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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Catarsis

Renovación y repliegue de los convencidos de que lo viejo dura para siempre. En esta semana han caído una cafetera que apareció quemada, preparo la defunción de una chaqueta de pana que nació hace décadas y que compré en Waterlooplein, muere la financiación de un coche que, por fin, es de mi mujer al 100% y está pidiendo pista un lote de prendas de correr, del correr y del vivir, como escribió alguien por la blogosfera. Creo que Vicente.

Waterlooplein es o era hace una década una escudella de garitos y chamizos de metal, alineados por la cosa de todo orden que debe gobernar en un mercadillo. Hay unas tres filas en modo campamento romano y dos paredes que medio sirven de resguardo a bicicletas aparcadas, currantes del ayuntamiento de Amsterdam, y colgaos que campan pidiendo por las mesas de un café que casi hace esquina con Turfsteeg o que se quedan apalancados frente al escaparate de la tienda Aerobic. Estos colgaos suelen no salir en los reportajes de ‘madrileños por el mundo’, con lo que o vas a verlos personalmente o tendrás que creerte lo que te cuente yo.

A este mercadillo va la peregrinación semanal de estudiantes, arrimados, erasmus y modernos varios en pos de sus prendas posthippies, de ropa de segunda mano y tercer sobaco, o los más aviesos buscadores de emociones al MacBike de Nieuwe Uilenburgerstaat a alquilar su bicicleta para conocer mejor la perla del norte. Servidor cumplió con la tradición y comenzó a frecuentar aquel mercadito que sustituye emocionalmente al corazón de los barrios judíos de la ciudad, el jodenbuurt, dinamitados en la reforma homicida de la década de los 50 y que ahora acogen un hule que todo lo tapa y que nada filtra, con su teatro de la opera y su ayuntamiento en Weesperplein.

Y me compré una chaqueta de pana. Marrón. Con forro interior doradísimo y que hoy ya tiene más puntadas que años.

Y aquello fue el comienzo. Me agencié una camiseta de la selección oranje de los años 70, prenda futbolera ya cadáver, y una cafetera, y un candado, recuerdo, para la bici marrón que sonaba al ritmo de mis idas y venidas a casa. Como en su día vendí el recuerdo de regresar a Postjesweg y, mi santa, de momento dice que lo dejemos en la casa de empeño, que no está preparada para regresar ni de turista (oiga), recupero del montepío de las imágenes un par de esquinazos por los que uno merodeaba.

Todo este párrafo, total, porque anoche se nos quemó una cafetera.

2 comentarios

  1. Dice ser Bandoneon

    Nadie ha vivido de verdad si no compró algún mueble en Emaus de Holanda. Es una experiencia que renueva tu convicción de que otro mundo es posible, y que ese otro mundo es muchísimo peor que este.

    07 abril 2010 | 13:36

  2. Dice ser tatiana

    Hola¡
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    tatiana.

    07 abril 2010 | 17:53

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