Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Un hazmerreír europeo

Es curioso: la misma Europa que considera sacrosantas las libertades económicas y es un adalid del liberalismo comercial se siente preocupada, frustrada y cariacontecida cuando de la libertad que hablamos es la de expresión. Una empresa debe ser libre para vender sus productos a todo lo ancho y lo largo de la Unión, pero si se trata de que una persona escriba lo que desee para que lo lea quien quiera, entonces surgen problemas. Y problemas en abundancia tal que hay que resolverlos por la vía legislativa, aunque semejante empeño sea absurdo, patético y fútil. Exceso de información (¿respecto a qué? ¿quién mide cuánta información es demasiada?), ausencia de ética periodística (¿es obligatoria en gente que no es periodista?) y preocupación por la privacidad (¿para lo cual quieren crear un censo?) tienen preocupadísima a la Eurocámara, que está dispuesta a hacer algo. Como lo único que sabe hacer son normas, reglas, leyes y obligaciones, pues en ello está. Y para proteger a los ciudadanos de los ciudadanos que escriben, ya se habla de censos voluntarios, de regulaciones no obligatorias, de identificadores digitales… exactamente del tipo de creaciones burocráticas que se eliminan, cuando de lo que se trata es de comerciar en Europa. Parece que hay miedo a la libertad, o al menos a ciertas libertades; todas las que no tengan que ver con el euro.

La propuesta es ignorante, porque desconoce la situación real de la Red; arrogante, porque atribuye a las instituciones europeas el derecho a regular comportamientos individuales, sospechosa, porque defiende (casualmente) intereses de empresas estrechamente asociadas con los políticos (los medios de comunicación). Y sobre todo es colosalmente estúpida, porque la Unión carece de cualquier método efectivo de hacerla cumplir. ¿Qué ocurrirá con los bloggers europeos que utilicen sistemas de publicación situados fuera de la Unión? ¿Quién tomará la decisión de si un post es ético o no? ¿A quién se expedirá ese ‘dni’ digital, y para qué será necesario? ¿Cuánto tiempo tardarán los bloggers europeos en largarse en masa a servidores australianos, estadounidenses o ucranianos? ¿Hasta dónde llegarán las quejas por el atraso digital europeo cuando esto ocurra? Sólo hay una cosa peor que sacar una ley estúpida, retrógrada y antiliberal; y es que además sea también imposible de hacer cumplir, de tal modo que convierta la misma idea de la legislación en un hazmerreír. Y eso es lo que es esta propuesta, aunque preocupante por sus tendencias autoritarias: un hazmerreír indigno de Europa.

Signo de Prohibido Prohibir de Helios Martínez Domínguez.

Rápida sí, Internet no

El bosón de Higgs, si existe, está escondido en el mismo centro de la materia. Y para sacarlo de allí hará falta una enorme capacidad de cálculo; muchos y enormes ordenadores para masticar, analizar y reprocesar las ingentes cantidades de datos que va a escupir el Gran Colisionador de Hadrones (LHC, por sus siglas en inglés: Large Hadron Collider) cuando empiece a funcionar este verano. Tanto y tan grande ordenador que no ha sido posible reunir esa potencia en un solo lugar, y ha habido que repartirla en decenas de centros de investigación repartidos por el mundo. Para que estos lugares reciban sus datos a la debida velocidad, ha sido necesario construir un nuevo tipo de red informática: The Grid, 10.000 veces más rápida que Internet, que se está proponiendo como modelo para la futura red informática pública; al fin y al cabo la web nació en el CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear; las siglas son antiguas y del francés), dueño del LHC. Pero no conviene alegrarse en exceso ni arrojar el módem ADSL por la ventana, por muchas ganas que tengamos de ello. Desde luego, The Grid es una red informática potentísima dotada de avanzadas tecnologías de transmisión pero, si tenemos suerte, no será la ‘Próxima Internet’.

Y es ‘si tenemos suerte’ porque The Grid sin duda será rápida, pero no será tan abierta como Internet. Los protocolos de Internet son del dominio público, y por tanto están al alcance de cualquiera; y los sistemas tecnológicos y de gestión tienen una muy limitada capacidad para impedir la publicación de cualquier tipo de información. Esto hace que Internet sea un campo abonado para plagas diversas (desde la pornografía infantil a los gusanos informáticos, el ‘spam’ y la propaganda), pero también ha hecho posible la red rica, vibrante y vital que hoy conocemos. Cuando alguien con poder controla un canal de información necesariamente hay algunos tipos de datos cuya circulación se prohibe o limita; el carácter diferencial de Internet con respecto a otros tipos de redes es que nadie tiene la capacidad de prohibir por completo un producto, una idea, un modelo de negocio, una publicación. Ésta es la razón de que haya centenares de millones de blogs publicando sin cesar; de que surjan nuevos proyectos e ideas, incluso cuando pisan los callos a alguna empresa o gobierno con poder. La gran ventaja de Internet es su falta de estructura, su anárquico caos; porque sólo de la falta de estructura puede nacer la verdadera libertad. Algunas veces la velocidad no es lo más importante.

Corregido un exceso de corrección el 8/3/2008; gracias, Pepehillo.

Violación de la privacidad con resultado de muerte

Los datos descontrolados matan. O si no, que se lo cuenten a Raúl Reyes, o en su día a Dzyojar Dudáyev, o a las decenas de activistas palestinos asesinados por las fuerzas israelíes. Basta con que caigan en manos enemigas el puñado de bites que representan un lugar en un momento dado para que sea posible acabar con la vida de alguien. Por eso es tan importante la privacidad, es decir, el que uno mismo tenga la capacidad de controlar qué datos están en manos de quién, y cuándo. Porque lo contrario es una amenaza que puede llegar a ser mortal. Cualquier teléfono móvil es una emisora que se identifica continuamente. Si esa identificación puede relacionarse con una persona, un atacante que disponga de una mínima capacidad tecnológica puede triangular la posición del teléfono, y por tanto de la persona. Los teléfonos de satélite, que emiten con mucha mayor potencia, necesitan sin embargo una sofisticada infraestructura tecnológica para la triangulación. En un móvil normal, la misma red de la compañía telefónica puede realizar esta operación con sencillez, simplemente utilizando software. En resumen, cualquier individuo cuya relación con un teléfono móvil sea conocida puede ser seguido, o asesinado, usando medios cada vez más sencillos y, por tanto, más al alcance de muchos posibles enemigos. Es por eso que la asociación entre nombre y teléfono debiera ser privada, y sólo debería descubrirse bajo el más férreo control judicial. Es más que dudoso ese control en casos como el de Reyes o Dudáyev, por no mencionar el problema jurisdiccional (¿qué juez? ¿bajo qué ley?).

Piénselo; mucha gente no derramará lágrima alguna ante la eliminación de un terrorista. Pero el terrorista de unos es el luchador por la libertad de otros; en algunos casos es una cuestión de definición. Si esta tecnología hubiese estado en manos del ocupante nazi en la Francia de la Segunda Guerra Mundial, la Resistencia hubiese sufrido sobremanera. O piense en lo que hubiese podido pasar si la tecnología hubiese caído en manos de un estado totalitario como la Unión Soviética o la Alemania nazi. No nos parece demasiado mal que quien comete crímenes sea localizado, o incluso eliminado, pero los crímenes que justifican este tratamiento pueden ser también ideológicos, incluso imaginarios. En un estado opresivo la definición de ‘crimen’ es arbitraria, y sin privacidad de ella dependerá nuestra libertad, e incluso nuestra vida. Simplemente trate de pensar en lo que podría ocurrir si este tipo de tecnología cayese en manos de la opción ideológica que usted más aborrece. Temible, ¿verdad? Para colmo la tecnología cada vez ofrece más poder a grupos más pequeños de personas: ya no hace falta toda una infraestructura estatal para hacer cosas que antes sólo podía hacer todo un país. Esto supone que lo que hoy hace Israel, EE UU o Colombia mañana lo podrán hacer organizaciones terroristas, y pasado mañana un individuo.

Es por eso que el derecho a controlar quién tiene nuestros datos personales se está convirtiendo ya en uno de los más importantes cimientos de la libertad futura. Las leyes deben limitar el acceso a ese tipo de información al máximo, con el consentimiento de la persona o como mínimo bajo estricto control judicial. Porque la privacidad es algo más que el derecho a evitar que a uno le incordien con correo electrónico basura o le llamen por teléfono con ofertas a la hora de la cena. La información mata, y tenemos que disponer de un mínimo derecho a la autodefensa.

Un millón de iPhones perdidos

Apple, y sobre todo AT&T, deben estar de luto estos días, porque según cálculos solventes han perdido un millón de iPhones. Que teniendo en cuenta que han vendido tres millones y pico de ellos, resulta que casi el 30% del total de los puestos en circulación ha desaparecido; no están conectados a la red de AT&T, donde deberían. Hay quien cree que están escondidos en alguna parte de la cadena de montaje-distribución, lo cual hablaría mal de los esfuerzos comerciales de ambas empresas. Pero hay quien se figura que esos iPhones en realidad no están desaparecidos más que de la red de AT&T; que se han fugado, vaya. Y el caso es que podría ser, porque los ‘candados tecnológicos’ que los atan fueron rotos muy pronto. Si han perdido un millón de iPhones, las peregrinas ideas de ambas empresas respecto a la comercialización de un producto tan demandado quedarían al descubierto. En la práctica, los iPhones perdidos estarían demostrando que atar un teléfono a una red única puede parecer muy buena idea para las empresas, pero es una pésima idea desde el punto de vista del consumidor. Tan mala, que el consumidor lucha con las armas a su disposición: armas que las compañías llaman ‘piratería’.

En efecto, las empresas no sólo quieren vender sus productos, sino que quieren controlar de qué modo los usamos después de haberlos pagado. Para ello recurren a todo tipo de candados tecnológicos, que luego consiguen que las leyes declaren inviolables. Pero inviolables no lo son, por una sencilla cuestión de números: por cada programador o diseñador de circuitos que empresas como Apple o AT&T tengan en nómina fabricando candados, fuera hay 10 deseando reventarlos. Y como no hay ni candados ni policías suficientes, al final la gente hace de su capa un sayo y termina utilizando los productos que ha comprado como desea. En este caso, liberando iPhones y usándolos en las redes que cada propietario considera conveniente. Para colmo, la cosa va a peor; las últimas noticias indican que la ‘clave maestra’ de instalación de los iPhone se ha filtrado, lo cual facilitará el trabajo de los reventadores aficionados de candados. ¿Cuándo aprenderán las empresas que cerrar no es el camino, que los consumidores queremos libertad?

Gran Hermano sobre ruedas

La Dirección General de Tráfico española acaba de presentar un nuevo sistema de control que comprobará mediante un lector automático de matrículas si los coches están provistos del seguro obligatorio, un problema por demás serio. Doce patrullas recorrerán la geografía nacional leyendo matrículas a mansalva con el noble fin de proteger nuestra seguridad asegurando el cumplimiento de la ley. Lo que no ha aclarado la DGT es si va a almacenar datos de los coches no infractores, y en su caso para qué más va a utilizar la base de datos generadas por este sistema. Porque la identificación de flujos de tráfico, el conocimiento de que un coche en particular estaba en determinado sitio a determinada hora y en otro sitio a otra hora tiene muchísimos y ominosos usos. Hasta tal punto que podría considerarse una preocupante violación de la privacidad, porque con esos datos es posible reconstruir los trayectos de automóviles individuales perfectamente inocentes. Con día y hora.

Almacenar ese tipo de datos sería una inquietante intrusión en nuestra privacidad que debiera estar bajo estricto control. Si la intención de la DGT es crear una base de datos de movimientos de automóviles, como ya está haciendo Gran Bretaña, es vital que se especifique quién y para qué pueden usarse, y también durante cuánto tiempo pueden almacenarse y cómo se va a impedir su uso indebido. De lo contrario habrá problemas, y problemas serios. Imagine que los movimientos de un automóvil pudieran formar parte de un juicio de divorcio (señoría, afirmó estar trabajando, pero estaba con su amante). O que pudieran ser alegados por una compañía de seguros para no pagar unos daños (solía hacer 1.000 kilómetros en un día y superaba los límites de velocidad). Imagine que una empresa pudiera usar estos archivos para comprobar la moralidad de un candidato a empleado (mmmm, su vehículo se detiene con frecuencia en clubes de alterne). El ‘inofensivo’ sistema de control del seguro de la DGT puede con facilidad transformarse en un pequeño Gran Hermano, si no está bajo férreo control. Y las consecuencias de un uso indebido de este tipo de información son catastróficas. Nuestros custodios no deberían usar cualquier tecnología de control tan sólo porque está disponible. ¿Y quién custodia a estos custodios? ¿Protección de Datos qué dice de todo ésto?

El convento de Apple

Si piensa usted comprarse un iPhone, sepa que no será suyo del todo jamás. Éste es el mensaje que ha transmitido a sus a veces entusiastas seguidores Apple al proceder a una actualización de software que ha inutilizado aquellos iPhones que sus compradores habían tenido a mal modificar contra las instrucciones del fabricante. La modificación consistía en liberar al teléfono del candado tecnológico que lo mantiene esclavizado a una única red telefónica: los propietarios procedieron a reventar ese candado para poder usar sus iPhones en otras redes. Y por ello han sido debidamente castigados: ahora sus teléfonos no funcionan, y no está claro que vayan a volver a hacerlo. Apple, como había avisado (es cierto) con anticipación, ha transformado estos deseables iPhones en hermosos e inútiles ‘ladrillos’. Lo cual ha causado indignación, incluso entre los ‘fans’; amenazas de demandas y, lo que es peor, la burla de la competencia e incluso la comparación (negativa) con Microsoft. Todo para que un nuevo ‘hack’ restablezca, al menos en parte, la funcionalidad de los ‘iBricks’.

Aparte de la inutilidad del ejercicio (hay más ‘hackers’ en Internet deseando liberar iPhones que ingenieros de Apple trabajando en cerrarlos; al final vencerá la Red) el incidente demuestra una creciente realidad en el mundo de la tecnología, que es el cambio de modelo: las empresas ya no nos venden sus productos como antaño, cuando al comprar nos convertíamos en genuinos propietarios que podíamos alterar o utilizar a nuestro gusto lo comprado. Nuestras adquisiciones vienen con límites que no podemos franquear; con ventanas que no podemos abrir sopena de perder la garantía, otras ventajas económicas, o (como en este caso) la misma funcionalidad. No puede decirse que seamos propietarios de una máquina si ‘alguien’ puede desconectarla a voluntad sin contar con nosotros. Un iPhone, a pesar de su precio, jamás es nuestro: sólo somos arrendatarios, y muy controlados.

La excusa es la de siempre: es por nuestro bien. Los acuerdos de exclusividad permiten a las compañías subvencionar los terminales, abaratando así el precio para el arrendatario final (si nos olvidamos del compromiso de permanencia). Y además está la seguridad: si cualquier aplicación de cualquier programador sin garantías entra en el terminal móvil podría poder en riesgo la estabilidad de la red, una razón que se lleva empleando desde los tiempos del monopolio de AT&T. Pero la verdadera razón es económica, y no en favor de los usuarios: no en vano Apple lleva meses negociando con quién presenta el iPhone en cada mercado, extrayendo de las telefónicas jugosos tratos financieros a cambio de la exclusividad de uso de tan ‘sexy’ máquina. Para que Apple gane más dinero, sus usuarios pierden libertad y jamás llegan a ser dueños de las máquinas que compran, sin que siquiera se nos ofrezca la oportunidad de pagar más a cambio de mayor margen de decisión. Si Apple es católica, como decía Umberto Eco, con esta última acción se ha convertido en uno de esos monasterios de férrea disciplina donde la obediencia y el silencio son las únicas virtudes que cuentan. ¿Y si los usuarios preferimos libertad a rebajas? ¿Y si queremos pagar por ser propietarios, de verdad, de nuestras máquinas? En el convento de Apple no hay siquiera opción de ganar la libertad con dinero. Pero cada vez hay más gente que prefiere ser libre, aunque le salga más caro. Las empresas, empezando por Apple, harían bien en tomar nota.

Una cuestión de principios

¿Qué es más importante, un perjuicio económico o una libertad fundamental? En un robo las cosas están claras: para encarcelar a un acusado de robar hace falta un juez. Porque ciertas libertades son fundamentales, así que un funcionario (un policía) no puede coartarlas hasta que un juez decida. Obvio, ¿no? Pues determinados defensores de una propiedad intelectual draconiana quieren acabar con este principio básico de la democracia y reemplazarlo por otro: una libertad como la de expresión puede ser eliminada por un funcionario, si es para proteger los derechos de autor. Ahora trate de imaginar lo que podría pasar si una agencia sin control judicial y con poder de censura previa cayera en manos de la opción política que más aborrece usted. Exacto: podría convertirse en una amenaza a la libertad, y bloquear cualquier opinión contraria al gobierno de turno. Por eso el poder judicial es el encargado de controlar las libertades fundamentales: para evitar estos riesgos. Y por eso la propuesta de ‘agilizar’ el bloqueo eliminando a los jueces es una aberración que ningún partido democrático debería siquiera considerar. Por principios.

Corregidos dos ‘es por eso que‘; gracias, crol. 2/10/2007.

Un estanco para Microsoft

Imagine que para entrar en un ministerio hiciese falta llevar puestas una determinada marca de zapatillas de deporte. O que para conducir por una carretera pública fuese necesario conducir una y sólo una marca de automóvil. O que para hablar con un funcionario público hubiera que llamar desde una única compañía telefónica. La mayoría de la gente, excepto los propietarios comerciales de esas marcas, consideraría semejante exigencia como un abuso intolerable; como una escandalosa reducción de la libertad personal con el único objetivo de favorecer los intereses pecuniarios de una compañía privada. Sería una intromisión en la libertad comercial y un impuesto indirecto sobre todos los ciudadanos; un monopolio sancionado por el estado. Sería un escándalo. Pues exactamente éso es lo que pretende hacer el estado español con los ciudadanos del país según la actual redacción de la Ley de Acceso Electrónico a las Administraciones Públicas (LAECAP), que va a aprobarse el próximo jueves 7 en el Senado. En la práctica la LAECAP proporciona un monopolio estatal a determinadas empresas sin siquiera la hoja de parra de un concurso público. Como cuando la dictadura otorgaba estancos a los Caballeros Mutilados, pero beneficiando esta vez a Microsoft.

Nuestros políticos están demostrando que no comprender el concepto de ‘acceso libre’, que en la Sociedad de la Información está íntimamente ligado con los estándares abiertos y es una libertad fundamental. Toda la información generada por el estado debe ser accesible a todos los ciudadanos, independientemente de la marca comercial de software o del sistema operativo que escojan utilizar. Toda esa información, datos y software, debe publicarse en formatos estándar no propietarios, para evitar que una compañía privada (legítimamente interesada tan sólo en sus inversores) se convierta en un peaje obligatorio en las relaciones ciudadano-estado. Para evitar que una información o programa pagadas con nuestros impuestos se nos vuelva a cobrar para beneficio de una empresa particular. Cualquier desviación de estos principios es una intolerable e inaceptable ventaja que el estado y la ley conceden a un grupo de particulares sin justificación alguna. Los políticos que lo hagan deberán explicar las razones de semejante privilegio, o no estarán libres de sospecha.

Elogio del caos

Para algunos técnicos Internet está rota, irreparablemente, y ha llegado el momento de reemplazarla por una nueva red construida desde cero. Los problemas de seguridad, el spam y todas sus derivaciones, la ineficiencia de los protocolos y la creciente complicación y fragilidad de los parches y chapuzas necesarios para mantener el conjunto en funcionamiento con más de 1.000 millones de usuarios hacen necesario crear una nueva infraestructura. Mejor, más sólida, menos frágil, más eficiente y con seguridad incorporada en su misma esencia de modo que determinados tipos de ataques desaparezcan y el comercio electrónico sea estable y seguro. Es una idea razonable que esperemos que jamás se lleve a término, porque sería un horror.

La idea de una red estable, eficiente y segura es más vieja que la propia Internet; se ha propuesto mil veces, se ha implementado cien y ha fracasado siempre. El problema no es que la eficiencia o la seguridad en sí mismas sean malas, sino que el coste que tienen es demasiado elevado. Internet es un éxito en buena parte gracias a que es un caos ineficiente e inseguro, pero vibrante y vivo; un modelo que ha batido sistemáticamente al alternativo. Es imposible crear un sistema eficiente y seguro sin sacrificar libertad de palabra y de tecnología. Sólo puede garantizarse una red ‘saneada’ mediante una autoridad central de algún tipo que controle lo que puede y lo que no puede publicarse en la red. Y esa autoridad tendría que cumplir necesariamente con todas las leyes de todo el mundo a la vez.

Imagínese crear una red que cumpla con la legislación europea de protección al consumidor y derechos de autor; con la legislación iraní de protección de la moral y con la saudí de protección de la religión; con la cubana de control personal del acceso y con la china de pureza ideológica. Imagínese conciliar los intereses de las telefónicas japonesas, los estudios de Hollywood, las empresas tecnológicas de Silicon Valley y la banca suiza. Ahora intente imaginar qué clase de contenidos podría tener una red así. La obra completa de Disney sería, con toda probabilidad, demasiado subversiva, y estaría prohibida. Usted no tendría permiso para publicar (¿cómo garantizar que no viola alguna ley?), y probablemente tendría muy limitado el acceso a información de otros países. Las nuevas YouTube, Google o Flickr no podrían nacer, porque tendrían que pedir permiso para crear sus productos. La nueva y eficiente red acabaría siendo una versión extendida de la televisión por cable; una red orwelliana.

Y no es que la idea sea nueva. De hecho los diseños originales de redes de los años 50 y 60 (desde el Memex de Vannevar Bush hasta el Xanadu de Ted Nelson o el pionero NLS de Douglas Engelbart) eran de este tipo, como lo fueron los llamados Jardines Vallados (CompuServe, Prodigy, la MSN original, America Online), como lo era el Minitel francés; como lo era la Infovía original de Telefónica. Todos ellos compartían el concepto de una autoridad central que garantizaba la seguridad y la legalidad y moralidad de los contenidos; todos ellos controlaban quién podía publicar, y qué podía publicarse. Todos ellos fueron barridos por Internet, cuando se enfrentaron.

No es una casualidad. Internet es interesante, activa y viva porque es libre; porque cualquiera puede innovar sin permiso de nadie. Una red construida de cero sería sin duda mucho mejor desde el punto de vista técnico y daría muchos menos problemas legales. Pero sería estéril, ordenada y yerta, como un parque temático en comparación con el centro de una ciudad. Nadie viviría en un parque temático, aunque muchos vayamos a verlo de vez en cuando. Menos mal que los intentos por perfeccionarnos la red no es probable que lleguen a nada, dado que ni siquiera el peligro en que están hará cooperar a gobiernos y empresas competidoras. Su egoísmo y cerrazón es nuestra mejor garantía de libertad.

Donde hay un ‘hacker’

Cuando el código es la ley, el ‘hacker’ deviene luchador por la libertad. En el mundo mediado por ‘software’ que está naciendo decidir quién hace y cómo nacen esos programas supone un riesgo terrible. Si Microsoft construye su nuevo sistema operativo Vista para satisfacer a la industria fonográfica, será imposible utilizarlo para copiar música, porque el ordenador no obedecerá a su propietario sino las órdenes codificadas en su interior. Si Apple decide controlar con mano férrea qué programas pueden (o no) utilizarse en su iPhone la máquina resistirá los esfuerzos de su propietario (usted) para que se comporte. Afortunadamente, donde hay un ‘hacker’ este tipo de opresión impuesta por cerrojos tecnológicos no puede sobrevivir mucho tiempo. Los ‘hacker’, las personas con pasión de conocer los detalles del funcionamiento de las máquinas, se interponen entre nosotros y la tiranía tecnológica. Si empresas y gobiernos intentan automatizar la opresión por intereses políticos o económicos, ellos serán nuestra única defensa.