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Leyes peores que malas

Sólo hay algo peor que una ley totalitaria que codifica la tiranía; y es una ley estúpida que fuerza el absurdo. El culebrón del secuestro de la revista satírica española ‘El Jueves’ por supuestas injurias al sucesor de la Corona subraya un importante principio legal: no se debe legislar el buen gusto. Todos los intentos de hacerlo acaban en conflictos inútiles, ya que la definición de lo que es o no es ‘de mal gusto’ es individual. Imponer por ley el buen gusto es un primer paso en un camino que debe evitar una sociedad democrática. Con todo, no es esto lo peor de esta absurda serpiente de verano. Lo peor es que deja al desnudo la flagrante estulticia de la presente ley.

La figura jurídica del secuestro de una publicación se basa en un presupuesto básico: que el flujo de información se puede controlar, que las fuentes de datos se pueden cegar y las ideas consideradas perniciosas pueden ser detenidas antes de que se difundan por la sociedad. Es una idea que proviene de otras épocas, cuando los editores, distribuidores y vendedores de productos culturales eran pocos y eran profesionales, y por tanto estaban sujetos a las leyes de la economía y la política convencionales. Hoy frenar la difusión de información es peor que indeseable: es imposible. Cuando todos escribimos y todos publicamos detener el flujo de una idea controvertida es en la práctica inviable. Incluso cuando toda la sociedad está de acuerdo, como en los casos de pedofilia, las dificultades técnicas son casi insuperables; cuando una parte del público comulga con lo que se quiere censurar la tarea se convierte en utópica y la información que se quiere parar se extiende al infinito. Hay que buscar otras maneras de solucionar este tipo de conflictos, porque la censura no hace más que dejarle a uno en ridículo por intentarlo siquiera.

Las leyes van siempre por detrás de la sociedad, pero no conviene a nadie que se atrasen tanto como para resultar risibles. Ya va siendo hora de que la legislación comience a pensar en adaptarse a las nuevas realidades y haga desaparecer de los códigos los remedios ineficaces. O la Justicia acabará cayendo en la melancolía a la que conduce todo esfuerzo inútil. Se puede sobrevivir al error, pero sería muy malo para todos que el poder de la justicia sucumbiera ante el ridículo y la mofa y befa del respetable.