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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Salvaje sensación 27 años después

Llovía incesantemente por cuarta vez en el distrito de Barajas y ya no había respeto alguno por (re)mojarme. Ayer había llegado al trabajo embarrado, con los pantalones de montaña largos empapados, botas bajas y trenka hechas un cristo. Suerte que tiene uno de contar con baños completos y ducha y toallas. Eso no era óbice para tentar al agüilla que caía con componente SW y admitir que sí, que de nuevo iba a subir andando hasta la parada de autobús de la Avda de Logroño.

Pero al final no hubo paseo. Arranqué con un trote lobero nada más salir de la oficina, la ropa empezó en seguida a mojarse y a pesar aunque no tanto. Ni calor, ni viento, ni molestias, correr con una chaqueta de montaña absolutamente impermeable, pantalones de loneta, calcetines gordos, zapatos de monte bajos, encarando el Aº de la Tia Martina y una avenida aún sin abrir y calculo yo que sin bautizar, subiendo, los primeros 500m al trote, cada vez más empinado y cada vez más encharcado pero, salvajemente, sin esfuerzo alguno. Pero no salvaje como el crepitar del aguacero contra la chapa de la parada, pensé después. No había sido salvaje como las dos aprendizas de autoescuela, analfabetismo salvaje de periferia que va hacia atrás, garrulas y ejqueantes que intercalaban ese salvajismo gamberro lleno de tacos entre las apenas 200 palabras que controlan (mazo) de su idioma.

Ni salvaje como una avenida saturada por mil coches y sólo 4 interurbanos y dos EMT rojos, con apagones parciales -el cuarto en 2 meses- en bocacalles como la mía a pesar de que en La Moraleja no lo sufren, ni olores asalvajados de autoservicio chino ni del bar Martín y sus tapas de criadillas mezcladas con humo rancio encostrado en los posters de recambios Manuel. Era más bien salvaje como esas historias que cuentan de los chicos nandi que trotan 12 km por caminos para llegar a las escuelas primarias de la región keniana de Eldoret. Era correr salvaje como las formas de los labios de la mulata que esperaba el 827 al lado mío, una cosa salvaje que ni me hacía entrar en calor excesivo ni sudar ni me dolían los pies a pesar de que … o quizá precisamente por … llevar calzado duro, las gafas empapadas, el agua cayendo por las pestañas, kilómetro y medio que cada vez iba siendo más intenso. Era trotar montaraz, los talones cada vez más altos. Los brazos cada vez más ligeros. Para los iniciados y fanáticos de la estadística, los últimos 400m de esa sensación salvaje iba corriendo sobre 4.15/km, sin control alguno sobre fuerzas, sin saber qué hacía mi cabeza corriendo de noche por aceras llenas de desconchones y dos vallas de una obra de VPO que saturará un poco más un quesito más de esa ciudad de El Caserío e incrustará 36 familias en el distrito. A cuatro plantas, garajes y urbanización interior.

Veintisiete años después de haber comenzado a correr, con sus pausas para dormir, comer y amar, por supuesto, troté por primera vez de manera salvaje, africana, apenas veintisiete años después de haber pasado de ser un crío obeso y sedentario a un salvaje de escasos 71 kilos, empapado, pensativo y abrigado innecesariamente. Un taparrabos habría bastado.

2 comentarios

  1. Dice ser Spanjaard

    Algo no va bien en esta web hoy…

    21 noviembre 2007 | 12:57

  2. Dice ser Sergio

    Pues si en kilometro y medio te da para un post enterito con 12kms te hubiese dado para un libro.
    Que sensacion la de ayer corriendo lloviendo a mares mientras los coches estaban amontonados en las glorietas tratando de avanzar un triste metro

    Vuelve a blosgspot

    21 noviembre 2007 | 16:16

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