo que la violencia busca. El miedo.

Que ningún miedo te deje en casa por absolutamente ningún concepto.

Un abrazo sentido a los que se han visto afectados por semejante acto de barbarie. Hoy todos salimos a correr con un nudo en el estómago.

Que no se nos quite el nudo de la conciencia de cómo está el planeta el resto de los días.

Grete Waitz. El récord mundial que duró un día

Había llegado un domingo sin pista ni cross para los chicos de Madrid. Mi padre había bajado a comprar la prensa y el Madrid jugaba contra Osasuna. Ganaría aunque el Athletic también vencería en su duelo con la Real. Mi vecino Manolo dijo que habían atropellado a un chaval en Colmenar Viejo. También dijo que apenas había habido gente en el mitin de Tierno Galván, que aún no era un parque desolador sino un veterano político.

En Madrid, el 17 de Abril de 1983, no se tenía mucha idea de que  Grete Waitz, maratoniana noruega, la corredora que dominó el Maratón de Nueva York durante nueve ediciones, batía el récord mundial de maratón en Londres. La rubia de las cejas transparentes que coleccionaba treintaydoses y veintisietes en los cronómetros de Central Park.

Desde su primera victoria en 1978 había encadenado cuatro triunfos estremecedores (1978, 79, 80 y 82) y tenía la confirmación del equipo que dirigía Fred Lebow para su nueva revancha contra la soledad en noviembre del ochenta y tres. Pero además había aceptado el reto de doblar dos pruebas a ritmo demencial, de récord. El campeón olímpico británico Crish Brasher, el viejo obstaculista, había pujado fuerte para seguir con el crecimiento del joven maratón de Londres. Relanzado en 1981 como substituto del moribundo London Polythecnic Marathon (que se celebraba desde 1909), Brasher dirigió sus esfuerzos a traer a Waitz a correr a la cuna del atletismo profesional.

En la típica matinal que los londinenses califican como ‘grey day‘, Grete calzaba sus rayadas adidas rojas y blancas, camiseta interior y guantes. Sus sempiternos guantes, esta vez también rojos. ‘Grey Day’, dos años antes, no había sido sólo eso. En la época en que Brasher lanzaba la idea de retomar el maratón por las avenidas de la ciudad, ‘Grey Day’ había sido el single que escaló hasta el número 4 de las listas británicas en 1981. Era un himno, una queja sintomática de los londinenses ‘North London Invaders’ (ya rebautizados como Madness). Era un canto contra un panorama muy gris: los cierres de las minas por el gobierno conservador de Margaret Thatcher, la venta de las acciones de British Aerospace, o el anuncio de los riesgos de una guerra racial en la prensa precisamente la tarde anterior al nacimiento del maratón de Londres.

Dos años después, con el estallido social sin solucionar y la dama de hierro encaminada hacia una nueva victoria electoral, se presentaba un muy británico nuevo domingo gris. Tras los chaparrones matinales, el Abril de 1983 iba a deparar una mejor marca mundial. Recordemos que la federación internacional no habló de récord del mundo de maratón hasta pasados mil millones de años, dado que no hay dos recorridos iguales ni se celebra dentro de un estadio. Cayó una mejor marca mundial, fuera por el maravilloso y plano recorrido de Londres o por los miles de libras que Gillette aportaba de nuevo como patrocinador. Y es que se estaban dando los primeros pasos en la era del dinero en las carreras en ruta. La IAAF había permitido en 1982 el pago en metálico a los deportistas de élite y el cataclismo del deporte amateur estaba sirviendo en bandeja que las grandes carreras tirasen de talonario. Waitz afrontaría Londres en Abril, y Nueva York en Noviembre.

Un inspirado Mike Gratton ganaría con 2:09 pero los ojos estaban puestos en la finísima chica de las coletas y la camiseta de tirantes roja y blanca. Su grupo de referencia, con tipos curtidos en maratones a ritmo de dos horas y media, viajaba prácticamente desmembrado a la altura de los puñeteros adoquines del Upper Thames. Al paso por el puente de la Torre apenas tres duros maratonianos escoltaban de aquella manera a Waitz. Su gesto, tantas veces fotografiado, con las mejillas contraídas y sus finos labios en una mueca de rigidez, la encaminaba a la vieja meta del Westminster Bridge (meta hoy sustituída por la llegada en el Mall, frente a las habitaciones de su alteza real en Buckingham).

El último recodo sobre el río le llevó a un debut en la ciudad de verdadero escándalo. El recorrido de Londres probaba su bondad y Grete Waitz colocaba el mejor registro de una mujer en 2h25:29 durante toda la tarde del Domingo, hora del meridiano de Greenwich, el parque desde el que los miles de corredores salían en pos del sueño de las veintiséis millas y el pico caprichoso del rey inglés.

Nuevo récord mundial, mejor marca o como quisieran decirlo los periodistas. Tenían toda la tarde por delante. La edición del Lunes de la prensa colocaba sus estrechísimas columnas sobre el maratón calculando milimétricamente las palabras, entre las que debía aparecer la referencia a la hazaña de la noruega Waitz.

Mientras Waitz descansaba en el hotel y terminaba de atender a la prensa, a cinco mil kilómetros de distancia una chica con el pelo corto repasaba en la cama el esquema de carrera. El mismo Lunes se torcieron los planes. Sería un récord un récord del mundo que únicamente duraría hasta la tarde del día 18. Y es que la corredora norteamericana Joan Benoit corría apenas veinte horas más tarde, durante la tarde del Lunes de Pascua de 1983.

En 1983 no se contaban con los medios técnicos de hoy. Nadie subía a twitter ni podía mandar un correo electrónico a la sede de la Federación Internacional de Atletismo, la IAAF. Mientras los federativos leían durante la mañana del Lunes 18 las marcas de la prueba londinense y programaban en papel la actualización del récord del mundo de Grete Waitz, amanecía en la irlandesa capital de Massachussets. El recorrido de punto a punto desde Hopkinton, en mitad del campo de Nueva Inglaterra, por la A135 hasta el centro de Boston, hervía de público. El «duelo al sol» del año anterior había supuesto un par de escalones en la vorágine del running en los Estados Unidos. Alberto Salazar y Dick Beardsley habían corrido codo con codo para disputarse la victoria en meta por apenas unos segundos en una edición dramática por el calor de Abril.

La chica del pelo corto, Joan Benoit, escogió camiseta blanca y banda roja (aquellas míticas camisetas donde seriegrafiaban «Athletics West»). A lo largo de la prueba coincidió con igual legión de rápidos corredores masculinos. Benoit, nacida en Maine con ascendencia francesa, aplicó un juicio sumarísimo al mejor tiempo en el que nunca una mujer había corrido 42.195 metros. Lo mandó al escalofriante tiempo de 2h22:43.

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Sin ir más lejos, el tiempo de la estadounidense le podía haber supuesto llegar segunda en el maratón de Madrid de ese año, a un par de minutos del vencedor.  Y es que la especialidad en categoría femenina estaba un tanto en pañales.

Los maratones contaban con participación femenina desde relativamente pocos años. En 1977 la mejor marca estaba en manos de Christa Vahlensieck, una corredora alemana que la había rebajado de 2h40. Entre 1978 y 1978 Waitz lo puso en dos hachazos en el rango de las 2h27. Además, cronómetros conseguidos sobre el tozudo recorrido de Nueva York, con sus puentes en Brooklyn y Queens, y con las dos millas finales por el Central Park. En 1980 y en 1982 Waitz acumulaba dos entorchados más en la gran manzana y todo estaba listo para que el planísimo circuito de Londres supusiera la fractura definitiva de la barrera de 2h25. No pudo ser por segundos, aunque amplió su currículum como gran dominadora con un nuevo récord planetario. Lo inimaginable es que se tardase tan poco en convertir en el récord del mundo de Grete Waitz en el más breve de la historia de la distancia del maratón.

El tiempo: esa variable injusta por la que sufren los grandes deportistas.

El crono de Benoit en Boston tardó once años en ser mejorado. Tuvo que llegar la era de Ingrid Kristiansen, otra noruega, la última dominadora previa a la aparición de las corredoras africanas y asiáticas.

Waitz murió en 2011 tras batallar contra el cáncer. Tenía 57 años.

Joan Benoit corrió en 2010 de nuevo en Chicago, con 53 años, en 2h47:50 para ser 43ª en la carrera donde subió a los cielos del deporte. Intentaba clasificarse para las pruebas de selección del equipo americano que acudiría a los juegos Olímpicos de Londres 2012. Quedó fuera por un minuto y cincuenta segundos.

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Fotos: Daily Telegraph, Sports Illustrated.

Running USA. La tierra prometida

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Hace unos cuantos años me entretuve echando cuentas sobre los maratones de medio mundo. No sólo mirando la cantidad ingente de corredores que participaban (esto ya es más común también en España) sino cómo se corría.

Calculé los tiempos de media que tardaban los puestos porcentuales 10, 30, 50 y algunos otros. En general, la conclusión era esta: salvo un reducido grupo de un primer 20 o 30%, el corredor de maratón (y distancias más cortas) aparecía en las clasificaciones con unos ritmos muy suaves. Yo vivía acostumbrado a darme palizas a ritmos más serios. De todos modos, entendí que era lo que en los primeros años se llamaba jogging, luego pasó a ser fun running. En fin, quien haya viajado un poco por Europa o los USA (más recientemente también en Asia) verá que la participación estándar es disfrutona.

Hay varias causas, entre las que destaca la cuasi igualdad de mujeres y hombres en meta (ronda el 40 o 50%), o la seriedad del concepto de deporte-salud frente al deporte competición (insisto, salvo la parte de muy delante de las carreras). Colócate un dorsal y asoma por una carrera de 21km por Philadephia con tu cara de hambre, tu cráneo y patas depiladas y tus tiempos cercanos a los 15km/h y estarás cerca de los trofeos.

El boom del correr arremetió contra la sociedad occidental de manera definitiva y para quedarse después de la victoria del estadounidense Frank Shorter en los Juegos Olímpicos de 1972, en Munich. Esto hizo que el americano medio fuera muy receptivo a una moda que difundieron los medios (¡quién no recuerda a aquella gloriosa Jane Fonda!) y que lanzó a todo hombre blanco a la calle o el parque.

Pero no es lo que tenía ganas de repasar ahora.

Estoy mirando en este paraíso estadístico las cifras medias absolutas de las carreras en Estados Unidos. Como cálculo en bruto (total corredores vs total tiempos), no hay muchas diferencias entre carreras de maratón.

Por ejemplo. El exigente y calificatorio Maratón de Boston tiene unos 21.000 entrados en meta. De las 2h04 del vencedor al último corredor, que participa pasando una calificación previa por tiempos, resulta un tiempo medio de 3h50. Con la principal sección de tiempos (más de 8.000 corredores en 2011) entre 3h30 y 4h00.

Chicago, otro dominio de los superespectáculos. Casi 38.000 participantes en meta. Tiempos estruendosos en cabeza (habituales vencedores cercanos a 2h04) y un tiempo medio de 4h32 en 2012. La masa está mucho más repartida en la tabla del pizzero. Hay tres grupos de casi 8.000 corredores que llegaron en los tramos 3h30-4h00, 4h30 y 5h00.

NY. La maquinista de la generala. En 2011 llegaron 46.000 personas a Central Park y la media se fue a 4h28. Más de 11.000 finishers se agruparon de 4h00 a 4h30.

Cifras similares. Pasado un rato de toma de contacto me puse a jugar con las tablas. Nos encontramos con unos hechos estadísticos irrefutables.

En la tremebunda y elitista Boston, de nuevo, solo unos 6.500 corredores (de 23.500) bajaron de esas 3h30. Hey, what’s going on here? Se supone que – dividido por sexos y edades – es como participar en la milla de los Milrose Games. ¿Un 25% únicamente es capaz de correr por debajo de cinco minutos por kilómetro? ¡Pero si en mi grupo de rodaje solo hace falta un guiño para que nos pongamos a cuatro treinta«! ¡Si somos unos matados sin entrañas!

More.

En New York sólo 5.300 de los 46.000 corredores bajaron de las muy respetables 3h30. Los 4.50’/km sostenidos durante los cuarenta y dos kilómetros y pico. Apenas un 9%. La élite de la élite. Quizá me leas y sonrías con suficiencia porque este año estás embarcado en ese plan de entrenamiento sub 3h30 y ya no eres un lento futinguero. Un 91% de los finishers de la NYCM te verán como un tipo inalcanzable.

Echémosle la culpa a los turistas que quieran correr Nueva York como mero hecho social, sin ser realmente corredores batidos en el polvo y la estepa. A los sofocantes grados de la edición de Chicago de hace unos meses. A que los corredores hispanoparlantes somos más duros y ligeros que … No. Seguro que esto en Boston no sucede.

Quizá la ‘culpa’ es de esas masas que salen a la calle simplemente a terminar las 26 millas y media. Eso no es correr un maratón, como se suele leer. Veamos si las pruebas menos famosas tienen menos porcentaje de pachangueo.

Cleveland Marathon, (OH). No más de dos mil quinientos llegados a meta. Febrero, amplias avenidas, algo ondulante, sí. Pero esto no es un carnaval. Tiempo medio… 4h37. De nuevo el paquete entre las 4h y las 4h30 domina.

Richmond (VA). Finales de Octubre. Tiempo medio 4h24. A carreras más regionales o locales, menor participación y tiempos similares o más altos.

¿Es esta la tónica? ¿A qué se debe? 

Según marathonguide.com la media de todos los tiempos de finishers en 2011 en los Estados Unidos fue de 4h37. Más concretamente 4h26 para hombres y 4h52 para mujeres. Sin temor a equivocarnos, el país de las barras y estrellas acoge con cariño a corredores que merodean las dos horas en medio maratón. Quizá sus maratones incluyan un poco de caminata para recuperar la fatiga generada por el duro esfuerzo de estar casi cinco horas en movimiento. Posiblemente muchos mejorarían si se acogiesen a unos buenos programas de entrenamiento.

Pero los tiempos medios se mantienen en las carreras observadas desde hace unos cuantos años. En 2002 la media de los 325.000 corredores que terminaron un maratón era también de 4h38. Y eso que la ciencia del entrenamiento avanza. La mejora en los patrones de nutrición es un issue en los EEUU así que, por lo tanto, algunas mejoras deberían ser evidentes.

¿Es posible que la gente no desee correr más deprisa? Unos lo verían como una señal de madurez, mientras algunos como de incapacidad. Quizá sea el subcontinente norteamericano el Dorado del correr tranquilo. Sea como sea…

¿Ocurre lo mismo tu entorno?