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Internet: hijos del Sputnik

Hoy hace 50 años que una pequeña esfera de metal tachonada de antenas fue colocada, por primera vez en la Historia, en órbita de nuestro planeta; los seres humanos fabricamos así el primer ‘satélite artificial’. Se llamaba Sputnik 1, que en el idioma de sus creadores significa ‘satélite’, y también ‘viejo camarada’. Porque estos creadores eran soviéticos; rusos étnicos en su mayoría, pero afiliados con un entonces poderoso estado llamado Unión Soviética que representaba el contrapeso de otro megaestado imperial denominado Estados Unidos de América. Enzarzados en una disputa casi teológica nacida de la discrepancia sobre los modelos de distribución económica, ambos megaestados (superpotencias) mantenían un precario equilibrio político y militar basado en la mutua posesión de las temibles armas nucleares, y en su reciente experiencia de lo que era una guerra total, cuando cooperaron para destruir a la Alemania nazi.

En aquellas condiciones cualquier triunfo o debilidad de cualquiera de los contendientes resonaba mucho más allá de su importancia práctica y se convertía en un punto moral en el partido por el alma del planeta que jugaban las superpotencias; algo con profundas, ramificadas y casi siempre muy inesperadas consecuencias. Así ocurrió con el Programa Sputnik, que demostró que al menos en astronáutica (un campo con inmediatas y obvias aplicaciones militares) los soviets estaban por delante de los estadounidenses. Lo cual causó un profundo choque emocional en los Estados Unidos, seguro y orgulloso hasta entonces de su supremacía tecnológica, que debió enfrentarse a la idea de ser el segundo, ajena a su mentalidad. Hoy vivimos en el mundo creado por las repercusiones de aquel impacto, entre las cuales se encuentra el lugar donde me lee. Internet es, de modo improbable e indirecto, hijo del Sputnik.

En efecto: siempre es peligroso despertar a un gigante que duerme. Confiado en su poderío económico y su aislamiento geográfico, que le habían permitido salir de la Segunda Guerra Mundial más poderoso que nunca, EE UU había desarrollado primero la bomba atómica y trabajaba en adaptar los cohetes desarrollados por Alemania para alcanzar el espacio. Y como transportes de esas mismas bombas, tarea tan similar como para ser intercambiable: actualmente los viejos misiles intercontinentales ex-soviéticos se reconvierten en lanzadores de satélites con poco más que cambiarles el cono de proa. Cuando la señal del Sputnik [fichero .ogg] demostró la mayor rapidez de la URSS en esta tarea, quedó claro que la excusa de la bomba atómica (no la inventaron ellos: nos la robaron) no servía: aquí había una debilidad real. Los EE UU no iban por delante en astronáutica; se habían quedado rezagados en alta tecnología e incluso en ciencia básica. Era necesario hacer algo, y grande, y deprisa. El gigante relajado se puso en pie de un brinco. Y el mundo tembló, y cambió para siempre.

De aquel súbito desfallecimiento emocional surgieron agencias como la NASA, que una docena de años después colocó tres hombres en la Luna y los trajo de vuelta sin un rasguño. También nacieron masivos programas de formación en ciencias básicas para los jóvenes y un enorme sistema de apoyo a la investigación científica que culminó en el nacimiento de la National Science Foundation (NSF), dedicada a su promoción. Hubo gigantescas inversiones militares, que incluyeron la creación de un departamento de científicos locos dentro del Pentágono que se denominó Advanced Research Projects Agency (ARPA). Y de ARPA (a veces DARPA) y la NSF habría de nacer la Internet anárquica que hoy conocemos, como un inesperado y sorprendente efecto colateral (e inesperado, y demorado) del Sputnik: la heroicidad cometida por un estado totalitario que hoy no existe en el nombre de una ideología hoy derrotada. A veces los dioses tienen sentido del humor.

El arma más horripilante del mundo

Afortunadamente, jamás llegó a volar; pero de haberlo hecho el SLAM (Supersonic Low-Altitude Missile, misil supersónico de baja cota) Plutón hubiese sido la mayor abominación armamentística de la historia. Se trataba de un misil de crucero trisónico con ojivas múltiples de hidrógeno y propulsión nuclear. Su mera onda de choque era capaz de matar al sobrevolar el suelo a baja altura; si esto no acababa contigo, lo haría la radiación de su motor, un reactor nuclear desnudo que iba expulsando pedazos de plutonio a medio gastar y altamente radioactivo en su recorrido. Y si todo esto fallaba, siempre estaban las 16 cabezas termonucleares de un megatón cada una. Todo esto en un paquete de prácticamente ilimitada autonomía que le hubiese permitido recorrer la Unión Soviética a placer, devastándolo todo a su paso. Una fantasía necrófila de la Guerra Fría.

Plutón habría despegado desde los EE UU con unos cohetes aceleradores, necesarios para obtener la velocidad mínima de funcionamiento de su Ramjet nuclear. A partir de ese momento aceleraría hasta un mínimo de tres veces la velocidad del sonido hasta alcanzar la costa, momento en el que sus sistemas de seguimiento del terreno lo harían descender e iniciar su perfil de ataque a baja altura. A esa velocidad y altitud de operación nadie hubiese podido detectarlo, y mucho menos interceptarlo. Habría podido recorrer cualquier país enemigo dejando una estela de devastación sin precedentes. El proyecto estuvo en marcha durante años, y se llegó a construir y probar con éxito un reactor propulsor experimental [imagen]; el esfuerzo obtuvo numerosos avances en campos como la electrónica, las aleaciones metálicas de alta temperatura y la cerámica, por no citar la industria cervecera (Cerámicas Coors, filial de la cervecera, suministró el corazón del reactor). Afortunadamente el proyecto era demasiado enloquecido incluso para una época de fiebres del uranio y coches y aviones nucleares, y acabó por ser cancelado. Pero que se simplemente se trabajara en algo así… da que pensar.

Corregida errata el 31/3/2007. Gracias, JuanPi.