Hambre

Hambre atroz. Voraz. De arroz, de perdiz, hambre de hombre. Hambre que da calambre. Toda la mañana pergeñando si añadir a mi tuper de pasta y mi plátano (caido ya en combate) y el tuper de fresas (me miran y les castañetean los dientes) una buena llamada al telepizza del distrito. El paseo de esta mañana del P-10 a la oficina ha sido al final un trote al sol (9.19am, casi 14º) viendo como reverdecen los cuatro sembrados y cómo … ahí le duele. El cómo. Que si me encuentro una vaca me la como.

Será esa idiocia que nos ata al ejercicio. Que nos convierte en trituradoras porque nuestro cuerpo arranca pronto a quemar combustible. Seguro que hay una dependencia detectable por las hormonas tras la que, a la mínima que recibe el estímulo paseo o rebrincamiento o trotecillo, aunque sea para bajar la basura, desencadena la quema del diesel acumulado. Y si no es caminando por la calle o brincando aceras, es un mecanismo de alerta mental.

Y como ahora la cabeza la tenemos en el maratón del Domingo… ya os cuento.

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