La noticia había llegado a las redacciones a eso de las doce de la mañana. El bebé de Dalila había fallecido por una negligencia médica en el Gregorio Marañón. Todos los medios nos íbamos concentrando a las puertas del hospital. Tras la rueda de prensa, había que esperar la reacción de la familia.
Comenzaban los nervios, las carreras y los rumores. Alguien había visto entrar a los padres de Dalila, pero nadie sabía por dónde habían accedido al hospital.
Por la puerta principal… por la puerta de Materno-Infantil… por la puerta de Infantil… por la puerta de Anatomía Patológica…
Dos horas después, se producía el altercado. Los padres de Dalila salían, y una avalancha de medios nos lanzábamos a grabar, preguntar y fotografiar.
El padre de Dalila perdía los nervios… y agotaba su paciencia…
Periodismo sin escrúpulos, sin vergüenza, sin sentido… mientras éramos increpados, todos callábamos, y volvíamos a ser personas… ¿Y si los protagonistas de esta historia hubiéramos sido nosotros?
Bajamos las cámaras, ya teníamos «la foto»… y nos marchamos…
En ciertas ocasiones, este oficio es una mierda.