Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Terminator, el retorno

Como el personaje de Schwarzenegger, regresa la posibilidad de que se autorice una biotecnología propagandísticamente conocida como ‘terminator’ rechazada hace unos años tras una feroz campaña en contra. La idea consiste en añadir a semillas genéticamente modificadas un nuevo rasgo: la esterilidad. Y aunque hoy vivimos en un mundo muy diferente, en el que preocupa sobremanera el despegue brutal de los precios de los alimentos y claramente hace falta nueva tecnología de producción capaz de multiplicar el rendimiento agrícola, ‘terminator’ vuelve a encontrarse con una contundente campaña publicitaria en contra. Contundente, y en buena parte falaz: para ‘cargarse’ definitivamente una tecnología políticamente dañina para su causa, algunos sectores están enfrentando el humanitarismo (la lucha contra el hambre) contra el ecologismo. En este caso, a favor de una forma radical de ecologismo que poco tiene en cuenta a los más desfavorecidos. Para salvar a la tierra, parecen dispuestos a dejar morir de hambre a millones.

Los argumentos contra ‘terminator’ son falsos y contradictorios. Por un lado se acusa a la tecnología de estar diseñada para explotar al campesinado obligándoles a comprar semillas cada año, lo cual es falso. Por otro lado se dice que como cualquier modificación genética ‘terminator’ corre el riesgo de provocar una contaminación genética de las poblaciones naturales, lo cual es absurdo: el objetivo de la tecnología es precisamente impedir la contaminación genética; pese a lo que algunos digan, es totalmente imposible que una esterilidad genética se propague, precisamente porque las plantas son estériles. ‘Terminator’ evita el riesgo de contaminación genética del ecosistema, y tal vez por eso es tan atacada. La acusación de que obliga a los campesinos a comprar semillas [pdf] es, por supuesto, cierta, pero las implicaciones son también falaces: los campesinos (del Primer y del Tercer mundo) llevan décadas utilizando en gran número semillas híbridas, que son estériles. Nadie les obliga a ello; disponen todavía de sus ‘stocks’ de semillas locales autóctonas. Utilizan los híbridos, los responsables de la llamada ‘Revolución Verde‘ que tanto ha hecho por reducir el hambre en el mundo, porque tienen mayor rendimiento: porque producen más. Son más caros, más delicados y más difíciles de cultivar, y no permiten utilizar las semillas de un año para otro, pero esas desventajas se compensan por su mucha mayor productividad, algo muy importante cuando se vive en el umbral del hambre. ‘Terminator’ no es diferente en eso de las semillas híbridas que ya utilizan hoy muchos campesinos, y sin embargo proporciona un grado de seguridad biológica mucho mayor, al impedir que cualquier modificación genética que tengan las plantas de cultivo para aumentar la producción se extienda por las poblaciones naturales. No perjudica a los agricultores y protege al medio ambiente: una aberración.

Políticamente, ésta es la clave: ‘terminator’ elimina una objeción válida contra las cosechas genéticamente alteradas y, por tanto, facilita su introducción. El mundo necesita imperiosamente aumentar la producción de alimentos, o reducir la población; si no hacemos nada tan sólo crecerá el hambre. Las técnicas de ingeniería genética proporcionan cosechas que producen más, al limitar el uso de insecticidas (maíz Bt) o mejorar la capacidad de las plantas para sobrevivir en climas áridos o en terrenos salobres. También pueden mejorar la alimentación de millones al incorporar vitaminas no presentes en los cereales naturales. Las nuevas semillas no son conceptualmente diferentes a las modificaciones de los cereales híbridos que utilizamos desde los años 40, pero los genes extra se incorporan por otro procedimiento. Y la posibilidad de que esos genes contaminen las poblaciones naturales y reduzcan la diversidad es real. Por eso ‘terminator’ es útil, como un seguro para el ecosistema. Y por eso desde los ámbitos más preocupados por salvar al planeta que a sus habitantes les encanta demonizar esta tecnología, con argumentos que a veces suenan más a prejuicio, síndrome de frankenstein y ludismo que a discusión honesta de política. Esta vez, como en la segunda película del mismo nombre, ‘terminator’ viene para salvarnos.

PD: Aclaro que no estoy ni he estado jamás a sueldo de ninguna multinacional biotecnológica; mejor argumentamos y nos ahorramos los epítetos: son aburridos.

No manipularás ADN

La Iglesia Católica se moderniza; tradicionalmente despacio, pero se moderniza. Dentro de esta carrera hacia el presente la jerarquía vaticana ha hablado de remozar el clásico listado de los pecados más importantes, añadiendo unas cuantas infracciones nuevas a la voluntad de dios castigadas, en principio, con el Infierno eterno. Algunos de los nuevos pecados no dejan de ser curiosos, como la injusticia económica y política, que de haber entrado en vigor antes hubiese condenado a millones de católicos que deben hollar hoy el Paraíso gracias a este retraso. Otros parecen obvios, como que la agresión a la creación de la divinidad en forma de deterioro ambiental deba castigarse con la máxima pena. Y por fin otros tienen que ser producto de la ignorancia o el error, como es considerar pecaminosa en sí misma la manipulación del ADN. Condenando así al fuego eterno a miles de científicos que manipulan ADN todos los días en su investigación. Los pecadores.

La ingeniería genética consiste en una serie de técnicas para introducir genes en el genoma de seres vivos, y para activarlos o desactivarlos a voluntad. Una aplicación posible de estas técnicas es introducir con rapidez y precisión genes ajenos con el fin de proporcionara un ser vivo cualidades nuevas, reemplazando al tradicional método de la crianza selectiva, mucho más lento e impreciso. La creación por estos procedimientos de seres vivos trangénicos es considerada una abominación por muchos (desde ecologistas a luditas, pasando por algunas confesiones religiosas), ya sea por el peligro de contaminacion de los genomas naturales, por el temor a efectos secundarios imprevistos o por una generalizada repugnancia ante la idea de modificar seres vivos. En muchos casos esta repugnancia tiene bases religiosas; siempre es profundamente conservadora, en el sentido de opuesta al cambio, y en ocasiones bordea el rechazo de la tecnología misma o del modo de vida de occidente. Pero éste no es el único uso de la ingeniería genética. Mucho más habitual es emplear estas técnicas para analizar la función de genes concretos en los seres vivos. El dónde, cuándo y en qué orden se activan los genes determina todo el funcionamiento de los seres vivos, desde su nacimiento, durante todo su crecimiento y hasta su muerte. La manipulación de ADN es así una herramienta más de investigación científica, una forma de aumentar el conocimiento que tenemos los humanos sobre el Universo de lo vivo. ¿Permitirá la Iglesia Católica investigar a los científicos que usan esta técnica como herramienta, o les condenará como contrarios a la ley divina? Y si es así, ¿aceptará la práctica, dentro de 360 años?

Clonar no es fotocopiar

La ganadería brava de Victoriano del Río quiere clonar a su semental, un toro llamado ‘Alcalde’ que a través de su simiente ha proporcionado grandes éxitos al criadero. Con ello el ganadero bravo demuestra una recomendable capacidad de mirar hacia el futuro y un notable talento para el márketing. Además de un notable desconocimiento de la ciencia. La clonación no es un proceso de ‘fotocopia’ de seres vivos: el clon de ‘Alcalde’ ni siquiera será completamente idéntico a su original en lo genético, ya que el genoma de las mitocondrias (las factorías energéticas de las células) es independiente, y se hereda de la madre. Además, el caso de la archiconocida oveja ‘Dolly’ ha demostrado que los animales clonados sufren procesos de envejecimiento acelerado y enfermedades que no se corresponden con su edad cronológica: el proceso de clonación deja huellas. El descendiente clónico de ‘Alcalde’ (¿’Alcalde bis’?) no tendrá necesariamente los mismos talentos que su antecesor genético. Lo cual no quiere decir que la operación no resulte un éxito rentable, desde el punto de vista de las relaciones públicas. Científicamente, es otro cantar: la clonación no es una vacuna contra la muerte, ni siquiera de los genomas. Por mucho que lo diga Hollywood, un clon no es una fotocopia.

Los peligros del Nobel

James Watson hace declaraciones explosivas. Y lo malo es que la gente le concede a sus opiniones sobre biología mucho fundamento, por su premio Nobel ganado al codescubrir la estructura del ADN, base de la genética. No es sólo que los científicos sean seres humanos y por tanto falibles; ni que Watson tenga casi 80 años y esté promocionando un libro. Es que además la ciencia actual está muy compartimentalizada, y a veces un especialista sabe poco de áreas diferentes, incluso aunque estén cercanas a su trabajo: el que un científico tenga un Nobel no garantiza que sepa de qué está hablando excepto cuando habla de lo suyo. Y no siempre, porque el comité Nobel ha cometido errores. Lo cual no disculpa el básico error científico cometido por Watson: que la inteligencia sea en parte heredada no quiere decir que tenga que haber diferencias entre distintos grupos. Hay blancos y negros más y menos listos, por causas en parte genéticas. Pero de ello no se deduce que ‘los blancos’ en su conjunto sean de una manera, o ‘los negros’ de otra. Ni siquiera conceptos como ‘raza‘ o ‘inteligencia‘ están claros en la biología moderna, y se sabe que las comparaciones en este campo han sido falaces, además de perniciosas. El Nobel honra a quien lo recibe y proporciona proyección mediática, pero no prudencia ni juventud: a veces sirve para que los galardonados destruyan sus propias reputaciones.