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Darwin y la naturaleza salvaje

Una de las más corrientes y antiguas tergiversaciones de la teoría de la Evolución darwiniana es la que caricaturiza sus postulados hablando de la Selección Natural como del triunfo del más fuerte; como la victoria sangrienta en la lucha salvaje de la vida. Tan profundamente está esta imagen cincelada en la conciencia pública que el nombre de Darwin se usa a menudo como metáfora de lucha sin cuartel en la que el vencido es incluso devorado físicamente. Como en este reportaje del suplemento Dinero de La Vanguardia [barrera de pago], el gentil, educado y antiesclavista Charles Darwin se ve convertido en defensor de una visión de la naturaleza como un baño de sangre. De ahí a igualar la evolución darwiniana con la eugenesia y las teorías de la supremacía racial hay tan sólo un paso, que han dado con fervor y a menudo detractores de la evolución y defensores del racismo. Demostrando que no han entendido nada de cómo funciona la naturaleza, ni la selección natural.

Si el mundo natural fuese una perpetua batalla de sangre y garras desnudas, de comer o ser comido, los pequeños escarabajos no serían el grupo con mayor número de especies del planeta Tierra. Los insectos sociales, como las hormigas o las abejas, no estarían entre los más extendidos, y los peces payaso con el Nemo de la película no cooperarían con las anémonas, sino que las devorarían. Los caballos, ñúes y gacelas en estado natural no se agruparían en manadas, y los perros de las praderas serían animales solitarios. Lo cierto es que la selección natural en numerosas ocasiones aprovecha y fomenta las ventajas que la cooperación social supone para los animales. Una disciplina entera, la sociobiología, se encarga del estudio de este aspecto de la evolución.

De hecho los primates, y dentro de ellos los simios, y dentro de ellos los humanos, nos hemos convertido en los más consumados especialistas en cooperación social. Y eso nos ha permitido llegar a donde estamos. El desarrollo de un lenguaje más complejo que el de ningún otro animal, la dilatada infancia para garantizar un largo aprendizaje y las conductas de trabajo conjunto forman parte esencial de lo que somos. Lejos de ser el Mono Asesino, somos más bien el Mono que más Coopera. De hecho hay investigaciones que indican que la moralidad, la capacidad de distinguir el bien del mal, ha aparecido por selección natural; como un mecanismo más de reforzamiento social. Lo cual tiene sentido en una especie como la nuestra, que deriva su éxito de la cooperación entre individuos y no del enfrentamiento. Darwin no defiende una versión sangrienta de la naturaleza, sino el mecanismo que mejor explica la cooperación sin necesidad de recurrir a deidades. ¿Quizá por eso la sangrienta caricatura?

Imagen de Charles Darwin a los 7 años de edad, tomada de Wikipedia Commons.

Por la ecuanimidad

Los aspirantes a candidatos republicanos a la Casa Blanca tienen razón; para asegurar la igualdad intelectual de oportunidades, hay que enseñar religión en las escuelas, claro que sí. Hay que darle el mismo tiempo a la explicación sobre la creación del Universo y los seres vivos de un libro mal traducido y procedente de las tradiciones de un pueblo agrícola y ganadero que vivió hace varios milenios sin siquiera desarrollar una astronomía decente como sus vecinos que a la sistemática recopilación de conocimiento reproducible, perpetuamente puesto a prueba y reconfirmado, independiente de cualquier afiliación religiosa o política y siempre puesto a punto que es la ciencia. Al fin y al cabo la ecuanimidad exige que habiendo dos bandos ambos tengan la oportunidad de defender su punto de vista, y las mismas capacidades sobre la educación de los jóvenes. Así que bienvenida sea a nuestras aulas escolares y departamentos universitarios la Teoría del Diseño Inteligente (sintetizada en la frase ‘magic man done it!‘ – el hombre mágico lo hizo), en igualdad de tiempos y condiciones, y acabemos de una vez con esta estéril controversia.

Eso sí, en aras de la ecuanimidad habrá que ofrecer a la Teoría de la Evolución igualdad de tiempos en los púlpitos, catedrales, mezquitas y sinagogas. La solución es simple: científicos evolucionistas explicando en las iglesias y predicadores del diseño inteligente enseñando en las aulas. Y así todos contentos.

‘Levante las mano si no cree en la evolución’; tomado de Evolving Thoughts.

¿Por qué no? Si ambos relatos son iguales, si no hay diferencias entre la ciencia y el Génesis, si las abrumadoras evidencias de la biología (fósiles, similaridades bioquímicas y genéticas, desarrollo) pesan lo mismo que los mitos de la edad del Bronce codificados de modo comprensible, e incluso poético, para una tribu de pastores y campesinos, entonces hay que ofrecer igualdad de oportunidades. Ambas explicaciones tendrán que tener el mismo peso en la sociedad y el sistema educativo. ¿Qué importa si los Tiranosaurios jamás comieron cocos, y nunca hayan aparecido dinosaurios mezclados con humanos? ¿Qué importa que lejos de ser descendientes del mono, seamos verdaderos simios, casi idénticos genéticamente a los chimpancés? ¿Qué importa que el análisis de ADN permita establecer relaciones de descendencia entre los seres vivos? ¿Qué importa que la desintegración radiactiva nos indique que el universo tiene 16.000 millones de años, y la Tierra sobre 4.500? ¿Qué importa que el llamado Diseño Inteligente no aporte ni una sola prueba tangible de sus ideas, tan sólo dudas sobre las ideas ajenas? ¿Qué mas da que se trate de una clara instromisión de la religión en la política, camino peligroso donde los haya? Los datos deben estar equivocados; o quizá han sido puestos ahí para poner a prueba nuestra fe.

La Biblia dice textualmente que el cosmos y todo lo que contiene se construyó en 6 días; y la literalidad del texto del Génesis no puede ponerse en duda porque es vital para la fe, pese a los milenios de malas copias y las sucesivas traducciones a idiomas diversos e incompatibles. La explicación creacionista (más o menos disimulada) ha de ser por tanto tan válida como la científica. Y ambas deben ser explicadas de modo conjunto e inseparable, en el nombre de la ecuanimidad, en todos los ámbitos donde se expliquen. Creación en las aulas, evolución en los púlpitos, y todos contentos. ¿O no?

El planeta de los hongos gigantes

Una de las dificultades para entender la evolución es la imposibilidad de la mente humana para entender la verdadera vastedad del tiempo profundo. Sencillamente no estamos hechos para comprender los espacios de centenares de millones de años; los muy diferentes planetas Tierra que existieron en la misma roca alrededor del Sol, pero separados de nosotros por abismos de tiempo incomprensibles. Uno de los recordatorios de esta imposibilidad de comprender el pasado remoto son algunos fósiles difíciles de encajar en ninguna de nuestras preconcepciones, puesto que representan seres vivos diferentes de cualquier cosa que conozcamos hoy. Y que refutan asimismo cualquier idea de ‘progreso’ en la evolución, pues se trata de grupos que vivieron durante centenares de millones de años sin dejar descendencia actual. Uno de estos misterios del pasado son los Prototaxites, unos fósiles en forma de grandes troncos con una estructura compuesta por miles de tubos finísimos trenzados, a veces ramificados y a veces no, que vivieron en las tierras firmes del Devónico y que a veces alcanzaban varios metros de altura. Algo así como troncos de árbol sin ramas ni hojas; una disposición tan extraña que todavía no estamos seguros si se trataba de plantas terrestres, algas, líquenes u hongos. A pesar de que fueron en aquella época (hace 400 millones de años) los seres vivos terrestres más grandes.

Un estudio recién publicado que analiza las proporciones isotópicas en estos fósiles ha proporcionado importantes pistas sobre ellos, y también sobre aquella Tierra Devónica. Porque a veces el ingenio permite atravesar estos ingentes páramos de tiempo y atisbar al otro lado. El análisis parece indicar que los Prototaxites eran hongos, ya que se trataba de seres vivos heterótrofos (que comen otros seres vivos), como éstos y a diferencia de plantas, algas y líquenes. Además, variaciones entre diferentes ejemplares permiten concluir que aunque las plantas verdes estaban ya colonizando la tierra firme, los ecosistemas estaban dominados todavía por algas, bacterias y líquenes. Un paisaje de plantas primigenias y charcas legamosas dominado por hongos columnares de hasta 8 metros de altura… éso era nuestro planeta hace 400 millones de años. ¿No es maravilloso?

El paleontólogo teólogo

El 10 de abril hizo 52 años, en un Domingo de Pascua, como él mismo había solicitado ‘si no he estado equivocado en mi vida’, murió el padre Pierre Teilhard de Chardin, S.J. Teilhard fue paleontólogo y teólogo; y tuvo la honradez intelectual de dejar aparte la teología cuando hacía ciencia, para después tratar de conciliar la realidad con su teología. Siguiendo la tradición de excelencia intelectual de su orden Teilhard trabajó en paleontología de vertebrados, publicando numerosos artículos científicos y trabajando en excavaciones paleontológicas como la Cueva del Castillo, en Cantabria. Tras participar como camillero en la Primera Guerra Mundial (en la que fue condecorado varias veces), Teilhard se trasladó a China, donde vivió durante muchos años participando activamente en los estudios de la cueva de ChouKouTien (hoy Zhoukoudian), uno de los más importantes yacimientos de paleontología humana del mundo, así como en expediciones a Mongolia y a zonas del interior de China. En sus publicaciones científicas, incluyendo su tesis sobre mamíferos del Eoceno, jamás invocó el milagro o la intervención divina como explicación.

Su experiencia paleontológica influyó en su concepción teológica ya que le convenció de la realidad de la evolución. Por ello abandonó la interpretación literal del Génesis para pasar a comprenderlo como una metáfora, lo cual le granjeó la desaprobación de altas jerarquías de la Iglesia Católica. Algunas de sus tesis, que trataban de conciliar la evidencia de la evolución que había estudiado como científico con su fe en un dios creador, fueron condenadas por la iglesia, y se prohibió su difusión. Su libro ‘El fenómeno del Hombre’, publicado tras su muerte, defendía su idea de una evolución dirigida por el creador a la obtención de la humanidad, como paso intermedio hacia el nacimiento de la ‘noosfera’ (una nueva estructura planetaria compuesta de conocimiento), a su vez vital para la llegada del ‘Punto Omega‘, una singularidad que sería el destino final de la creación y marcaría la unión más o menos mística con la divinidad. Sus enseñanzas siguen siendo consideradas hoy en día como heterodoxas en la Iglesia Católica, aunque han sido no poco influyentes. Descanse en paz.

Corregido el imperdonable error de situar mal la autonomía donde está la Cueva del Castillo el 11/4/2007; gracias, Obermaier.

Evolución

Hay dos maneras de explicar cómo los mamíferos hemos acabado teniendo huesecillos en el oído medio. Una es analizar el desarrollo de la región en distintos animales, como reptiles (que no tienen huesecillos en el oído pero sí mandíbulas compuestas de varios huesos) y mamíferos; y comparar estas estructuras en fósiles antiguos. Y así acabar descubriendo que a lo largo del tiempo algunos de los huesos que forman parte de la mandíbula y su articulación con el cráneo de los reptiles cambiaron de posición y de función, transformándose en nuestros huesecillos del oído. La otra es afirmar que ‘alguien’ los puso allí. La primera se llama ciencia, y el mecanismo que propone se llama Teoría de la Evolución; como depende de pruebas puede explicarse a todo el mundo. La segunda se llama de varias formas (creacionismo, ‘diseño inteligente‘) y su mecanismo se llama fe; como no tiene razones, se cree o no; es imposible explicárselo a otra persona. Lo más divertido es que algunas veces los partidarios de la fe reprochan a los que creen en la razón la falta de solidez de las pruebas que esgrimen, por ejemplo la ausencia de fósiles intermedios.

La Teoría de la Evolución no es sencilla. Muchos de sus detalles son complicados y fáciles de malinterpretar. Entenderla bien exige estudiar anatomía comparada, embriología y genética de poblaciones, bioquímica y paleontología. Contemplarla en acción exige saber, y también exige imaginación. Es mucho más fácil afirmar que la complejidad del mundo natural se debe a que ‘alguien’ diseñó la belleza del mundo natural. Es mucho más sencillo no saber, incluso no querer saber, incluso negarse a ver.

El recién hallado Yanoconodon es uno de esos ‘inexistentes’ fósiles a medio camino entre dos mundos. Se trata de un mamífero muy primitivo que vivió en lo que hoy es China hace 125 millones de años, en el Mesozoico. No muy grande, parecido a una ardilla alargada, tiene un rasgo muy peculiar: los huesos de su oído medio están en contacto con un hueso de su mandíbula. Es un hecho que hay que explicar.

Podemos pensar que el oído de Yanoconodon es justo lo que esperaríamos de un animal a medio camino entre los reptiles y los mamíferos, un ser en plena transición de una a otra forma. O podemos afirmar que ‘alguien’ lo hizo así. Una explicación es breve, sencilla e imposible de refutar: pura fe. La otra es ciencia, y por tanto compleja, interesante y fácilmente rebatible (bastaría con encontrar un reptil con huesos del oído medio y mandíbula compuesta). Ambas explicaciones son producto de elevadas funciones del ser humano, la una de la fe ciega del carbonero; la otra de la razón. Pero ambas no tienen, no pueden tener, el mismo valor.

En recuerdo de Clark Howell, paleoantropólogo pionero fallecido recientemente.

Feliz Día de Darwin

Felicidades; hoy 12 de febrero se celebra el cumpleaños de Charles Darwin, el científico que más profunda e involuntariamente ha cambiado la concepción que los humanos tenemos del Universo. Al colocarnos dentro de la naturaleza y sujetos a las mismas leyes que el resto del mundo vivo, Darwin eliminó nuestro carácter excepcional y nos sacó definitivamente de cualquier lugar próximo al centro del cosmos. Con ello proporcionó a las ciencias biológicas la conexión que necesitaban para relacionar sus diversas partes, desde la citología a la paleontología, desde la bioquímica a la ecología. Su recompensa fue el sufrimiento espiritual durante buena parte de su vida, seguido por la incomprensión o la deformación deliberada de sus ideas y el rechazo de muchos, que consideran casi un insulto que el ser humano no tenga características especiales, únicas y superiores.

Charles Darwin era un hombre modesto, trabajador, curioso y (al menos en origen) religioso, que luchó durante buena parte de su vida con las consecuencias lógicas de sus propias ideas. Sus experiencias y observaciones en el largo viaje de exploración a bordo del HMS Beagle, y la meditación basada en fermentos intelectuales de su época, le llevaron a conceptualizar un mecanismo plausible para una teoría ya vieja: la que afirma que los seres vivos han cambiado, transformándose unos en otros con el paso del tiempo. Esta idea (la evolución) explica la jerárquica ordenación de los seres vivos y también permite comprender el misterioso parecido entre estructuras diferentes; el brazo, la pata, la aleta, la garra y el ala, por ejemplo. En ausencia de ninguna idea moderna sobre herencia no había mecanismos naturales capaces de explicar de qué manera un animal podía transformarse en otro; cómo una estructura podía cambiar de forma y función con el tiempo. La selección artificial de los criadores de animales (palomas, perros, caballos) sirvió a Darwin como modelo. Sus propias observaciones de fauna y flora le proporcionaron ejemplos. Su rigor científico construyó conclusiones. Y esto le llevó al conflicto.

Durante más de 20 años Charles Darwin, convertido por sus descripciones del viaje del Beagle en un científico reputado, nada publicó sobre la Teoría de la Evolución por Selección Natural. Consciente de su importancia, y de las consecuencias que iba a tener, bregó con los argumentos y los ejemplos reforzándolos, depurando sus ideas, apuntalando hasta la exageración lo que sabía iba a ser una teoría polémica que le iba a traer disgustos. Tan sólo la noticia de que otro científico, Alfred Russel Wallace, había llegado a la misma idea independiente y posteriormente, y se disponía a publicarla, animaron a Darwin a hacer pública su teoría, y más tarde a dar a la imprenta su El Origen de las Especies: una obra cumbre de la cultura humana.

El libro explica cómo la variación al azar entre los numerosos descendientes de cualquier ser vivo es filtrada por las condiciones de su entorno, de tal forma que algunas variantes son favorecidas frente a otras, y perpetúan esa ventaja al tener más descendencia. La Selección Natural así entendida forma la base de nuestro conocimiento de la biología; por más que los actuales avances en genética o desarrollo puedan matizar o complementar detalles, éste es el motor del mundo natural, del que somos parte. Los seres humanos hemos llegado a existir por evolución basada en la Selección Natural, y estamos emparentados con el resto de los Primates, y con los Mamíferos, y con los demás Animales, y con las Plantas… en un continuo de vida. Un concepto que ni siquiera está reñido con la visión religiosa; tan sólo con ciertas concepciones demasiado expansivas del lugar de la religión en el corazón humano. Hoy, aniversario de su nacimiento, celebremos la memoria de Charles Darwin: honremos al hombre que nos enseñó que somos naturaleza. Como están haciendo al menos en Valencia y Bilbao. Porque su hazaña intelectual merece reconocimiento, y honra eterna.