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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

1988 (cosecha de)

1988. En este año yo básicamente no era aún nada. Un nada. Un simple aprobado de selectividad y un pingüino marginal. Sí, corría, esperaba mi turno para el maratón como si tuviera que llegar a la vuelta de la esquina, y leía. En un verano de mayoría de edad llevé cero papeles a mis vacaciones de Great Oakley, Essex, donde los amarillos llegaban más tarde de lo debido para lo que uno suponía. Dejaba encaminadas un par de cosas y recuerdo haber echado cierre a dos obras; Archipiélago Gulag y Rojo y Negro. En el verano de las 10 millas de Clacton, en que sinceramente no recuerdo si quedé el 17º o el 27º, pero sí que había tomado prestada una camiseta azul a dos tonos, de tirante, del Mapoma de 1987.

En 1988 dejé a Stendhal con ganas aunque luego me tiré a por Pierre y las Ambigüedades y quiso entrarme aunque finalmente le dí de lado. Como libro, como tema. En aquel previo de las olimpiadas seulitas se me debió pasar el ramalazo romántico. Ahora Stendhal y Solchenitzin yacen juntos con algun otro rechazado en el chiringuito, que decimos en casa.

También en 1988 cayó por la bodega alicantina de Gutierrez de la Vega un tal Camilo José Cela.  El fallecido nobel se topó con un vino que se mete 10 meses en barrica de roble francés y que también lo etiquetan como Rojo y Negro. Vaya: se enamoró de la bodega. Pues con el tiempo las carambolas hicieron que alguien tuviera a bien guardar una botella a mi buen Tolo. Éste es tan desprendido que me regaló una de esas joyas y que hoy hemos machacado grandes y chicos con unos espárragos navarros y una ropa vieja del cocido de viernes santo. Porque en chez spanjaard comemos cocido los días sagrados para las festividades monoteístas; la verdad que comemos lo que se nos cruza. Porque nos sale de los cojones. Si una religión prohibiese comer vísceras haríamos sesos rebozados. Si carne de bicho no asesinado, guiso de gatito. Lo mismo con la aguerrida cruzada contra el alcoholismo. Nuestros hijos huelen y miran de cerca el vino, cosa que sus padres no pudieron hacer por incultura familiar. Conocemos un catador que quiso dar un curso de cata de vinos en una Casa de la Juventud y le acusaron de querer alcoholizar a la plebe. Vamos a ver, si esos chavales esnifan calimocho y degluten tabaco picado con pimentón, o al revés.

Ah, el Rojo y Negro de Gutierrez de la Vega. Tolo, que digo que cómo es que un tinto de 22 años pude dejar olor a pasas y a metal en la nariz. Guíame. ¿Es el deje oxidado de la sangre en la boca, subida tras muchos meses en un correteo de 20km en la Casa de Campo con el Bichobolas, Enki y el Malagueta? ¡Que hemos hecho un bosque entero a 4.20 y que hasta el mismo Paquito s quedaba en las últimas subidas! ¿Puede quedar la acidez sobre las papilas y ser rescatada por un tinto de levaduras autóctonas y de garnacha con monastrell?

Me he perdido en mi deambular. Habrá que atacar al Castaño de 2006. Uno de los grandes dulces, el yeclano.

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