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Enfermedades imaginarias

El Efecto Placebo, la supresión de síntomas de enfermedad al tomar lo que pensamos que es un medicamento, demuestra que la mente puede curar. Pero la inversa también es cierta: la mente puede provocar enfermedades. Si uno piensa que está enfermo y lo cree de verdad es más que posible que acabe por estarlo. La tragedia es que aunque el origen de la enfermedad sea imaginario, el dolor es real. Relatos de antropólogos en culturas primitivas nos hablan de poder hasta mortal de una maldición; siempre que el maldecido crea de verdad que el hechizo es efectivo, éste se cumplirá y el cuerpo llegará a morir. Hay que tener por tanto un cuidado exquisito con los pánicos, con las histerias colectivas y con los sensacionalismos, so pena de poner en marcha aquello que estamos intentando evitar.

Todo esto viene a cuento por la supuesta aparición de una epidemia de ‘electrosensibilidad‘, o alergia a diversos tipos de ondas electromagnéticas del espectro radio. Muchas personas están quejándose de una serie de síntomas, desde dolores de cabeza a espectaculares reacciones cutáneas, y relacionando estos síntomas con la presencia de emisiones de radio, ya sea de teléfonos móviles, ya de conexiones inalámbricas como sistemas WiFi. Este tipo de emisiones ha recibido incluso un nombre (electrosmog, o contaminación electromagnética) que en sí mismo presupone que son nocivas; hasta de la desaparición de las abejas se le ha culpado. Sin embargo numerosos estudios científicos sobre el fenómeno han concluido que muchos electrosensibles sienten sus síntomas por igual cuando las emisiones están activas que cuando no lo están; es decir, que su enfermedad reacciona igual a un móvil apagado que a uno encendido. Esas personas están enfermas, es cierto, y sufren. Pero no de sensibilidad a los campos electromagnéticos.

Las enfermedades se pueden inventar, y una vez inventadas siempre hay quien acaba por sugestionarse hasta enfermar y quien se beneficia de curarlas. Las nuevas tecnologías son muy propicias a generar rechazo; el desconocimiento y la desconfianza se alían para crear un caldo de cultivo en el que las historias sobre terribles consecuencias de lo nuevo son comunes. En el siglo XIX los campesinos creían a pies juntillas que los trenes y más tarde las líneas telegráficas y telefónicas provocaban abortos al ganado, lo cual se demostró falso. Hoy cualquier vago síntoma sin causa conocida puede ser achacado al aumento del fondo de ondas de radio que nos rodea.

Establecer la causa de las enfermedades no es sencillo: hay que descartar muchas posibles causas hasta encontrar la verdadera en un proceso sistemático y laborioso. Echarle la culpa a lo más llamativo no sólo penaliza al inocente, sino que bloquea la búsqueda del culpable. Las personas que están enfermas de verdad, ya sea por la acción de su propia mente, ya por alguna otra causa, no se benefician del pánico y de la extensión de rumores y conjeturas. Flaco favor hacemos si acabamos extendiendo el pánico y el sufrimiento con el pretexto de detenerlos.

El laboratorio que fracasó

Treinta años llevaban buscando, con el mayor rigor de que eran capaces y con los conocimientos y la práctica de científicos e ingenieros profesionales. Y como lo ha expresado Robert G. Jahn, fundador del laboratorio, ‘Si la gente no nos cree ahora después de todos los resultados que hemos publicado, no nos creerá nunca’. Hablamos del más extraño laboratorio de la Universidad de Princeton, el Princeton Engineering Anomalies Research (PEAR, en inglés pera; investigación de anomalías en ingeniería), que ha pasado las tres últimas décadas intentando demostrar más allá de cualquier duda razonable la capacidad de la mente humana para influir sobre la materia inerte; con especial atención a la telekinesis y la percepción extrasensorial. La idea de PEAR era hacer de la investigación en fenómenos paranormales un campo de la ciencia más común y corriente. No lo ha conseguido. Y se cierra, esta semana.

Financiado por contribuciones privadas, PEAR ha dedicado la mayoría de sus esfuerzos a demostrar que la voluntad de las personas, su pensamiento, es capaz de cambiar de modo estadísticamente significativo una secuencia de números al azar generada por diversas máquinas. Un empeño que está cargado de dificultades, ya que una máquina generadora de azar es casi una contradicción en los términos: miles de factores diferentes (errores, ajustes, defectos) pueden crear tendencias detectables en una secuencia ‘al azar’ de miles de números. Así que los resultados, que según ellos mismos muestran desvíos de 2 o 3 partes en 10.000 (0,02 a 0,03%, muy por debajo de cualquier margen razonable de error) no demuestran telekinesis ninguna. Como tampoco ha dado pruebas fehacientes el Global Consciousness Project (proyecto de la consciencia global), que mediante métodos similares intenta detectar sucesos aún no ocurridos en el conjunto de la conciencia del planeta. Sus resultados son bastante menos que impresionantes.

Y es que afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias. Si tenemos que tirar por la borda desde la física a la filosofía, pasando por la biología que conocemos (y, caso de demostrarse la telepatía, las acciones de empresas de móviles), hace falta estar muy seguros. La acción de la mente sobre la materia, la existencia de una consciencia global o la capacidad de predecir el futuro obligarían a rehacer, literalmente, la cultura y la sociedad humanas. Teniendo en cuenta el viejo refrán de los estadísticos, que dice que cualquier base de datos suficientemente torturada acaba confesando lo que uno desea, una desviación del 0,03% sobre el azar puro no basta. En este sentido PEAR ha cumplido con su papel científico, proporcionando un resultado negativo. Puede predecirse, eso sí, que los partidarios de los poderes extrasensoriales achacarán a la cerrazón de los científicos y su amor por la ortodoxia el fin del laboratorio, en conjunción quizá con oscuros intereses económicos y políticos que se oponen al conocimiento de la verdad. Pero para esta predicción no hacen falta poderes.

Imagen de Christian R. Linder, tomada de Wikipedia Commons.