Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

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El sistema enfermo

La llamada ‘propiedad’ intelectual, como la propiedad industrial (patentes y marcas comerciales), son inventos legales creados para favorecer la creatividad recompensando a artistas, científicos, tecnólogos y los inversores que los respaldan. Por su parte la legislación que regula la industria farmacéutica está diseñada para exigir rigurosos controles antes de que se utilice un medicamento en humanos que aseguren su efectividad y seguridad, y para impedir estafas y hasta envenenamientos, antaño comunes. Una permite a los inventores ganar dinero con sus inventos, que se entiende favorecen a la sociedad en su conjunto, y la otra protege a los miembros de esa sociedad de los abusos. Y eso es bueno. Pero algo tiene que estar mal en el sistema cuando la aplicación rigurosa de estos principios está bloqueando la investigación sobre una prometedora molécula en la lucha contra una terrible enfermedad: el cáncer.

Las células cancerosas lo son porque sus mecanismos de autodestrucción, vitales para el control del crecimiento celular, están desconectados. Y estos mecanismos se disparan desde las mitocondrias, los orgánulos que crean la energía para la célula toda. En las células cancerosas las mitocondrias están desconectadas, lo que inhibe el mecanismo de autodestrucción y fuerza a las células a usar otro sistema energético llamado glicolisis. Una molécula simple llamada dicloroacetato (DCA) es capaz de reconectar las mitocondrias, lo cual acaba con la glicolisis. Y al hacerlo activa el proceso de autodestrucción celular: la célula cancerosa muere. En pruebas de laboratorio en ratones y en tumores humanos in vitro se ha demostrado que funciona: los tumores dejan de crecer y desaparecen. La molécula es fácil y barata de fabricar, y ya ha sido usada en medicina, así que se conocen sus efectos secundarios (a veces graves, pero mucho menores que los de la quimioterapia actual).

Pero no hay dinero para hacer las complicadas y carísimas pruebas clínicas para aplicarla a los tumores humanos, porque el DCA no se puede patentar: ninguna empresa farmacéutica está interesada. Sencillamente no se sabe si el DCA es efectivo en el tratamiento en personas vivas, y puede pasar mucho tiempo hasta que se averigue: de momento no es más que una molécula prometedora, que actúa sobre un mecanismo conocido, pero nada más. La legislación de protección al consumidor exige pruebas con múltiples garantías: la imposibilidad de patentar hace que ninguna compañía financie estas pruebas (hay una colecta abierta para ayudar a ello). Aunque el dinero se obtenga, el proceso tardará años. En cualquier caso, algo huele a podrido en un sistema que complica lo que se supone debería facilitar; un sistema que estorba hasta a la esperanza.