Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de enero, 2008

Antes muerta que de todos

Se decía de los soviets que siempre discutían bajo el principio de que lo suyo era suyo, y lo de los demás, negociable, pero los hay peores. El lobby estadounidense de la ‘propiedad intelectual’ draconiana comienza el año bajo otro principio: lo suyo es suyo, y lo de los demás, también. Según un estudio recién publicado los esfuerzos por ‘proteger’ su ‘propiedad’ por parte de estas empresas no sólo reivindican lo que les pertenece, sino que ya de paso arramblan con todo lo demás: lo que no es suyo, las creaciones de terceros, lo que es de otros. El asunto es especialmente sangriento en lugares como YouTube y MySpace, que rebosan de vídeos, textos y músicas creadas por sus propios participantes con la explícita intención de que otros participantes las disfruten, gratis. Algunas empresas interpretan la defensa de su modelo de negocio como una licencia para rapiñar las creaciones ajenas, lo cual puede suponer un efectivo tapón al crecimiento de una vigorosa creatividad en Internet. En suma: para defender su manera de ejercer, y beneficiarse de, la cultura, están dispuestos a estrangular su crecimiento y democratización. Y se llaman a sí mismos defensores de la industria cultural… Arranca bien el 2008.

El cielo imperfecto

Hace 398 años que Galileo Galilei descubrió en el cielo algo más que imposible, impensable: que había cuerpos celestes más allá del poder de nuestra vista desnuda, y que orbitaban alrededor de otros cuerpos celestes y no de nosotros. Hace casi cuatro siglos Galileo divisó por vez primera los cuatro mayores satélites de Júpiter (bautizados así como ‘galileanos‘), y con ello dio un paso fundamental en inventar lo que hoy conocemos como ciencia. Además de ser el primero en disfrutar de un bellísimo espectáculo hoy al alcance de muchos juguetes.

En efecto, hasta que Galileo reinventó el telescopio y empezó a mirar a su través los cielos las teorías sobre el funcionamiento del cosmos estaban basadas no en la observación, sino en preconcepciones. En todas las teologías el creador correspondiente ha fabricado el universo expresamente para los humanos, así que en prácticamente todas las cosmologías antiguas el lugar donde viven los humanos es el centro del universo. Por la misma razón los movimientos de los astros visibles están cargados de significado, ya que están hechos a medida para nuestro entendimiento. Y no hay objetos invisibles, ya que un astro que los humanos no podemos ver carecería de sentido. Las elaboradas observaciones que permitían a sacerdotes y protoastrónomos predecir el inicio y final de las estaciones o los eclipses lunares eran perfectamente correctas, pero su explicación debía ajustarse a ese presupuesto: el de la existencia de un creador del universo, y nuestro. De ahí las complicaciones de la astrología o de las teorías geocéntricas.

Los creadores de sistemas tan enrevesados como los epiciclos no eran estúpidos: simplemente intentaban conciliar unas observaciones impecables con unas bases teóricas imposibles. Ni carecían de sentido las perplejidades de la astrología: si los astros habían sido literalmente colocados allí por una divinidad para nuestra edificación era lógico suponer un propósito a sus movimientos, un mensaje oculto en ellos susceptible de ser interpretado. Por eso el sistema heliocéntrico era tan subversivo cuando las religiones tenían poder político. Por eso la astrología, aunque opuesta a las doctrinas eclesiásticas, era tolerada y estaba tan extendida.

Al mirar al cielo y comprobar la realidad Galileo se saltó estos presupuestos iniciales e inamovibles, y con ello descubrió hechos imposibles de encajar en este marco. Ello hizo necesario elaborar nuevos marcos que explicasen estos fenómenos, que a su vez permitieron descubrir nuevos datos. De esta forma cada nueva teoría daba a luz las semillas de su propia destrucción según una idea del universo daba lugar a otra nueva que la subsumía y ampliaba. Es esta rueda de creación y destrucción de teorías, esta máquina de pensar lo que hemos venido en llamar ciencia: un sistema planificado que hace crecer sin cesar nuestro conocimiento del mundo. Y que se basa en la subversiva idea de aquel florentino que hace casi cuatro siglos decidió saltarse los axiomas y acabó por destruirlos simplemente observando la imperfección del cielo. Si de verdad estuviésemos por el conocimiento, si esta especie de mono bípedo estuviese, como presumimos, en el selecto grupo de los seres racionales, este aniversario sería fiesta en todo el mundo. Pero todavía preferimos celebrar batallas en lugar de marcar el momento cuando empezamos a crecer como especie.