Ciencia, tecnología, dibujos animados ¿Acaso se puede pedir más?

Archivo de octubre, 2007

El convento de Apple

Si piensa usted comprarse un iPhone, sepa que no será suyo del todo jamás. Éste es el mensaje que ha transmitido a sus a veces entusiastas seguidores Apple al proceder a una actualización de software que ha inutilizado aquellos iPhones que sus compradores habían tenido a mal modificar contra las instrucciones del fabricante. La modificación consistía en liberar al teléfono del candado tecnológico que lo mantiene esclavizado a una única red telefónica: los propietarios procedieron a reventar ese candado para poder usar sus iPhones en otras redes. Y por ello han sido debidamente castigados: ahora sus teléfonos no funcionan, y no está claro que vayan a volver a hacerlo. Apple, como había avisado (es cierto) con anticipación, ha transformado estos deseables iPhones en hermosos e inútiles ‘ladrillos’. Lo cual ha causado indignación, incluso entre los ‘fans’; amenazas de demandas y, lo que es peor, la burla de la competencia e incluso la comparación (negativa) con Microsoft. Todo para que un nuevo ‘hack’ restablezca, al menos en parte, la funcionalidad de los ‘iBricks’.

Aparte de la inutilidad del ejercicio (hay más ‘hackers’ en Internet deseando liberar iPhones que ingenieros de Apple trabajando en cerrarlos; al final vencerá la Red) el incidente demuestra una creciente realidad en el mundo de la tecnología, que es el cambio de modelo: las empresas ya no nos venden sus productos como antaño, cuando al comprar nos convertíamos en genuinos propietarios que podíamos alterar o utilizar a nuestro gusto lo comprado. Nuestras adquisiciones vienen con límites que no podemos franquear; con ventanas que no podemos abrir sopena de perder la garantía, otras ventajas económicas, o (como en este caso) la misma funcionalidad. No puede decirse que seamos propietarios de una máquina si ‘alguien’ puede desconectarla a voluntad sin contar con nosotros. Un iPhone, a pesar de su precio, jamás es nuestro: sólo somos arrendatarios, y muy controlados.

La excusa es la de siempre: es por nuestro bien. Los acuerdos de exclusividad permiten a las compañías subvencionar los terminales, abaratando así el precio para el arrendatario final (si nos olvidamos del compromiso de permanencia). Y además está la seguridad: si cualquier aplicación de cualquier programador sin garantías entra en el terminal móvil podría poder en riesgo la estabilidad de la red, una razón que se lleva empleando desde los tiempos del monopolio de AT&T. Pero la verdadera razón es económica, y no en favor de los usuarios: no en vano Apple lleva meses negociando con quién presenta el iPhone en cada mercado, extrayendo de las telefónicas jugosos tratos financieros a cambio de la exclusividad de uso de tan ‘sexy’ máquina. Para que Apple gane más dinero, sus usuarios pierden libertad y jamás llegan a ser dueños de las máquinas que compran, sin que siquiera se nos ofrezca la oportunidad de pagar más a cambio de mayor margen de decisión. Si Apple es católica, como decía Umberto Eco, con esta última acción se ha convertido en uno de esos monasterios de férrea disciplina donde la obediencia y el silencio son las únicas virtudes que cuentan. ¿Y si los usuarios preferimos libertad a rebajas? ¿Y si queremos pagar por ser propietarios, de verdad, de nuestras máquinas? En el convento de Apple no hay siquiera opción de ganar la libertad con dinero. Pero cada vez hay más gente que prefiere ser libre, aunque le salga más caro. Las empresas, empezando por Apple, harían bien en tomar nota.

Internet: hijos del Sputnik

Hoy hace 50 años que una pequeña esfera de metal tachonada de antenas fue colocada, por primera vez en la Historia, en órbita de nuestro planeta; los seres humanos fabricamos así el primer ‘satélite artificial’. Se llamaba Sputnik 1, que en el idioma de sus creadores significa ‘satélite’, y también ‘viejo camarada’. Porque estos creadores eran soviéticos; rusos étnicos en su mayoría, pero afiliados con un entonces poderoso estado llamado Unión Soviética que representaba el contrapeso de otro megaestado imperial denominado Estados Unidos de América. Enzarzados en una disputa casi teológica nacida de la discrepancia sobre los modelos de distribución económica, ambos megaestados (superpotencias) mantenían un precario equilibrio político y militar basado en la mutua posesión de las temibles armas nucleares, y en su reciente experiencia de lo que era una guerra total, cuando cooperaron para destruir a la Alemania nazi.

En aquellas condiciones cualquier triunfo o debilidad de cualquiera de los contendientes resonaba mucho más allá de su importancia práctica y se convertía en un punto moral en el partido por el alma del planeta que jugaban las superpotencias; algo con profundas, ramificadas y casi siempre muy inesperadas consecuencias. Así ocurrió con el Programa Sputnik, que demostró que al menos en astronáutica (un campo con inmediatas y obvias aplicaciones militares) los soviets estaban por delante de los estadounidenses. Lo cual causó un profundo choque emocional en los Estados Unidos, seguro y orgulloso hasta entonces de su supremacía tecnológica, que debió enfrentarse a la idea de ser el segundo, ajena a su mentalidad. Hoy vivimos en el mundo creado por las repercusiones de aquel impacto, entre las cuales se encuentra el lugar donde me lee. Internet es, de modo improbable e indirecto, hijo del Sputnik.

En efecto: siempre es peligroso despertar a un gigante que duerme. Confiado en su poderío económico y su aislamiento geográfico, que le habían permitido salir de la Segunda Guerra Mundial más poderoso que nunca, EE UU había desarrollado primero la bomba atómica y trabajaba en adaptar los cohetes desarrollados por Alemania para alcanzar el espacio. Y como transportes de esas mismas bombas, tarea tan similar como para ser intercambiable: actualmente los viejos misiles intercontinentales ex-soviéticos se reconvierten en lanzadores de satélites con poco más que cambiarles el cono de proa. Cuando la señal del Sputnik [fichero .ogg] demostró la mayor rapidez de la URSS en esta tarea, quedó claro que la excusa de la bomba atómica (no la inventaron ellos: nos la robaron) no servía: aquí había una debilidad real. Los EE UU no iban por delante en astronáutica; se habían quedado rezagados en alta tecnología e incluso en ciencia básica. Era necesario hacer algo, y grande, y deprisa. El gigante relajado se puso en pie de un brinco. Y el mundo tembló, y cambió para siempre.

De aquel súbito desfallecimiento emocional surgieron agencias como la NASA, que una docena de años después colocó tres hombres en la Luna y los trajo de vuelta sin un rasguño. También nacieron masivos programas de formación en ciencias básicas para los jóvenes y un enorme sistema de apoyo a la investigación científica que culminó en el nacimiento de la National Science Foundation (NSF), dedicada a su promoción. Hubo gigantescas inversiones militares, que incluyeron la creación de un departamento de científicos locos dentro del Pentágono que se denominó Advanced Research Projects Agency (ARPA). Y de ARPA (a veces DARPA) y la NSF habría de nacer la Internet anárquica que hoy conocemos, como un inesperado y sorprendente efecto colateral (e inesperado, y demorado) del Sputnik: la heroicidad cometida por un estado totalitario que hoy no existe en el nombre de una ideología hoy derrotada. A veces los dioses tienen sentido del humor.

Una cuestión de principios

¿Qué es más importante, un perjuicio económico o una libertad fundamental? En un robo las cosas están claras: para encarcelar a un acusado de robar hace falta un juez. Porque ciertas libertades son fundamentales, así que un funcionario (un policía) no puede coartarlas hasta que un juez decida. Obvio, ¿no? Pues determinados defensores de una propiedad intelectual draconiana quieren acabar con este principio básico de la democracia y reemplazarlo por otro: una libertad como la de expresión puede ser eliminada por un funcionario, si es para proteger los derechos de autor. Ahora trate de imaginar lo que podría pasar si una agencia sin control judicial y con poder de censura previa cayera en manos de la opción política que más aborrece usted. Exacto: podría convertirse en una amenaza a la libertad, y bloquear cualquier opinión contraria al gobierno de turno. Por eso el poder judicial es el encargado de controlar las libertades fundamentales: para evitar estos riesgos. Y por eso la propuesta de ‘agilizar’ el bloqueo eliminando a los jueces es una aberración que ningún partido democrático debería siquiera considerar. Por principios.

Corregidos dos ‘es por eso que‘; gracias, crol. 2/10/2007.