Reportero: periodista que a fuerza de suposiciones se abre un camino hasta la verdad, y la dispersa en unatempestad de palabras (Diccionario del diablo - Ambrose Bierce)El cómo se hizo de los reportajes de 20 minutos...

Archivo de abril, 2006

Tú, Tarzán

El diario El País publica hoy en su contraportada una entrevista con el diputado verde (del Grupo Socialista) Francisco Garrido, una de las personas que promovió la propuesta parlamentaria que originó el reportaje de Javi Rada, publicado el jueves en 20 minutos, sobre los derechos fundamentales de los grandes simios.

Corto y pego tres de las preguntas y respuestas de la entrevista de hoy:

P. Grandes simios. ¿Supone que King Kong es más listo que Chita o, una vez más, el tamaño no importa?

R. No es un problema de volumen. La inteligencia se mide por el índice de encefalización, y éste es el mismo en Chita y en King Kong.

P. ¿En qué nota que Chita va de avispada?

R. En que sabe mentir, engañar y seducir.

P. Como la vida misma.

R. Como nosotros. Algo que nos demuestra su cercanía es que son gente capaz de jugar como los humanos, con toda su ambivalencia y toda su sinceridad.

En páginas interiores, el diario del Grupo Prisa también adjunta un reportaje sobre las similitudes entre humanos y grandes simios.

Ambas piezas son excelentes.

(El informe de apertura del suplemento Domingo del mismo diario se titula «Endeudados hasta las cejas»).

(A 1,90 € con colorín, a +1,95 con el recetario de cocina «Guarniciones y acompañantes», a +9,95 con la antología de fotos «Los ochenta» y no se olvide de guardar el cuponcito para, tras aforar 99,9 y haber comprado antes 15 diarios, hacerse con un mp3 de ¡2 gigas!).

José Ángel González

Tiene razón

Nos escribe Laura Riera diciendo que en nuestro país hay otros santuarios para primates como la Fundación Mona.

Se encuentra en Girona y desconozco si goza de las mismas características que el centro Rainfer. Sin embargo, parece que tiene las puertas abiertas al público para concienciar a esos grandísimos simios que somos nosotros.

Perdón por nuestro olvido; el reportaje no iba sobre santuarios sino sobre nuestro «parentesco» con los grandes simios.

Javier Rada

Yo, mono

Siempre había creído que cuando los seres humanos llegaran a condecerle los derechos básicos a nuestros primos, los grandes simios, nuestra especie daría un paso evolutivo más, al superar como dice Pedro Pozas, del Proyecto Gran Simio, la barrera de la especie, nuestro egoísmo tan simiesco.

Algo así como un pasito en la difícil lucha histórica por lo que debería ser justo, como el sufragio universal, la abolición de la esclavitud, los derechos básicos de los trabajadores… Luchas que siguen pendientes, no nos vamos a engañar, lo nuestro es la involución, a no ser que se trate de armas, móviles politonos y demás flautas de consumo, la auténtica barrera de nuestra especie.

Mi sorpresa fue el lunes pasado, al ver anunciada la propuesta no de ley en el Congreso, al poder comprobar, por fin, algo que me parecía casi de ciencia ficción o de chalados perdidos en la cuenca del Orinoco. La cosa tenía un viso político que, a pesar de todas las polémicas, nos hacía más humanos. Un intento de acuerdo de mono a mono, vaya.

En seguida montamos el operativo. Mandamos e-mails. Nos pusimos en contacto con la Universidad Autónoma de Madrid. Buscamos un santuario de estos animales y empezamos a darle vueltas a esto de hacer el mono, una de mis aficiones favoritas en la redacción, eso de despiojarme (cuando se dejan los partenaires), chillar y subirme a las sillas.

La idea surgió enseguida: para el viernes la noticia habría salido en todos los medios bajo el clásico esquema informativo, así que creímos, porque somos así de primates, y ya que la historia iba de eso, darle la voz al simio, que reclamase él mismo sus derechos y mostrase la penosa situación en la que muchos de ellos se encuentran.

Empezamos a hablar con nuestras fuentes para hacer un retrato robot de un simio base, un primate en el que se pudieran ver reflejados nuestros primos evolutivos…

Y éste fue el resultado.

Javier Rada

La razón de un silencio

La pequeña Manuela (en primer plano) y Lili, con su amigo Pedro Pozas, del Proyecto Gran Simio, en el Centro Rainfer, el único santuario de primates de España. Es privado. La avaricia de las redes de traficantes de animales obliga a 20 minutos a no revelar su ubicación.

Éste es el pie de la foto de Jorge París que ilustra nuestro reportaje sobre los derechos fundamentales de los grandes simios.

¿Por qué ocultamos la ubicación del único santuario español, pagado y mantenido con dinero de particulares, donde dan cobijo a estos admirables animales?

Acabo de leer este mensaje en un foro (tras una simple y rápida búsqueda). Corto y pego, faltas ortográficas también:

Compraría chimpance a cualquier precio, no importan edad ni papeles… Si puede llegar a Islas Canarias. Pago por anticipado tras contacto telefonico.

Por eso ocultamos la ubicación del santuario.

Sus gestores, gente dedicada en cuerpo y alma a salvar a los animales del más peligroso de los depredadores, el ser humano, nos contaron que las organizaciones ilegales de tráfico de simios están dispuestas a todo.

José Ángel González

Entre bonobos y chimpancés

«Los seres humanos se encontrarían a un paso intermedio entre los bonobos y los chimpancés«, me explicaba la psicobiologa Ángela Loeches cuando le pregunté por una comparación relativa, no sé si decir emocional o social, entre los grandes simios y nosotros.

Pedro Pozas, del Proyecto Gran Simio, también se mostraba «enamorado» de los bonobos por su comportamiento casi sensual, su uso del sexo para solucionar conflictos, su visión femenina de la selva (son matriarcales). La lástima es no haber podido ver a ninguno de estos parientes directos del chimpancé en el santuario; o mejor no verlos, porque implicaría cosas peores.

Los chimpancés adultos acojonan. «Es el animal más peligroso del zoo, por su rapidez e inteligencia», me dijo Guillermo Bustelo. «Cuando se escapan del zoo, lo primero que hacen es vengarse de su cuidador».

En el dormitorio jaula del santuario nos demostraron su fuerza, hasta nos intentó agarrar un gran macho a través de la rendija de la comida con su enorme mano. Te pueden destrozar al instante: «tienen la fuerza de siete hombres«, decía Bustelo. Igualito a David el Gnomo, pero vestido de trol.

Bustelo me mostró las marcas de heridas y fracturas de su último encuentro con ese macho. «Lo hizo jugando».

Es un trabajo sacrificado el de Guillermo. Gasta 1.400 euros al mes sólo en fruta fresca y otras viandas para alimentar a sus primos. «Me gusta que después de todo lo que han pasado al menos acaben su vida así, ya que es imposible reinsertarlos».

Viéndole, sabiendo lo que ahora sé, no entiendo por qué no existe un gran santuario público o como las subvenciones no son más generosas: realizan una increíble labor y los simios pertenecen al Estado, al ser muchos incautados por el Seprona.

Tampoco entiendo las polémicas absurdas de estos días, meando tanta gente fuera de tiesto.

Javier Rada

Javi Rada


Sean cuales sean los caminos, la senda sigue recta en el corazón de los perdidos. Feliz perdición (de perdido a perdido)

La frase me la regaló, anotada con letras torcidas en una tarjeta de cumpleaños, el tipo que me acompaña en la aventura de poner en marcha la sección Los reporteros de 20 minutos.

Javier Rada, Javi, tiene la ponzoña de la palabra en los ojos.

La palabra, como opinaba Paul Celan («Habla / Pero no separes el No del Sí. / Y da a tu decir sentido: / dale sombra»), sólo es valiosa cuando la ha torcido el dolor, la revelación, la pérdida, acaso la turbulencia de la intoxicación.

No conozco a Javi desde hace lo suficiente como para atreverme al diagnóstico, pero puedo permitirme el atrevimiento de considerarle mi hermano, mi blood brother, como diría el negro que ambos quisimos ser.

Somos hermanos incluso en la diferencia: los años que nos separan (23), después de todo, son como un reactor nocturno, se confunden con las estrellas y sólo queda un vértigo, uno de tantos.

Como yo, está perdido. Como yo prefiere los chinos a los japoneses, nunca plancha la ropa, no pide perdón por seguir fumando y, less but not least, cree en la trascendencia.

Como yo, entiende el periodismo como una forma de ser contraria al gremio, la prebenda, el escalo nocturno de la lisonja y las escamas de la nomenclatura en el alma. Como yo, adora los reportajes sobre la pulpa de papel y, aún más importante, sabe qué hacer con un papel en la mano. De facto, Javi es jodidamente peligroso con un papel en la mano.

Me toca ahora ser su jefe en la sección que inauguramos en la edición impresa del diario. Nunca supe ser jefe y a estas alturas del folletín no quiero aprender. Descreo de la orden como código de conducta y reclamo la colaboración entre iguales falibles. No sé qué hacer con Javi Rada.

Los reportajes, como nos enseñaron James Agee desde los campos calcinados de Alabama, Michael Herr desde la cuenca del Mekong y, siglos antes, Daniel Defoe desde las pocilgas del Londres de la peste, son poco más que un chillido.

Supongo que a Javi Rada le dejaré chillar.

José Ángel González

Pequeño Gran Jefe, José Ángel González

Amos del calabozo, ahí va, lo prometido es deuda, mi descripción del pequeño gran jefe, alma mater de este nuevo proyecto, indio comanche asilvestrado en tiempos sin bisontes en las letras, el único faro subterráneo que conozco en esto de Los Reporteros… José Ángel González.

En efecto, como dice un poco más abajo, está perdido. Imagino que es condición necesaria de las personas dispuestas a hundirse en el lodazal, viajar a las partes oscuras, enredarse con juegos de niño para después, si la tormenta amaina, y las emociones seducen, plasmar la vida en letras, con auténtica e inusitada fuerza.

Gallego. Con eso digo mucho o poco o nada (soy de Huesca, qué voy a saber yo de Fisterra…). Tiene el culo pelado cual macaco en el oficio, eso seguro. Mirada franca, casi infantil, como la de un anciano chino en su templito Shaolin, algo despistada, buscando setas, coleccionando grillos, pasando de las batallas de “los mayores”.

Lo suyo es el contacto con la naturaleza, sea con un mendigo en la calle que le grita por su interés, o fuera viajar hasta Rumanía para realizar la odisea de vuelta a Madrid con esos modernos ulises sin crónica, los inmigrantes.

Lo que digo. La naturaleza humana. Porque como dicen en una película que aquí no voy a citar (menuda se arma): lo de los gerifaltes y demás capos de sillón “es la naturaleza a lo Disney”, la verdadera naturaleza siempre se encuentra allí, fuera de los pupitres, en lo más abajo, lo turbio o encantador, cuando las cosas claman por ser atendidas, cuando la luz quiere pasar a eso negro que llamamos tinta, unas veces bien y otras peor, pero eso no es lo importante.

En ocasiones creo que incluso levita. Ha escrito libros. Sueña con Dylan. Firma con aquello de “salud, y rock n’ roll”. Y nos fumamos un porrito de vez en cuando. Ya decía yo que lo de levitar…

Tiene olfato, eso seguro. Y en tiempos de narices tapadas por la contaminación neoliberal hace falta. Espero que a los dos la fuerza nos acompañe. Que la ilusión no se agote. No sé si será buen jefe, eso sería vaticinar demasiado (pinta más que bien). Pero si de algo estoy seguro, su mirada budista me lo susurra al oído, además de sus excelentes letras, es que será un gran maestro.

Evohé!

Javier Rada