Runstorming Runstorming

Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Secuencia parodia dramática

Miércoles. 20.21pm; Todos los vuelos están completos y nadie me garantiza las conexiones con el continente. Estoy en manos del vuelo AEU133 a Berlin Schoenefeld y conexión nocturna para llegar mañana jueves a Madrid. He pasado por la terminal de ferries pero las opciones son demenciales. ‘Jesús, llegarás a tiempo para la feria a coger dorsal?’, me atormenta desde la distancia Ignacio, ‘nacho perillas’. Él ya tiene los deberes hechos con sus furiosos 2h54 en París y aquí estoy yo. Dar porrazos a las teclas de la berry no tiene más sentido que dejar pasar la angustia entre tristes neones amarillos y asépticas señalizaciones de buy&fly (fusilado de Schiphol, fijo).

22.03pm. Acodado en las barreras de aluminio del Bistro Atlantic donde solo hay un camarero de pelo albino y dos pendientes en el labio inferior, me veo mirando alternativamente a la pantalla de salidas y al techo rojo del bar. Techo ikea, hay que joderse, qué obsesión del mundo por ikea, como el berrinche minimalista de las amigas de Ana, las epicúreas solteras, tan equilibradas ellas, tan serenas y sin nadie por quien llegar deprisa a casa. El plan estaba de putísima madre si no fuera por esa obsesión compulsiva por comprar todo lo que exhibiera entre sus hojas abiertas como piernas el catálogo de Ikea. 

Ana estará pensando en el día que decidimos no tener hijos. Fue nuestro primer acuerdo universitario. Salir, el teatro, bueno… ella conservaba su fiel círculo de amigas de Aluche y yo a la panda del Retiro. Por aquellos días nos montamos alguna buena en los autocares. Los del club, me refiero. Yo apenas había iniciado mi andadura en las carreras y todo el empeño era intentar ser sub 40, o sub lo que fuera.

22.04pm. Quizá sea el momento de abandonar la pelea. Las parejas son aspiradoras concéntricas. Son el Mäelstrom. Son las nubes del volcán que me tiene en tierra. Si tuviera que escribir una Bitácora de un drama: me gustaría que esa creación nórdica de dos piernas que acaba de pasar con su falda de tubo me masajease al final de un maratón. Doctor, ¿estoy enfermo?

Embarcamos y apago mi berry. Fuera ya es de noche. Una noche boreal. Fea. En Hermosilla seguro que quedan mil luces dadas, mil tiendas abiertas.

Jueves. 03.38am. Enésima pesadilla que circunda mi cabeza. Otra noche maldurmiendo. Los ojos me arden y noto un ácido temblor de mandíbula. Estoy en territorio alemán, otrora zona de paso y exclusión. Mierda, tenía que haber reservado dorsal para el maratón de Berlin. Los del club dicen que entrenar durante el verano no es tan cabrón. Tengo un serio embolado con los enchufes del cargador de mi berry. De la extensión negra y con teclas de mi mano izquierda. No tengo mi maleta a mano y solo me asaltan fatídicos pensamientos sobre equipaje perdido. En este momento debería estar pensando en mi vida, también perdida. Pero únicamente me vienen desequilibradas cábalas sobre ritmos de carrera, si me habrán perdido las response de mi alma y el pulsómetro, o sobre si seré capaz de pillar una tienda abierta para reponer mi stock de tranquilizantes. Hace dos días que no sé de ella. Tendré que acostumbrarme a llamarla así. Ana será un punto de mi pasado, un punto de color caoba, ondulado.

05.12am. Mientras me estás leyendo, café en mano, se me están adormeciendo la ganas de vivir. Tú, en tu trabajo. Yo, en Berlin, saturando mis conexiones neuronales con química y calambres estomacales. La información en Reykjavik fue errónea y no hay conexión a primera hora. Un EZY, un Easyjet, es lo primero que saldrá con supuestos asientos libres a Madrid, esta tarde.

Y me siento terriblemente patético. Empiezo a pensar en las horas pasadas leyendo sobre carreras populares. Letra sin sentido … o ¿sí lo tenía? Una pareja que se distanciaba, una edad crítica como el ángulo de las mieses que esperan a caer dobladas por el viento tórrido de agosto. En la que un punto más significaría la ruptura. Pulsómetros, zapatillas y cómo afrontar conceptos tan vacuos como el muro de maratón, o la supuesta felicidad grácil del correr sin esfuerzo. Espero encontrar alguna respuesta en las doce horas que me quedan hasta la conexión.

07.55am. El agotamiento y una tristeza sin fondo, igual que un pozo que arranca en el estómago y termina en el fin del puto mundo, me obligan a apagar las reflexiones. Si me visitas en un rato quizá hayan caído los tentáculos de la rendición sobre mí. Esta noche debería dormir en mi Madrid, a la que ya no sé si en realidad quiero ir. Cierro los ojos y el editor de mi berry. Over.

[continuará]

3 comentarios

  1. Dice ser maria jesus

    Qué bueno, qué bueno, qué bueno !! esto sí que es «felicidad grácil » del leer sin esfuerzo y placer, del tirón, sin siquiera pararse en los avituallamientos.

    Eso, que continúe ! Gracias !!

    22 abril 2010 | 08:28

  2. Dice ser Commedia

    Así es, por entregas (como Pinocho), manteniendo la tensión.

    ¿No convocan un concurso de cuentos (este año sé que hacen el primero de fotografía)?

    22 abril 2010 | 08:41

  3. spanjaard

    Hartelijk bedankt, Maria Jesús. Pero tampoco es para tanto.

    Edu, imagínate el horror de cientos de corredores glosando la épica del maratón. Me dan escalofríos y cagaleras solo de pensarrrrlo. No des ideas.

    22 abril 2010 | 08:59

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