Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Transparencia

Durante la Guerra Fría, el epítome de la paranoia, uno de los factores que más contribuyó a que no se calentara fue paradójicamente el espionaje; la capacidad que tenían tanto la URSS como los EEUU de comprobar con datos propios cuáles eran las intenciones y acciones del adversario. Los vuelos a gran altura d aviones espía, y sobre todo las imágenes de satélite sirvieron para evitar malentendidos entre las superpotencias, y para que éstas comprobaran que lo que la otra decía era o no cierto. Porque el mejor refuerzo posible para la confianza mutua es la capacidad de comprobar. Hoy esa capacidad está también a disposición del público en general, y los gobiernos menos saludables están descubriendo el potencial de la transparencia. Imágenes comerciales de satélite están sirviendo a organizaciones de derechos humanos como Human Right Watch para documentar y denunciar atrocidades contra la legislación internacional que ocurren dentro, muy dentro de fronteras; realizadas por gobiernos que confían en la oscuridad para ocultar sus crímenes, y que hace años hubiera podido salirse con la suya. Pero ya no: ahora la transparencia es para todos.

Terminator, el retorno

Como el personaje de Schwarzenegger, regresa la posibilidad de que se autorice una biotecnología propagandísticamente conocida como ‘terminator’ rechazada hace unos años tras una feroz campaña en contra. La idea consiste en añadir a semillas genéticamente modificadas un nuevo rasgo: la esterilidad. Y aunque hoy vivimos en un mundo muy diferente, en el que preocupa sobremanera el despegue brutal de los precios de los alimentos y claramente hace falta nueva tecnología de producción capaz de multiplicar el rendimiento agrícola, ‘terminator’ vuelve a encontrarse con una contundente campaña publicitaria en contra. Contundente, y en buena parte falaz: para ‘cargarse’ definitivamente una tecnología políticamente dañina para su causa, algunos sectores están enfrentando el humanitarismo (la lucha contra el hambre) contra el ecologismo. En este caso, a favor de una forma radical de ecologismo que poco tiene en cuenta a los más desfavorecidos. Para salvar a la tierra, parecen dispuestos a dejar morir de hambre a millones.

Los argumentos contra ‘terminator’ son falsos y contradictorios. Por un lado se acusa a la tecnología de estar diseñada para explotar al campesinado obligándoles a comprar semillas cada año, lo cual es falso. Por otro lado se dice que como cualquier modificación genética ‘terminator’ corre el riesgo de provocar una contaminación genética de las poblaciones naturales, lo cual es absurdo: el objetivo de la tecnología es precisamente impedir la contaminación genética; pese a lo que algunos digan, es totalmente imposible que una esterilidad genética se propague, precisamente porque las plantas son estériles. ‘Terminator’ evita el riesgo de contaminación genética del ecosistema, y tal vez por eso es tan atacada. La acusación de que obliga a los campesinos a comprar semillas [pdf] es, por supuesto, cierta, pero las implicaciones son también falaces: los campesinos (del Primer y del Tercer mundo) llevan décadas utilizando en gran número semillas híbridas, que son estériles. Nadie les obliga a ello; disponen todavía de sus ‘stocks’ de semillas locales autóctonas. Utilizan los híbridos, los responsables de la llamada ‘Revolución Verde‘ que tanto ha hecho por reducir el hambre en el mundo, porque tienen mayor rendimiento: porque producen más. Son más caros, más delicados y más difíciles de cultivar, y no permiten utilizar las semillas de un año para otro, pero esas desventajas se compensan por su mucha mayor productividad, algo muy importante cuando se vive en el umbral del hambre. ‘Terminator’ no es diferente en eso de las semillas híbridas que ya utilizan hoy muchos campesinos, y sin embargo proporciona un grado de seguridad biológica mucho mayor, al impedir que cualquier modificación genética que tengan las plantas de cultivo para aumentar la producción se extienda por las poblaciones naturales. No perjudica a los agricultores y protege al medio ambiente: una aberración.

Políticamente, ésta es la clave: ‘terminator’ elimina una objeción válida contra las cosechas genéticamente alteradas y, por tanto, facilita su introducción. El mundo necesita imperiosamente aumentar la producción de alimentos, o reducir la población; si no hacemos nada tan sólo crecerá el hambre. Las técnicas de ingeniería genética proporcionan cosechas que producen más, al limitar el uso de insecticidas (maíz Bt) o mejorar la capacidad de las plantas para sobrevivir en climas áridos o en terrenos salobres. También pueden mejorar la alimentación de millones al incorporar vitaminas no presentes en los cereales naturales. Las nuevas semillas no son conceptualmente diferentes a las modificaciones de los cereales híbridos que utilizamos desde los años 40, pero los genes extra se incorporan por otro procedimiento. Y la posibilidad de que esos genes contaminen las poblaciones naturales y reduzcan la diversidad es real. Por eso ‘terminator’ es útil, como un seguro para el ecosistema. Y por eso desde los ámbitos más preocupados por salvar al planeta que a sus habitantes les encanta demonizar esta tecnología, con argumentos que a veces suenan más a prejuicio, síndrome de frankenstein y ludismo que a discusión honesta de política. Esta vez, como en la segunda película del mismo nombre, ‘terminator’ viene para salvarnos.

PD: Aclaro que no estoy ni he estado jamás a sueldo de ninguna multinacional biotecnológica; mejor argumentamos y nos ahorramos los epítetos: son aburridos.

Rápida sí, Internet no

El bosón de Higgs, si existe, está escondido en el mismo centro de la materia. Y para sacarlo de allí hará falta una enorme capacidad de cálculo; muchos y enormes ordenadores para masticar, analizar y reprocesar las ingentes cantidades de datos que va a escupir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés: Large Hadron Collider) cuando empiece a funcionar este verano. Tanto y tan grande ordenador que no ha sido posible reunir esa potencia en un solo lugar, y ha habido que repartirla en decenas de centros de investigación repartidos por el mundo. Para que estos lugares reciban sus datos a la debida velocidad, ha sido necesario construir un nuevo tipo de red informática: The Grid, 10.000 veces más rápida que Internet, que se está proponiendo como modelo para la futura red informática pública; al fin y al cabo la web nació en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear; las siglas son antiguas y del francés), dueño del LHC. Pero no conviene alegrarse en exceso ni arrojar el módem ADSL por la ventana, por muchas ganas que tengamos de ello. Desde luego, The Grid es una red informática potentísima dotada de avanzadas tecnologías de transmisión pero, si tenemos suerte, no será la ‘Próxima Internet’.

Y es ‘si tenemos suerte’ porque The Grid sin duda será rápida, pero no será tan abierta como Internet. Los protocolos de Internet son del dominio público, y por tanto están al alcance de cualquiera; y los sistemas tecnológicos y de gestión tienen una muy limitada capacidad para impedir la publicación de cualquier tipo de información. Esto hace que Internet sea un campo abonado para plagas diversas (desde la pornografía infantil a los gusanos informáticos, el ‘spam’ y la propaganda), pero también ha hecho posible la red rica, vibrante y vital que hoy conocemos. Cuando alguien con poder controla un canal de información necesariamente hay algunos tipos de datos cuya circulación se prohibe o limita; el carácter diferencial de Internet con respecto a otros tipos de redes es que nadie tiene la capacidad de prohibir por completo un producto, una idea, un modelo de negocio, una publicación. Ésta es la razón de que haya centenares de millones de blogs publicando sin cesar; de que surjan nuevos proyectos e ideas, incluso cuando pisan los callos a alguna empresa o gobierno con poder. La gran ventaja de Internet es su falta de estructura, su anárquico caos; porque sólo de la falta de estructura puede nacer la verdadera libertad. Algunas veces la velocidad no es lo más importante.

Corregido un exceso de corrección el 8/3/2008; gracias, Pepehillo.

¿Quién teme al lobo feroz?

La tremebunda campaña de propaganda y legislación de las industrias fonográfica y cinematográfica contra sus clientes siempre ha sido un tanto surrealista. Esas apocalípticas acusaciones de relación entre la ‘piratería’ y el terrorismo, la drogadicción y la trata de blancas y menores; esos torturantes anuncios de las penas del infierno y la penitenciaría que anteceden sin remisión a las películas que ya les hemos comprado (las ‘pirateadas’, me dicen, eliminan esos avisos); esas lacrimógenas invocaciones a los cantantes y músicos que se mueren de hambre por las esquinas y a la inminencia de la desaparición del arte, la literatura y cualquier otra forma de cultura que distinga a la Humanidad de los animales inferiores… hay que reconocer que los argumentos que emplean para defender su negocio puede que no sean muy convincentes, pero entretenidos sí que lo son. Aunque lo ocurrido en los últimos días supera cualquier antecedente, desde la defenestración de Napster a las demandas masivas por intercambiar ficheros.

En efecto; en esta semana han perdido, como es su costumbre, un juicio clave que deja agonizante su peculiar interpretación de las leyes que afirma que el P2P es delito. Además, alguacil alguacilado, han pillado a la feroz exaltadora de las más draconianas leyes Sony BMG defendiendo su ‘propiedad intelectual’ mediante la violación y el ‘pirateo’ de obras ajenas. Su nuevo plan para conseguir un canon a través de las líneas de acceso a Internet ha sido recibido con general rechifla y oposición. Y por si fuera poco, la industria ha conseguido lo que ni siguiera las temibles amenazas de unos cuantos miles de activistas islamistas enfurecidos habían sido capaces de obtener: que el diputado holandés de ultraderecha Geert Wilders elimine imágenes de su polémica película antiislamista ‘Fitna’. Porque una cosa es provocar a fanáticos con intenciones asesinas y muchas ganas de entrar en su paraíso llevándose a quien sea por delante, y muy otra es irritar a alguien realmente peligroso. La libertad de expresión tiene sus límites, y estos no están en la barrera del buen gusto, ni siquiera en el respeto a miles de millones de musulmanes o la provocación de unos cuantos fanáticos: están en el derecho de copia. Puede que resulten algo patéticos, pero al menos tienen muy claritas sus prioridades, oh sí.

A través de la Gran Muralla

En tiempos era fácil llevar una dictadura. Bastaba con definir unas frontera, guardarlas con celo y violencia, y asegurarte de que nada ni nadie pudiera cruzarlas sin control; personas, bienes o ideas. Lo que después hicieras dentro de esas fronteras quedaba en casa; podías amenazar, ejercer violencia, aplastar el pensamiento disidente o incluso asesinar a millares, o a millones con total impunidad. Total, ¿quién se iba a enterar? Los de dentro, seguro, pero ésos estaban a tu merced… Los gobiernos totalitarios valoran tanto su intimidad que hacen grandes inversiones para mantenerla. Por ejemplo el Telón de Acero que antaño dividía Europa costó un dineral, como en su momento la Gran Muralla China. Hoy el gobierno chino intenta cuadrar un círculo con Internet: permitir y fomentar su uso para desarrollar la economía, pero sin que se instaure el libertinaje electrónico. En Tíbet les está saliendo fatal: gracias a la Red y los teléfonos móviles los incidentes en esta región se están dando a conocer en todo el mundo, a pesar del carísimo sistema de censura conocido como la ‘Gran Muralla electrónica’. Y es que Internet interpreta la censura como daño; la información siempre encuentra el modo de cruzar cualquier Gran Muralla. Gracias a eso, todos somos más libres.

Cuando la religión ataca

El creacionismo, y su reciente variante el diseño inteligente, no son teorías científicas, ni tan siquiera dogmas religiosos: son ideologías políticas. Se trata de utilizar la Teoría de la Evolución por Selección Natural, una parte mal comprendida y fácilmente caricaturizable de la biología, como espolón y vanguardia de un avance de la teocracia. Pues no otra cosa que teocracia es imponer por ley la enseñanza de doctrinas religiosas en las clases de ciencias, es decir, prevalerse de los mecanismos educativos del estado para imponer creencias religiosas en el ámbito público. El objetivo final es que sean las religiones las que decidan qué es lo que se enseña y (sobre todo) qué es lo que no se enseña en la escuela pública. Pura teocracia: el gobierno de los religiosos.

Un ejemplo: hace hoy 83 años el congreso del estado de Tennessee aprobó la Ley Butler, que prohibía en las escuelas financiadas con fondos públicos la enseñanza de «cualquier teoría que niegue la historia de la Creación Divina del Hombre como se enseña en la Biblia, y enseñar en su lugar que el hombre desciende de animales inferiores’. Un profesor que fuese hallado enseñando evolución humana (el resto de los seres vivos sí que podían, al parecer, evolucionar) sería multado con entre 100 y 500 dólares por cada ocasión, un dinero en la época. Ésta es la ley por cuya violación fue juzgado en 1926 el entrenador y profesor interino John Scopes en el que pasaría a la historia como el ‘Proceso Scopes‘ (o el Juicio del Mono), dramatizado en obras teatrales y películas como una lucha entre el oscurantismo y la racionalidad que acababa ganando el lado de la ciencia, con la inestimable ayuda del abogado interpretado por Spencer Tracy en la famosa versión fílmica. En la realidad Scopes fue declarado culpable de violar la Ley Butler, aunque posteriormente el Tribunal Supremo de Tennessee anuló la sentencia por un tecnicismo, lo que se interpretó como una victoria de los partidarios de la evolución. Sin embargo la ley fue explícitamente declarada constitucional, y estuvo en vigor en el estado hasta 1967.

Contrariamente a lo que dicen, la actual ofensiva de los partidarios del llamado diseño inteligente no basa su vehemencia en nuevos descubrimientos, sino en una nueva urgencia proselitista. Quienes rechazan la evolución no es que estén convencidos de que la teoría científica es más o menos insostenible; lo que desean es abrir una puerta a la teología en las escuelas estatales, introducir una cuña que sirva para que la religión vuelva a dominar los currículos escolares, decidiendo así qué materias deben formar parte de la educación del ciudadano medio. El visceral rechazo a las tesis neodarwinianas enmascara una intencionalidad política, una clara ofensiva teocrática, y así está muy lejos de querer conocer mejor el universo o sus mecanismos. Como los legisladores de Tennessee en 1925, los creacionistas (de toda religión, con frecuencia aliadas) no quieren saber más, sino mandar más: dar un paso hacia el régimen político teocrático que en el fondo algunas personas religiosas piensan es la única forma legítima de estado. La defensa de la evolución es así una obligación no sólo científica, sino cívica: una forma de rebelión contra el avance de la teocracia. Porque si permitimos que los libros sagrados decidan cómo es nuestra realidad, acabarán decidiendo cómo debemos vivir nuestras vidas. Y la historia demuestra que cuando las religiones mandan, los pueblos sufren y mueren.

El Síndrome de Dudáyev

Una epidemia está acabando con muchos líderes guerrilleros del mundo; una enfermedad mortal que podríamos denominar el Síndrome de Dudáyev, por el nombre de una de sus primeras víctimas. Como le ocurriera al líder checheno Dzyojar Dudáyev, uno está tranquilamente hablando por teléfono cuando de repente una bomba aérea o un misil sale de no se sabe dónde para reventar justo en la posición de uno. Y adiós líder guerrillero; más o menos lo que parece haberle ocurrido al número dos de las FARC colombianas, Raúl Reyes. La técnica parece una adaptación de los asesinatos selectivos del ejército israelí en Cisjordania y Gaza, que los estadounidenses han extendido al resto del planeta en su lucha contra Al Qaeda (el Mundo-Gaza al que nos dirigimos). Aunque la versión israelí y estadounidense utiliza un método de baja tecnología para resolver el principal problema de este tipo de ataques, a saber, identificar y localizar el blanco. Mientras que el Síndrome de Dudáyev se caracteriza por la sofisticación tecnológica: el chivato es, en este caso, el propio teléfono móvil de la víctima. En cierto sentido es el propio asesinado el que guía el proyectil que lo mata. Limpio y elegante.

En el caso de Dudáyev no está claro si los rusos disponían en 1996 de la capacidad de localizar por sí mismos las señales del teléfono de satélite que utilizaba el presidente checheno, o si recibieron ayuda de los satélites espía electrónicos estadounidenses en esta tarea. En el caso de Reyes parece bastante claro que la localización ha debido llevarse a cabo con ayuda estadounidense, ya que el ejército colombiano no parece una fuerza versada en las complejidades de la guerra electrónica. En cualquier caso, un teléfono móvil (de satélite o convencional) es un arma poderosa en manos de una organización guerrillera, al proporcionar el tipo de comunicaciones que hasta muy recientemente eran privativas de sofisticados ejércitos del Primer Mundo. Pero cualquier cosa que emite, como un móvil, es susceptible de convertirse en una baliza capaz de atraer atención indeseada. O, directamente, en un pararrayos que atraiga la ira divina en forma de un misil de tu enemigo. La misma tecnología que refuerza a los individuos y les permite enfrentarse a los estados con mayor fuerza puede acabar matando a quien la utiliza. Porque la tecnología no es ni buena ni mala, sino todo lo contrario; depende de quién y para qué se utilice. Los líderes guerrilleros, sin embargo, harán bien en vacunarse contra el Síndrome de Dudáyev: esta enfermedad resulta casi siempre letal.

Corregida una errata el 5/3/2008; gracias, Gayoli.

El romanticismo contra la máquina

Hoy hace 196 años que el aristócrata inglés George Gordon Byron, sexto Barón Byron, que ha pasado a la historia como Lord Byron, poeta, hizo su primer discurso en la Cámara de los Lores. En este discurso Byron atacó una nueva ley entonces en trámite, que condenaba a muerte a los culpables de sabotaje industrial o destrucción de maquinaria. La nueva ley se justificaba en los ataques a instalaciones industriales en el corazón de Inglaterra que estaban aterrorizando a la naciente clase financiero-industrial. Su objetivo era acabar, a sangre y fuego si era necesario, con el movimiento ‘Ludita‘. Y a fe que lo consiguieron: sólo en 1813 fueron ejecutados 17 seguidores del mítico ‘Rey Ludd’, y se dice que en un momento determinado de la crisis había más tropas británicas combatiendo a los Luditas en casa que luchando contra Napoleón en España: hasta tal punto llegaron a aterrarse los poderes del gobierno y el dinero en Gran Bretaña con aquellos irritados artesanos. La indignación de los artesanos contra las máquinas, telares y otra maquinaria de fabricación en masa, que sentían estaban arruinando sus vidas, les llevó a tomarse la justicia por su mano, y a arrasar talleres (y, a veces, a sus propietarios) en el nombre de mantener las cosas como estaban. Nombrados por un mítico ‘Ned Ludd’ que habría destrozado un telar años antes, los Luditas no consiguieron detener la Revolución Industrial, pero dejaron su apellido para la posteridad como sinónimo de rechazo a la máquina; de oposición, incluso violenta, al avance tecnológico. Un tema que enlazaba perfectamente con el romanticismo de Byron.

Desde siempre el ser humano ha adorado y temido a la vez a su creación, la máquina. Fruto del ingenio humano pero con potencia multiplicada, la máquina carece de sentimientos a los que apelar. Una vez activada matará sin compasión, sin dudas, sin remordimientos, sin odio. Las razones por las que actúa, los sentimientos que le achacamos, son diferentes a los nuestros. Nos obedece y nos sirve, pero su falta de lealtad es absoluta: nuestra propia horca, arado, espada o locomotora nos matará si nos ponemos del lado equivocado tan certeramente como si no tuviese ninguna relación con nosotros. La idea de la falta de control, de la creación que se rebela, no está lejos del Ludismo, ni de Byron; fue la mujer de su amigo Shelley, Mary Wollstonecraft, quien daría inmortalidad literaria a esta idea con su Frankenstein. Sumemos a este reverencial y atávico temor la muy real circunstancia de que en las primeras fases de la Revolución Industrial los artesanos sólo percibían los aspectos más negativos (como la reducción de jornales), y no los positivos (aparición de nuevos empleos, abaratamiento de mercancías), y todos los elementos para un estallido violento estaban a mano. Bastaron unas gotas de arrogancia por parte de los propietarios de industrias y del gobierno, cercano a ellos, para incendiar esta explosiva mezcla.

Hoy todavía quedan Luditas; abogados del atraso y defensores de que cualquier tiempo pasado fue mejor, quizá porque ellos eran más jóvenes, tal vez porque comprendían lo que pasaba y no se sentían algo desbordados. Pero ni siquiera los métodos violentos del Ludismo original consiguieron detener el tiempo. El avance no suele tener marcha atrás, por muy romántico que pudiera parecernos aquel tiempo en el que todo era mejor. Sobre todo si eras el hijo de un Barón con asiento en la Cámara de los Lores… el romántico suele imaginarse viviendo en el pasado, pero en la clase alta; al final aquellas industrias que atacaban los Luditas a quien más han beneficiado ha sido a las clases bajas. Ironías de la historia…

Internet como amenaza

Para los políticos españoles Internet no es una oportunidad, no es el futuro: es una amenaza, un territorio misterioso. En una campaña electoral tan reñida como la actual, con diferencias tan cortas en las previsiones de voto, los líderes han necesitado arriesgar, y así han aceptado los dos debates televisados cara a cara donde parece se van a jugar las elecciones. Pero no han optado por Internet. El debate propuesto en la Red por una amplia representación de medios digitales ha quedado arrumbado en favor de la televisión; lo malo conocido ha desplazado a lo bueno por conocer. Es cierto que desde que un pionero debate Kennedy-Nixon marcara las elecciones presidenciales estadounidenses de 1960, la televisión ha sido clave en la política. Pero Kennedy y Nixon arriesgaron, haciendo algo que antes no se había hecho nunca; no así nuestros actuales candidatos. El miedo a no controlar los tiempos y ritmos de Internet ha vencido a la necesidad de impactar a un electorado (el internauta) cada vez más amplio, y que sobradamente demuestra ser el más activo e interesado por la participación política. ¿A lo peor es eso lo que temen los partidos?

El canon y las razones equivocadas

A veces en política no es tan importante lo que se dice, sino las razones que se dan para justificar lo que se dice. Según este patrón, las posturas de los principales partidos españoles respecto al canon digital son ambas igual de abominables, rechazables y demagógicas. Si éstas son las dos opciones que tenemos para escoger, estamos apañados. Por una parte tenemos al presidente Zapatero y su optimismo antropológico, pidiéndonos el apoyo al canon en nombre del patriotismo y el apoyo a la cultura. Triste es la cultura nacional que ha de ser subvencionada por otra industria; triste, y condenada a morir a corto plazo. Si la única solución al cine, la literatura y la música de este país es un impuesto sobre las ventas de aparatos electrónicos, podemos dar por muerta a la cultura española. Si el patriotismo se invoca para sostener leyes absurdas y contraproducentes no se llama patriotismo, sino chauvinismo, y en el actual mundo globalizado es peor que malo: es inútil. La llamada al patriotismo cultural de Zapatero es patética, y sus motivos, sospechosos.

No mucho mejor es el ataque al canon que protagoniza ahora el principal partido de la oposición, el PP. Su candidato a la presidencia, Mariano Rajoy, se llena la boca de promesas de acabar con el canon, lo cual sería en sí mismo bueno. Pero sus razones para atacar este nefasto mecanismo de compensación no pueden ser peores. El 50% es torticera demagogia, cuando afirma que no se puede tratar a todo el mundo como si fuesen piratas, implicando algo falso (el canon no compensa la piratería, sino la copia privada). Y el otro 50% es peor, porque Rajoy y su partido plantean el rechazo al canon casi como un castigo colectivo contra los artistas españoles, que consideran políticamente enemigos. Malo es que un candidato a presidente justifique una medida con razones equivocadas; peor es que considere medidas políticas como castigo colectivo a quien no le apoya.

Ninguna de las ofertas tienen por dónde agarrarlas. Ni el PSOE explica por qué una industria de futuro debe subvencionar a una del pasado, o cuál es el coste para el país de hacerlo, ni el PP explicita qué hará con el problema de la propiedad intelectual, aparte de la populista medida de quitar el canon. Lo que está en juego es el futuro de la industria de la cultura, de la propia cultura y de la Sociedad de la Información, que es la del futuro; no es asunto para demagogias. Lo que hace falta no son llamadas al sacrificio ni parches interesados, sino una reforma en profundidad de lo que es, cómo se defiende, para qué sirve y cómo se compensa la propiedad intelectual e industrial, desde los derechos de autor a las patentes y marcas comerciales. Ninguno de los actuales programas de los partidos españoles se atreve a plantear una ley así, que marcará el futuro del país. En el panorama político, donde quiera que uno mire, sólo hay demagogia. Y entre los electores y ciudadanos, vergüenza. Ajena y propia.