Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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¿Fomenta Google la estupidez?

Se ha convertido en una herramienta imprescindible para utilizar Internet; es una empresa gigantesca con ingentes ingresos (uno de sus fundadores tiene para pagarse un viaje al espacio) cuyas decisiones influyen de modo determinante en el futuro del conocimiento; su nombre se ha convertido en verbo, y es utilizado para las más increíbles funciones. Y ahora Google recibe premios de comunicación, así que la pregunta que se hacen algunos es más que relevante: ¿y si el buscador por antonomasia nos está haciendo literalmente más estúpidos? ¿Y si su influencia en la mente humana es negativa? ¿Y si los hábitos que crea en nosotros, las modificaciones que genera en nuestras mentes, nos hacen menos listos, menos capaces de pensar a largo plazo, menos inteligentes?

La discusión es tan antigua como los bisontes de Altamira, o el nacimiento de la escritura cuneiforme; arreció en la Era Antigua y en la Edad Media, y enfrenta a dos modelos diferentes de en qué consiste la inteligencia. Para unos inteligencia es disponer en la cabeza de los datos que se precisan cuando se precisan; desde este punto de vista el almacenamiento de información en bruto, la memoria, es vital para las funciones que entendemos como inteligencia. Sus partidarios abogan por la enseñanza que potencia la capacidad de retención, y en diversas épocas han deplorado invenciones como la escritura o la imprenta, que iban a degradar la inteligencia humana al permitir o fomentar el almacenamiento externo de información; para los abogados de la memoria la escritura era una tragedia, ya que al acabar con la necesidad de memorizar largos textos acabó con la tradición del bardo, disminuyendo la necesidad de la rima y cambiando la creación para siempre. La Odisea, el libro, es para estos defensores de la memoria una traición a la más antigua arte humana: la del contador de historias. La imprenta, al aumentar el número de los libros, no hizo más que rematar la tradición oral, y con ella, la inteligencia. Para los memoricistas, la mente murió con la escritura, y Google es el demonio hecho realidad.

Pero hay otra forma de concebir la inteligencia, no como la capacidad de almacenar datos, sino como la posibilidad de relacionarlos entre sí. Esta visión privilegia las conducciones sobre los depósitos; la conexión de información dispersa sobre su almacenamiento. Utilizando los libros como palanca, la inteligencia conectiva cambia el énfasis y considera más importante las relaciones que el acopio, la conectividad que la memoria. Desde este punto de vista los libros, los ordenadores u otros almacenes extracraneales de información que seamos capaces de inventar en el futuro no limitan la inteligencia, sino que la liberan al eliminar la necesidad de gastar neuronas en el simple acopio de datos. Los conectivistas (entre los que estaban los creadores conceptuales y físicos de Internet) piensan que estas invenciones nos hacen más, no menos, inteligentes, y que Google es una etapa más en la evolución de las herramientas que nos permitirán alcanzar niveles nunca soñados de conocimiento, gracias a la liberación del espacio reservado a la memoria para hacerlo disponible a la conexión. Ya que, en última instancia, comprender algo no es recordarlo, sino relacionarlo con todo lo demás. La inteligencia es conexión, y el estallido exponencial que se ha producido en nuestro pasado desde la invención de la escritura y la imprenta así lo demuestran. Google no es una amenaza a la inteligencia: es la semilla de una mente mejor.

Desesperada Microsoft

Hay dos estrategias para conseguir que la gente utilice un producto. Una consiste en ofrecer una buena relación calidad-precio que sitúe al producto por encima de las ofertas de la competencia, o al menos lo haga competitivo en un nicho de mercado rentable. La alternativa consiste en sobornar a la gente para que lo utilice. Ésta última estrategia de promoción es la que ha decidido poner en marcha Microsoft para intentar activar su buscador de Internet, y arañarle algo de cuota de mercado a Google. El programa, llamado Live Search cashback, ofrece descuentos de entre el 4 y el 8% a los usuarios registrados que utilicen Live Search para buscar productos y comparar precios. El dinero sale de los ingresos obtenidos por Microsoft, una gran parte de los cuales se redirigen al consumidor. Como algún analista ha señalado, la idea demuestra que la gente de Ballmer está dispuesta a explorar posibilidades innovadoras y originales. También demuestra que, tras intentarlo durante años con denuedo, han renunciado a ganarle a Google en su propio terreno. La iniciativa huele a desesperación.

Es incluso posible que Live Search cashback tenga éxito, y que suponga una amenaza real a la cuota de mercado de Google en determinados aspectos claves de la búsqueda. Pero ninguna empresa renuncia voluntariamente a recortar sus beneficios a no ser que considere que el mercado a conquistar es vital para su futuro, y que es la única forma de conseguirlo. Para ofrecer los descuentos Microsoft tendrá que contemplar Live Search como Apple contempla iTunes: como un producto que no pierde dinero ni lo gana, pero que sirve para vender otros productos (iPods, en el caso de Apple) que sí proporcionan ingresos. La intención de Redmond no es la filantropía, sino conquistar (en este caso, comprar) un mínimo espacio en la Red. Que estén dispuestos a hacerlo significa que consideran ese espacio imprescindible para su supervivencia. Y que otras alternativas más rentables, como competir en la calidad de las búsquedas, han quedado descartadas. De ahí la desesperación.

Dos errores no suman un acierto

Microsoft insiste en tener tratos con Yahoo!, tras ver rechazada su oferta de compra por pagar poco. Ahora quiere un acuerdo de colaboración, cualquier cosa para que el gigante de Redmond reduzca su dependencia de los ordenadores de sobremesa. Queda claro por dónde van los tiros del futuro: servicios y almacenamiento remoto de información, financiados por publicidad altamente selectiva y muy eficaz, tanto para el anunciante como para el usuario. La actual pujanza de los ultraportátiles, los iPod, diversos modelos de agenda electrónica y otros aparatos conectados demuestra que el futuro de la conectividad no pasa necesariamente por el PC, sino por una combinación de muchos artilugios diferentes unificados por el almacenamiento remoto de datos vía Internet. Es el modelo del llamado ‘PC Tonto’, y Microsoft pinta poco en este futuro; de ahí su empeño en aliarse con Yahoo!. Paradójicamente si lo consigue será porque Yahoo! es también un segundón en este mercado, muy por detrás de Google. Para ambas compañías, el futuro está nublado; es casi imposible que la suma de dos errores proporcione un acierto.

La Nube ataca

Se mire como se mire, hay una nube en nuestro futuro. Cada vez hay más servicios que ofrecen almacenar nuestra información en servidores ajenos pero de confianza, a cambio de una modesta cantidad o simplemente del privilegio de conocer nuestros movimientos y pensamientos, con el fin de enseñarnos publicidad. En el fondo nos cobran el servicio en la moneda más cara de la Era de Internet: nuestra atención, por la que los anunciantes están dispuestos a pagar cada vez más. Muchas empresas (casi toda la llamada Web 2.0, por ejemplo) ya han hecho la transición, y operan desde máquinas ajenas. Ahora empieza una feroz competencia por ese negocio, y dentro de muy poco tiempo las ofertas se dirigirán directamente a nosotros, los consumidores.

En el ámbito empresarial Google ha lanzado su App Engine, que permite a cualquier compañía o particular alojar aplicaciones en el superordenador mundial que Google lleva 9 años construyendo. El objetivo primario es Amazon, que ofrece algo similar desde hace tiempo, pero ya de paso Google apunta más arriba: si las aplicaciones en Red se extienden y cada vez pueden hacerse más cosas a través del navegador, el sistema operativo se hace menos valioso, y Microsoft pierde. Mientras esta guerra se libra en las alturas, otras empresas se preparan para desembarcar en el mercado del consumidor de a pie. Por ejemplo el banco estadounidense Wells&Fargo, que prepara una oferta de caja de caudales digital llamada vSafe que permitirá almacenar con seguridad nuestras propiedades digitales más valiosas. Lo cual tiene sentido: si cada vez una mayor parte de nuestra vida está en la Red, querremos asegurarnos de que no es destruida por accidente o descuido, y ¿quién mejor que un banco para tranquilizarnos a ese respecto? Habrá más de este tipo de servicios en el futuro, y ofrecidos por más compañías. La Nube está aquí para quedarse.

Los peligros de la nube

La ‘computación en nube’ es lo último: en vez de usar un PC potente, se instala un ordenador barato que almacena programas y datos en un servidor remoto, como hacen Hotmail o gMail. Cada vez hay más y de más tipos, ya que confiar en la ‘nube’ es más barato y ahorra problemas de actualización y seguridad; se acabaron los ataques de ‘crackers’, los virus, etc. Un terminal ‘tonto’ y una buena conexión a Internet, y tenemos la potencia de un gran ordenador sin pagarlo; el diseño original de Internet. Pero la ‘ nube’ tiene sus problemas. Y no sólo los de seguridad y privacidad. También está la fiabilidad de las conexiones a la Red, e incluso de esas empresas. Como se ha visto la pasada semana, cuando Amazon Web Services estuvo dos horas fuera de la Red, afectando a algunos de sus clientes empresariales como Twitter. La ‘computación en nube’ es tan importante para el futuro que en buena parte explica la oferta de Microsoft por Yahoo!: juntos pueden plantar cara a Google en este campo. De momento, le falta fiabilidad; mejor conservar nuestros PCs.

Microsoft, Yahoo! y el fin del PC

La guerra ha terminado, y el ganador es Google. La oferta de Microsoft por Yahoo! es el anuncio de una revolución en la industria informática, un radical cambio de paradigma. Se acaba la Era del ordenador personal (PC), una máquina completa con almacenamiento privado en cada hogar y oficina; el mañana pertenece al llamado ‘cloud computing‘, es decir, a la red distribuida, el almacenamiento de datos en servidores remotos y los terminales simples. La capacidad de procesamiento y el almacenamiento de datos se están moviendo ya, de los bordes de la red a su centro: el futuro es una repetición del pasado, con ordenadores centrales y terminales carentes de inteligencia. El futuro es el ‘googleputer’, y el modelo alternativo ‘pc-céntrico’ que hizo poderosa y rica a Microsoft ha fracasado. Por eso la empresa que fundara Bill Gates necesita a Yahoo!; por eso su oferta es el reconocimiento de una derrota estratégica vital. Microsoft ha perdido el futuro.

Yahoo! ha estado muy ocupada pisando los talones a Google mientras éste construía su superordenador planetario. Siempre por detrás, pero siempre duplicando los pasos del líder mediante compras y absorciones, de modo que ahora Yahoo! dispone de conocimientos y experiencia equivalentes a las de Google en lo que se refiere a la construcción y mantenimiento de los complejos sistemas que permiten al buscador almacenar y mantener ingentes cantidades de información y procesamiento, con fiabilidad y disponibilidad sin igual. Google tiene su ‘googleputer’, pero Yahoo! ha construido su propio ‘yahooputer’ equivalente. Lo que no ha sido capaz de crear es un modelo de negocio que lo respalde, ya que el ‘Proyecto Panama’, cuyo objetivo era alcanzar a Google en venta de publicidad contextual, no ha cumplido. De ahí las malas cifras financieras, y los despidos; de ahí la rebaja bursátil que ha permitido a Microsoft lanzar su oferta. Yahoo! no puede alcanzar ya a Google, pero tiene una opción razonable de ser segundo.

En cambio Microsoft no tiene nada. Su apuesta era avanzar en la misma dirección desde el extremo opuesto; extraer capacidades del PC para situarlas en servidores remotos empezando desde el sistema operativo. Pero la más que tibia recepción que está teniendo Vista en el mercado demuestra que el modelo no funciona. Ni siquiera el inigualado poder de Microsoft entre los fabricantes de ordenadores ni su demostrada falta de tacto a la hora de imponer su voluntad, incluso violando alguna que otra ley, han conseguido que Vista avance lo bastante deprisa. Los usuarios no confían su información a Microsoft, y los sistemas antipiratería de Vista han causado no pocos problemas. Forzados a instalar Vista muchos optan por Ubuntu, MacOSX u otras alternativas (como el propio Windows XP), que ofrecen más control al usuario de lo que hace su sistema operativo. Esta desconfianza hace que la transición a la nube desde el PC no sea posible.

Pero Microsoft carece de capacidad para llevar a cabo esa transición desde la oferta de servicios, como hace Google. De hecho Microsoft avanza reluctante por esta senda, porque necesita demasiado el PC; buena parte de sus ingresos dependen no sólo del sistema operativo, sino de los programas que corren sobre ellos, como la suite ofimática Office. Por eso Redmond no tiene una alternativa real a productos como Google Docs. La ventaja en el concepto de ‘cloud computing’ que antaño le diera la compra de Hotmail (la primera gran aplicación de este tipo) se ha esfumado; ahora el indiscutible rey del mercado es GMail, con el webmail de Yahoo! como segundo. Querer absorber Yahoo! es el reconocimiento de que para sobrevivir Microsoft necesita ofrecer su propia ‘nube’. Y de que no sabe hacerlo por sí sola.

Todo lo cual significa que el PC va camino del basurero de la historia. La idea de un ordenador completo y autosuficiente capaz de conectarse además a la Red está muriendo. La Internet del mañana tendrá en sus extremos terminales ‘tontos’, simples puntos de acceso sin capacidad propia como los que una vez defendieran empresas como Oracle y Sun. En el centro habrá ‘nubes’, vastas granjas de servidores interconectados capaces de almacenar todos nuestros datos y de procesar nuestra información en tiempo real, en una repetición en clave de gran farsa del viejo modelo del ‘mainframe’ con terminales que dio origen a la informática. Eso será más económico, más seguro, más conveniente y más sencillo; habrá menos virus, desaparecerán los problemas de compatibilidad, y las empresas propietarias de las ‘nubes’ se encargarán de garantizar las transacciones y de hacer la vida difícil a los ‘crackers’. A cambio, perderemos toda autonomía: nuestros datos y programas estarán en manos ajenas, lo cual significará menor capacidad de innovación, menos creatividad y un mayor nivel de control sobre los contenidos. Pase lo que pase con Yahoo!, la guerra entre Google y Microsoft ha terminado; y su resultado es que el PC muere. Para nosotros esta derrota no es una buena noticia.

Ay del periodismo

Google ha puesto en marcha un sistema para crear artículos sobre temas diversos. Es una demostración más del estado terminal en el que se encuentran las disciplinas creativas, pero sobre todo el periodismo; ese gremio que debiera ser el principal productor de contenidos de todo tipo en la Red. Porque lo que Google demuestra con su nueva creación es que no existen en la Red suficientes noticias, textos, historias como para que ellos las localicen; que no pueden hacer bien su trabajo porque los medios y periodistas no estamos haciendo bien el nuestro. Piénselo: el negocio de Google es encontrar la adecuada información, y aprovechar esa localización para poner anuncios. Pero como no tiene qué buscar, lo fabrica. Es como si las Páginas Amarillas montasen fontanerías para rellenar sus guías. O como si los fabricantes de mapas se vieran forzados a crear países para poder construir sus geografías. El talento original de Google es la búsqueda, la organización de información; y no su creación, un negocio mucho más complicado. Que consideren necesario entrar en producir contenidos indica su desesperación ante el fracaso, entre otros pero sobre todo, del periodismo. Esa profesión de camino al cementerio, si no espabila.

Carburante

Aunque no es el único, el dinero es uno de los principales motores de las sociedades, que pueden tomar decisiones contra la economía, pero no por mucho tiempo. Una de estas situaciones contra natura se produjo durante el malhadado ‘Boom’ de Internet, a principios de siglo, cuando porciones sustanciales de la sociedad decidieron incorporarse al ciberespacio e innumerables listillos (y no pocos genuinos pioneros) pensaron al unísono que donde van millones de personas, hay dinero que ganar. Tenían razón: la Red se había convertido en una inmenso yacimiento económico. Lo complicado era extraer de allí la pasta: fue la carencia de modelos de negocio operativos, y no de clientes, lo que acabó con no pocas empresas fundadas en aquellos años. Debido, paradójicamente, a lo sencillo que resultaba encontrar dinero entre los inversores, muchas empresas se olvidaron de sacarlo de sus clientes. El motor económico de la Red se quedó bruscamente sin carburante cuando aquel flujo de inversión se paró de golpe. Y la ley de la gravedad volvió a actuar: fue el ‘Crash.com’. Ahora, un lustro más tarde, la sociedad está más conectada que nunca y las empresas e inversores redescubren Internet como oportunidad. ¿Volveremos a ver un ascenso milagroso seguido de un batacazo morrocotudo?

Esta vez hay una diferencia, y no es sólo la experiencia previa, sino un término vital: Google. Como ha quedado remachado por su compra de Doubleclick, Google se ha convertido no sólo en una empresa fenomenalmente exitosa, sino en el mecanismo de extracción de dinero de la Red; el modelo de negocio multiusos que puede sustentar una nueva realidad económica. Google está redefiniendo lo que significa la palabra ‘publicidad’, y al hacerlo está descubriendo inexplorados y potencialmente infinitos depósitos de dinero, y poniendo a punto técnicas para extraerlo. Ello proporcionará a este segundo ‘Boom.com’ el carburante que precisa. La salsa secreta de Google se llama ‘publicidad contextual‘.

En la publicidad normal el anunciante no sabe a quién le interesa su producto, de modo que tiene que lanzar su anuncio para que lo vea cuanta más gente, mejor. Esto significa grandes anuncios, en grandes medios de comunicación, colocados de modo que al pobre cliente de esos medios no le quede más remedio que ‘tragarse’ la amarga píldora quiera o no. Es una publicidad que molesta, por intrusiva, y además carísima, de modo que pocas empresas pueden pagarla. El secreto de la publicidad contextual es enseñar el anuncio tan sólo a quien está interesado en el producto anunciado. De este modo no resulta molesto, pero sí altamente efectivo y por tanto barato y rentable. Estas cualidades abren a millones de pymes la posibilidad de anunciarse que nunca tuvieron. Un círculo virtuoso que enriquece a Google, pero que también inyecta dinero al resto de Internet, porque para ser efectiva esta publicidad precisa de medios segmentados y de calidad, con los que la nueva hornada de agencias intermediarias compartirán ingresos. Florecerán micromedios para microaudiencias, sustentados por publicidad contextual; la macropublicidad residual quedará confinada a las cada vez menores audiencias de los macromedios hasta que deje de tener sentido y desaparezca. Es un proceso en marcha.

No será sencillo, ni un camino de rosas. Habrá empresas que no conseguirán adaptarse; los equivalentes a Google (y rivales) de este mundo tendrán tanto poder que será complicado controlarlos; habrá tentaciones de abuso, y no poca disrupción. Es lo que tienen las revoluciones, cuando surgen y las tendencias económicas van en su misma dirección: que triunfan, y después el panorama es completamente diferente. No necesariamente se materializarán las ‘ciberutopías’ mesiánicas que algunos predicaban en el fin de milenio, pero la estructura económica dará un salto, ajustándose a los cambios que la sociedad ya está viviendo. Esta vez el ‘crash’ lo vivirán otros, porque esta vez el motor sí que tienen carburante. Agárrense: vienen baches.

El suicidio más cruel

Hay a quien no le basta con quitarse la vida, sino que además tiene que hacerlo de la manera más dolorosa posible. Así la prensa belga ha ganado otra batalla en su particular guerra con Google por controlar cono mano férrea su información; una segunda victoria que les lleva de cabeza a la más abismal de las derrotas. Porque la prensa belga, y quienes en otros países se están fijando en sus batallas ganadas, está cometiendo un error funesto que les va a llevar al envidiable panteón que ahora ocupan las fonográficas. Se están suicidando, con extrema crueldad.

Es un problema de números; y sabido es que con los números no es sano discutir. Según un cálculo efectuado sobre datos de 2002 cada año se generaban en el mundo 800 Mb de información por persona (casi un libro estándar), con la cantidad creciendo un 30% anual. Por entonces la web ‘normal’ (visible por buscadores) almacenaba 167 Terabytes (Tb) de información (equivalentes a unos 15 millones de libros); aproximadamente el contenido de la mayor biblioteca del planeta (la del Congreso de los EEUU). Pero en la web denominada ‘profunda’ (accesible, pero externa) se calculaba el total en 91.850 Tb; unas 550 Bibliotecas del Congreso. Desde entonces los ritmos de crecimiento no han dejado de aumentar. La situación es catastrófica: nos está ahogando el exceso de datos. El término ‘TMI‘ (too much information; demasiada información) está pasando al lenguaje popular. Hablamos de ‘infoxicación‘; intoxicación por un exceso de información que nos impide distinguir entre lo relevante y lo irrelevante, entre lo crucial y lo banal.

En esa ingente marea de datos que todo lo arrasa los periódicos, en especial los belgas, son la décima parte de una gota en el océano. Su contribución queda sumergida, apabullada y dilucida por miles de millones de otras fuentes de información, compitiendo todas ellas por conseguir un mínimo ratito de mirada humana que las lea. La cosa está alcanzando tales niveles que se teoriza sobre una Economía de la Atención, donde el recurso valioso deja de ser la información para ser la mirada de quien la lee. En términos prácticos, la mayor dificultad de los creadores de contenidos es obtener lectores, oyentes, videntes; conseguir que alguien nos encuentre.

Es en este entorno que los periódicos belgas (y quienes consideran sus victorias como propias), obcecados con mantener a toda costa el control de sus informaciones, están utilizando leyes obsoletas para hacer más difícil que les encontremos. Considerándose imprescindibles, creen que pueden por la fuerza convencer a Google de que comparta con ellos sus ingentes ganancias, basándose en que sin los contenidos de la prensa no habría qué buscar en la Red. El empeño destaca su arrogancia, su ignorancia de la realidad y su decisiónde dañarse a sí mismos, dificultando a sus lectores encontrarles, antes que ceder una pizca del control total sobre su producto. Como las fonográficas, prefieren morir dolorosamente que dar su brazo a torcer en beneficio de sus clientes. Bien, así será, porque ellos así lo han querido. A estas alturas ya no dan ni siquiera pena.