Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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Tiempo de fans

Las grandes obras de la literatura y el cine no pertenecen tan sólo a sus autores: también son de sus fans. El gran poder cultural y económico de La Guerra de las Galaxias, Harry Potter, El Señor de los Anillos o Perdidos se deriva de que millones de personas se identifican con estas historias, las hacen suyas e incluso las viven con pasión. Una de estas sagas bendecidas por el amor de multitudes es la clásica Star Trek, que gracias a este persistente cariño ha sobrevivido decenios y dado lugar a múltiples películas y series de televisión descendientes de la primigenia; este año se estrenará una nueva película. Resulta que un capítulo de una serie descendiente de Star Trek ha sido nominada para un Nebula, los Oscar de la ciencia ficción: un capítulo de Star Trek: Phase II, notable porque es obra de aficionados. Los fans, así, no se han limitado a seguir el universo de Star Trek, sino que lo han hecho suyo y ampliado más allá de los deseos de sus creadores y propietarios. Porque sienten como propio ese universo, y quieren participar. Y porque se ha terminado la idea del consumidor pasivo de información: ahora todos los fans quieren también ser creativos.

Cultura digital

Se habla de la brecha digital entre quienes tienen o no acceso a Internet. Pero hay otra al menos tan importante, entre quienes utilizan Internet con naturalidad y quienes carecen de cultura digital; una brecha que se manifiesta en actitudes, y que tiene que ver con la edad, aunque no siempre: la diferencia son horas de navegación. Tienen cultura digital quienes pasan tiempo en la Red y conocen sus códigos, sus peligros y sus ventajas; carecen de ella quienes se limitan a hablar de Internet pero no la practican. Y así se producen episodios pasmosos, como la petición de retirada de un texto en un blog por parte de una rectora a uno de sus profesores, como si la libertad de expresión de sus trabajadores fuese potestad de un superior jerárquico o como si la censura funcionase en la Red. O cosas peores, como el Congreso de los EE UU publicando los datos de sus informantes anticorrupción anónimos al rellenar mal la cabecera de un correo electrónico. Quienes ejercen el poder hoy carecen de cultura digital, y eso explica muchas de las más estupefacientes decisiones en este ámbito. Tienen que espabilar, porque quien carezca de estos conocimientos no podrá gobernar mañana; ya apenas hoy.

El fracaso de los profesionales

Una vez más, y van unas cuantas desde que se inventara la imprenta, un autor deplora el deletéreo efecto que la invasión de dilettantes y aficionados de todo pelo tendrá en las sagradas tradiciones estéticas de la cultura. Porque sabido es que facilitar la difusión del pensamiento de todos sin límites es una afrenta a la implacable persecución de la excelencia que constituye la tarea diaria de los profesionales de la cultura y el entretenimiento. Los frecuentemente citados casos de Wikipedia, las estulticias que pueblan YouTube o fenómenos como la invasión de los LOLCats demuestran, según estos defensores del elitismo profesional, que los aficionados nada tienen que contribuir a la cultura. Lo culto sería pues una exhaustiva carrera hacia la excelencia y la exquisitez en la que tan sólo la dedicación exclusiva (y remunerada) podría garantizar el mínimo nivel de calidad exigible. Los ‘amateurs’ son una plaga, una maldición, los portaestandartes del inminente fin de la cultura a causa de una masiva intoxicación de pésimos trabajos. La estricta separación entre creadores y consumidores de cultura debería ser mantenida a toda costa, por el bien de todos.

Cierto es que ningún profesional de la escritura, la comunicación o la imagen en su sano juicio hubiese diseñado ‘productos’ culturales como CheddarVision, Kitty Goes Potty (para enseñar al gato a usar el inodoro) o el grupo ‘Ositos de gominola‘ de Flickr. Y que resulta ridículamente sencillo encontrar en Internet decenas, centenares o miles de estupideces, torticeras malinterpretaciones, ignorantes parrafadas o estupefacientes razonamientos obra de ‘amateurs’. Pero eso no es lo verdaderamente sorprendente. Lo que de verdad es llamativo no es que muchos aficionados hagan cultura de baja calidad, sino la baja calidad del producto de los profesionales de la cultura. Que la Wikipedia o un blog tengan errores, que su cobertura sea insuficiente en unos casos y apabullante en otros, que YouTube esté repleta de adolescentes haciendo tonterías o que muchas fotos de Flickr estén desenfocadas o sigan extraños criterios estéticos es normal. Lo llamativo es que todos esos errores también los cometan los periodistas, los escritores, los editores de enciclopedias de marca y los productores de audiovisuales a quienes se paga por su trabajo. Los profesionales hace mucho tiempo que han abdicado de la calidad, llegando a situaciones grotescas. La cultura que hacen los profesionales por lo general no se distingue del resto. Y esto es un escándalo.

Lo que mata la cultura no es la proliferación de aficionados o la invasión de productos de mala calidad, sino el fracaso de los profesionales en producir obras de gran calidad. Si nuestros periódicos, obras literarias, películas televisivas, fotografías y enciclopedias respondiesen al gusto y las necesidades de los internautas; si Internet estuviese inundada de contenidos accesibles de gran calidad producidos por las empresas especializadas y por sus profesionales de plantilla, no habría hueco para los aficionados. Nadie se molestaría en recopilar blogs si los periódicos fuesen como deberían ser; nadie recorrería YouTube buscando entretenimiento televisivo si la programación de las televisiones fuese potable. Y nadie se arriesgaría a fiarse de la Wikipedia, y mucho menos se molestaría en escribirla, si las enciclopedias profesionales no tuviesen tambié errores, para encima intentar apropiarse del conocimiento humano y cerrarlo al acceso del público. La cultura no se salva reivindicando el elitismo, sino practicándolo; si los profesionales de la producción cultural hicieran lo que deben no tendrían que preocuparse por la competencia ‘amateur’, porque su obra dejaría claro quién es élite y quién no. Internet no mata la cultura, pero sí que deja desnudos a quienes no son capaces de demostrar su presunta superioridad, a quienes dedicándose profesionalmente a fabricar cultura son superados a veces por gentes que no cobran, pero aman. Menos quejarse de la pésima situación de la Red, y más mejorarla aportando calidad a sus productos.

Foto de 2-Dog-Farm, tomada de Flickr.