Cuando nos ganábamos el pan con la agricultura, la ganadería, la industria o la minería el patrón compraba músculo de trabajador, capacidad de mover cosas. Y para mover algo hay que estar allí, a su lado. De ahí proviene la costumbre de contratar a la gente por tiempo, con el sobrentendido de que se trata de tiempo pasado en un lugar concreto. Y de ahí los múltiples mecanismos de control de asistencia que se han usado para controlar a los trabajadores. Hoy esos sistemas pueden ser ubicuos y omniscientes: utilizando cámaras, lectores biométricos o el control de uso de programa informáticos puede controlarse la presencia física, actividad y casi pensamientos de una persona con precisión que enorgullecería a un señor feudal o un capataz de esclavos. Pero que tal vez no tiene sentido hoy, donde lo que las empresas necesitan no es músculo, sino cerebro. No se puede medir al trabajador de hoy con la vara de medir de ayer. No es rentable, aunque sea posible.