Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Archivo de la categoría ‘rutas para correr’

La versión de los ingleses del campo a través

Venga, un poco de variedad a nuestro mundo de polígonos industriales y avenidas con sucursales de bancos (en quiebra). Ayer me llegaba un correo del organizador de la Fairlands Valley Challenge (UK). Es una carrera que se celebra el Julio y que posee varias cosas a tener en cuenta:

– vacaciones en verano
– por la campiña inglesa
– muy cerca de un aeropuerto donde opera una línea low cost (London Luton)
– varias distancias

No es una prueba trail al uso. Es más, casi no parece una prueba, porque el recorrido no está marcado. Al participante le dan las instrucciones en unos folios que tienes que llevar en carrera. Están escritas en inglés (claro) como si fueran instrucciones dadas por sms y allá te las compongas.

Tal que así: «200yds R(ight) then over fence bhnd pub, 1/2m aid stn» significaría «200 yardas torcer a la derecha, luego cruzar sobre la valla tras el pub, a media milla puesto de avituallamiento».

Cada año es más popular y personalmente uno de los sitios más bonitos donde corrí. La hice en verano de 2005. Se puede participar desde 12 millas hasta 30 (de 20km a 50km) y se cruzan esas praderas de las películas, de pasa por algún pub, se rodean bonitas casas y hasta se cruza (se cruzaba) un cementerio y por el medio de un campo de golf.

Si no me falla la memoria era altamente fácil de llegar desde el aeropuerto de London Luton hasta Stevenage (Hertfordshire).

Un club premiado.

Los espartanos fueron premiados en una encuesta en Runner’s World como el mejor club de Reino Unido. Cuando uno llega al lugar donde se corre el Challenge, se siente inmediatamente arropado por los chicos vestidos de presidiario (su camiseta es a rayas verticales negras y grises).

La pradera, la barbacoa final después de la prueba, las sencillas instalaciones y una familiaridad muy de ‘countryside’ (pero sin caer en la fábula del buen salvaje). Esta prueba de finales de Julio debería estar en las agendas de los grupos de corredores de todos.

Hala, ¡a quitarse la rosca de la boina!

Penyagolosa Trails presenta su vídeo de 2013

Un trabajo que hasta hace bien poco tiempo mirábamos con asombro y envidia en las pruebas de trail de Estados Unidos y, sobre todo, Francia. Pues ya se están produciendo fantásticas imágenes en las principales pruebas de España. Los chicos del CSP115+MiM, las dos etiquetas bajo las que se presentan las pruebas que unen Castellón ciudad con la montaña de Castellón (y el santuario de Penyagolosa) han metido posibles en un buen material visual que hará que más y más gente le eche el ojo a este clásico de Mayo.

A los fabulosos vídeos de la TransVulcania, la TransGrancanacia, Gran Trail Peñalara y otros muchos, añadimos un nuevo producto. La Unica Sepia Creativa nos ha unido estas imágenes tan inspiradoras. A retuitearlas.

Uniendo París, Hamburgo y Rotterdam por relevos

Entre los eventos que pasan sin pena ni gloria para los medios de comunicación europeos hay uno con carácter. La RoPaRun (Rotterdam-Paris-Run). Tiene suficiente empaque para mencionar que este año ha recaudado cinco millones y medio de euros para la investigación contra el cáncer. Es un triángulo que lleva corredores y sus equipos de apoyo desde Hamburgo y París hasta Rotterdam.

La ROPARUN es una prueba por relevos que se inició en 1992. Entonces unía Rotterdam con París. Atravesando durante aproximadamente 520 kilómetros las tierras de las batallas contra el mar y las batallas entre los europeos. Desde el primer año la roparun demostró que era una cuestión de organización, espíritu de equipo y un mínimo de treinta horas corriendo entre los diferentes componentes. Los equipos tienen máximo ocho corredores que tendrán que repartirse más de sesenta kilómetros cada uno.

Con llegada desde 2004 en el mismo Coolsingel, la avenida central de Rotterdam donde se establece la meta del mundialmente conocido maratón, equipos e instituciones tienen como objetivo la combinación de la aventura deportiva y la consecución de un fin solidario. En 2004 se invertía el sentido de la prueba y la ruta adquiría la dirección Sur-Norte. Para 2004 el componente de charity se había acrecentado de manera exponencial, de los 40.000 euros hasta los 2,400.000 de esa edición.

La ampliación de la prueba de mediados de Mayo al territorio alemán y acogiendo así una segunda ruta supuso en 2013 el diseño de un recorrido alternativo. Así, durante 560km, se une Hamburgo con la ciudad del Maas.

¿Una idea para 2014?

Fotos: Roparun.nl+PhoToos.nl

 

Un día sin GPS para tu deporte favorito

¿Cómo sería un día sin tu GPS? No me refiero a usar en el coche (es un debate tan cerrado que no pienso participar), sino al deportivo.

¿Aceptarías una especie de «día mundial sin GPS»?

Huelga decir que es una exageración sin sentido. Por supuesto sabríamos montar en BTT o correr por el campo sin él. Pero quiero reflexionar un momento sobre ello.

Y es que corredores, bikers y caminantes, en general, son los tres segmentos en los que la furia del sistema de posicionamiento geográfico  ha calado más hondo. Las marcas lo saben y nuestros conocidos han desarrollado no solamente el posicionamiento sino la cantidad de aplicaciones derivadas al análisis del rendimiento (recomiendo repaso de link adjunto, del blog imprescindible de Ser13gio). Y es que velocidades (medias, máximas), desnivel y tiempo calculado neto son las tres o cuatro patas del ejercicio de larga duración.

Confieso que no uso GPS. Debo ser de los doce o trece que no lo hacen. No es tanto que me cueste presupuestar equis euros al año para posicionamiento, sino que realmente me manejo con otras herramientas.

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El 80% de los días salgo a correr por rutas de una distancia evidentemente corta, abarcable por un entrenamiento normal. No me perdería  por mucho opio que hubiera desayunado. Sé que mi ritmo está entre los 9 y los 12km/h. La experiencia me dice aproximadamente la distancia que cubro en un entrenamiento de una hora o dos. Añadamos que me da un poco igual haber hecho un kilómetro más o menos. Y, si quiero medirlo con exactitud, tengo la horrible capacidad de memorizar por dónde he ido y lo paso manualmente a aplicaciones como Wikiloc.

¿Seríais capaces de correr un día simplemente intuyendo la ruta y el resultado del entrenamiento? Guiarse apenas por el reloj y la orientación por el campo es una posibilidad.

Una maldad; corroborádmelo, por favor.

Curiosamente, he visto que los deportistas outdoor que más usan GPS suelen ser los más duros, con más capacidad de aguantar horas y quienes… no se perderían. O, de perderse, tendrían fondo suficiente y conocimiento del terreno como para reorientarse y regresar en menos de media hora al trazado original.

Si estamos ante un extremo de pasión por el dato, de la obsesión por la exactitud de nuestra variable deportiva, será bueno saberlo.

Si el 80% corréis sin que os preocupe esto, también deberíamos saberlo.

No todo va a ser correr (Los Diez Mil del Soplao)

Aviso. Esto es una crónica personal. Posiblemente se hable de todo menos de correr. Incita a la ‘otra’ buena vida.

Aviso segundo. Aficionados al deporte con un enfoque demasiado purista pueden sentirse molestos. Pero esto es un blog, no es obligatorio leerlo. Obligatorio es que hagáis la declaración de las rentas del capital y del trabajo. Y ni así.

Va.

La expedición son cuatrocientos kilómetros de carretera, en mi caso, para comprobar que en muchos sitios se vive mejor que en la ciudad de uno. Sí. Los madrileños corroboramos una y otra vez que nos han engañado y que seguimos picando. A pesar de saber de antemano todo esto, o quizá por ello,  conduje durante casi cuatro horas dejando un peso atrás. Me dirigía a participar en un mito de los deportes de montaña. Los 10.000 del Soplao, sobre los que tanto se habla cada año y que aquí detallé hace unos días.

No es una carrera de 10.000 metros. No es que se asciendan o desciendan 10.000 metros de desnivel, lo que en sí mismo sería una barbaridad, aunque posible. El asunto es que se pretende llegar a los diez mil participantes en las dos modalidades campestres más divertidas, sanas y naturales: corriendo o montado en bicicleta de montaña. Por las primeras estribaciones de las montañas de Cantabria.

Escogí la distancia de 45km por una razón evidente y múltiple, interconetada: es una distancia para la que no tengo que entrenar mucho, máxime cuando hace dos semanas corrí el atónito RNR Maratón de Madrid y en otra semana correría los 43km campestres del Anochecer.

Debo confesar que hay otra. Si termino en siete u ocho horas, tengo la tarde libre para darme un garbeo por la hostelería santanderina. El presupuesto no me da para explorar los michelines de San Vicente (Annua) o del entorno capitalino (El Cenador de Amós, El Nuevo Molino). Además prefiero dejarlos para una excursión con mi familia amada.

Solamente así puedo sintetizar lo que me mueve a correr. Y es el lema de mi vida deportiva: el running me permite comer y beber sin medida, con la garantía que el ejercicio se ocupará de quemar todo exceso.

Ya dije que a muchos deportistas esta perspectiva no les parecería bien. Ni sana. Ni deportiva, puestos a asumir.

Con estas, después de dejarme los cuádriceps descendiendo por la pista de cemento hacia Mazcuerras, con curvones peraltados al 24%, sodomizar mi resistencia mental mirando hacia arriba en el Toral, un ascenso de escasamente mil metros de longitud pero doscientos metros de desnivel, después de pisar barro y caer, tirarme arrastrando el culo por lodazales en la ruta de los Puentes, disfrutar como un bellaco (así lo muestra la Foto de Jairo Niebla) en un descenso homicida, riendo por primera vez en mi vida mientras  caíamos por un cortafuegos deslizante, después de todo eso, pude aparcar el coche, contento, feliz por haber terminado en un honorable puesto 234º de casi 400 llegados a meta, tras siete horas y cuarto de batalla.

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Luego me costó más tiempo encontrarlo. Llovía y me perdí un poco (algo hay que decir).

Entre medias, pude conocer el nuevo sitio de vinos y tapas llamado Las Hijas de Florencio, en el nobilísimo Paseo de Pereda, justo frente a los barquitos de juguete de la real clase aristocrática del país de juguete. Me costó acomodarme en un taburete de la barra (debo recordar que venía de correr cuarenta y cinco kilómetros por la montaña) así que tiré de anticoagulantes naturales. Probé un fresco verdejo Palacio de Bornos, que me sirvieron con una tapita de un queso aparmiggianado. Ideal.

A la media hora me dolían los cuádriceps. Le eché la culpa al taburete pero, en realidad, la culpa la tenía un tramo de barro que tuvimos que ascender después del avituallamiento de la campa de Ucieda. También que me empeñé en bajar al galope del Toral y debí agitar las fibras musculares más de lo debido.

Todo esto son excusas para decir que de segundas paré en la franquicia de tapas Al Punto, en Hernán Cortés con Gándara. La cosa es que tenía bastante tiempo hasta la hora de cenar y me seguía informando de opciones de moda. Ante el momento, un rioja me hidrató y probé si la lista de precios era un gancho o realmente la diferencia de precios con Madrid se mantenía compensada con calidad. Así las cosas, me apreté una de minihamburguesa (sic) con queso y otra de morcilla de Sotopalacios con pimientos de piquillo. Recientes de la plancha.

Cada vez me dolían menos las piernas. Habían desaparecido los espasmos involuntarios de los gemelos que me dieron rematando los dos kilómetros de asfalto que conducen a la abarrotada línea de meta de Cabezón de la Sal y ni me acordaba, vaya, de una rigidez en las cervicales que me da en el trabajo.


Foto: Facebook El Rochi

Haciendo tiempo para cenar, paré en el Rochi (c/Florida). Es un conocido restaurante cercano a la zona del Ayuntamiento y que tiene un ala gemela con el formato de bar de pinchos. Se nota cierta cercanía a la costumbre vasca del pintxo en la barra. Me gustó y entré para leer un poco la prensa y conversar con su camarera. Resultó que transmitían el Festival de Eurovisión en la televisión de casi todos los españoles (exceptuando quienes defraudan fiscalmente, cuyo dinero no va a financiar la televisión pública, obviamente). Por tanto, mientras fuera llovía lo que no había llovido durante la celebración del Soplao, me sirvieron una copa del tempranillo 828 y dos pinchos. Uno era un pudin de cabracho y el otro un pincho de tortilla con verduras y salmón.

Si espiritualmente ya estaba recuperado de los cuarenta y cinco kilómetros a pie, físicamente empezaba a sentirme en paz con el cosmos. Evidentemente, era el vino.

Por recomendaciones, cené en La Vinoteca. En calle Floranes, al lado de la plaza Numancia. Ojo al lugar, regentado y atendido por Koldo y Luis, amén de su joven y atento equipo de sala.


Foto: sobremesa.es

A ver si sé contarlo. Tienen un Menu gastronómico (sub 30€). Eliges tres platos de carta y un postre. Con una copa de Pitaccum, esa mencía tan chula de 2008 y que estmamos disfrutando de la producción  berciana, me dejé recomendar y llevar. Total, llevaba así todo el sábado, dejándome llevar por las indicaciones de cántabros con sentido común.

Una terrina de conejo y foie con guisantes frescos y un poco de cebollino. Su punto de pimienta y de -quizá- comino.
Canelón con falso relleno de cigala. Salsa blanca de vino. Amabilísima.
Un interesante rabo de cerdo ibérico, deshuesado, también presentado como terrina. Con sumo gusto y con un puré cremoso y sabroso.

Postre, crema de limón sobre migas de bizcocho y helado de nata y una fresa y una hojita de menta.

Todo excelente. Por un momento llegué a pensar que me estaban tratando demasiado bien. Quizá creyeron que era un crítico gastronómico. Pero deduje que la cosa es como es. La calidez de La Vinoteca.

Debo decir que, en ese momento, pensé en pedir un certificado de empadronamiento en Cantabria. Pero habría sido injusto para mi familia, habría sido innoble para esa urbe que tanto amamos, Madrid.

Además, se habría terminado la posibilidad de viajar a sitios de los que solamente has leído, oído. Se habría esfumado la aventura.

Y no saldrían posts tan jugosos ni inocentes como este. Aunque a algunos les parezca que lo que cuento es indigno, que fomenta el alcoholismo y que está en contra del espíritu del corredor de las cumbres.

Tus cinco paraísos para correr

Seguro que has corrido por un lugar salvaje, encantador, delicadamente cuidado o que evoca lo mejor de tus pensamientos.

¿Nos lo cuentas?

Vayan los míos.

Ladera sur de la Sierra de Lagunilla (Salamanca-Cáceres).

Hay una caída entre mesetas por donde discurren el GR10, sendas de herradura, huertos y sosprendentes castañares y robles. Es imprescindible visitarlo aunque sea sin correr. Un poco más allá de los famosos cerezos en flor.

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Rive de L’Erdre (Nantes, FRA).

Saliendo de Nantes centro, en el valle del Loira, un afluente de este «rio de los Reyes» tiene un sendero lujuriante, marcado para el odio y el deporte. Aparentemente sin final. Como todo en Francia.

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De Ribadesella hacia el oeste.

Camino de Santiago o simple excursión. Desde la terminación de la playa de Ribadesella, una de las villas marineras más bonitas del país, en dirección al finisterrae. Se pasa por Tereñes, carreteritas y se desemboca en el desfiladero de Entrepeñes. De ahí, a la playa de Vega. Un paraíso.

Camino de Santiago: Triacastela

Bajar desde O Cebreiro hacia el entorno de Triacastela es una barbaridad para los sentidos. El descenso se enroca en sendas, arbolado y aldeas escondidas.

 

 

Por el South Bank, Támesis, (Londres, UK)

Cruza el río hacia la parte sur. De ahí surge el Thames Path. Un GR de decenas de kilómetros que trastea detrás de edificios históricos, los famosos puentes de Londres, etc. Y lleno de runners.

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Fotos: AngelPilger.net, DiscoverLondonBridge.co.uk, Spanjaard, Wikipedia.

Entonces ¿tiro ya la ropa de invierno al cajón?

¡Graniza! ¡Pero sale el sol! Pero nos calamos… pero ¡ya pega con fuerza!

Qué país. Vivimos llenos de peros.

Estimados compañeros del mundo del correr. ¿Mandamos a paseo ya la ropa de invierno o la dejamos todavía a mano?

Las mallas largas y los diversos manguitos, perneras de compresión, guantes, gorros y buffs (badanas) han estado acompañándonos durante semanas y uno empieza a estar algo agobiado cuando pasa media hora de correteo.

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¿Es tiempo de mandarlas al cajón?

En la Europa mediterránea las temperaturas mínimas se resisten a recuperar desde los niveles de las heladas. El interior de las tierras altas, las montañas, todavía conserva madrugadas excelentes para embozarnos.

Anteayer salí a correr por la llanura del sur de Madrid. Una zona que en Abril y Mayo ya obliga a beber y que proyecta el calor vertical sobre la cabeza del deportista. Me resistí a correr a las diez de la mañana lleno de ropa así que corrí en pantalón corto, manga corta y, mientras me vestía al lado del coche, ¡tuve que echar mano de unos guantes de algodón!

El páramo me recibía con temperaturas cercanas al punto de congelación del agua. El seis de Abril, tomad nota, de dos mil trece.

Todos conocen de la capacidad de los climas continentales de ignorar las primaveras y otoños templados. Llegará un domingo a media mañana y el centro de la Península Ibérica se desperezará y se sacudirá el viento fresco. Ese día os pillará por sorpresa y os acordaréis de lo bien que se corre abrigado.

Pero ahora toca quejarse con una sonrisa y mantener el tipo. Aunque el calendario te lo niegue, prueba a combinar ropa de primavera y gorro y guantes. Un día llegarán las temperaturas que te obliguen a descubrirte.

Ese día hablaremos de la hidratación.

Consultorio del corredor: envía todas tus dudas

¿Corro poco? ¿Demasiado? ¿Esta zapatilla me viene bien? ¿Conoce alguien el recorrido de esta carrera? ¿Cómo se aparca en el entorno del polideportivo? ¿Es seguro correr de noche?

El martes toca consultorio. Será un momento especial porque se podrán citar y criticar, mencionar o sugerir todas las marcas, pruebas, sin censura o política de excepción comercial.

Envía todas tus dudas mañana martes al formulario de comentarios y este blog se convertirá de manera excepcional en un consultorio para el corredor. Novato, experimentado o curioso, el martes, al confesionario.

Nota:

Se contestarán los comentarios desde las 00.00 hasta las 23.59 de mañana, martes 5 de marzo. Si dejáis comentarios anteriores serán contestados por orden de aparición.

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#kmsxalimentos

Son las ocho de la mañana, algo pasadas. Cogemos un autobús interurbano que nos quita de esa sensación del frío de invierno. La hondonada por la que están disparadas las líneas de transporte metropolitano era antes un arroyo (ahora es Arroyo de La Vega, zona comercial y de ocio).

En algún sitio, por mucho que esperen, seguirá haciendo frío, dado que la vaguada donde se refugia su campamento tiene que estar pegado a ese arroyo.  El 90% de las aguas de desecho de las ciudades de los países en desarrollo se descarga sin tratar en ríos, lagos y cursos de aguas costeras.

Después de una charla protocolaria que consiste en un «¿Y qué hago ahora, salgo a correr directamente con dos capas o tres?», salimos de Buitrago del Lozoya bordeando unas murallas que han visto el pasar de los siglos. Edad Media, guerras de la independencia, carlistas, aunque ahora son un proyecto turístico de primer orden. Se corre bien, tomamos un trote simpático siguiendo la vía pecuaria del viejo camino de Francia.

Hasta 440.000 españoles huyeron a Francia según un informe oficial de marzo de 1939. Ellos tuvieron que afrontar inicialmente duras condiciones de vida, que se agravaron como resultado del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Después de dos horas y media, estamos sorteando huertos como si fuéramos niños. Manu y yo hemos corrido por unos prados que encierran sendas, acanalados por huertos y por paredes de piedra amontonados a mano. Lozoyuela es un enclave conocido de la A-1 y para nosotros son ya diez kilómetros. Hasta cinco más hacemos por unas praderas que nos acogen para tener que saltar sus paredes (sí, nos hemos despistado dos o tres veces) y finalmente desechar la vertical subida al Pico de la Miel. Se ve mucha nieve y placas de hielo. Rodeamos para salir a la gasolinera de La Cabrera, llegamos a este medio maratón largo con ganas y bebiendo y comiendo. Hoy no hay coches que bajan trazando la diagonal entre Alemania y Países Bajos.

Más de un millón de personas embarcaron en 2012  en los ferrys que funcionan desde los puertos de Algeciras y Tarifa (Cádiz), Almería, Málaga y Alicante para viajar a las ciudades del norte de África. El viaje da una foto melancólica y casi siempre despreciada por los habitantes de los países por los que cruza. Según SOS Racismo, la xenofobia en los países europeos avanza atizado por las propuestas populistas de muchos partidos políticos.

Hay dos pueblecitos por los que he optado pasar. De noche no logré trazar una pista de tierra por el lado este de la A-1 y repetimos las escapatorias de la vieja carretera de Burgos. Cabanillas de la Sierra y Venturada son dos nombres ligados a la destrucción del ejército de Napoleón en la retirada de la Grande Armée en 1809. Hoy son el paso de dos corredores sin prisa. Es mediodía, cargamos agua en los pilancones de Cabanillas, Manu me viene contando su historia laboral de la zona y terminamos parando un momento a revisar calcetines y pies. Curiosamente, al lado de un potro de herrar. Treinta kilómetros, un sol pálido y unas nubes altas. Desde casa nos llaman gracias a la telefonía móvil. Todo tranquilo. Los niños guerreando y pensando en papi. Bendita rutina.

Las rutinas no existen en algunos países. A día de ayer, más de 140.000 desplazados siguen sin poder volver a casa en Mali. La amenaza, ser asesinados o sufrir los rigores del hambre y el conflicto armado. ¿Correr setenta kilómetros es épico? Desplazar a tu familia setenta kilómetros por una guerra es épico.

El Vellón es un intermezzo simpático donde paramos a rellenar los depósitos de agua. Sostenemos el ritmo de unos nueve kilómetros por hora. Hemos cruzado la elitista Cotos de Monterrey, trazado una recta por las cañadas donde se acumulan parcelas, residencias caninas, parcelas (ay, el mundo de la parcela) y llegamos definitivamente al punto del maratón. Son las dos de la tarde largas. Filípides marcó un simbolismo en los 42km y el barón de Coubertain lo expandió al mundo. Nuestra meta parcial es una mesa en mitad de la plaza de El Molar. Dan cerveza, una de torreznos, otra de croquetas de jamón, media hora en la que pararemos y comemos algo bajo la atención exclusivísima de un jovencito camarero muy homosexual.

La homofobia es una más de las fobias de una sociedad que sigue sin aceptar su propia imbecilidad. En 2012 todavía se tenían que recoger 30.000 firmas para que un cantante jamaicano no actuase en ciudades españolas. En sus temas sigue hablando de «matar maricas» o de «jamás pediré perdón a un gay». Sólo en 2010 se registraron casi 650 asesinatos por homofobia en México.

Las articulaciones se quejan al pasar de las cinco horas. Los continuos escalones de la rampa madrileña nos van llevando hacia las tierras del Jarama. Más llanas pero con un problema. Las viejas vías históricas han sido asfaltadas y el trazado más lógico tiene dos carriles por cada sentido. Buscamos la vía más recta pero nos comemos toboganes sin final. Evitamos San Agustín de Guadalix por comodidad. Napoleón escribió en el invierno de 1808 a su hermano, desde el calor de un palacete en Buitrago, que las tropas a caballo seguían persiguiendo a los derrotados españoles camino de Madrid.

Bonaparte dormiría en Buitrago y enlazaría a caballo con sus tropas con la zona de Chamartín, casi noventa kilómetros más al sur. Nosotros vamos camino de los sesenta. Ahora caminamos todas las ascensiones, lomas, barranquitos. Nos echamos a un lado en la estrechez de las sendas escogidas para llegar a nuestro destino. Urbanizaciones que han comido el acceso de los montes públicos, vallas donde la propiedad invade el derecho de paso, idiotas en moto de cross que avasallan sin saludar.

Finalmente matrimonios con perro. Paseantes. Tenemos que estar al lado de la civilización, Manu.

El sol se pone y redondeamos los setenta y tres kilómetros en el bulevar Salvador Allende de Alcobendas. Diez horas redondas. Tendones castigados y hambre, sed y más hambre. Nosotros podemos comprar y reponer inmediatamente.

Es una situación privilegiada.

Tenemos tiempo para el ocio. Energía para gastarla corriendo durante diez horas. Muchos, no. Y no es en los países en desarrollo sino en las sociedades en deterioro. 

España se ha embarcado en la góndola de las economías suicidas. Una cantidad no determinada de ciudadanos no tienen para llegar con holgura al final del mes. Se multiplican los bancos de alimentos.

Los amigos de @drinkingrunners han lanzado la colaboración solidaria «Kilómetros por alimentos». Una iniciativa que recoge kilos de alimentos para enviar al Banco de Alimentos de Madrid. A todos nos sobran motivos ideológicos para apoyarlas o rechazarlas. Nos sobran horas de debate. Si la solidaridad es repartir migajas. Lo del pez o la caña de pescar. Ayudar o hacer la revolución. Cómo se destina la ayuda, cómo se corrompió el sistema de primera generación de organizaciones no gubernamentales… ¡será por razones para escabullirse de ello!

Pero yo me he sumado al hashtag #kmsxalimentos. En principio, según me ha contado el amigo Pablo Sánchez, los kilómetros recorridos en carreras o aventuras serán convertidos en kilos de alimentos. La información de esta campaña, en su web.

Los primeros 73, que sirvan para algo. Hay buena gente detrás, en este caso.

Foto: DrinkingRunners.

¿Dónde está el límite?

No sé si fue antes el huevo o la gallina. Qué vino antes, si la pregunta y después el amigo Josef Ajram con su oleada de WITL, o si la ecuación se construyó de derecha a izquierda. En cualquier caso, muchas veces te habrás preguntado donde está tu límite.

Límites hay múltiples en el mundo del ejercicio, o del correr. En mi teoría de barra de bar colocado maliciosamente en el kilómetro 24 de un maratón se me ocurren, al menos, tres:

Límite agónico. El esfuerzo y hasta qué punto debe llegar en intensidad. En este cubo entran las razones médicas y fisiológicas. También la capacidad de asimilar el entrenamiento, de vomitar ácido láctico, del bocasangre que medio inventó Antonio Alix en aquellas parrafadas de internet.

¿Cuánto de esto se debería llegar a consumir como sustancia adictiva? ¿Incluimos mucho de entrenamiento agónico en nuestro presupuesto de deportista recreativo? ¿Hay incluso alguna moralidad dentro de a qué ritmos debemos correr? Como podemos ver no se nos ocurren más que desvaríos y preguntas. Cada uno corre a todo lo que da cuando le da, como sentenció uno que conocí.

Límite de razonabilidad. La sociabilidad del correr, la relación con el entorno familiar, la amistad, la posibilidad real de que comience a ser un problema o siga siendo esa fantástica herramienta de compartir ratos con gente.

El mes pasado intercambié un simpático cruce de tweets con unos amigos de México en el que me decían que «esto» no era un hobby sino un modo de vida. Coloquemos las barreras donde nos guste más. Siempre siendo conscientes de dónde termina nuestro límite y dónde empezarían los de los demás.

Creo que se me entiende.

Límite en extensión. Suelo poner esto muy entre comillas. La distancia que nos empieza a parecer suficiente o descabellada. En una primeravera normal una persona puede ver suficiente que se corran dos medios maratones, cuatro carreras de 10km de modo intenso, o tener dorsal para cuatro maratones y dos ultra trails. Habitualmente se asocian unos años de experiencia a unos kilometrajes límite.

Autocrítica; presunción o veterana habilidad. De aquí a la mitad del año tengo programados 70km para el sábado que viene. En Abril, el Rock’nRoll Madrid Maratón, quizá una de 50km por las llanuras manchegas con los chicos de Coriendoporelcampo. En mayo un maratón campestre informal y, en Junio, 80km con 7000 metros de desnivel por el macizo de Peñalara. ¿Es excesivo? ¿Irreal?

En la primera de las mencionadas definiciones de límite, para nada será agónico. En ninguno de los kilómetros que recorra iré siquiera a tope, ni a unas pulsaciones tales que me resequen la garganta u opriman el pecho. Me gustaría mantener el límite agónico lo más lejos  de mi historial clínico, hasta ahora inmaculado.

¿Razonable? El 100% del tiempo está acordado con mi familia. Ninguna de las carreras interfiere mi sociabilidad. Al contrario, la aumentan. Se basan en el hecho de salir a correr con alguien para ser realidad. Muchas de las carreras se harán por la noche mientras mi familia duerme. En ninguna de ellas quedaré cojo o lisiado como para impedirme la vida normal al día siguiente.

¿Demasiados e innecesarios kilómetros? Podría ser. Podría correr pruebas urbanas como ya hice en su día. Podría jugar a divertirme dominando la bonita distancia de los 21 kilómetros, corriendo en progresión o acompañando a algún camarada novato o a mi mismísimo padre. Podría apuntarme a algún ekiden de relevos o a crosses universitarios en los que un amateurismo sano y escolar te rodea y reconforta.

Podría. Pero miraría por las ventanas de casa o del coche y sentiría como se me escapan los secretos de ese camino que se aleja serpenteando por la colina.

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Foto: Steven Lane. The Columbian.