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Falso pánico en la colmena

Desde hace unos meses se viene hablando de la misteriosa desaparición de enjambres enteros de abejas en distintos lugares del mundo, en especial en EE UU y determinados países europeos (España incluida). El pasado fin de semana un medio de comunicación británico, The Independent, publicó un artículo en el que se relacionaba la desaparición de las abejas con las ondas electromagnéticas emitidas por los teléfonos móviles, lo cual ha desatado un verdadero pánico en numerosos medios de todo el mundo y ha aumentado los temores de quienes piensan que la contaminación electromagnética es un riesgo para la propia salud humana. En este tipo de asuntos es complicado hacer afirmaciones contundentes sobre las relaciones causa efecto. Pero una cosa sí que está medianamente clara: el artículo de The Independent y el pánico subsiguiente son una completa exageración sacada de quicio innecesariamente. No hay razones de peso para relacionar los móviles con la desaparición de las abejas, por el momento.

Para empezar la cita de Einstein, prominente en el artículo, sobre que sin abejas los humanos nos quedaríamos sin cosechas en cuatro años ha resultado ser espuria, y la propia afirmación es falsa: menos de un tercio de las cosechas comestibles dependen de la polinización de las abejas. El único científico citado como respaldo de la hipótesis es el alemán Dr. Jochen Kuhn de la Universidad de Koblenz-Landau, que según su bibliografía es especialista en la controvertida hipótesis del ‘Electrosmog’ o contaminación electromagnética, rechazada por numerosos experimentos. Kuhn lleva desde al menos 1999 publicando en la prensa de divulgación sus ideas sobre la interferencia de las señales electromagnéticas de los móviles en la orientación de las abejas. Pero si el Daily Telegraph tiene razón, sus experimentos se han llevado a cabo usando un teléfono inalámbrico doméstico, que trabaja en una frecuencia completamente diferente a la de los móviles. Y las abejas no utilizan las radiofrecuencias en su sistema de orientación, sino la polarización de la luz visible e infrarroja. Para colmo algunos lugares supuestamente afectados están teniendo un verdadero ‘boom’ apícola. Y en los verdaderamente afectados no faltan las posibles causas del descenso de población, desde el uso de pesticidas o el estrés de la trashumancia de colmenas en camiones a los virus y las variaciones del clima, que han provocado descensos similares de la población de abejas muchas veces en la historia. Los datos sobre países afectados y su uso relativo del teléfono móvil tampoco casan.

Todos estos datos, fácilmente comprobables, no descartan que exista una relación entre los móviles y las abejas, pero sí que obligan a contemplar esa posibilidad con gran escepticismo. El hecho de que la hipótesis coincida con los prejuicios de muchas personas respecto a la contaminación de radiofrecuencias debería hacernos todavía más críticos. Y desde luego un mínimo de profesionalidad en los medios hubiese evitado flagrantes ilustraciones de los vicios de la prensa como ésta (nunca dejes que la realidad te estropee un buen titular). La actuación de la prensa ha sido en general penosa; la presunta relación entre móviles y abejas es mucho más que dudosa, y no hay razón alguna para el pánico.