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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Milán – Barcelona (1895)

Hace unos meses encontré en las estanterías de ese bloguero y periodista llamado Andy Milroy una referencia traducida de la prensa italiana histórica. Marco Della Croce escribía sobre varios tipos que compitieron en una carrera pedestre durante más de mil kilómetros entre Milán y Barcelona. 

A pie. Es necesario insistir.

Diez etapas totalizando el millar de kilómetros. Delante el italiano Carlo Airoldi, un musculoso y completo ‘sportsman’ que lo mismo boxeaba que pedaleaba que corría a pie. Tal fue la ventaja que acumulaba a la entrada a la ciudad de Barcelona que pudo tomarse un segundo al escuchar las noticias sobre el segundo clasificado. No eran buenas.

Era la última etapa, de un centenar de kilómetros como cada una de las demás. Habían partido de Figueras, según los registros de la época. De Figueras a Barcelona. Plantéatelo por un segundo.

Curiosamente, Carlo Airoldi fue rechazado como eligible por el príncipe Constantino de Grecia en 1896 y no pudo participar en los primeros Juegos de la Era Moderna. En Atenas el príncipe griego estimó que no cumplía con los valores olímpicos de amateurismo ya que recibió un premio en metálico de dos mil pesetas de 1895.

Dos mi pesetas por correr mil kilómetros. Magra profesionalización, ¿no creéis?

El sol estaba pegando de lo lindo y la entrada por los arrabales de Barcelona se hacía por tapias desconchadas, por el norte, por el camino (aún) ruinoso que comunicaba la España de Cánovas con la Francia en que los hermanos Lumiére habían estrenado la proyección de la luz y la imagen sobre una pantalla.

El italiano, cuya historia será contada por Manuel Sgarella en 2005, se sabe vencedor de la sfida organizada por el diario La Bicicletta.  A su lado circula un juez motorizado y le comunican que el segundo clasificado y su gran rival en la brutal expedición pedestre, Louis Ortégue, está atravesando momentos difíciles. Probablemente entre los árboles que daban sombra a la entrada desde El Clot hacia el ensanche se tomó una de las decisiones menos conocidas de la historia del deporte.

Louis Ortégue era un nombre famoso en la rara especie de los “pedestrian”. Había corrido el maratón en un tiempo espectacular para la época (contando solamente 40km) de 2h31. Sus enfrentamientos con otros italianos habían hecho imprescindible su presencia en la Milán – Barcelona. Previamente había batido al gran Achille Bargossi, conocido como la Locomotora Humana, en enfrentamientos en Lyon y El Cairo. Al francés apenas le resta llegar derrotado a la meta de la Ciudad Condal pero el esfuerzo está siendo más cruel de lo necesario.

Recordemos. Llevan corridos más de mil kilómetros en diez días.

El corredor que fue posteriormente acusado de profesionalismo y desposeído del derecho de ser el primer campeón olímpico de maratón, dio media vuelta y se acercó a interesarse por el segundo clasificado.

«Luigi», brevemente. El francés apenas debía tener la visión más clara. Reconoce a su compañero de liderazgo deportivo. Poco más.

En meta hay una expectación azuzada por la presencia de elementos marinos de la madre patria italiana, las incipientes sociedades civiles y excursionistas de Barcelona, la ciudadanía y público curioso en general. Barcelona está bullendo de entretenimiento. Es el final del siglo y la expansión del ocio ha llevado la gente incluso a acudir en masa a las corridas de toros de las ‘noyas’, las mujeres-torero.

Airoldi subió a sus hombros al segundo clasificado y se arrancó en dirección a la meta. Entró en meta cargando con Ortégue.

La ciudad de Barcelona no podía hacer menos que premiar el gesto y le sacudió dos mil pesetas de las de finales del siglo XIX.

La modernidad del gesto y de la historia completa del forzudo deportista están ampliadas por la ulterior expedición a pie hasta Atenas, el año en que los Juegos arrancaban su epopeya más gloriosa y menos mística. Airoldi fue a pie por todo el arco mediterráneo sorteando Albania, Dalmacia y llegando a Atenas buscando su propio sustento.

Quizá hablemos de él en otro momento.

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Foto: Commons Wikimedia.

1 comentario

  1. Dice ser Kastle

    Ese es el espíritu de un deportista, espíritu que parece totalmente olvidado en el deporte profesional.

    21 marzo 2013 | 12:47

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