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El cielo imperfecto

Hace 398 años que Galileo Galilei descubrió en el cielo algo más que imposible, impensable: que había cuerpos celestes más allá del poder de nuestra vista desnuda, y que orbitaban alrededor de otros cuerpos celestes y no de nosotros. Hace casi cuatro siglos Galileo divisó por vez primera los cuatro mayores satélites de Júpiter (bautizados así como ‘galileanos‘), y con ello dio un paso fundamental en inventar lo que hoy conocemos como ciencia. Además de ser el primero en disfrutar de un bellísimo espectáculo hoy al alcance de muchos juguetes.

En efecto, hasta que Galileo reinventó el telescopio y empezó a mirar a su través los cielos las teorías sobre el funcionamiento del cosmos estaban basadas no en la observación, sino en preconcepciones. En todas las teologías el creador correspondiente ha fabricado el universo expresamente para los humanos, así que en prácticamente todas las cosmologías antiguas el lugar donde viven los humanos es el centro del universo. Por la misma razón los movimientos de los astros visibles están cargados de significado, ya que están hechos a medida para nuestro entendimiento. Y no hay objetos invisibles, ya que un astro que los humanos no podemos ver carecería de sentido. Las elaboradas observaciones que permitían a sacerdotes y protoastrónomos predecir el inicio y final de las estaciones o los eclipses lunares eran perfectamente correctas, pero su explicación debía ajustarse a ese presupuesto: el de la existencia de un creador del universo, y nuestro. De ahí las complicaciones de la astrología o de las teorías geocéntricas.

Los creadores de sistemas tan enrevesados como los epiciclos no eran estúpidos: simplemente intentaban conciliar unas observaciones impecables con unas bases teóricas imposibles. Ni carecían de sentido las perplejidades de la astrología: si los astros habían sido literalmente colocados allí por una divinidad para nuestra edificación era lógico suponer un propósito a sus movimientos, un mensaje oculto en ellos susceptible de ser interpretado. Por eso el sistema heliocéntrico era tan subversivo cuando las religiones tenían poder político. Por eso la astrología, aunque opuesta a las doctrinas eclesiásticas, era tolerada y estaba tan extendida.

Al mirar al cielo y comprobar la realidad Galileo se saltó estos presupuestos iniciales e inamovibles, y con ello descubrió hechos imposibles de encajar en este marco. Ello hizo necesario elaborar nuevos marcos que explicasen estos fenómenos, que a su vez permitieron descubrir nuevos datos. De esta forma cada nueva teoría daba a luz las semillas de su propia destrucción según una idea del universo daba lugar a otra nueva que la subsumía y ampliaba. Es esta rueda de creación y destrucción de teorías, esta máquina de pensar lo que hemos venido en llamar ciencia: un sistema planificado que hace crecer sin cesar nuestro conocimiento del mundo. Y que se basa en la subversiva idea de aquel florentino que hace casi cuatro siglos decidió saltarse los axiomas y acabó por destruirlos simplemente observando la imperfección del cielo. Si de verdad estuviésemos por el conocimiento, si esta especie de mono bípedo estuviese, como presumimos, en el selecto grupo de los seres racionales, este aniversario sería fiesta en todo el mundo. Pero todavía preferimos celebrar batallas en lugar de marcar el momento cuando empezamos a crecer como especie.

Hace 20.403 años estalló un sol

Y dejó este hermoso resto que podemos contemplar hoy, 403 años después de que la luz de esta explosión fuese observada por primera vez, el 9 de octubre de 1604. Esta estrella, perteneciente a nuestra propia galaxia, estaba situada a unos 20.000 años luz, así que su violenta transformación en supernova se produjo cuando el cúlmen de la cultura de nuestros antepasados era la decoración de cuevas. Hoy es conocida como la Supernova 1604, o de Kepler, aunque al parecer el astrónomo alemán no la contempló hasta días más tarde. No era fácil perdérsela: la Supernova 1604 fue excepcional no sólo por ser la única dentro de nuestra Vía Láctea que ha contemplado la astronomía, sino por su brillo excepcional: llegó a alcanzar una magnitud aparente -2,5, más brillante que cualquiera de las estrellas y planetas nocturnos (excepto Venus). Los restos que contemplamos hoy son los residuos de sus capas externas, que colapsaron sobre su núcleo y rebotaron en titánica explosión, y el material interestelar que arrastra la onda de choque. Hermoso, y aterrador.

No salga de casa sin llevarlo

Si está planeando un viajecito fuera del Sistema Solar, esto es. Exosolar es un mapa estelar interactivo en tres dimensiones que permite contemplar y comprender cómo es el vecindario de nuestro Sol, y también dónde están otra serie de sistemas solares cercanos. Relativamente cercanos, claro está. Se trata de una animación Flash (player) sencilla de utilizar y hermosa de contemplar. No es la Guía del Autoestopista Galáctico, pero será imprescindible para futuros viajeros estelares.

17 años de éxitos, y que siga

Hace exactamente 17 años, el 24 de abril de 1990, la misión STS-31 (décimo lanzamiento del transbordador espacial Discovery) dejó en órbita terrestre, a unos 610 kilómetros de altitud, el Telescopio Espacial Hubble. Una maravilla de la tecnología y un orgullo del ingenio humano que, aun herido, sigue enviando imágenes tan hermosas como la de abajo; la Nebulosa Carina, un centro de formación de estrellas similar al lugar donde naciera nuestro Sol, hace más de 4.500 millones de años. La ubicación del Hubble, fuera de la atmósfera terrestre, permite a sus viejas cámaras tomar estas maravillosas imágenes que, mejoradas con el falso color que les proporciona aún mayor belleza, llevan más de tres lustros haciéndonos soñar. Feliz cumpleaños a una verdadera obra maestra de la especie humana.