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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

un menu degustacion

Complejo pasar de una crítica a un establecimiento ramplón como el Siete de Diego de León (ver este mismo blog, unos clicks más abajo) a una visión optimista de la vida. Pero nadie dice que lo que uno recibe como comensal sea siempre una línea plana. Lo que hace una semana se traducía en un somero cabreo, este lunes pasado ha sido un reencuentro con las cosas.

Y las personas.

Apunten. Mesa para seis. Degustación.

Sopa de cocido. Un tradicional guiso hecho con un caldo tan concentrado que varios de los asistentes juramos que tenía un gusto a marisco. Pero vimos el caldo y sus minas antisubmarino flotantes y aquello, señores y señoras y caniches y demás prosimios, era caldo de cocido. Con la verdura, la carne, la gallina y la punta de jamón.

Croquetas de carne. No unas croquetas cualquiera. Las croquetas de carne.

Estofado de pollo y verdura. Quizá el pollo tuviese los mismos kilómetros de corral que mis zapatillas de correr. Hecho a la cazuela. Tremendo. Se deshacía.

Muslo de conejo de caza con almendra. La almendra es un valor seguro en los guisos caseros. La ternura de aquella carne casi morada con sabor a hierba seca era todavía mejor que los siglos que lleva la tuda produciendo almendras.

Natillas con galleta. En plato naranja, como en casa. Con cinco galletas Fontaneda. Sin apreturas.

Chicharrones de azúcar y almendra y pasas. Hechos en casa. Con yema y ya está. Por si había sitio. Que no lo había. Ni para morirse.

Quiero decir que, visto así, en fila, el menú degustación es difícilmente mejorable. Es más. A la cocinera ni se le puede reprochar que haya barrido hacia casa diseñando un menú absolutamente casero y campestre. Las materias primas sorprenden. La delicadeza de cómo se moldea la croqueta supera (si cabe) el aroma a tomillo y matojos del conejo. ¿Maridar? Podríamos haber pedido vino artesanal hecho con malvasía, o algún Ramón Ramos – que me consta que por allí había. Y, si no, haberlo comprado en la bodega, a escasos 500 metros. O traer algún Lagarona (Estancia Piedra) supremo o incluso comer con un verdejo fresco.

Pero es mi tía y, en su casa, cocina como le sale de los cojones.
Y gustoso le fregué los platos y la cocina.

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