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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Diario de un maratoniano: el recorrido del Maratón de Barcelona

Tres semanas enteras y estaremos conduciendo hacia la ciudad de Gaudí, de Eduardo Mendoza y de las chimeneas de Sant Adriá. Nos esperará el fin de semana del maratón barcelonés, al que las cifras siguen adornando (están ya rondándose los dieciséis mil inscritos).

Hoy quería repasar el recorrido del maratón, tarea que ya han glosado historiadores del correr por la ciudad, empleados de la organización y más de uno y más de dos internautas.

Lo habitual es seguir el recorrido. Vamos a ver. Lo habitual es permanecer leyendo un post así cuando la fidelidad al evento te premia con una visión global, incluso una visión romántica. Encontrar que la carrera «fue un acontecimiento deportivo de primer orden para la ciudad» nos deja fríos. Ya somos (a) curtidos lectores de JK Rowling o (b) ávidos analistas de lactatos e índices.

El público comienza a saborear mejor cosas del tipo «maldigo cien y mil veces al enajenado que tiró delante de mis narices aquella esponja empapada y que no pude esquivar, semiesquina a Urquinaona». Se pase o no por Urquinaona, que es que sí, vamos con ello.

1. Los comienzos

No se suelen desear hijos con buenos principios. Pero el recorrido diseñado tiene mucha miga desde el principio. Esa zona es pasto del pataleo fresco y de comienzos en la ciudad. No en vano estaremos por las avenidas que circundan la entrada de Sants Estación, que es por donde los de fuera solemos meter la nariz en la urbe. También se asciende muy ligeramente hacia el borde inexistente de Hospitalet, por territorios que hace veintitantos años me parecieron interesantes, cercanos al delirio. En aquellos días conocí el Parque de la España Industrial, oxímoron fabuloso al que llegaba el recorrido de mi «casi» primer maratón. Era 1988 y se negociaba el fichaje del exjugador Johan Cruyff como entrenador.

Ah, sí. Pasaremos cerca de esa meca del fútbol mundial que es el Camp Nou y esa meca de la natalidad que es la maternidad y el Hospital de San Ramón. Con esa aspiración a correr de los inicios de la vida a los de las patadas al cuero, cerramos un bucle y nos encaminamos a l’escorxador, magnífica escultura de mujer y pájaro del legado Miró cuya función ahora parece la de abrir ese envase modernista de la plaza de toros.

Fuente: Facebook de Marató Barcelona

2. Dadme un ángulo recto y moveré el mundo

En el lindero del kilómetro doce encaramos el ensanche. Esta figura urbanística pasó de la amplitud a la apretura. Se hizo para tener más espacio y consiguió apiñar barceloneses como si el espíritu de don Ildefonso Cerdá hubiera regresado de su tumba con botella y media de bilis. No lo notaremos mucho porque el domingo a esa hora se puede circular en masa enmarañada. Universidad a la derecha, un buen trozo de Gran Vía, a la izquierda al triángulo del escaparate arquitectónico del siglo XIX, y luego a la derecha para discurrir por los bulevares que lleven a visitar la Sagrada Familia.

A estas alturas nadie tiene pensado dejarse llevar por el pánico porque estaremos alrededor de la hora y media o dos horas de carrera. Quien más quien menos ha entrenado y probablemente todos miremos arriba pensando en cuánto talento hay concentrado en tan pocas cabezas.

Los «veintes» serán un entretenido ir y volver por avenidas en las que veremos regresar a los más rápidos. En esto se nos irá el pensamiento, sumado a esa fatalidad tan ibérica de preguntarnos si quedará una eternidad hasta que podamos ser los que vuelven. Cuando seamos de los que ya terminan estos momentos-espejo miraremos al suelo, siguiendo aquel principio no escrito de que es mejor pasar discretamente desapercibido. Otros aún vienen sufriendo.

Si no conoces los Encantes, por cierto, ya no los conocerás en su viejo esplendor. La plaza de las Glóries era algo similar a un paquidermo esparcido en hectáreas. Imagina la glorieta más grande que puedas y arroja un cargamento de rastrillos, casetas y mercadillos para que la aplasten y esparzan todavía más. Pues la renovación del segmento norte de la ciudad lo ha convertido en un mega-espacio comercial que saltará a tu atención en el kilómetro veintiocho.

Será el final de ese sector de la carrera dedicado a los supercontenedores. Entre pitos y flautas la Diagonal se cae al mar pasando por ese espacio del Fórum Universal de las Culturas y por otros entretenimientos de la renovación urbana moderna. Una vez visto uno, vistos todos. Posiblemente lo aprovechemos para sonreír hacia nuestro interior y alejar fantasmas del agotamiento.

3. Suicidas, exposiciones, y guiris.

Escribía Mendoza con ese tono que «la calle del Musgo era una vía tétrica y solitaria, adosada a la tapia de un cementerio civil destinado a los suicidas». Por ese cementerio discurriremos cuando la carrera se convierta en carrera con mayúsculas. Pero en una mayúscula gótica, floreada, sobre fondo negro y con todos oteando dos esquinas más allá. En las calles de la cuadrícula del viejo Pueblo Nuevo, de las que siempre he pensado que se parecían mucho a un Harlem con talleres de motos y artes gráficas, se intuirán los kilómetros del disfrute.

También los de la pesadez de piernas. Al igual que los suicidas acudían al Cementerio del Este de recién muertos, voluntariamente (¿hacen algo involuntario?), nosotros iremos por allí sin haber sido forzados a ello. Ahí reside la gracia de correr largas distancias, como decía uno el otro día. En que, si nos mandasen hacerlo por la fuerza, nos resistiríamos con uñas y dientes.

Con estas nimiedades en la cabeza veremos asomar la verja del parque de la Ciudadela cuartelaria, moderna y rancia a la vez. Espacio que fue -en ocasiones sucesivas- cuartel destinado a reprimir, apertura al mundo destinada a mostrar la entraña industriosa de Barcelona y recogedero de animales salvajes destinado a recoger animales salvajes y ponerlos fuera del alcance de nuestras manos. Y no al revés.

Se te llenarán los ojos de lágrimas cuando veas el kilómetro cuarenta y dos. Antes se te llenarán de guiris. No de modo literal, porque los guiris no caben por mucho que te hayan dicho eso de «tus ojos son como oscuros pozos». No caben y ya.

Pero el paso por los últimos estertores del domingo barcelonés te llevarán a la Puerta del Ángel, a la Rambla, vamos, a todo lo florido, contemporáneo, canalético y visitable de la ciudad del Cobi. Unos van a Canaletas a celebrar los títulos deportivos. Pues nosotros posiblemente nos sintamos aún lejos de esa victoria deportiva que en el kilómetro treinta y nueve aún no se ve. De ese pequeño momento de la épica personal. De la consecución del reto personal.

Que es parar y dejarlo ya.

Por que, ¿qué otro sentido tiene que corramos un maratón? En efecto. No hay otro sentido que el de parar cuando llegamos a meta. Una meta muy bonita y con sus globos y momentos emotivos.

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