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Semántica de combate

Nosotros no matamos inocentes‘, dice en una declaración reciente el número 2 de Al Qaeda Ayman al-Zawahiri. ‘Todos los inocentes que han muerto en nuestros ataques han sido debido a errores involuntarios o porque estaban siendo usados por el enemigo como escudos humanos‘. Es una idea que bien podría firmar el líder de cualquier grupo terrorista de cualquier siglo: los luchadores por la libertad jamás matan inocentes, porque o es sin querer o los muertos son, por definición, culpables. Y es que para justificar las acciones propias no hay nada como redefinir los términos del discurso: la semántica de combate es una técnica tan poderosa que ya George Orwell la describió como la pavorosa ‘Neolengua‘ de su 1984, que dificultaba pensar fuera de la línea del Partido eliminando las palabras disidentes o redefiniendo su significado hacia algo inerte. Los profesionales de la información sabemos que las palabras matan, y que el terrorismo es una forma de infoguerra; por eso siempre hemos tenido mucho cuidado con lo que decíamos y cómo lo decíamos. Como contrapartida, hemos exigido (y en general obtenido) una cerrada defensa de la libertad de expresión sólo moderada por nuestra cautela y experiencia profesional. De ahí, por ejemplo, las agrias polémicas sobre el uso en algunos medios del término ‘terrorista’ frente a ‘guerrillero’: no estamos hablando de meras palabras, sino de profundas tomas de posición morales. De ejercicios de responsabilidad profesional y cívica.

Con la radical descentralización del poder de distribuir información que supone Internet esta responsabilidad es más importante que nunca y a la vez más dispersa que nunca. Si las palabras son armas es como si la Red hubiese repartido poderosos arsenales entre la ciudadanía toda; como si ahora cada hijo de vecino tuviese en sus manos un arma nuclear. Vamos a tener que aprender una de las realidades ocultas de la anarquía, que es que cuando todo el mundo está armado conviene ser extremadamente educado y tener mucho cuidado con lo que se dice. Porque las consecuencias de un pequeño error, de un ligero fallo de cálculo, pueden ser desproporcionadamente dolorosas. Es muy sencillo redefinir términos, insultar a millones y emborracharse luego de la propia virtud para después exigir a voces respaldo frente a las consecuencias de los actos propios en el nombre de los más sacrosantos ideales. No es tan sencillo, porque necesita de mayor inteligencia, la restricción; porque la cautela también es una forma de ejercer la libertad. Las palabras matan; la semántica es un arma, y ahora que está en manos de todos todos debemos tener cuidado sobre dónde la apuntamos. Porque las consecuencias las sufrimos todos.