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La policía sabotea el Día de Internet

Vale que es una fiesta cuya mera existencia es la confesión de un pequeño fracaso. Vale que este tipo de celebraciones oficiales tienen siempre un cierto aire mustio, como de polvorienta oficina, y mecánico, como de obligatoria campaña política. Vale que el efecto real de estos fastos es tan leve como para cuestionarse su necesidad. Pero entre poner en duda la efectividad del Día de Internet y la forma como lo ha celebrado la policía española hay un mundo. Porque el modo como las fuerzas policiales han realizado la detención de un grupo de ‘crackers’ informáticos, precisamente en el día de Internet, y sobre todo el modo como lo han presentado (consiguiendo un impacto global), no es que sea simplemente torpe e insensible: es que bordea el sabotaje deliberado. Mientras instancias oficiales se dedicaban a intentar convencer a la ciudadanía de las bondades y utilidades de Internet, otra rama de esa misma administración ha decidido recordarnos a todos que la Red es un lugar peligroso y oscuro en el que acechan peligros sin cuento y en el que nuestra seguridad ha de ser celosamente protegida por guardianes armados. Si esto no es un sabotaje a propósito, se le parece mucho.

La policía española no tiene ninguna justificación para el escándalo que ha montado y la forma como ha presentado el asunto a los medios. Medios que, por su parte, se han tragado sin pestañear ni cuestionarse ni lo más básico la nota informativa de la fuerza pública. Nadie ha recordado que en España muchas detenciones previas, de similares características e igual escándalo mediático, han acabado en agua de borrajas en los tribunales; bien por inexistencia del delito, bien por incapacidad de las fuerzas policiales de demostrar sus acusaciones ante un juez. Pero es que incluso si esta vez se demostrara que los detenidos son culpables de lo que se les acusa, la policía habría exagerado. Porque lo que habría cometido ese grupo de ‘peligrosos criminales’, dos de ellos de 16 años de edad, es el equivalente informático en gravedad a una pintada en una pared. La nota policial, y su difusión, han convertido a un grupo de gamberros informáticos en poco menos que una banda de mafiosos internacional. Y nos ha recordado a todos, para que no se nos olvide, el temible Lado Oscuro de la Red.

Estos terribles ‘delitos’, según afirma la propia policía, consisten en violar la (con toda probabilidad irrisoria) seguridad de centenares o miles de páginas web, oficiales y particulares, para reemplazar sus textos por burlas. No han agredido a nadie. No han robado nada. No han hecho más que dejar patente, para que todo el mundo lo entienda, la falta de una mínima seriedad en multitud de páginas publicadas en la Red. Sí, lo que han hecho está mal; como está mal entrar en una casa ajena simplemente porque su dueño se deja abierta la ventana. Como está mal pintarrajear un vagón de metro o una pared recién pintada. Si se confirman los hechos, el grupo de jovenzuelos son sin duda unos gamberros que se merecen un castigo. Pero ¿peligrosos criminales internacionales? ¿Simplemente porque han dejado en ridículo a un puñado de gobiernos, algunas empresas y un partido político español (Izquierda Unida)? La ignorancia de nuestros políticos, la excesiva dureza de unas leyes desmedidas, el valor propagandístico de publicitar este tipo de operaciones aunque dentro de unos años las acusaciones sean desestimadas en un juicio, el completo desconocimiento por parte de la prensa y el general rechazo a la tecnología que se respira en la sociedad española conspiran para convertir en criminales a un grupo de chavales que debiera ser tratado como lo que son: poco más que gamberros. Y esto lo hace la policía española, deliberadamente en el Día de Internet, a instancias de la denuncia de un partido que se dice defensor de las libertades. Desde luego, la policía española no fomenta mucho el uso de la Red, pero sí que sabe expresar lo que es la ironía. Aviados estamos.

Una europea vergüenza

Gracias a la atenta vigilancia de Cory Doctorow desde BoingBoing descubrimos que el muerto que más veces ha sido matado en la historia de la legislación europea amenaza con regresar. Una vez más, y son incontables ya, se está intentando colar en la legislación europea las patentes de software, de matute y por la puerta falsa. Sí, las mismas patentes de software que han causado incontables problemas en donde existen; las mismas patentes de software que han sido torticeramente utilizadas para silenciar e intimidar a rivales comerciales; las mismas patentes de software que sólo favorecen a las grandes empresas multinacionales enzarzadas en estrategias de disuasión de tierra quemada. Pero, sobre todo, las mismas patentes de software que han sido rechazadas varias veces ya en distintos niveles del Parlamento y la burocracia europeas, en lo que supone un verdadero insulto al proceso democrático y a la inteligencia de la ciudadanía. ¿Es que los abogados de esta degenerada forma de propiedad industrial no tienen pudor ninguno? ¿Es que los políticos europeos carecen de sentido de la autopreservación?

Pero, sobre todo, ¿es que son completamente estúpidos? El intento de resucitar de estrangis las patentes de software en Europa resulta particularmente estúpido y patético ahora, cuando los innumerables problemas prácticos y legales que han provocado en la industria estadounidense han acabado por movilizar a las empresas y no sólo a los activistas, hasta el punto de que la mera idea de patentar ‘software’ o modelos de negocio está en serio proceso de revisión y es probable que resulten anuladas pronto. No se trata sólo de que decisiones individuales sean revocadas, o que haya problemas (que los hay) con la legalidad de miles de patentes estadounidenses por un descuido de procedimiento. No: la Corte de Apelaciones del Circuito Federal de Washington está examinando In re: Bilski, un caso concreto que generará jurisprudencia y que podría anular, o sustancialmente remodelar, la decisión judicial de 1998 que permitió que se patenten tanto modelos de negocio como programas. En otras palabras: ahora que los Estados Unidos están recuperando el juicio e intentan anular un error que les ha salido carísimo, Europa quiere repetirlo, burlándose además de la voluntad de sus ciudadanos y de las nefastas consecuencias que puede tener para su propia economía. Si éste es el nivel de inteligencia de la Unión, si de esta manera trata la voluntad de sus ciudadanos, no es de extrañar el auge del euroescepticismo. ¿No se le caerá a nadie la cara de vergüenza?

Imagen de Vampiro de David de la Luz, tomada de Wikimedia Commons.

La necesidad de un día

Para los cínicos cuando un gobierno no tiene interés en algo, crea una comisión. Por la misma razón, cuando una sociedad no sabe cómo resolver un problema crea una festividad. Así, la necesidad de un ‘Día de Internet‘ es un cierto fracaso, porque las industrias poderosas no lo necesitan; no hay un ‘Día de la Banca’, o de las Inmobiliarias. El mero hecho de que exista un ‘Día de Internet’ es un signo de que en España (y en otros países) se sigue pensando en la Red como en algo menor de edad que precisa protección y estímulo oficiales. No es extraño, entonces, que haya quien considera la Red una especie de imposición, una obligación que ‘alguien’ tiene interés en forzar sobre la ciudadanía por sus propios y oscuros intereses. Cuando nada hay mas lejos de la realidad: el estado, el dinero y los poderes habituales no han estado jamás interesados en fomentar el desarrollo de Internet, como demuestra el hecho de que las grandes empresas nacidas en el ciberespacio son nuevas. La Red ha crecido porque le resulta útil y divertida a la gente, no porque ningún ministerio ni empresa telefónica haya fomentado su potencial, que no vieron ni les interesó. Seguirá haciendo falta un ‘Día de Internet’ hasta que no la reclamemos como nuestra, y la hagamos fuerte usándola en interés propio y sin limitaciones.

Porque no quieren

6 de cada 10 adultos españoles no tienen Internet, y de éstos menos de uno de cada 10 lo ha probado siquiera para saber lo que es. Es el dato quizá más llamativo de la Segunda Encuesta sobre Internet del BBVA, recién publicada [pdf], que demuestra que el principal escollo para el desarrollo de la sociedad española no es la falta de dinero, ni siquiera de educación; es la falta de interés en el futuro. Una ausencia de interés que linda con el rechazo. La mayoría de los no usuarios de la Red son, según el estudio, más pobres, pertenecen a clases sociales más bajas, tienen mayor edad y son menos educados. Pero las razones que alegan para no entrar en la Red no tienen que ver con la economía o la percepción de dificultad; lo caros que son los ordenadores o lo complejo de manejarlos ocupan lugares muy bajos en la lista de las preocupaciones de los no navegantes. Las principales razones por las que no navegan son la falta de interés y la nula percepción de la utilidad que tiene para ellos Internet. Los españoles no dejan de entrar en la Red porque no puedan, sino porque no quieren. No tienen razones ni para probar.

¿Es por lo bien que se vive en España y el magnífico clima de que disfrutamos, como afirmaba sin rubor hace años más de un informe? ¿Es España tan diferente del resto de países que nos rodean y en los que nos reconocemos? ¿Hemos descubierto una nueva vía al desarrollo económico que no pasa por los cambios sociales y culturales de que disfrutan los países que están por delante de nosotros? Puede que seamos la maravilla delos tiempos, un país donde los avances de otras sociedades no son necesarios. Pero lo más probable es que uno delos factores más importantes sea la simple falta de calidad de la oferta de contenidos y servicios en la Red. La Internet española es poco atractiva para sus usuarios potenciales porque carece de muchas de las mejores razones para conectarse como una buena oferta de comercio electrónico, un compromiso real de las administraciones (con la posibilidad de realizar gestiones) o una interesante oferta por parte de las universidades e instituciones culturales. La parte de ‘comunicación’ está bien servida, pero la de ‘contenidos’ es más bien pobre, si la comparamos con otros países.

España padece una industria de medios y de creadores de contenidos timorata, bastante tecnofóbica y muy alérgica a las novedades, que ha arrastrado los pies a cada paso para incorporarse a la Red, y que todavía presenta las redes rutinariamente como un nido de malas cualidades y riesgos a evitar (hackers, pedófilos, spam y ‘robo’ de música son los titulares sobre Internet más habituales). Los medios, el sector encargado de ayudar a pensar a la sociedad, la industria de debería abrir camino al futuro, está contribuyendo a negar ese futuro. Preocupados más de su propia supervivencia que del bien común, o empecinados en querellas intestinas y problemas del pasado, el sector que debiera ser la vanguardia del cambio está atrincherada, intentando impedir como sea (o al menos ralentizar) todo lo que muy a su pesar está ocurriendo. La industria de los medios de comunicación y la profesión del periodismo deberían preguntarse menos qué puede hacer Internet por ellos, y mucho más qué pueden hacer ellos por la Red. Porque no sólo están dañándose a sí mismos: nos están dañando a todos, contribuyendo de forma decisiva a que España pierda, otra vez, el tren del futuro. La última vez nos costó más de un siglo retomarlo, así que la cuestión es ¿por qué y quiénes no quieren?

Hollywood vende humo (y Apple gana)

Steve Jobs es un genio, y Hollywood no sabe qué hacer para evitar el destino de las fonográficas. El acuerdo recién anunciado entre las principales productoras de cine y Apple que pondrá las películas de estreno en iTunes al mismo tiempo que en DVD no va a impedir el rampante intercambio de películas en las redes P2P. Su efecto sobre el final de la llamada ‘piratería’ será nulo. Puede que iTunes sea la principal tienda online de música y contenidos digitales (como afirma Apple), pero su volumen total es ridículo comparado con el de las redes de intercambio; además, iTunes venderá las películas a un elevado precio (9,73 euros las de estreno y 6,48 euros las de catálogo) y cargadas con candados tecnológicos que sólo causan problemas (como saben los clientes de MSN Music, que pueden perder sus canciones pagadas porque Microsoft abandona el servicio). Quizá Apple reactive con este pacto las pobres ventas del Apple TV, pero las productoras no se adaptarán así a Internet. Amplio catálogo, total compatibilidad, precios reducidos y ausencia de limitaciones son las únicas vías que tiene Hollywood para recuperar la iniciativa en la Red. El resto es humo.

¿Son suficientes 1.000 fans?

Andy Warhol se equivocó; en Internet no tenemos 15 minutos de fama, sino que somos famosos para 15 personas. Kevin Kelly, director de Wired, piensa que con que un artista obtenga 1.000 Verdaderos Fans podrá ganar para vivir, definiendo Verdadero Fan como aquel que viaja horas para ir a tu concierto o ver tu exposición, compra la edición especial del disco o la camiseta conmemorativa; en suma, compra todo lo que produces. 1.000 fans deberían bastar para que cualquier cantante, pintor, ilustrador, animador, videoartista o ‘performer’ se gane la vida, gracias a la Larga Cola; porque si uno tiene 1.000 Verdaderos Fans, tendrá muchos más compradores ocasionales. La idea encaja con los postulados básicos de la Economía de la Atención y con la desaparición de los intermediarios de la cultura gracias a Internet, ya que el dinero pasa directamente del comprador al artista. Algunos artistas que ya utilizan la Red de esta forma discuten los números de Kelly; quizá 1.000 no basten y el mínimo para no morirse de hambre sea más alto (¿5.000 quizá?). Lo que pocos atacan es el principio básico; en el futuro los artistas prescindirán de la intermediación y podrán vivir de su trabajo con unos pocos seguidores fieles. Se acabó el superventas; llega la era de la variación y el microhit, y todos ganamos. Excepto los intermediarios.

10.000 wikipedias al año

Hablamos de que Internet representa el triunfo de la ‘Economía de la Atención‘, del inmenso y creciente valor de esta nueva y preciosa materia prima que es atraer miradas, pero no nos preguntamos de dónde sale la atención; dónde están las minas que la producen. A esta pregunta se ha enfrentado Clay Shirky con su característico ingenio y una respuesta contundente: el más generoso productor de atención para Internet es la televisión, que ha tenido y tiene acaparadas ingentes cantidades de este valioso producto. Unos cuantos cálculos muy a ojo de buen cubero le permiten crear una nueva unidad de medida de atención, la wikipedia, que mide la cantidad de atención necesaria para crear la enciclopedia más democrática; Shirky estima su valor en el equivalente de 100 millones de horas de pensamiento humano. Según esta medida es perfectamente factible un desplazamiento de 10.000 wikipedias desde la televisión a Internet en el inmediato futuro: una enorme cantidad de atención y pensamiento. Se trata de una estimación baja, ya que anualmente la gente con acceso a Internet ve en total al menos un billón de horas de televisión al año; un simple 1% del tiempo de televisión traspasado a Internet y se obtiene esa ingente cifra. ¿Y qué puede hacer la Humanidad con 10.000 wikipedias anuales?

Naturalmente, no se trata de que vayamos a tener ese número de proyectos equivalentes, sino que el producto mental necesario para construirlos se va a derramar cada año en la Red, y Shirky no puede por menos que preguntarse qué podremos hacer con semejante cantidad de pensamiento. Pensándolo bien, en realidad se trata de un retorno a nuestras raíces evolutivas, del regreso a una etapa anterior al neolítico, a la era de los cazadores recolectores. Las tribus que cambiaban de paisaje con las estaciones y las migraciones de los animales disponían, curiosamente, de mucho tiempo libre para la artesanía, los cuentos y otras actividades culturales de gran importancia que el duro trabajo agrícola, y más tarde el industrial, nos han arrebatado. Cuando las condiciones de vida mejoraron y ese tesoro de pensamiento estuvo a punto de volcarse en la lectura, llegó la televisión y se encargó de absorberlo. Hoy las cifras de horas de televisión por persona aterran, cuando se piensa en todo lo que podría hacerse con ese tiempo pasado ante la ‘caja tonta’. Y con lo que se está haciendo ya con sólo una fracción. Viendo lo que es la Wikipedia hoy, ¿hasta dónde podremos llegar con ese tesoro en atención y cerebro? ¿Y qué le pasará a las industrias que venden esa atención hoy, como la propia televisión, cuando pierdan su principal producto?

Gracias, BoingBoing. Corregida una errata el 2/5/2008; gracias, JuanPi.

Cuando la Internet reviente

Las compañías telefónicas están preocupadas por el futuro de Internet. Temen que el desmesurado crecimiento de aplicaciones hambrientas de capacidad como YouTube provoque en pocos años una avalancha salvaje que arrase con una Red incapaz de sobrevivir a la inundación. Un ejecutivo de AT&T incluso ha puesto fecha: sin un fuerte esfuerzo inversor, Internet reventará por las costuras en 2010. Es una predicción curiosa, sobre todo cuando viene de parte de una empresa y de una industria que jamás han mostrado gran interés por la Red, que son los responsables de esa falta de inversiones en infraestructura que denuncian, que están solicitando subvenciones y, lo más interesante, que quieren convencer al gobierno EE UU de que les permita cobrar dos veces por proporcionar el mismo servicio. Todo para resolver un problema que no está claro que exista, puesto que la tasa de crecimiento del uso de capacidad en la Red está disminuyendo: el reventón de Internet se aleja en el tiempo. Pero no hay como exagerar el riesgo cuando se trata de pedir.

¿A quién pertenece Harry Potter?

La clave del pleito en el que la escritora británica J.K. Rowling pretende detener la publicación de una enciclopedia recopilatoria sobre el universo de Harry Potter no son los complejos argumentos legales. Tampoco la cuestión de la autoría o el mérito de crear el complejo mundo de ficciones que es la serie; nadie pone en duda ni que Rowling sea la creadora ni que se merezca la (abultada) recompensa que ha obtenido por ello. No: la verdadera pregunta es ¿a quién pertenecen las creaciones artísticas que impactan a millones de personas? Rowling, como la SGAE y otros defensores de la ‘propiedad’ intelectual dura, piensan que una obra pertenece en exclusiva y eternamente de su autor. Pero cabe preguntarse si también tienen alguna participación en el fenómeno Harry Potter las millones de personas que sueñan con el, lo adoran y sufren con sus aventuras y las de sus amigos y sus enemigos. ¿Es que los fans que hacen grande una creación no tienen derecho ninguno sobre ella? ¿Es que el autor no es propietario tan sólo de su creación, sino también del pedazo de la mente (y el corazón) de sus fans que ocupa esa creación? Y, por último, ¿es que la sociedad que ha producido los mitos culturales en los que se basa Harry Potter carece de derecho alguno sobre esa obra?

El mundo ha cambiado. La creación ha dejado de ser (en realidad jamás fue) un empeño unidireccional. Las obras que recordamos, las que atraviesan la historia y sobreviven al tiempo, lo hacen porque dejan su marca en millones de personas. Hasta ahora esa apreciación, esa pasión, eran individuales porque los usuarios (lectores, oyentes, cinéfilos) estaban solos. Pero vivimos en la Era de Internet; hoy los usuarios pueden hablar, y escuchar. Y lo hacen; no sólo comentando, revisitando y aprendiendo, sino también rellenando huecos, extendiendo, imaginando; creando en suma. Lo que hacen los fans de Harry Potter sobrepasa la estima y el disfrute; es participación que se acerca, en millones de casos, a la pasión. Fans que reunen información y exploran detalles oscuros; fans que traducen cooperativamente para abrir la puerta a otros fans; fans que viven en el mundo mágico creado por Rowling. Nadie quiere quitarle a esta escritora excepcional lo que es suyo: es ella la que quiere arrebatarles a sus fans algo que les pertenece a ellos: una participación en la creación de su universo, que todos (autora y lectores) comparten.

Lo quiera o no J.K. Rowling, Harry Potter no es de su exclusiva propiedad. Porque los mitos no pertenecen en exclusiva a nadie, ni siquiera a su creador. Los abogados de la ‘propiedad’ intelectual dura, quienes han convencido a los autores de que son los propietarios exclusivos y eternos de sus creaciones les han hecho un flaco favor al venderles que su interés pasa por expulsar a sus mejores seguidores; por controlar con absolutismo hasta el último detalle. Es como si una madre quisiera controlar para siempre jamás la vida de un hijo; un empeño comprensible pero fútil e incluso maligno que limitaría para siempre la capacidad de madurez del pobre vástago afectado. Por supuesto que Harry Potter está íntima y personalmente ligado a la vida de J.K. Rowling; pero si eso confiere derechos sobre la obra, el niño mago también está dentro de la vida y las emociones de muchos millones de lectores de sus novelas, que deberían tener algo que decir. Lo justo sería dejar que el mito crezca y madure por sí mismo, sin que la ley le de poderes a su controladora madre para impedirlo.

Cuando la memoria es infinita

IBM prepara un nuevo tipo de memoria de ordenador llamada ‘racetrack’, que promete mucha mayor capacidad por unidad de volumen y mucho menor consumo de electricidad que las actuales memorias ‘flash’ de estado sólido. Eso significa que pronto tendremos reproductores MP3 con 100 veces la memoria de un iPod; cada vez está más cerca el viejo sueño de un aparato portátil que contenga toda la creación artística de la humanidad. Esta tecnología, o su descendiente, pondrá toda la música, toda la literatura, todas las películas en un único paquete a nuestra disposición. Y entonces, ¿qué ocurrirá? Cuando el almacenamiento de información es infinito, cabe todo, y la creación deja de ser escasa. Lo escaso pasa a ser el tiempo del oyente/televidente/usuario. Cuando la información sobra, lo que es escaso (y valioso) es la atención. Ese futuro aparato contendrá todas las canciones del mundo, que de nada servirán hasta que alguien las escuche. Si uno es autor soñará con conseguir que su creación tenga audiencia. Y los modelos de negocio basados en la escasez, en la venta de trozos de información (canciones, libros, películas) estarán muertos, porque ¿quién va a pagar por añadir una gota más al océano?