Hay gente cabezona, gente testaruda, Paco Martínez Soria en Don Erre que Erre y después Jota.
¿Cómo se puede ser tan tonto, si tu compañero, tus rivales y hasta el espíritu santo te están diciendo que en la cena el día antes de la final no te pongas a comer como un gocho que tu vayas y lo hagas?
Pero voy a empezar por el principio, porque después de ver la final y de que por segundo año consecutivo gane la pareja que peor me cae, estoy cabreado más cabreado que Belén Esteban estudiando historia.
La cosa comenzó con tres parejas, como sabéis, y si no lo sabéis para eso estoy yo aquí, bueno, para eso y para buscarme pelotillas en el ombligo: A la final llegaron Jota y Freire, Mar y Vanesa y Pedro e Inés.
La final se hizo en dos días. Vamos con el primero.
La primera prueba, para que la cosa comenzara relajadita y descansada, consistía en recorrerse entre 1,5 y 2,5 kilómetros a través de las dunas del desierto (dependía de las penalizaciones del día anterior).
Pedro e Inés comenzaron más lejos que nadie y además, debían llevar las mochilas grandes, de 20kg, como handicap por haber sido los últimos en la etapa anterior.
Jota y Freire fueron los primeros en llegar hasta J. V. que siempre pone la puñetera banderita en el lugar más alto que encuentra, quizá por algún complejo. El caso es que los dos desconocidos se llevaron como recompensa un comodín, que les permitía saltarse cualquiera de las tres pruebas de la jornada.
La primera prueba consistía en irse a una granja de avestruces a tocar los huevos (sí, no sé cuántas veces se habrá hecho ese chiste, pero es que es un clásico).
Cabe destacar la forma buitre con que las tres parejas cogieron coche, lanzándose sobre los vehículos cual yonkis en busca de una indemnización (sí, eso existe) y tratando de afanarse los unos a los otros los vehículos.
Una vez en la granja de avestruces tenían que poner un huevo de esos bichos sobre unas varas de bambú y transportarlo por un circuito de obstáculos. Jota y Freire y Mar y Vanesa lo hicieron sin mayores complicaciones, con un par de huevos rotos.
El caso es que Sudáfrica debe haber hecho un llamamiento a nivel mundial para salvar a sus avestruces, porque deben estar en peligro de extinción. La causa es que una generación entera de estos animales se ha perdido por los huevos que se cargaron Pedro e Inés. Madre del amor hermoso, cuánta inutilidad.
Y como siempre, la parejita de tortolitos, chillándose y echándose la culpa el uno al otro. Si a estos chavales los llevan a un cursillo prematrimonial, la peña se acojona no se casa ni Dios.
La segunda misión consistía en buscar unas llaves en la arena de una playa usando un detector de metales, y con las llaves abrir una caseta.
Ahora esa playa es la más segura del mundo. Se puede arrastrar a un bebé por ella sin problemas. No queda nada metálico que haga daño. Más que nada porque Mar y Vanesa lo encontraron todo: chapas, monedas, cremalleras, esquirlas…
Jota y Freire, por su parte prefirieron saltarse esa prueba con el comodín, después de buscar un poco y discutir un mucho. Sí, porque estos dos son al diálogo tranquilo y sosegado lo que Freddie Krueger al descanso nocturno.
La tercera y última prueba consistía en ir a otra playa y hacerse una foto con un pingüino. Para mi gusto, demasiado fácil. Debería haber sido hacerse una foto haciendo malabares con los pingüinos, o besando a un pingüino, o haciéndole el amor a un pingüino… No, perdón, esto último no…
El caso es que los pingüinos salían bastante mejor en las fotos que los concursantes… Excepto el que fotografiaron Mar y Vanesa, que era la Pantoja de los pingüinos y se tiró a la yugular de las muchachas.
(Sí, he escrito muchas veces la palabra pingüino, pero es que me encantan las diéresis y hay tan pocas ocasiones de usarlas…).
El caso es que las sevillanas se encontraron con unos españoles que se ofrecieron a llevarlas mientras babeaban y pensaban en pillar cacho. Tanto es así que en la segunda parte de esa prueba incluso las acompañaron.
Lo mismo pensaban que Mar y Vanesa jugándose la final iban a estar para mirarles dos veces a la cara. Ay, señor eso es moral y lo demás son tonterías. Lo mismo esos muchachos son de los que van a ligar a los entierros.
Y claro, los chavales estaban pensando con lo que viene siendo el guerrero de cabeza púrpura y esa brújula siempre apunta al norte, por lo que las perdieron e hicieron que las chavalas recorrieran 12 km en dirección contraria.
La última parte de esta primera jornada era una carrera hasta el faro del fin del mundo. Sí, porque para qué le iban a llamar el faro de la esperanza, o el faro del amanecer. No, le pusieron un nombre que acojona a ver si eso atrae a los turistas. ¿Por qué no le llamaron el faro del turista descuartizado?
En cualquier caso, los primeros en llegar fueron Jota y Freire, seguidos de Mar y Vanesa. Pedro e Inés fueron los últimos en llegar. Y eso significó que quedaron eliminados. Pero esta vez de verdad, que esta pareja es como los zombies, nunca están acabados del todo (recordemos que fueron eliminados dos veces y las dos volvieron a caminar).
Pedro e Inés decidieron darle sus amuletos a Jota y Freire, que a esas alturas parecían los hermanos blancos de MA Barracus, con tanto collarcito al cuello.
Y llegó la tragedia. Jota, que no pierde ocasión de demostrar lo macho que es, se puso ciego a comer en la cena del día antes de la gran final. Como os dije, tanto las hermanas como Freire le aconsejaron que no comiera tanto. Pero no, él es muy macho y se jamó calorías como para alimentar a una familia de Orcas un mes.
¿Y que pasó? Pues que estuvo toda la noche vomitando amén de gran parte de la mañana, por lo que comenzó la final con el cuerpo hecho escombro. Él y Freire jugaban por los 37.000 euros que tenían en amuletos, las sevillanas, por sus 25.000.
Y comenzó la gran final. La primera prueba consistía en subir a un pico llamado Lion’s Head (cabeza de león, claro, no le van a poner cabeza de caniche). A Jota y Freire les cogió un Mercedes último modelo con los asientos tapizados en cuero. A Mar y Vanesa un Audi TT. Anda que se mueven a lo pobre…
El caso es que se trataba de cinco pruebas. La pareja que ganara cada una de las pruebas conseguiría una palabra.
Jota tuvo que hacer un alto en el camino para vomitar. A la señora del coche se le veía en la cara que estaba sufriendo por su cara tapicería. Porque una cosa es coger a un andrajoso por caridad y otra es que te vomite en el coche. Osea, eso lo contó en la peluquería fijo, chicas.
Mar y Vanesa fueron las primeras en llegar a la cima del pico, al que había que acabar de subir andando. Más que nada porque Jota tenía menos fuelle que un mechero gastado y se paraba cada dos por tres. Me pareció ver cómo una ancianita paralítica y ciega le adelantaba en la subida…
Para bajar había dos formas: La primera pareja podría bajar en parapente hasta la playa donde estaba la primera palabra, la segunda, tendría que ir a patita.
A pesar de que se les pusieron los ovarios de pajarita, Mar y Vanesa decidieron atreverse con el parapente, para desgracia del monitor de Vanesa. Sí, porque después de ponerse a llorar, cuando al fin se decidió a saltar, Vanesa se puso a soltar unos chillidos mortales.
De hecho, los guías turísticos ahora cuentan a sus clientes que en las noches frías aún se oye en ese lugar los gritos agónicos de una chavala llamada Vanesa que pasó por allí.
Si yo hubiera sido Freire, habría bajado haciendo rodar a Jota. Pero no, como Freire es más diplomático, se dedicó a darle ánimos, que sí, que salvaguarda la integridad física de Jota, pero es más lento.
Así que las hermanas también llegaron primeras a la segunda prueba. Se trataba de encontrar una casa con un GPS. Solo que la casa ya no existe. Había que encontrar el lugar donde estaba antes de que la derribaran durante el apartheid. Pero claro, ellas no sabían eso.
Así que se pasaron un buen rato buscando la casa como el que busca una oferta en un supermercado de Sánchez Romero. A esas alturas, Jota estaba ya vomitando por cuarta vez. Anda que no se cebaron los del programa, que pusieron cartelitos con lo de que Jota se había puesto gocho a comer cada dos minutos.
La siguiente parte de esa prueba consistía en comerse una cabeza de cordero cocida y achicharrada a la que en Sudáfrica llaman smiley (algo así como sonrisa). Nos ha jodído, porque ves eso y lo primero que haces es sonreír, pensando que es una broma. Coño, que cosa más apetitosa. Si apetitosa significara «voy a echar la pota hasta que el estómago se me de la vuelta».
Mientras las hermanas se comían la cabeza, degustado ojos y delicatessen por el estilo, Jota se rendía y pedía que el médico le viera. El doctor le dijo que lo que tenía era una indigestión y muchos nervios, pero que podía seguir adelante de sobra. Pero nada, amigos, Jota se rindió.
Así que ofrecieron a Freire seguir solo. Y aceptó. Se comió su cabeza de smiley tan ancho y no eructó y pidió otra porque iba con prisas.
La siguiente fase fue tocar en un xilófono las primeras notas de la melodía de Pekín Express. Ahí Freire pilló a las hermanas, y por un momento quedaron a la par. Si lo que sonaba en los xilófonos era la sintonía del programa, yo soy Jessica Alba y estoy saliendo con Scarlet Johansson, pero en fin.
En cualquier caso, las hermanas volvieron a ser las primeras y llegaron al anfiteatro que hacía de meta antes. Eso sí, acojonadas como un bogavante en el acuario de una marisquería, porque Freire les pisaba los talones.
Ahí fue cuando Jota se reincorporó a la carrera. Me gustó que Freire no le tomara en cuenta a Jota su debilidad y que le acogiera como si fuera un hermano, dándole ánimos. Estos dos chavales parecen, con todos sus defectos, ser buena gente. Y eso es mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de las personas.
Antes de la prueba final, las dos parejas se enfrentaron a la tradicional ronda de preguntas y respuestas. Había dos premios: un amuleto de 10.000 euros y un viaje como el que ya han hecho, pero esta vez a cuerpo de rey. El viaje era de la pareja ganadora aunque no ganara.
La cosa estuvo apretada, pero al final se impusieron Jota y Freire por muy poco, llevándose el viaje (que no creo que hagan dentro de poco, porque tienen que haber acabado de África hasta los huevos) y un amuleto que para lo que les sirvió lo podían haber usado de supositorio.
La prueba final consistía en completar un trozo de un poema de William Ernest Henley, popularizado por la película Invictus.
La estrofa dice:
Ya no importa cuán recto haya sido el camino / ni cuántos castigos lleve a la espalda / soy el amo de mi destino / soy el capitán de mi alma.
Al poema le faltaban seis palabras, de las cuales las hermanas ya habían conseguido cinco y Jota y Freire ninguna. Vanesa y Jota se quedaron con J. J. V. esperando en un monumento a que Mar y Freire regresaran de buscar las palabras que faltaban y que debían encontrar dentro de unas cajas.
¡GANARON LAS SEVILLANAS!
Sí, como no podía ser de otra manera por la ventaja que le llevaba, Mar encontró antes su palabra y regresó para completar el poema junto a Vanesa. Las hermanas se llevaron 25.000 euros del ala.
Me gustó el buen perder de Jota y Freire. Sobre todo de Jota, que se repuso de su enfermedad y de la derrota y aprovechó para frotar cebolleta con Vanesa, a la que abrazó y de la que tuvieron que soltarle con agua fría.
45 días, nada más y nada menos, coronados con 15 horitas de etapa final.
Me gustó mucho el pequeño espacio que echaron al final con el ‘cómo se hizo’ con el equipo del programa. Ya lo he dicho muchas veces, hay que ser el mejor de los mejores para currar en Pekín Express y partirse el culo grabando en las peores condiciones, en medio de la nada y jugándose el tipo en cada etapa. Mi aplauso para ellos.
¡Y para vosotros, compañeros lectores!
NOTA: Sí, es J. V. y no J. J. V. ¡Si es que comento demasiado Acorralados!
Y otra cosa. NO DIGO QUE LAS SEVILLANAS NO SE LO MEREZCAN. Han llegado a la final y la ganaron. Lo que sí creo es que, de estar Jota en plena forma, las cosas podrían haber sido diferentes.