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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Alcalá

Tiene Madrid una puerta y un portón, un par de portezuelas y cientos de años de remodelaciones no han sabido realmente qué hacer con todas estas viejas salidas de aire y entradas de gentes. La Puerta de Hierro suena a clínica, yace encerrada entre autopistas, fue salida hacia Segovia pero la salida hacia Segovia y sus grandes dominios ha ido desvariando con los siglos. La calle de Segovia no apunta hacia Segovia, en los años en los que Segovia se extendía hasta Navalcarnero, Maqueda o Cercedilla. La Puerta de Toledo sufre de encogimiento constante; se la toma como salida pero el landmark auténtico de los toledanos fue el Puente de Toledo. Ahora lo son la A5 y sus procesiones de bolos y mostoleños aburridos en pos del Xanadú de los huevos. Ahí está esa puerta de Rastro más que de salida a Toledo, a la que han sometido un poco al rol de guardiana de un mercado artesanal lo cual no es ni malo ni bueno.

La Puerta de Moros, y la Puerta Cerrada, realmente, no son. Pertenecieron a la muralla cristiana, la del XV. La Puerta de Fuencarral desapareció con los años. La Puerta de Alcalá es la que ha pervivido desde los tiempos de Carolo (rege) y fue hacia ella a la que me encomendé anteanoche. Ante la duda de cómo recorrer algo digno para mis piernas, tomé las de Villadiego y troqué una vuelta nocturna por los dominios de Viñuelas, sin luz y con riesgo de partirme la crisma, por un acercamiento a aquellos viñedos de Alcovendas (sic), los cerros de Valverde y Fuencarral, total, que me fui para Madrid.

Tardé en despertar pero ya estaba por la vieja casa de Antonio Molina, por los chapiteles negros del antiguo Ayuntamiento de Fuencarral pueblo. Por las Cuatro Torres que tapaban a medias una luna menguante. De Alcobendas a la zona alta de la Castellana hay apenas una hora de trote, así que bajé a ver amanecer a Cibeles y la Puerta de Alcalá. Hombre. La cosa pierde bastante si no hay barullo, coches, chachas que siguen quedando, y si yacen hasta los mendigos que dormitan en los cajeros y concesionarios de Nuevos Ministerios. Ni sansilvestres ni runners encaminándose al Retiro. Pero la puerta de salida a tierras alcarreñas, a los dominios alcalaínos, está constantemente tiesa y se me quedó en jarras, medio mirándome a mí medio a la vecina Gran Vía, por encima de la estatua de los futboleros. Piqué el cronómetro, 1h45, me comí un par de caramelos, tragué agua para la ascensión a casa y me dí la vuelta hasta más ver. Sigue en su sitio, aunque está rodeada de absurdos anillos negros con líneas blancas.

Después, ya de día, los anillos se llenan de coches y los jardines de trípodes y de turistas que saltan a retratarse. Un día vamos a tener una desgracia con algún fotografiado que va a querar pasar a la historia como estampado. Vuelta a casa. Tres horas y pico después.

1 comentario

  1. Dice ser maría jesús

    Tjonge, tjonge, het is altijd een plezier om u te lezen ! Saluditos

    04 abril 2010 | 16:29

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