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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Senda de Merinas – Escorial/Madrid

El domingo me voy de parranda con un comercial de vinos. Suena, dicho así, a gloria. Ahora, si reescribo «el domingo me voy de parranda durante 55km por una ruta histórica, al trote y en autosuficiencia durante unas 7 horas, con un argentino entendido en vinos pero con más peligro que una mona con una caja de bombas, por una ruta histórica que no conocemos del todo y por la que podremos perdernos«, suena a que tengo un problema con el sistema métrico decimal. Y otro con mi proceso para seleccionar amistades; o todo a la vez.

Reconocido ya en terapia familiar que los ultracorredores tenemos un serio problema con la realidad de las distancias, usaré la madrugada del Domingo para acercarme al encuentro con Bandoneón, el gaucho sin fronteras. Cinco de la mañana, vieja Estación del Norte, como todas aquellas Gare du Nord del orbe ferroviario de los hermanos Perèire, inversores de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España que construiría ferrovías en un país de mulas. Tenemos previsto recorrer la Senda de Merinas desde El Escorial a Madrid.

¿Qué llevar? ¿Tenazas para cortar alambradas?, ¿ganzúa para hacer saltar cerraduras y poder pasar por los dominios públicos secuestrados por el desarrollo urbano de la masa asesina? ¿Chaleco antibalas para protegerme de los aficionados a la cinegética y de los defensores de los derechos de propiedad? ¿Casco? ¿Un parche con la banderita de España cosido a mi mochila para ganarme la simpatía de los habitantes de una zona conocida por su militante militancia? Dios, Andrés, ¿no podríamos haber diseñado un maratón dando vueltas a la manzana de tu casa?

1 comentario

  1. Dice ser Carlos

    Mucha suerte, aunque intuyo que si no fuera así modificaríais planes sobre la marcha con tal de conseguir una salida memorable.

    31 marzo 2009 | 15:49

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