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199 cumpleaños de Charles Darwin

Desde que la humanidad es humana nos hemos preguntado por el origen de la variedad de los animales y plantas que pueblan el planeta. Para una mentalidad religiosa, anclada en la mitología, la respuesta a cualquier pregunta sobre los orígenes, diferencias y semejanzas entre seres vivos era siempre la misma: ‘es la voluntad de la deidad’. Hasta tal punto que origen y divinidades quedaron unidos en la mente de las gentes, formando una unidad, como la que formaban los cielos y los dioses. Las personas etiquetaban para su uso e interés los seres vivos, pero no se molestaban demasiado en preguntar de dónde venían.

Sin embargo los filósofos (amantes del conocimiento) que se molestaban en mirar de verdad no podían por menos que percibir similitudes intrigantes entre los animales, además de sus diferencias. Un gorrión es casi idéntico a otro gorrión, lo cual nos permite agruparlos juntos, pero también se parece mucho a un águila, porque ambos son aves. Analizando bajo la superficie, resulta que gorrión y águila son en muchos aspectos como los mamíferos, y en otros se parecen a los reptiles, que a su vez comparten características con los anfibios. Y así todo. Los seres vivos están claramente relacionados. Cuando se analiza su anatomía en detalle, aparecen profundos parecidos: todos los mamíferos tienen igual modelo de diente, sean musarañas o elefantes; todos los tetrápodos lucen en sus extremidades el mismo esquema, desde el ala de un ave a la pata de un caballo, la mano humana o la garra de un tigre; ciertos huesos de la mandíbula de los reptiles forman parte del oído de los mamíferos. Estos parecidos son un misterio.

Para los creyentes de toda deidad, la respuesta a este misterio era y será siempre la misma: es la voluntad de la divinidad. Pero para filósofos y naturalistas esta explicación es insuficiente. Los animales se agrupan por parecidos, y se separan por diferencias de un modo consistente y sutil. Los estudiosos empezaron a pensar que unos animales podían, tal vez, transformarse, cambiando sus estructuras, pasando de una forma a otra. Estas ideas, sin embargo, tropezaban con una barrera infranqueable: no se conoce mecanismo alguno capaz de transformar hoy en día a un pez en reptil, o a éste en ave o mamífero. Sin saber de qué manera podría haberse producido esa transformación, la idea era ridícula. Especialmente cuando la explicación alternativa (dios lo quiere) era apoyada con frecuencia y contundencia por las autoridades civiles, por la violencia si era necesario.

Y entonces llegó Charles Darwin: un tímido estudiante de teología convertido en naturalista que tuvo la inmensa suerte de realizar un largo viaje alrededor del mundo que le permitió ver con sus propios ojos muchas de las maravillas de la vida en el planeta, y sobre todo tuvo mucho tiempo para pensar. Con lo que pudo observar, ciertas ideas radicales (y dudosas) sobre economía de Thomas Malthus, la idea de tiempo profundo producto de sus estudios con su mentor Adam Sedgwick y su lectura de los Principios de Geología de Charles Lyell, además de su experiencia en la crianza de animales domésticos, Darwin supo comprender el mecanismo de este fenómeno, explicando el procedimiento por el que un ser vivo podía acabar dando lugar a otro diferente.

Funciona así: todos los seres vivos tienen muchos descendientes, todos casi iguales, todos diferentes. A unos les va mejor en la vida que a otros, y estos triunfadores tienen más descendencia, que hereda sus diferencias y obtiene así una ventaja en su propia lucha por la vida. Los descendientes son como los progenitores pero ligeramente distintos; una idea simple. Cuando pasan miles, centenares de miles, millones y decenas de millones de años y de generaciones este motor sencillo es capaz de transformar la aleta de pez en la pata de un reptil, y ésta en la pierna de un mamífero, que se convierte en la aleta de una ballena y acaba cumpliendo la misma función que la aleta original, pero de forma diferente. Sin perder en sus características el rastro de cada uno de los cambios. Elegante y poderoso.

Darwin llamó a su teoría ‘descendencia con modificación’, y a su motor ‘selección natural’, por analogía con la ‘selección artificial’ de los criadores de vacas, perros o palomas, que escogen cuál se reproduce y cuál no en función de sus intereses. La teoría era sólida, y potente, pues permitía entender con facilidad la sorprendente variedad de los seres vivos, y sobre todo, sus misteriosos parecidos. Un antecesor común de toda la vida explica por qué todos usamos el mismo esquema químico básico (ADN, proteínas, lípidos, azúcares); un pez tuvo la primera aleta con quiridio, y por eso lo heredamos todos los tetrápodos; el primer mamífero tuvo un molar tribosfénico que sus descendientes hemos adaptado de mil y una formas, porque las diferencias de hábitat y modo de vida explican todo lo que separa a ratones, osos, gatos y humanos. El misterio central de la biología, el juego de parecidos y diferencias entre los seres vivos, puede explicarse. Ya no hace falta un creador de la vida para comprenderla.

De ahí el genio de Charles Darwin, el primer humano que comprendió la naturaleza de verdad, y de ahí su posición central en la ciencia de la biología, y en nuestro conocimiento del universo. De ahí la férrea oposición a su idea desde quienes creen en un creador, dado que el misterio central de la biología era su único refugio, una vez expulsadas las deidades del cielo por la física y la astronomía. Contraviniendo el postulado central de toda religión, la fe sin pruebas, muchos creyentes sinceros y benévolos se han empeñado y se siguen empeñando hasta hoy en denigrar y rechazar una explicación de la naturaleza viva, sólo porque les roba lo que consideran una prueba de la existencia de la divinidad. Darwin, tímido y bondadoso en lo personal, era consciente de lo que esperaba a su teoría y a él, por crearla. Por eso dudó durante 20 años, y por eso quiso rodear su hipótesis central de tantos datos y tan robustos razonamientos que fuera capaz de sobrevivir a las polémicas que le aguardaban. Hombre religioso en su vida personal, su honestidad intelectual le obligó sin embargo a publicar una tesis que sabía le acarrearía el odio de muchos eclesiásticos y el rechazo de las iglesias del mundo, que sigue hasta la actualidad.

Hoy se cumplen 199 años del nacimiento de Charles Darwin, que encajó las piezas básicas del rompecabezas de la vida de modo tan ingenioso y sutil que los nuevos descubrimientos, desde la bioquímica a la genética, desde la paleontología a la ecología, refuerzan su esquema básico al clarificar los detalles de lo ocurrido en nuestra historia planetaria. Merece la pena recordar y homenajear a quien regaló a la especie humana una de sus cumbres intelectuales: el entendimiento del cómo hemos llegado hasta aquí.

Feliz Día de Darwin

Felicidades; hoy 12 de febrero se celebra el cumpleaños de Charles Darwin, el científico que más profunda e involuntariamente ha cambiado la concepción que los humanos tenemos del Universo. Al colocarnos dentro de la naturaleza y sujetos a las mismas leyes que el resto del mundo vivo, Darwin eliminó nuestro carácter excepcional y nos sacó definitivamente de cualquier lugar próximo al centro del cosmos. Con ello proporcionó a las ciencias biológicas la conexión que necesitaban para relacionar sus diversas partes, desde la citología a la paleontología, desde la bioquímica a la ecología. Su recompensa fue el sufrimiento espiritual durante buena parte de su vida, seguido por la incomprensión o la deformación deliberada de sus ideas y el rechazo de muchos, que consideran casi un insulto que el ser humano no tenga características especiales, únicas y superiores.

Charles Darwin era un hombre modesto, trabajador, curioso y (al menos en origen) religioso, que luchó durante buena parte de su vida con las consecuencias lógicas de sus propias ideas. Sus experiencias y observaciones en el largo viaje de exploración a bordo del HMS Beagle, y la meditación basada en fermentos intelectuales de su época, le llevaron a conceptualizar un mecanismo plausible para una teoría ya vieja: la que afirma que los seres vivos han cambiado, transformándose unos en otros con el paso del tiempo. Esta idea (la evolución) explica la jerárquica ordenación de los seres vivos y también permite comprender el misterioso parecido entre estructuras diferentes; el brazo, la pata, la aleta, la garra y el ala, por ejemplo. En ausencia de ninguna idea moderna sobre herencia no había mecanismos naturales capaces de explicar de qué manera un animal podía transformarse en otro; cómo una estructura podía cambiar de forma y función con el tiempo. La selección artificial de los criadores de animales (palomas, perros, caballos) sirvió a Darwin como modelo. Sus propias observaciones de fauna y flora le proporcionaron ejemplos. Su rigor científico construyó conclusiones. Y esto le llevó al conflicto.

Durante más de 20 años Charles Darwin, convertido por sus descripciones del viaje del Beagle en un científico reputado, nada publicó sobre la Teoría de la Evolución por Selección Natural. Consciente de su importancia, y de las consecuencias que iba a tener, bregó con los argumentos y los ejemplos reforzándolos, depurando sus ideas, apuntalando hasta la exageración lo que sabía iba a ser una teoría polémica que le iba a traer disgustos. Tan sólo la noticia de que otro científico, Alfred Russel Wallace, había llegado a la misma idea independiente y posteriormente, y se disponía a publicarla, animaron a Darwin a hacer pública su teoría, y más tarde a dar a la imprenta su El Origen de las Especies: una obra cumbre de la cultura humana.

El libro explica cómo la variación al azar entre los numerosos descendientes de cualquier ser vivo es filtrada por las condiciones de su entorno, de tal forma que algunas variantes son favorecidas frente a otras, y perpetúan esa ventaja al tener más descendencia. La Selección Natural así entendida forma la base de nuestro conocimiento de la biología; por más que los actuales avances en genética o desarrollo puedan matizar o complementar detalles, éste es el motor del mundo natural, del que somos parte. Los seres humanos hemos llegado a existir por evolución basada en la Selección Natural, y estamos emparentados con el resto de los Primates, y con los Mamíferos, y con los demás Animales, y con las Plantas… en un continuo de vida. Un concepto que ni siquiera está reñido con la visión religiosa; tan sólo con ciertas concepciones demasiado expansivas del lugar de la religión en el corazón humano. Hoy, aniversario de su nacimiento, celebremos la memoria de Charles Darwin: honremos al hombre que nos enseñó que somos naturaleza. Como están haciendo al menos en Valencia y Bilbao. Porque su hazaña intelectual merece reconocimiento, y honra eterna.