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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Ser del Estu, ¿un modelo?

No estoy seguro de que lo sea. O sí. O a trozos. Yo, lo soy. Esto debería servir para dudar inmediatamente de las palabras que se viertan a partir de esta afirmación. Mi transmisión es sesgada, parcial, sibilina y el resultado de ella son dos hijos de gustos alejados de la mayoría. Pero algo se puede decir – y debe hacerse – en plena guerra por la subsistencia de los modelos fordistas del deporte, cuando el fútbol pierde facturación aunque gane en fanatismo, el baloncesto empobrece sus ligas, montadas sobre humo y financiación subsidiaria de las entidades públicas y financieras del ‘boom’ y, de los demás deportes, solamente se habla en círculos minoritarios o cuando hay un escándalo por medio.

Vuelvo al titular. Un modelo. ¿Es el Estudiantes algo parecido a ello? ¿Cómo decir qué es un modelo? ¿Ser un modelo es un ejemplo de cómo se hacen las cosas? O, de otro modo, ¿un ejemplo de cómo hacerlas?

Vayamos afinando. No soy analista de variables de modo profesional pero, si tuviese que diseccionar qué diferencia un equipo de otro, si hubiera que contrastar qué hace que una masa de seguidores (aparte de la tradición o el entusiasmo ciego de los deportes de masa) opte por un club de otro, se me ocurren estas: Afición, cariño, profesionalidad y valores.

Afición.
Asefa Estudiantes es un club de baloncesto que engloba una categoría profesional, amén de un buen número de equipos de cantera, de formación. Desde hace sesenta años y desde su origen en la cancha descubierta del Instituto Ramiro de Maeztu, las gradas han estado impenitentemente pobladas. Desde los pocos cientos de aficionados (y, a la vez, practicantes) sucumbió a una política deportiva tan nefasta que perdía la categoría por primera vez en 64 años de historia. Aún así, era el único que superaba la cifra de 10.000 espectadores en la temporada, con una cifra media de asistencia de 10.412 durante la fase regular de la competición. Nunca menos 9.000 y, el encuentro de la última jornada contra el UCAM Murcia, en el que se consumó el descenso, un espeluznante ‘no hay entradas’ con 13.500 espectadores. Practicantes o ex-practicantes, en su mayoría, la grada del Estu contempla de modo vehemente, tranquilo o mordaz, según toque, ese juego que todos conocen desde su época de crío.

¿Es tan excepcionalmente puro este graderío? Obviamente, no. No es que tenga que serlo, aunque…
Las empresas que invierten en el sostenimiento del deporte profesional hacen que aficionados de nuevo cuño, invitados de última hora o visitas de cortesía también formen parte de esa grada. No se puede ser ciego ante el hecho de que hay gente a la que todo le suena a chino. De todas maneras, una proporción mínima. Pocos están por echar la tarde, porque un partido de la liga ACB-ahora-Endesa no es un destino turístico como los toros o el Bernabéu.

No sé donde incluir la existencia de una maravillosa sección infantil. El baloncesto mueve a las familias tanto como el fútbol pero en un esquinazo de la cancha Estudiantes tiene una ¡guardería!. Niños de gateo jugando con monitores mientras se empapa del ruido de fondo en el que se grita ‘y Kuwait, Iraquí, y Alcobendas, magrebí, y una mierda…’.
En efecto, no es ni políticamente correcto, ni amable con todo el mundo. Es una grada que se ha criado desde los patios de un colegio, las gamberradas frente al orden establecido en el mismo colegio, en la liga frente a los odiados enemigos, pero que regresa como maduros y educados padres porque algo engancha. Reitero: educados. El entorno estudiantil no recibe la etiqueta por aficionado al Estudiantes. La grada representa un segmento de la urbe madrileña, con estudios, gustos hasta cierto punto minoritarios (el basket lo es) y – afróntese- orgulloso de alejarse de la masa cerril vocinglera y de chándal del fútbol y los diarios deportivos. ¿No apetece llevar a los hijos a un ambiente así?

Cariño.
Porque, generalmente, el Estu cae bien. En lugares determinados, ciertamente, no. Es consecuencia, casi siempre, de la ira incorrecta de los más jóvenes. En efecto, el Estu cae mal cuando se le entiende como esa masa de chavales alborotadores y de humor grueso (¡finísimo, diría yo!) que compone la Demencia. Este grupo de aficionados surge en los años 70 de la fusión de diveras interpretaciones del pitorreo (Que Trabaje Rita, Partido Demencial) y que fusionan baloncesto con el sentir de jóvenes rebeldes de cada época. Irreverencia, juventud, un equipo de patio de colegio. Quién si no es capaz de exigir al Ministerio de Cultura la retirada de todos sus representantes, el arrío de su bandera y la devolución de todos los territorios ocupados tras el internado, la recuperación de la ‘antigua mezquita’ de Serrano 125, convertida por los invasores en iglesia del Opus Dei o el reconocimiento de Alberto Herreros como auténtico Judas o cooficialidad del Arabe y cierre de fronteras y prohibición de las armas, que serán sustituidas por insultos, improperios y rimas ingeniosas. El caldo de cultivo ideal para una juventud urbana, irredenta y diferente.

Mal o bien, cae. El Club Estudiantes también arrastra público a otras canchas. Como visitante generó en la pasada liga, la del desastre de juego, una media mayor de 8.000 espectadores. Recordamos que ahora mismo el Fútbol Club Barcelona está arrastrando apenas a 4.000 de sus propios espectadores, a los que habrá que añadir a dos docenas de turistas despistados que compraron el bono en el hotel de Salou y terminaron en el Palau Balugrana (de una capacidad total de 7.500).

La prensa y los profesionales de la comunicación no se abstraen del fenómeno. La representatividad de las noticias del club en los medios es alta. Las campañas publicitarias se encargan a agencias con un extra de originalidad y asoman en las horas de máxima audiencia generalista de las televisiones. Zombies, jeques árabes o Azofra cosechando jugadores, la sociedad del deporte y la comunicación tiene al Estu como una de las niñas bonitas, el vecino simpático que nunca ganará nada pero que queda bien en las cuotas minoritarias que la sociedad permite a lo diferente. En la globalidad del mundo que no piensa, de la especulación y de la competitividad por los minutos de televisión o miles de camisetas vendidas o de hectáreas de terrenos recalificados ¿es esto bueno o malo?
No tengo ni idea o me la reservo. Como escribía mi amigo Sergio hace poco, es innecesario hacer enemistades. Apetece ser de los salmones que nadan contracorriente pero … nadar para desovar ¿y morir? ¿Generar simpatía por que no podemos vivir sin hacer el ganso o es una estrategia comercial constante y necesaria?

Profesionalidad.
Aquí entra el tamiz de saber si todo esto tiene un fin, si va o no. Es la parte más difícil de valorar. A pesar de ello, los resultados mandan. Sostener un equipo en la complicada élite de la ACB-lo-que-la-llamen durante los años de la facilidad no fue complejo. La aportación de un continuo de patrocinadores potentes como Caja Postal, Argentaria, Adecco hizo que el equipo nadara a favor de corriente. Coincidieron una generación excepcional de jugadores que fabricaron más fans. Eran los años mediados de los ochenta y los primeros noventa. Hoy vemos los chavales que alborotaban en la grada del Polideportivo Magariños, con veinte años más. Como resultado, la generación de una fidelidad febril. En la Liga existen pocos equipos así. Unos han surgido de ascensos de equipos menores de grandes ciudades liga ACB, a las que sirven como estandarte en la misma (Fuenlabrada, CajaSol Sevilla, Bilbao Bizkaia, Lagun Aro), otros compran su existencia a las secciones de baloncesto de equipos de fútbol (¿necesitamos nombres?)
¿Es una estrategia o lo que deja libre el mercado del baloncesto profesional?

Llegaron los años malos. Se destapó lo más gordo de la deuda con Hacienda. La gestión previa no valía como excusa en un club acostumbrado a la información. Desde la perspectiva de la grada (donde hay que detallar que abundan los socios con acciones) no todo había sido de color de rosa. Duras negociaciones con la Agencia Tributaria a partir de 2008 destaparon que toda la información que se poseía no era del todo pública a las partes interesadas (el mismo Nacho Azofra, recientemente nombrado director deportivo, mostraba su indignación por la situación presupuestaria). El ‘Estu’ tardaría oficialmente tres años en salir de esta situación concursal. Se fundaría un colegio gemelo del Ramiro en unos terrenos de desarrollo de Madrid, siendo una de las pocas operaciones conocidas dentro de los penúltimos coletazos de la burbuja en las que un club deportivo se podía beneficiar. Un club que no fuera de fútbol, claro. El club ingresaría recursos y pondría a gestores contables de trayectoria (y de la grada) y pasaría lo peor en lo económico para pasar la situación a los competidores. En Diciembre de 2011 Lucentum destapaba una negociación por el triple que la de Estudiantes. Diez millones de pavos, según Pricewaterhouse. Menorca, directo enemigo en la pugna del mal juego, 3.7 millones. Joventut, el ‘otro’ Estudiantes, debía 13 millones en una gestión a la que también se debería de criticar por el buenismo.

¿Iba a ser la solución financiera suficiente para que el Estu recuperara gancho entre la afición? ¿Era imprescindible responder al graderío para que este siga empujando en la final de una temporada horrenda? Para que esto tenga sentido, es necesario apelar a una variable más.

Valores.
Es complejo hablar de ellos. Regresando a los argumentos emocionales, una vez que se da por sentada la fidelidad colegial y el apuro económico no es mayor que los demás implicados, ¿qué hay para que la guardería esté llena, los chavales empujen y los aficionados sigan sintiendo una sana envidia?
¿Qué se transmite, en teoría?

Los valores del Estu, oficialmente, son fomentar la vertiente formativa, educativa, integradora y solidaria del baloncesto. De modo sistemático, el equipo de baloncesto ha tenido décadas en los que el esfuerzo superaba la media. Pinone, Pedro Rodríguez, Martínez-Arroyo, Las limitaciones exhibidas desde la posición de un equipo menor se convertían en un reto para los estrategas del banquillo. Pero también ha tenido épocas en las que se traslucía impotencia sin la cara reconocible del Ramiro. Los fichajes de jugadores temporeros, los profesionales trotamundos a los que la Liga se había ofrecido como un escaparate potente, habían traído un aire de adocenamiento terrible. Y las temporadas iban pariendo perfiles calcados al decaimiento económico del país, al desencanto de la sociedad post-burbuja.

¿Solidaridad y esfuerzo? ¿Inventiva? ¿Dónde están los chavales? ¡Pepu, pide tiempo! Casimiro, ¿no irás a sacar otra vez a esa medianía de 34 años? Francisco, ¿Bullock? ¿Quién es Morandais? ¿El número 15 del Draft es este que salía anoche absolutamente pedo del bar? Y en el mes de Marzo de 2012 el equipo estaba perdido sin saber qué valores o qué había que plasmar en el parqué. En posiciones de descenso y con el fracaso de la segunda aventura de Pepu Hernández, otrora brillante seleccionador y siempre filósofo del Ramiro de Maeztu. En Abril Saúl Sánchez y Kirk Penney daban un clinic de ataque y ponían al Fuenlabrada, al equipo de las mofas, de las señoras con la laca y los bombos de peña de pueblo, diez peldaños por encima de un Estudiantes que caía en casa. Trifón Poch (una loable persona contratada en varios equipos como solucionador de problemas, una especie de Sr Lobo del basket) había venido como los bomberos de las pelis de cine mudo, como los Keystone Cops que aparecían para poco más que armar polvo y caer ante lo inevitable. En la derrota anterior contra Bizkaia Basket, un segundo cuarto con 7 puntos anotados, al pozo de los cadáverez y … 11.000 personas animando. Cifras que se repetirían con la angustia de los encuentros venideros.

En estas etapas, irónicamente, se redoblaba el seguimiento. Quizá un morbo por el drama o quizá un ansia por no ver desaparecer el equipo en la inviabilidad de las segundas ligas nacionales. Once mil espectadores es mucho más de lo que se ha podido permitir un equipo medio de la Liga. Joventut apenas 4.300 en un desolador encuentro contra Gran Canaria en un Olímpic desvestido por completo.

Sí, esto es Madrid. Y en Madrid hay gente ‘pa tó’. Pero al día siguiente del estropicio del BBB, el Real Madrid CF era capaz de apenas llevar 6.300 espectadores para ver una previsible y fácil victoria contra CAI. Tampoco nadie en Barcelona parecía interesado en descubrir cosas nuevas en un FCB – Bluesens. Entonces, sí parece ser cosa de valores transmitidos. ¿Qué puede ofrecer a la sociedad un equipo que siempre gana? Comodidad, displicencia y suficiencia hacen que ‘mucha gente sea del’, pero cada vez menos gente acuda a disfrutar de lo que ese espectáculo genera.

Como colofón yo me quedaré con esas sensaciones encontradas de acudir a revisar resultados probablemente adversos en la prensa, en la Red o hasta en el teletexto. De acudir a una grada donde millares de chavales empujan (la juventud es un preciado y eterno regalo que nunca se debería dejar abandonado en las cajas de la rutina), se rebelan contra la mala aplicación de las mil justicias y normas, las normas justas del reglamento, las injustas del azar. Ser del Estu es salir de casa con el convencimiento que nada será ordinario ni rutinario. La insolidaridad del deporte profesional es tan poderosa como la previsibilidad de los resultados. David tuvo un momento de coña y dió con la piedra en la frente de Goliath. En la grada sabemos de los millones de davides a los que le arrancaron la cabeza y los miembros en las batallas anodinas de siempre.

Un momento de pitorreo, el orgullo de ver jugar unos casi quinceañeros con los grandes, la desvergüenza de renunciar a cheerleaders en un graderío lleno de testosterona o la imposición de que, en los tiempos muertos, salgan los niños del alevín a correr y tirar canastas delante de diez mil personas, eso hace que la ‘enfermedad estudiantil’ siga mereciendo la pena. Para mí, lo merece.

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