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Poner un pie delante de otro nunca tuvo tanta trascendencia.

Mi Buenos Aires, querido

Pues un otoño de hace pocos uno tuvo la suerte de ir a visitar a su hermana a Buenos Aires. Además de descubrir donde se habia desangrado Europa (mi bisabuelo fue a por tabaco y murió con una segunda familia fundada en Argentina), donde estaba el genio y el hambre, de ver como habían construido una ciudad más hermosa que París y más espaciosa que Berlín, que habían poblado con sicilianos de Modica, gallegos de Cangas, salernitanos, sanabreses, hebreos polacos, pude sentir algo que durante años había rechazado. La llamada de la sangre.

Camino de la Bombonera aquella tarde olía a choripan y a guerrilla. Centenares de coches aparcados en las descampadas traseras al puerto de la Boca pitaban tras ser asaltados por las hordas hambrientas de todo, de idolos, de tardes plenas de sudor y sol. Bajamos del colectivo a unos trescientos metros de ese despampanante espantajo que es Caminito, saltamos la valla y atravesamos dos cuadras que iban degradándose en arco iris del gris al pálido y del yeso al negro. Humo saliendo de una esquina, bidón asando más choripanes, ‘negros’ y transeuntes de lo ajeno, chicos de las villas, Chacariteros que juegan al fútbol con los clientes de las prostitutas al calor de las bocas de los talleres del subte(rráneo), y una pared vertical entre solar y medio de incalculable valor sentimental. La Bombonera llena, acaban de aterrizar los primeros villeros y los más violentos de los hinchas de Boca. El partido del homenaje a Diego, que es Dios, a escasos cuarenta minutos, la cancha llena, empujones y cargas de caballo sobre las espaldas negras y azul y dorado de veinteañeros sin nada más que sangre en la sangre. Sangre de su Dios.

Un viejo me oye comentarle a Teresa algo, flashback, nos han pillado y eso que vamos disimulando y apenas susurramos para pasar desapercibidos, yo sin afeitar, sandalias rotas, camiseta negra con Dios seriegrafiado, ella morena tanto turca como siciliana.

– Ustedes son gashegos.
– A ver.
– Yo nací en un pueblín de León.

El hombre llora solo. Se le ha roto algo dentro. A mi también. No puedo pasar más horas en el estuario del Plata con estas averías en lo más hondo de la cabeza. Entiendo que le pasa. Yo he volado desde mi emigración europea, para ver a mi hermanita, de nuevo emigrada a Argentina, y el leonés se queda parado en el caleidoscopio de los mil reflejos, sin poder cruzar la cara cambiante de la vida, la que le acercaría a nosotros, porque una riada, además, de xeneizes, la ‘bosta’ de este maravilloso mundo paralelo que es Argentina, atruena como si un maremoto fuera a romper sin remisión contra Puerto Madero y destrozar tanto lujo renovado con la ira del pobre:

– Maradooooooooooooooooo

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