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La Cienciología contraataca

Cuando te autodenominas Anonymous se supone que consideras tu privacidad como un valor importante. Así que los últimos contraataques de la Iglesia de la Cienciología contra el grupo que les ha enfilado tienen sentido. Elementos relacionados, según ellos, con la Cienciología han usado YouTube para distribuir vídeos en los que sacaban a la luz los nombres y apellidos de algunos de los miembros de Anonymous, mientras en los EE UU la propia Iglesia procuraba paralizar por orden judicial la siguiente ronda de protestas frente a sus sedes, usando de paso los papeles legales para identificar a sus rivales (equivocadamente, en algún caso). La controvertida Iglesia de la Cienciología lleva sufriendo el ataque de un disperso grupo de activistas basados en la Red autodenominado Anonymous desde hace meses. El grupo ha lanzado ominosos vídeos de denuncia y ha convocado protestas ante las sedes de la iglesia fundada por L. Ron Hubbard en todo el mundo, con cierto éxito. El enfrentamiento se está convirtiendo en un test de la viabilidad de Internet como vehículo político global, algo así como la Primera Guerra de Internet. Y parece que va para largo.

Añadidos un par de enlaces el 18/3/2008.

Cuando la religión ataca

El creacionismo, y su reciente variante el diseño inteligente, no son teorías científicas, ni tan siquiera dogmas religiosos: son ideologías políticas. Se trata de utilizar la Teoría de la Evolución por Selección Natural, una parte mal comprendida y fácilmente caricaturizable de la biología, como espolón y vanguardia de un avance de la teocracia. Pues no otra cosa que teocracia es imponer por ley la enseñanza de doctrinas religiosas en las clases de ciencias, es decir, prevalerse de los mecanismos educativos del estado para imponer creencias religiosas en el ámbito público. El objetivo final es que sean las religiones las que decidan qué es lo que se enseña y (sobre todo) qué es lo que no se enseña en la escuela pública. Pura teocracia: el gobierno de los religiosos.

Un ejemplo: hace hoy 83 años el congreso del estado de Tennessee aprobó la Ley Butler, que prohibía en las escuelas financiadas con fondos públicos la enseñanza de «cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del Hombre como se enseña en la Biblia, y enseñar en su lugar que el hombre desciende de animales inferiores’. Un profesor que fuese hallado enseñando evolución humana (el resto de los seres vivos sí que podían, al parecer, evolucionar) sería multado con entre 100 y 500 dólares por cada ocasión, un dinero en la época. Ésta es la ley por cuya violación fue juzgado en 1926 el entrenador y profesor interino John Scopes en el que pasaría a la historia como el ‘Proceso Scopes‘ (o el Juicio del Mono), dramatizado en obras teatrales y películas como una lucha entre el oscurantismo y la racionalidad que acababa ganando el lado de la ciencia, con la inestimable ayuda del abogado interpretado por Spencer Tracy en la famosa versión fílmica. En la realidad Scopes fue declarado culpable de violar la Ley Butler, aunque posteriormente el Tribunal Supremo de Tennessee anuló la sentencia por un tecnicismo, lo que se interpretó como una victoria de los partidarios de la evolución. Sin embargo la ley fue explícitamente declarada constitucional, y estuvo en vigor en el estado hasta 1967.

Contrariamente a lo que dicen, la actual ofensiva de los partidarios del llamado diseño inteligente no basa su vehemencia en nuevos descubrimientos, sino en una nueva urgencia proselitista. Quienes rechazan la evolución no es que estén convencidos de que la teoría científica es más o menos insostenible; lo que desean es abrir una puerta a la teología en las escuelas estatales, introducir una cuña que sirva para que la religión vuelva a dominar los currículos escolares, decidiendo así qué materias deben formar parte de la educación del ciudadano medio. El visceral rechazo a las tesis neodarwinianas enmascara una intencionalidad política, una clara ofensiva teocrática, y así está muy lejos de querer conocer mejor el universo o sus mecanismos. Como los legisladores de Tennessee en 1925, los creacionistas (de toda religión, con frecuencia aliadas) no quieren saber más, sino mandar más: dar un paso hacia el régimen político teocrático que en el fondo algunas personas religiosas piensan es la única forma legítima de estado. La defensa de la evolución es así una obligación no sólo científica, sino cívica: una forma de rebelión contra el avance de la teocracia. Porque si permitimos que los libros sagrados decidan cómo es nuestra realidad, acabarán decidiendo cómo debemos vivir nuestras vidas. Y la historia demuestra que cuando las religiones mandan, los pueblos sufren y mueren.

No manipularás ADN

La Iglesia Católica se moderniza; tradicionalmente despacio, pero se moderniza. Dentro de esta carrera hacia el presente la jerarquía vaticana ha hablado de remozar el clásico listado de los pecados más importantes, añadiendo unas cuantas infracciones nuevas a la voluntad de dios castigadas, en principio, con el Infierno eterno. Algunos de los nuevos pecados no dejan de ser curiosos, como la injusticia económica y política, que de haber entrado en vigor antes hubiese condenado a millones de católicos que deben hollar hoy el Paraíso gracias a este retraso. Otros parecen obvios, como que la agresión a la creación de la divinidad en forma de deterioro ambiental deba castigarse con la máxima pena. Y por fin otros tienen que ser producto de la ignorancia o el error, como es considerar pecaminosa en sí misma la manipulación del ADN. Condenando así al fuego eterno a miles de científicos que manipulan ADN todos los días en su investigación. Los pecadores.

La ingeniería genética consiste en una serie de técnicas para introducir genes en el genoma de seres vivos, y para activarlos o desactivarlos a voluntad. Una aplicación posible de estas técnicas es introducir con rapidez y precisión genes ajenos con el fin de proporcionara un ser vivo cualidades nuevas, reemplazando al tradicional método de la crianza selectiva, mucho más lento e impreciso. La creación por estos procedimientos de seres vivos trangénicos es considerada una abominación por muchos (desde ecologistas a luditas, pasando por algunas confesiones religiosas), ya sea por el peligro de contaminacion de los genomas naturales, por el temor a efectos secundarios imprevistos o por una generalizada repugnancia ante la idea de modificar seres vivos. En muchos casos esta repugnancia tiene bases religiosas; siempre es profundamente conservadora, en el sentido de opuesta al cambio, y en ocasiones bordea el rechazo de la tecnología misma o del modo de vida de occidente. Pero éste no es el único uso de la ingeniería genética. Mucho más habitual es emplear estas técnicas para analizar la función de genes concretos en los seres vivos. El dónde, cuándo y en qué orden se activan los genes determina todo el funcionamiento de los seres vivos, desde su nacimiento, durante todo su crecimiento y hasta su muerte. La manipulación de ADN es así una herramienta más de investigación científica, una forma de aumentar el conocimiento que tenemos los humanos sobre el Universo de lo vivo. ¿Permitirá la Iglesia Católica investigar a los científicos que usan esta técnica como herramienta, o les condenará como contrarios a la ley divina? Y si es así, ¿aceptará la práctica, dentro de 360 años?

199 cumpleaños de Charles Darwin

Desde que la humanidad es humana nos hemos preguntado por el origen de la variedad de los animales y plantas que pueblan el planeta. Para una mentalidad religiosa, anclada en la mitología, la respuesta a cualquier pregunta sobre los orígenes, diferencias y semejanzas entre seres vivos era siempre la misma: ‘es la voluntad de la deidad’. Hasta tal punto que origen y divinidades quedaron unidos en la mente de las gentes, formando una unidad, como la que formaban los cielos y los dioses. Las personas etiquetaban para su uso e interés los seres vivos, pero no se molestaban demasiado en preguntar de dónde venían.

Sin embargo los filósofos (amantes del conocimiento) que se molestaban en mirar de verdad no podían por menos que percibir similitudes intrigantes entre los animales, además de sus diferencias. Un gorrión es casi idéntico a otro gorrión, lo cual nos permite agruparlos juntos, pero también se parece mucho a un águila, porque ambos son aves. Analizando bajo la superficie, resulta que gorrión y águila son en muchos aspectos como los mamíferos, y en otros se parecen a los reptiles, que a su vez comparten características con los anfibios. Y así todo. Los seres vivos están claramente relacionados. Cuando se analiza su anatomía en detalle, aparecen profundos parecidos: todos los mamíferos tienen igual modelo de diente, sean musarañas o elefantes; todos los tetrápodos lucen en sus extremidades el mismo esquema, desde el ala de un ave a la pata de un caballo, la mano humana o la garra de un tigre; ciertos huesos de la mandíbula de los reptiles forman parte del oído de los mamíferos. Estos parecidos son un misterio.

Para los creyentes de toda deidad, la respuesta a este misterio era y será siempre la misma: es la voluntad de la divinidad. Pero para filósofos y naturalistas esta explicación es insuficiente. Los animales se agrupan por parecidos, y se separan por diferencias de un modo consistente y sutil. Los estudiosos empezaron a pensar que unos animales podían, tal vez, transformarse, cambiando sus estructuras, pasando de una forma a otra. Estas ideas, sin embargo, tropezaban con una barrera infranqueable: no se conoce mecanismo alguno capaz de transformar hoy en día a un pez en reptil, o a éste en ave o mamífero. Sin saber de qué manera podría haberse producido esa transformación, la idea era ridícula. Especialmente cuando la explicación alternativa (dios lo quiere) era apoyada con frecuencia y contundencia por las autoridades civiles, por la violencia si era necesario.

Y entonces llegó Charles Darwin: un tímido estudiante de teología convertido en naturalista que tuvo la inmensa suerte de realizar un largo viaje alrededor del mundo que le permitió ver con sus propios ojos muchas de las maravillas de la vida en el planeta, y sobre todo tuvo mucho tiempo para pensar. Con lo que pudo observar, ciertas ideas radicales (y dudosas) sobre economía de Thomas Malthus, la idea de tiempo profundo producto de sus estudios con su mentor Adam Sedgwick y su lectura de los Principios de Geología de Charles Lyell, además de su experiencia en la crianza de animales domésticos, Darwin supo comprender el mecanismo de este fenómeno, explicando el procedimiento por el que un ser vivo podía acabar dando lugar a otro diferente.

Funciona así: todos los seres vivos tienen muchos descendientes, todos casi iguales, todos diferentes. A unos les va mejor en la vida que a otros, y estos triunfadores tienen más descendencia, que hereda sus diferencias y obtiene así una ventaja en su propia lucha por la vida. Los descendientes son como los progenitores pero ligeramente distintos; una idea simple. Cuando pasan miles, centenares de miles, millones y decenas de millones de años y de generaciones este motor sencillo es capaz de transformar la aleta de pez en la pata de un reptil, y ésta en la pierna de un mamífero, que se convierte en la aleta de una ballena y acaba cumpliendo la misma función que la aleta original, pero de forma diferente. Sin perder en sus características el rastro de cada uno de los cambios. Elegante y poderoso.

Darwin llamó a su teoría ‘descendencia con modificación’, y a su motor ‘selección natural’, por analogía con la ‘selección artificial’ de los criadores de vacas, perros o palomas, que escogen cuál se reproduce y cuál no en función de sus intereses. La teoría era sólida, y potente, pues permitía entender con facilidad la sorprendente variedad de los seres vivos, y sobre todo, sus misteriosos parecidos. Un antecesor común de toda la vida explica por qué todos usamos el mismo esquema químico básico (ADN, proteínas, lípidos, azúcares); un pez tuvo la primera aleta con quiridio, y por eso lo heredamos todos los tetrápodos; el primer mamífero tuvo un molar tribosfénico que sus descendientes hemos adaptado de mil y una formas, porque las diferencias de hábitat y modo de vida explican todo lo que separa a ratones, osos, gatos y humanos. El misterio central de la biología, el juego de parecidos y diferencias entre los seres vivos, puede explicarse. Ya no hace falta un creador de la vida para comprenderla.

De ahí el genio de Charles Darwin, el primer humano que comprendió la naturaleza de verdad, y de ahí su posición central en la ciencia de la biología, y en nuestro conocimiento del universo. De ahí la férrea oposición a su idea desde quienes creen en un creador, dado que el misterio central de la biología era su único refugio, una vez expulsadas las deidades del cielo por la física y la astronomía. Contraviniendo el postulado central de toda religión, la fe sin pruebas, muchos creyentes sinceros y benévolos se han empeñado y se siguen empeñando hasta hoy en denigrar y rechazar una explicación de la naturaleza viva, sólo porque les roba lo que consideran una prueba de la existencia de la divinidad. Darwin, tímido y bondadoso en lo personal, era consciente de lo que esperaba a su teoría y a él, por crearla. Por eso dudó durante 20 años, y por eso quiso rodear su hipótesis central de tantos datos y tan robustos razonamientos que fuera capaz de sobrevivir a las polémicas que le aguardaban. Hombre religioso en su vida personal, su honestidad intelectual le obligó sin embargo a publicar una tesis que sabía le acarrearía el odio de muchos eclesiásticos y el rechazo de las iglesias del mundo, que sigue hasta la actualidad.

Hoy se cumplen 199 años del nacimiento de Charles Darwin, que encajó las piezas básicas del rompecabezas de la vida de modo tan ingenioso y sutil que los nuevos descubrimientos, desde la bioquímica a la genética, desde la paleontología a la ecología, refuerzan su esquema básico al clarificar los detalles de lo ocurrido en nuestra historia planetaria. Merece la pena recordar y homenajear a quien regaló a la especie humana una de sus cumbres intelectuales: el entendimiento del cómo hemos llegado hasta aquí.

Anonymous y la nueva política

El pasado domingo varios centenares de personas estrafalariamente ataviadas se concentraron en festiva protesta frente a la sede de la Iglesia de la Cienciología en Londres y en otras ciudades. Habían sido convocadas por Anonymous, un misterioso colectivo de ‘ciberactivistas’ que se comunica mediante ominosos vídeos en YouTube, y que ha decidido que la Cienciología está en guerra con la Red. Así, Anonymous ha animado una serie de acciones que han incluido desde las manifestaciones del domingo a ataques de saturación que han bloqueado temporalmente algunas páginas web cienciológicas. Con independencia del éxito que pueda cosechar Anonymous en este caso concreto (la Iglesia de la Cienciología es un oponente tenaz), su emergencia representa una nueva forma de acción en la esfera pública; una nueva política. Los participantes en los ‘ataques’ de Anonymous se agrupan en torno a un tema concreto de modo espontáneo usando Internet, para llevar a cabo acciones específicas, sin estructura ninguna. Cada vez más, la Red va a facilitar el surgimiento de ‘partidos instantáneos’ de este tipo, que por su carácter multinacional y mediático acabarán teniendo poder real. Anonymous es sólo el principio.

El Infierno antes que Darwin

Según una reciente encuesta llevada a cabo en los EE UU allí hay más gente que cree en la existencia física y literal del Demonio, y del Infierno, que en la Teoría de la Evolución por Selección Natural. O lo que es lo mismo: en el país más poderoso del planeta hay una gran fracción de población que está convencida de la existencia de una caverna llena de lagos de ácido sulfúrico hirviente y poblada por seres de color rojo, dotados de cuernos y dedicados a torturar a los malvados con grandes bieldos por toda la eternidad. Y lo creen sin más pruebas que las palabras de un libro escrito hace siglos recogiendo mitos de hace milenios, y la tradición basada en ese libro. Ninguna prueba física, ni intelectual; ninguna evidencia palpable, ninguna lógica. Simplemente fe.

Quienes están convencidos de que Satán y el Infierno existen superan en número a los que creen en un mecanismo para el funcionamiento de los seres vivos que es una propiedad intrínseca de cualquier sistema de reproductores imperfectos que sobreviven en un entorno con recursos limitados. Y que no sólo permite entender de manera lógica la naturaleza, sino que acumula en su favor pruebas de todo tipo y evidencias sin cuento. Como resultado de una sostenida campaña de acción política dirigida a controlar el sistema educativo, la Teoría de la Evolución por Selección Natural está considerada allí como una ideología sospechosa con connotaciones políticas radicales que debe ser considerada enemiga de la fe y por tanto debe ser perseguida por los creyentes. Y eso incluye a sus defensores, que deben ser castigados personal y profesionalmente.

Muchas personas encuentran la fe, la creencia sin prueba alguna en la existencia de un ser superior creador del universo al que le importamos cada uno de nosotros, como profundamente reconfortante. A lo largo de la historia millones han derivado de estas creencias consuelo, fortaleza y grandes dosis de valor en la lucha contra la injusticia. Pero la fe organizada también ha sido utilizada durante milenios para crear y justificar injusticias. La esencia de la fe, la irracionalidad, hace que las creencias individuales sean susceptibles de manipulación y abuso; la asociación de poderes espirituales con los poderes políticos ha hecho no poco mal en no pocas ocasiones. En particular la fe organizada considera intrusa cualquier explicación del universo que no incluya sus postulados fundamentales, en especial la existencia de un creador. A lo largo de los años las iglesias han considerado un ataque directo cada avance del entendimiento y la razón humanas en la comprensión del cosmos. La Teoría de la Evolución por Selección Natural, una ley natural equivalente a la Ley de la Gravitación Universal, debe ser calumniada por razones morales, y equiparada a caricaturas carentes de peso intelectual alguno. La fe, sin embargo, debe mantenerse en su más estricta literalidad, aunque sea en temas marginales (como la existencia física del demonio o el infierno) o se roce el absurdo. Que esto ocurra hoy en el país que hoy es más importante a la hora de decidir el destino del mundo, entre los ciudadanos que deciden la orientación política de este país, desafía el entendimiento.

Cristianismo rampante

La excelente animación de Maps of War (creadores de otra sobre Oriente Medio ya comentada aquí) muestran en unos segundos 5.000 años de expansión territorial de las grandes religiones del mundo. O al menos de las supervivientes, porque están el Hinduísmo, el Budismo, el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam, pero faltan otras antaño poderosas y hoy casi extintas (desde el Zoroastrismo hasta las religiones Inca, Maya o Azteca). Lo que el rápido paso del tiempo en la animación deja claro es la desmesurada pujanza del cristianismo en los últimos siglos, que ha acabado por dominar buena parte del planeta geográfica, económica y políticamente. Tras detener, eso sí, la inicial expansión islámica. Aunque lo que de verdad falta es la extensión del ateísmo en los países cristianos…

Gracias, BoingBoing. Corregida la escala temporal el 17/10/2007; gracias, Jesús.

Bibliocentrismo

Algunos devotos no comprenden que al igual que el laicismo del estado protege a las religiones (unas de otras) la ciencia es un sistema de conocimiento cuya neutralidad beneficia a la Humanidad toda. Porque el principal enemigo de una religión concreta no es el ateísmo, sino las demás religiones: allá donde una manda las demás están prohibidas o severamente limitadas. Lo mismo ha ocurrido cuando una religión ha dominado la esfera intelectual: que todas las interpretaciones discrepantes (religiosas o ateas) han sido acalladas por las malas.

Un buen ejemplo es la interpretación fundamentalista de algunos cristianos, que piensan que el Universo fue creado por ‘su’ dios exactamente del modo explicado en la Biblia. Es decir, en seis días, en el orden correspondiente, con las pequeñas contradicciones que aparecen en el Génesis… Sin embargo esto no tiene por qué ser así. La cosmogonía expuesta en el Museo de la Creación padece de un avanzado ‘bibliocentrismo’. ¿Por qué la Creación, de existir un creador, ha de ser la judeocristiana?

Podría tratarse en su lugar de alguna de las muchas cosmogonías alternativas que existen. Algunas de las cuales, como la nórdica o la griega, construyen el universo a base de carroñas de dioses muertos; en las que la bóveda del cielo es la calavera de una protodeidad, o diosas como Afrodita surgen de la espuma creada por la caída al mar de los testículos arrancados de un titán. Hay un mito de la creación diferente para cada religión del planeta, y todos ellos no pueden ser ciertos: sus postulados son demasiado diferentes, y casi siempre padecen de lo que Tecnología Obsoleta llama ‘Antropocentrismo descendente‘, la atrincherada creencia en la centralidad del ser humano en el universo. Sólo la ciencia ofrece una explicación única, independiente de las religiones y que coloca a la Humanidad en su (limitado) papel real respecto al Cosmos. ¿Tal vez por eso todas las religiones la acaban odiando, y algunas intentan secuestrarla?

¿Ciencia?

Desde que nacieron, los museos de ciencias naturales son lo más parecido a un templo que puede tener la Ciencia. En algunos casos, como el venerable Museo de Historia Natural de Londres, la arquitectura refleja esta idea evocando en sus salas ecos de un santuario como vidrieras y arquerías góticas. Si los científicos fuesen una religión, que no lo son, es en estos lugares donde celebrarían sus ceremonias. Si los ateos tuviésemos iglesias, serían ésas. Entonces podríamos exigir a las demás religiones respeto por nuestras doctrinas y rituales, y especialmente respeto para nuestros templos y lo que en ellos hacemos. Un respeto que cualquier religión exige para sí, pero que muchas no corresponden.

Por eso la apertura hoy del llamado ‘Creation Museum‘ es tan ofensiva para muchos: porque se mofa de esta idea haciéndose pasar por un museo de ciencias naturales cuando es en realidad una especie de parque temático religioso. Presentado como ‘un paseo por la historia’, el museo de la creación mezcla dinosaurios y seres humanos con peregrinas teorías geológicas, y adoba todo ello con exposiciones de profetas y sucesos del Antiguo Testamento. Bajo el pretexto de presentar como iguales a la teoría de la evolución y toda la evidencia que la sustenta (geológica, genética, bioquímica, física, química) con el creacionismo bíblico en un formato especialmente asociado con el método científico lo que en realidad hace esta atracción es burlarse de la ciencia. El objetivo de sus promotores no es otro que hacernos a todos comulgar con sus ruedas de molino, y mezclar ideas. Quieren hacer pasar por ciencia sus interpretaciones de la Biblia, y disfrazar de religión las teorías científicas, elaboradas sobre montañas de evidencia. Quieren convertir lo cierto y lo falso en un lodazal confuso, para poder afirmar que no hay diferencia entre su religión y la ciencia de todos. No se les debe permitir. O habrá que exigir reciprocidad.