Vaya edición de los granjeros más malrollera. Incluso nuestro siempre cordial y juguetón Pedro se cogió un rebote de tres pares de narices. Y es que en estas granjas hay más celos que en una telenovela. En serio, es más fácil pasarlo bien en un interrogatorio de la inquisición siendo el interrogado, que buscando el amor en este programa (al menos en la edición de ayer…), vemos por qué.
Granjero: Julián. Chicas: Safita y Silvia.
Sorprendentemente, en una emisión marcada por el mal rollo, Julián y sus tigresas exóticas fueron de los más tranquilitos. Será porque ya lo dieron todo en ediciones anteriores…
Julián, ese hombre de mirada profunda y palabras más profundas aún, se llevó a sus chicas a hacer tirolina, yo creo que por ver si alguna se mataba y se quitaba un peso de encima, y casi lo consigue, porque Safita se dejó el pie como un kilo de carne picada. No es por nada, pero esta chica es una pupas.
Y para qué queremos más, Carabás. Julián le dijo que la curaba, Safita le dijo que no, y luego se enfadó porque no la había curado (no entraremos en la profunda discusión conceptual en la que entraron sobre si cortar la uña era ya curar o no…).
Julián y Silvia se van de cita, ay amigos, que está ocurriendo lo imposible: Julián se está enamorando de Silvia, alias Lascharlasquetedoyylasquetedaré.
«Cuando la veo siento mariposas en el estómago», dice Julián, que es un tío original con sus metáforas y para nada cursi. Lo que no dice es si las mariposas las siente porque se caga de miedo al verla o porque la quiere.
Por si fuera lo segundo, Silvia hace de cualquier momento una sesión de terapia psiquiátrica y aprovecha para psicoanalizar a Julián. Si yo fuera este hombre llevaría siempre encima mi diván. Y a eso, unido al hecho de que Julián habla como si le cobraran las palabras, para qué queremos más, salen unas conversaciones como para grabarlas y venderlas contra el insomnio.
A Safita le da otra vez un ataque de alergia. Es como Lisa Simpson en Cypress Creek, la maravillosa tierra de Hank Scorpio, donde todo le daba alergia.
Y como otra cosa no, pero solidarios tampoco son, se fueron a esquilar (esquilar, que no tiene tanto glamour como esquiar, pero sí es mucho más útil) sin Safita, que se quedó haciendo torrijas. Julián ya pasa de ella como de comer caca.
Safita llevó sus torrijas a la comida familiar y se ganó a la familia por el estómago, cosa que a Julián, que programa a programa está más ojeroso, no le vale.
El padre se arrancó a cantar, porque dicen que lo hace bien, pero, con todos mis respetos para el señor, que parecía muy majo, fue como si hubieran pisado a un gato. Eso sí, Silvia se enterneció, porque se lo dedicó a ella, y anda que no es sentida esta chica.
Granjero: Priscilio. Chicas: Inma y Silvia. Nueva chica: Elisa
El rey de los malos rollos, oiga.
Escena: Elisa canta muy bien, lo cual generó otro motivo para que las otras dos las odien. Y claro, a Inma y Silvia les falta tiempo para ponerla a parir porque no procede ponerse a cantar en una comida, pero Inma no duda en cantar y bailar en medio del restaurante. Atención a los sofás de la abuela que había en ese local, al fondo. A mi me parecieron de lo más práctico porque después de ponerte ciego a comer, nada como empoltronarte en un sofá.
Las dos se pusieron en plan macarra y se pusieron a hablar al pobre Priscilio del poliamor, tríos y cuartetos, o sea. Para mi que tenían tanto miedo de Elisa que las jodías están ya haciendo ofertas. Dos por una, oiga.
Priscilio, que sabe montar un ambiente romántico como Jack el Destripador una guardería, se lleva a las chicas de acampada e Inma y Silvia no dejan de quejarse que si hay muchos bichos. Inma, para contentar a Priscilio y hacerse con su amor no hace más que soltar piropos sobre el lugar, del tipo «prefiero comer donde los perros que aquí«.
Poco después se metieron los cuatro en la tienda de campaña, que es como agitar un cóctel de TNT y nitroglicerina. Y claro, explotó. Silvia e Inma salieron de la tienda todo ofuscadas porque según ellas Priscilio le había dado la mano a Elisa, lo que había provocado en el chaval cierta reacción fisiológica relacionada con el levantamiento de peso. Vamos, que dentro de la tienda de campaña había otra pequeña tienda de campaña.
Y como son dos chicas maduras se fueron a dormir al coche. Priscilio, que tiene más paciencia que el Santo Job, se fue al coche a hablar con Inma, cosa que ésta aprovechó para machacar al pobre Priscilio, para llamarle mosquita muerta, con cara de psicópata posesiva. «A lo mejor se lleva una sorpresa y elijo a otra», dice Priscilio, que no es nadie amenazando…
Y Priscilio rompió a llorar en su pequeña oficina. Yo también lo habría hecho, pero mucho antes. Me dieron ganas de coger el coche, llevarle un pañuelo y darle un abrazo el pobre, que estaba echo un lío y parafraseando a Alejandro Sanz, con «el corazón partío».
Silvia hace como que se va, pero al final, Priscilio le dice que se quede y decide quedarse. Inma, mientras, vagaba por el campo con cara de estreñimiento crónico, supongo que pensando en lo raro que es que no la elijan a ella, con lo dulce que es y lo poco que se cabrea…
Luego Priscilio se fue a hablar con Inma (a este chaval le dan el Nobel de la paz), que después de un diálogo de besugos se puso digna y dijo que ahora es ella la que le tiene que conocer más a él.
Escena: Priscilio se lleva a Silvia a solas de excursión, a una cueva donde se cría el champiñón. ¡¡Qué pedazo de truco!! Te llevas a la churri a una cueva de champiñones y ya tienes el tema introducido, quiero decir el tema de conversación jocoso, no el champiñon en sí.
Al final se ponen tontos y se besan. Ay. Que momento más emotivo, casi lloro, habría sido perfecto si Silvia no hubiera triturado el momento diciéndole a Prisci que no la cogiera de la cabeza. Era muy posible que Inma la despellejara. Y así fue: cuando llegó, Inma se puso histérica, diciendo que Priscilio está loco.
Y ¡¡Milagro! Inma se lo lleva para echarle la peta, pero se lleva el sorpresón, porque Priscilio saca el genio y la pone en su sitio, ante el asombro de la malrollera. Pero Inma no se va, por si «tiene una discusión con Silvia y se queda con Inma», eso es amor propio, y lo demás son tonterías.
Priscilio le cuenta también a Elisa lo de su beso con Silvia, que no se lo toma tampoco a bien, pero por lo menos reacciona con madurez (de momento).
Priscilio debe elegir para que una de las tres se largue (se acabaron los cinco días con tres chicas) y elige a Elisa, que le dice que debe pedirle perdón, porque al parecer Priscilio le metió mano y le dijo que estaba a gusto con ella y que necesitaba cariño… Priscilio niega la mayor. Elisa insiste, y dice que le metió mano aunque ella no le dejó y que «estaba cachondísimo perdido». La verdad, no es propio de Priscilio.
Y le dice que se oriente, que va siendo hora, y que deje de buscar lo que no le gusta… Para mi que lo dijo con un doble sentido con bastante mala leche. Y al final dijo en el confe que es una polilla y que se vaya batiendo las alas como una mariposa… No voy a hacer comentarios, que cada uno saque sus conclusiones.
Las otras dos cuando se va, encantadoras con ella, que adiós cariño, después de haberle hecho la vida imposible. Inma cree la versión de Elisa, pero Silvia no.
Granjero: Pedro. Chicas: Amara y María.
¡Qué poco nos han puesto de Pedro!
El hombre de los refranes camperos se llevó a Amara a comer a un sitio romántico y le pareció que todo lo de la carta tenía nombres raros. En eso estoy con el granjero: no te cobran un riñón por el plato, sino por lo que se comieron la cabeza para ponerle nombre. Durante la comida, Pedro se pone en plan picantón y Amara entra al trapo. Uy, uy, uy…
«Aprovechame un poco y cómete hasta la cabeza», dice Pedro, que no especifica qué cabeza.
«Lo único que hacen es calentar el horno, pero luego no echan los bollos», dice Pedro. «Eso no se le hace a un ser vivo«, insiste el muchacho, que lleva tal calentón que podría cocinar él solo los bollos sólo con mirarlos.
Y es que claro, el tío quiere triunfar, pero se lleva a las chatis a una cama con la foto de los padres recién casados al lado y la virgen con el niño en la cabecera. Así no se puede.
Amara y Pedro parecen Heidi y Pedro crecidos, que han vendido la granja del Abuelo y se han mudado a un secarral, hartos de la dura vida alpina, ella con su pelo negro y su pajilla en la boca y él con su sombrerito y sus cabras.
Escena: Le dice a María: «Eres muy recia, el día que estás dulce da gusto, pero si no…» y María no se lo toma muy bien, por lo que se monta la bronca padre en medio de la pradera. Y Pedro, al que le hacen planos tipo El tío la Vara, se va por todo el campo rezongando y soltando improperios y diciendo que su hermana tuvo que arroparlo de lo triste que estaba por culpa de María y al final se monta en su burro y se va, dejando a María sola en medio del pastizal.
Pedro le dice a María que «tiene la habilidad de poner a la gente triste» y a la chica le afecta bastante y se pone a llorar. Debe ser que como María es también gente, se pone triste a sí misma.
Granjero: Sergio. Chicas: Marta, Alba. Nueva chica: Elena.
Qué mal me cae este chico, qué resentido es… El caso es que se fueron a la playa y claro, como Elena no quiso tema con el señorito, que se debe creer irresistible, ahora pasa de ella como de comer caca, y ha vuelto a la primera opción: Marta. Ya veremos cuando la chica vea los vídeos del intento de magreo.
Y claro, de repente, Sergio vuelve a ser hipersimpático con Marta, mira tú. Atención a la escena del agua con la manguera y a la cara de Elena cuando los ve desde el balcón tonteando… Si las miradas fueran un arma, la de Elena sería la Gran Berta.
Las muchachas se pusieron a tirarle piedras contra la ventana y el tío fue y les dijo que se la iban a romper, si es que es de un simpático…
Así que las chicas le sorprendieron en el jacuzzi, donde seguramente Sergio soñaba con ser con Jesús Gil, rodeado de chicas, pero no, lo que fue es un hueveado, ya que las chicas hicieron unas simpáticas prácticas de tiro con su granjero a base de huevazos.
Y entonces llegó la tragedia: Sergio se atrevió a darle un huevazo a Alba en su pelo… ¡¡En su pelo!! ¡¡En sus carísimas extensiones, con lo que le costó encontrar unas del color de su cabello!! Y Sergio tuvo que salir corriendo mientras le perseguía Alba jurando por su abuela «que está muerta».
Las tres se cabrearon porque se las llevó a una disco y las dejó más tiradas que un pañuelo usado, porque se puso a hablar con su ex y con mil colegas, sin presentarlas y dejándolas acodadas a la barra. La única que le pone en su sitio es Alba, que lo manda a la mierda sin problemas. ¡Ole por Alba!
Como le echan la bronca y él lo hace todo bien, por lo que no tienen razón, se pone a lo Cocodrilo Dundee y se va a dormir al suelo, en el salón, en un acto que no habría podido hacer mejor un niño de dos años emberrinchado. Marta, haciendo el idiota y rebajándose, a mi parecer, fue a preocuparse por él y el tío encima le dice que la deje en paz. Que subidito está este chaval
Él también debe elegir con quien se queda y dice que por Elena no siente nada. Claro, como no se dejó meter mano… El caso es que claro, echa a Elena, yo creo que para disgusto de Alba, que para mi que no le habría importado irse.
Granjero: Ramón. Chicas: Cheli y Mónica. Nueva chica: Floriance.
El gran Ramón, ese hombre al que cualquier mujer desearía poseer, se fue con Mónica a charlar para arreglar su bronca del otro día, pero empiezó mal el tío, diciendo «quiero que me digas qué te pasó el otro día», claro, porque toda la culpa fue de ella, por el amor de Dios, quién iba a pensar otra cosa… El tío no la deja hablar y no reconoce nada, según él es ella la que le ataca. Como al final no aclaran nada se enfadan otra vez.
«Yo me merecía una disculpa» dice el tipo. Y es que él cree que es un premiazo e iba en plan «te voy a dar la oportunidad de reconocer tu error, nena».
Se llevó a las otras dos, que le pasan todas las gracias estúpidas y saben apreciar a Ramoneitor, a una fiesta, dejando a Mónica castigada, aunque en realidad le estaba haciendo el regalo de su vida.
Cheli y Floriance están en pie de guerra, que si se ven sacan las garras, deseando sacarse los ojos. Y él, que es así de romántico, se las lleva alternativamente a las cuadras, a meterlas mano (o a intentarlo, ya saben, a catar la mercancía…). Que poca estima se tienen estas dos… Ramón debería ir a «Granjero elige carne en mercado de esclavas», donde podría mirarles la dentadura sin problemas.
El calavera, en plan Torrente, se las lleva de excursión dejando otra vez castigada a Mónica y cogiendo a sus chatis por el cuello.
¡¡Cheli dice que no se rinde!! Esta mujer debe estar desesperada, porque no veas que joyita se lleva. Es como emperrarse en luchar por que te coma el pie un cocodrilo, digno de masoquistas.
Ramón les pide el currículum amoroso. Probablemente él se refería a las posturas que saben hacer, aunque ellas le hablan de los novios que tuvieron.
Y cuando llega el momento del descarte, Ramón larga a Mónica sin dudarlo, pero el muy hipócrita dice que es porque es demasiado urbanita y que no se adapta en la vida en la granja, en lugar de decir que es la única que no le aguanta sus bromas de crápula.
Mónica da en el clavo: «como le he rechazado se ha cogido una rabieta».
Granjero: Antonio. Chicas: Guacimara y Raquel. Chica nueva: Cristina.
Antonio, otro tipo al que no soporto.
Guacimara y Raquel pasan de Antonio como Antonio pasa de ellas, que las deja solas y se va con la nueva a la playa. Ellas se van de compras, se hacen la comida… yo soy ellas y le desvalijo la casa, por listo.
Antonio es de un pegajoso y un meloso que asusta. Es como tragar un kilo de polvorones en el desierto. Se lleva a Cristina de cena y le dice otra vez que la quiere, y la mira con ojitos de cordero degollado, eso sí, como lo cortés no quita lo valiente, le dice que por la noche se va a meter en su habitación, y ella que nones.
Como la chica le cierra la puerta del hotel tras la cena, pues la llama por teléfono, en plan psicópata, y le dice que no se mueve de la puerta hasta que no le abra, y claro, Antonio pensaría que no, que cuando un hombre te llama por teléfono ansioso y te dice que le abras la puerta, que sólo quiere hablar, lo que haces es correr a abrir, pero la chica se agobia. Y yo creo que no llamó a la policía porque estaba comunicando con Antonio…
Cuando regresan a casa los otros dos les hacen la del hombre invisible. Lo que no se es que hacen ahí, nadie las obliga a quedarse con Antonio el ñoño.
El granjero trata a las otras dos como si fueran unas compañeras de piso, peor, porque ni siquiera les invita a su fiesta de cumpleaños, pero como el chaval tampoco es que sea un as de la ocultación, y el disimulo, le pillan porque llegan su primo y amigotes y se van de la lengua.
Y encima, el pavo se enfada porque no le felicitan el cumpleaños, cuando ellas le reprochan el no haberlas invitado. Sí, amigos, el mundo gira en torno a Antonio.
¡¡¡Por fin!!! Las dos se las piran de la granja, mientras en la fachada sigue colgando lánguidamente la pancarta de «Bienvenidas, granjeras».
El tío se desata en su fiesta de cumpleaños, donde se quita la camiseta y se pone en plan alma de la fiesta, gastando bromitas de esas que sólo le hacen gracia al simpático que las hace.
Llegan a casa él y la nueva y descubren que no hay nadie. El tío encima se sorprende. Para mi que la otra se acojona de estar sola con él… pero no, dice que se siente más tranquila y que Antonio le mola. Hay gente para todo.