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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Si puo fare

Se puede hacer; en concreto, todo se puede hacer. Ayer leía en un cafe de Roma la Reppublica donde hablaban de las connotaciones Obamianas de la nueva figura de la izquierda centrada italiana. Hoy, el diario El País incluye similares aportaciones a la emergencia de un nuevo títere a la arena política (esto es cosecha propia). La noticia viajando conmigo por los aires para terminar en mis manos blogísticas, otro ejemplo que el tratamiento inmediato de la información, incluso, puede sufrir cualquier tipo de uso y abuso. En fin, a lo que iba. Parece que esta corriente de posibilismo político y populista anda de moda en las campañas modernas. En España hay dos tendencias, una apuntada hacia este puntal, aunque matizada con una negación a la alejandrosanz («no es lo mismo»), y otra que está disfrazada de esa payasada Mariana del PP de que sí que se puede, pero para la que se desgranan continuamente vivisecciones y prohibiciones: no se puede ser inmigrante y ganárselo muerto, no se puede ir contra la hostia consagrada, no se puede llevar el p(v)elo largo, no se puede andar uno quejando de la privatización de la sanidad cuando les acabamos de construir unos nuevos shopping-hospital-malls dondo todo es fetén, todo son subcontratas y donde hay comisarios políticos que controlan no haya anestesistas tendentes a la caridad anticristiana.

Circulando por la cittá eterna, de euwige stad, que me decía mi jefe el miércoles, he tenido varias visiones. La de la desorganización, la del visitante superado, el anestético encuentro de la primera vez en Roma, la percepción de las mil capas que laten en cada fachada, todas esas las llevaba ya aprendidas de mi visita anterior. Esta vez eran haces de luz como el que entra por el vano del panteón agripino. Quindi, insolentes flashazos; puñados de esa arenisca anaranjada, la terra cotta, lanzados a los ojos; Uno en el trayecto desde Ciampino, por la Via Appia (Nuova). El querer recorrer esa línea al sur, paralela, la via appia antica, a pie, un entoldado de pinos, cipreses, ruinas, metidos por las colinas en línea recta, buscando en esos 30 o 40 km el aroma de siglos de devastación y de encumbramiento del ser humano. Quizá corriendo entre piedra y verde, entre naranja y azul, los colores del alma mediterránea, sepa algo más de uno mismo.

La segunda pulsión perceptiva ha sido un gelatto di fragola e straciatella que cayó en mis manos en Via S. Francesco di Ripa. En una caserísima y demodé gelatteria del Trastevere a la que dimos mi prima donna y yo mientras buscábamos otra a la que caímos rendidos hará unos catorce años. Dentro, mantel de plástico y servilletas de cuadros. La jefa, la regente, reunida con delantal y moño frente a un comité local de tipos de gabardina, canas y propuestas de treinta mil euros para un asunto que guardaré para alguna novela o dejaré desvanecerse en mi frágil memoria (y selectiva; si no, olvidaría quién son mis enemigos). Únase la tercera y eterna percepción de que Roma se hizo para acojonar al peregrino de milenios sin final, de que dentro de cada romano hay un proyecto debastable de actor de escena, de las dimensiones otorgadas al espacio de culto y de que ese cóctail, de no existir, habría que inventarlo. Barroco es quedarse corto; vehemente es ser otorgativo; únanse en el espacio del pulgar los dedos índice, corazón, anular y meñique, gírese la muñeca mostrando la cavidad hacia uno mismo, mejor, las dos, y déjese la muñeca suelta para preguntar a cada tirano, a cada obispo, a cada retrógrado, ¿cómo que no se puede? Claro que se puede. Vamos, es que a estas alturas de partido, de milenio, de vernos las caras y de conocer hasta el último detalle, la última pincelada, el último matiz de cada obra, sabor, pasegiatta, fusilamiento, genocidio de esta especie asquerosa y aberrante… se non é giá fatto…. vamos, que si no se ha hecho ya…

Revisando mis notas mentalmente, se me pasaban los cannoli sicilianos de la Via del Corso a la hora del cafelito madrileño, sexo intempestivo en un palazzo reconvertido a hostal en Via Nazionale, las brutales columnas miguelangelescas de las Termas de Diocleciano (sólo a él podían encargarle la conversión de tan bestial espacio), y los más de 20km contabilizados en paseos entre viernes y sábado. Sólo una compañía como la que llevé hacen posible que ahora no esté perdido por algún rincón. Regálate un viaje a Roma. Pero ojo, resiste la tentación de quedarte.

3 comentarios

  1. Dice ser Sylvie

    Bella Roma…que envidia recorrer esas calles y divagar como lo ibas haciendo tú…

    besitos.

    11 febrero 2008 | 13:16

  2. Dice ser Mondo Gitane

    Echese unos trotes por la Vía Apia, descalzo, a lo Bikila, que lo tiene a huevo…

    11 febrero 2008 | 13:55

  3. Dice ser cabesc

    Muy bonita entrada Luis, me ha gustado un huevo, sera que no hablas de gintonices.

    11 febrero 2008 | 17:22

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