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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Moussakis vs calamares

El domingo, mientras muchos ejercitaban su democrático derecho a correr por calles, conchas, avenidas y montes, asistimos a un duelo sinfónico y mandibular. Teníamos despistada a la gente, nadie miraba. Millar y medio estaban ocupados en dar dos vueltas y media a una ciudad como San Sebastián en medio del frío. Carlos Velayos, Darth Vader, paquetes D.O. y demás amigos pasaban calamidades voluntariamente mientras otros nos duchábamos después de 2 horas de campo pensando en ese fin de semana de pinchos y fascitis plantares varias.

En tal tesitura, asistimos en familia a un concierto de los denominados en familia. El CosmoCaixa se volvía a abarrotar y su plazuela se quedaba, una vez más, pequeña, como cuando nadie iba ni quería ir ni por asomo a aclamar a Franco a la Plaza de Oriente, ni cuando nadie asistía a los mitines de González o a las manifas radikales de los obispos y homófobos. Hasta la última butaca de la última fila. O sea. La excusa, los Moussakis, grupo de música balcánica afincado en Barcelona. Serbios, albanos de origen, israelitas, todos agrupados bajo el ritmo gitano y callejero de Branislav Grbic, un tipo con perilla que toca el violín que tocaba su padre, que tocaba el violín que amaestraba su padre. Moussakis, además; ahí es nada. Referencia a esa sedimentación de alimentos mediterráneos, berenjena y carne y berenjena y más carne. Es como si los alimentos hubieran caido aplastando, sin importarles quién los usaba, oleadas de invasiones, usos, horneados. Siempre otra capa encima. Serbios, kosovares, católicos radicales, otra capa, islamicos, croatas de monte, albanos, otomanos, otra capa más, y otra de berenjena. Turcos, macedonios, berenjena, macedonios y militares nazis, más carne picada.

Terminó, como todo en esta vida. Y el ejército panalcobendense se dirigiría a Atocha. En ese reducto de cuando la estación del Mediodía era un desaguadero de gente de campo sobrevive el Brillante. Establecido en 1961, según reza la placa. Berridos, cañas y turistas reacios a pasar a esa especie de centro de convenciones con mucha luz y gente de pie. Aún así, los turistas se van adentrando, quedan como toros en medio de la plaza, desorientados, entre los dos fuegos de las barras donde se grita a Luis ¡tengounadecalamares!, y este contraataca ¡pondooooscocasydoservicioooos!, y los turistas revisan a ojo qué se da y qué se cobra. Finalmente todos se distribuyen como las aguas cuando alcanzan un delta o el mismo mar, en abanico. Y nadie queda, nadie quedó, vaya, sin un hueco en la barra cuádruple como de portaaviones con F-18 de calamar rebozado y baguete grasienta.

Si no os váis a comer todo, papá o mamá se lo terminan.

Habían triunfado los calamares. Nadie se acordaba ya de la mousaka. Dos misiles de hijos se habían fundido dos misiles de 42 centímetros. Y una cocacola.

Foto del bello blog: Despertar es Morir.

2 comentarios

  1. Dice ser Marc Roig Tió

    ¡El brillante! Qué bocadillos me he tomado yo allí (antes de saber mi celiaquía) aunque no en el de Atocha sino cerca de Ventas. El mío era el de morcilla, los domingos por la tarde. Oooohhhh!

    02 diciembre 2008 | 10:10

  2. Dice ser santipalillo

    Al menos una vez al mes me tomo algo en El Brillante de Atocha, el café con churros o porras se sale, los calamares son especie aparte.

    Eso sí, el domingo mientras unos rodeaban Donosti y otros pateabais el campo un servidor se quedó en la cama, de vez en cuando hay que transgredir algo y más a mano que esto…

    02 diciembre 2008 | 11:46

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