Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Periódicos de mañana

En estos días en los que la profesión del periodismo se rasga las vestiduras y, transida de espanto, intenta adivinar lo que el futuro depara a este divertido oficio, ha llegado el momento de mojarse. Multitud de proyectos asoman la cabeza, y hasta los antiguos campeones del papel y el kiosco parecen dispuestos a cambiar de vida y abrazar la Red, aunque sea como un borracho abraza una farola, para no caerse. Porque las cifras cantan: los lectores se marchan en manadas a Internet, y detrás de ellos va la publicidad. Los periódicos de toda la vida, esos entrañables cadáveres de árbol manchados con compuestos negros de hierro, se empiezan a encontrar entre la espada y la pared: sin compradores, y también sin anunciantes. Sin ingresos, vaya, mientras Google y sus cohortes ingresan carretadas de dinero practicando el noble arte de la publicidad con un nuevo giro de muñeca. Hasta los más recalcitrantes saben ahora que hay que cambiar de rumbo. La cuestión es hacia dónde.

Definamos ‘periódico del siglo XXI’ como un medio de comunicación profesional caracterizado por su ‘voz’ editorial y no por su medio de expresión; reconocible por su manera de ver y contar el mundo, y no por el soporte en el que elige contar cada historia. Es igual si la información fluye en forma de tinta sobre papel, en forma de electrones dibujando imágenes, en forma de ondas sonoras o de textos en una pantalla: tampoco importa cada cuánto tiempo se cometen los actos de comunicación. Lo importante es la esencia, y la esencia del periódico del siglo XXI no depende de su formato, periodicidad o difusión, sino de su corazón: de su modo de encontrar y contar las historias que tejen el mundo. Siendo así, podemos estipular que:

El periódico del siglo XXI no debe limitarse a trasladar información de un sitio a otro, sino que debe ofrecer herramientas para su comprensión. La comunicación no basta: es necesaria la inteligencia, que el lector no sólo reciba los datos sino que entienda su significado.

El periódico del siglo XXI debe ofrecer todos los niveles de información que sea capaz, para que el lector pueda decidir a qué profundidad desea saber. La interactividad también significa renunciar a imponer al usuario un nivel de análisis; ampliar la oferta para que quien recibe la información decida hasta dónde quiere saber. Internet, y el conocimiento, son infinitos, y una de las misiones del medio es actuar como guía turístico de la Biblioteca de Babel.

El periódico del siglo XXI no es multimedia, sino ‘amedia’: su producto es independiente del formato y la tecnología, y usa texto, imagen, sonido, vídeo, animación, estadísticas o bases de datos según convenga al aspecto de la información que se está transmitiendo. El mensaje es independiente del medio, y lo importante es el mensaje.

El periódico del siglo XXI necesita periodistas capaces de comprender las historias, de aderezarlas con herramientas que las hagan comprensibles, y de contarlas en cualesquiera medios y formatos que sean más adecuados para hacerlas inteligibles. El oficio del periodista es la historia, no el papel, la foto, la infografía, el programa, el flash, el vídeo o la radio.

El periódico del siglo XXI es un permanente diálogo con sus lectores y la sociedad que lo alberga. Eso implica diálogo real entre iguales con todos los implicados (usuarios, fuentes, blogs, lectores comentaristas, críticos, enemigos), colaboración, humildad y la capacidad de reconocer y corregir errores. También una absoluta transparencia en la toma de decisiones y en la práctica diaria.

El periódico del siglo XXI no es propiedad de quien lo escribe, sino que como producto que es de una sociedad entre los creadores de contenidos y los lectores de esos contenidos, pertenece a ambos. No tiene, por tanto, sentido alguno cerrar el acceso a terceros de modo unilateral, ni apropiarse de lo que genuinamente es de una asociación. Sus noticias deben estar a disposición de todos con la mayor libertad posible, para conseguir la mayor difusión posible.

El periódico del siglo XXI puede y debe trascender los viejos modelos de separación entre contenido editorial y publicidad incorporando los nuevos modelos publicitarios (como la publicidad contextual) que acercan los avisos comerciales al lector sin dañar al contenido.

Y sobre todo y principal: el periódico del siglo XXI, si quiere sobrevivir, tendrá que ser en algún sentido único y diferente de los centenares de millares de otros periódicos del siglo XXI que compiten codo con codo en la Red por el limitado espacio mental de los lectores. Quien no sea único será cadáver.

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El suicidio más cruel

Hay a quien no le basta con quitarse la vida, sino que además tiene que hacerlo de la manera más dolorosa posible. Así la prensa belga ha ganado otra batalla en su particular guerra con Google por controlar cono mano férrea su información; una segunda victoria que les lleva de cabeza a la más abismal de las derrotas. Porque la prensa belga, y quienes en otros países se están fijando en sus batallas ganadas, está cometiendo un error funesto que les va a llevar al envidiable panteón que ahora ocupan las fonográficas. Se están suicidando, con extrema crueldad.

Es un problema de números; y sabido es que con los números no es sano discutir. Según un cálculo efectuado sobre datos de 2002 cada año se generaban en el mundo 800 Mb de información por persona (casi un libro estándar), con la cantidad creciendo un 30% anual. Por entonces la web ‘normal’ (visible por buscadores) almacenaba 167 Terabytes (Tb) de información (equivalentes a unos 15 millones de libros); aproximadamente el contenido de la mayor biblioteca del planeta (la del Congreso de los EEUU). Pero en la web denominada ‘profunda’ (accesible, pero externa) se calculaba el total en 91.850 Tb; unas 550 Bibliotecas del Congreso. Desde entonces los ritmos de crecimiento no han dejado de aumentar. La situación es catastrófica: nos está ahogando el exceso de datos. El término ‘TMI‘ (too much information; demasiada información) está pasando al lenguaje popular. Hablamos de ‘infoxicación‘; intoxicación por un exceso de información que nos impide distinguir entre lo relevante y lo irrelevante, entre lo crucial y lo banal.

En esa ingente marea de datos que todo lo arrasa los periódicos, en especial los belgas, son la décima parte de una gota en el océano. Su contribución queda sumergida, apabullada y dilucida por miles de millones de otras fuentes de información, compitiendo todas ellas por conseguir un mínimo ratito de mirada humana que las lea. La cosa está alcanzando tales niveles que se teoriza sobre una Economía de la Atención, donde el recurso valioso deja de ser la información para ser la mirada de quien la lee. En términos prácticos, la mayor dificultad de los creadores de contenidos es obtener lectores, oyentes, videntes; conseguir que alguien nos encuentre.

Es en este entorno que los periódicos belgas (y quienes consideran sus victorias como propias), obcecados con mantener a toda costa el control de sus informaciones, están utilizando leyes obsoletas para hacer más difícil que les encontremos. Considerándose imprescindibles, creen que pueden por la fuerza convencer a Google de que comparta con ellos sus ingentes ganancias, basándose en que sin los contenidos de la prensa no habría qué buscar en la Red. El empeño destaca su arrogancia, su ignorancia de la realidad y su decisiónde dañarse a sí mismos, dificultando a sus lectores encontrarles, antes que ceder una pizca del control total sobre su producto. Como las fonográficas, prefieren morir dolorosamente que dar su brazo a torcer en beneficio de sus clientes. Bien, así será, porque ellos así lo han querido. A estas alturas ya no dan ni siquiera pena.