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Gana 12.000 euros con doce años en MasterChef Junior

Master Chef Junior

Antes de contaros un poco lo que pasó en la final de MasterChef Junior quiero hacerme públicamente algunas preguntas.

Mario, que fue el ganador (se lo merecía, pero a mí me caía mejor Ana Luna, que también se lo merecía) se lleva 12.000 euros para su formación. Eso dicen «para su formación». ¿Para su formación en qué? O sea, si mañana dice que le den a la cocina y quiere ser DJ como Paquirrín, ¿también vale?

Tras el MasterChef de adultos y el de niños, ¿llega ahora el MasterChef Yayos? ¿Les veremos dejar a un lado la dentadura antes de probar los platos? ¿El premio será un viaje a las mejores obras del mundo para verlas de cerca?

A los ganadores y finalistas, ¿les veremos en el futuro convertidos en estrellas de la cocina? ¿Serán como el Bisbal de la comida? ¿Tendrán rizos? ¿Le darán la vuelta a los filetes con una vueltecita acrobática? Si los de OT son triunfitos, los de MasterChef son MasterChefCitos?

En fin.

La primera en meterse en la final fue Ana Luna, que mola más que comer con los dedos.

Después pudimos ver como sus compis hacían una escabechina con unas galletas que harían palidecer a la pobre galletita de Jengibre de Shrek. Era como el laboratorio galletero de Hannibal Lecter, con miembros amputados por doquier y trepanaciones a pecho lobo.

Aunque me dejó loco turuleto que los tres niños supieran currarse un roscón de reyes destacaré el chocolate asesino con guindilla que preparó Juan, que habría podido matar a una cabra mexicana.

No me moló nada que por el hecho de ser repostería llevaran como «experto» a Fabián, que al final no es más que el concursante de otro MasterChef. De hecho el chaval esperaba a que hablaran los del jurado para ratificar su opinión.

Eso sí, Eva González estuvo aguililla y le recordó a Fabián que le debe una tarta. Espero que no le debáis a Eva ni el cambio para un café de la máquina: LO RECUERDA.

Los prolegómenos de la final me parecieron demasiado pastelosos. De estas cosas que disparan la población de diabéticos por exceso de azúcar. Allí llevaron hasta al apuntador: las familias, lo padres, los compañeritos aspirantes… y discursitos muy sentidos, y vídeos de resumen… faltó un gatito siendo acariciado por un bebé panda.

¿Y no van y le preguntan a los padres si están orgullosos del niño? ¿Qué iban a responder? «No, es la oveja negra de la familia, de vuelta a casa vamos a abandonarlo en una gasolinera».

En fin. Destacable el tajo en el dedo que se dio Ana Luna y cómo la chiquilla siguió adelante y acabó su plato como una valiente. Y eso que tiene que acojonar darse un cortecillo en el dedo y que aparezca para ponerte una tirita un tipo del SAMUR.

Mirad a vuestro entorno y pensad en cuántos de vuestros conocidos saben hacer pato con salsa de frutos rojos y cuscús o cocochas al pil-pil. Yo flipo.

Master Chef Junior

En cualquier caso, y estando ambos muy igualados (yo tengo un niño así y no sale de la cocina, es que lo desescolarizo y todo) el jurado decidió que el ganador fuera Mario, con doce añitos como doce soles.

Y chimpún.

Sadismo animal en MasterChef Junior, o cómo traumar a un niño

Si lo que pretendían en MasterChef Junior era aumentar el número de veganos, me parece bien, si no, no se entiende lo de anoche.

Resulta que les llevan al plató, a niños de entre ocho y doce años, un ternerito precioso. Aparece con Eva González, que le da el biberón al animalito y les dice, para más inri, que se llama Benito. Ya sabéis, uno de esos animales que podrían protagonizar un anuncio de suavizante.

Los niños, claro, se vuelven locos y le acarician, juegan con él y le cogen más cariño que un banquero a un euro.

Y claro, les surgen las dudas, y dice uno acongojado: ¿Tenemos que matarlo?

Madre del amor hermoso. Por un momento pensé que le dirían que sí, que les iban a decir que fueran a las mesas a por los cuchillos y que adelante con la matanza, que fueran a por las venas.

Chillidos por doquier, sangre, los aspirantes en plan niños del maíz y los chefs del jurado carcajeándose mientras las llamas y el olor a azufre llenan el plató.

Pero no. No tuvieron que matar al bicho (ya lo haría alguien más tarde).

Otra pobre muchachina dijo «yo ahora no puedo cocinar eso«. Inocencia infantil.

Ante las dudas, Samantha Vallejo-Nájera explicó el porqué de la presencia del animalito: «Está aquí para que conozcáis el origen de la materia prima que vais a cocinar«, les dijo.

Sadismo. Ahí el sadismo ya chorreaba por el suelo del plató. Las de la limpieza estaban como locas con el mocho intentando recogerlo. ¿Eso MasterChef Junior o El Silencio de los Terneros?

Y por si fuera poco, después se llevaron al ternerito y a los niños, a los NIÑOS, les llevaron a ver a un carnicero.

El señor les fue explicando con todo detalle, y ante todo un despliegue de trozos de carne fresca, de dónde provenía cada corte, de forma que los niños pudieran imaginarse claramente las partes que le habían cercenado a Benito.

«Me dio pena cuando vi al carnicero cortando al ternero…«, dijo una de las niñas.

Pero diréis: La cosa acabó ahí.

PUES NO.

La mente enferma que ideó esa prueba o como se llame pensó que su mente aún no estaba suficientemente alienada, que aún no habían destruido suficientemente sus lazos afectivos con los animales, que había que mancharles las manos de sangre para que nunca más pensaran en ello.

Así que después de presentarles un ternerito que mamaba de un biberón, enseñarles uno igual pero descuartizado y evocar su despiece, les hicieron cocinarlo.

Sí, les dieron unos lomos de ternera para que lo cocinaran.

Eso sí, ojo, luego se los llevaron a Eurodisney y les hicieron abrazar a una rata gigante con mucho cariño. Vivir para ver.

MasterChef Junior: siete tazas de repelencia

Lo primero, deciros que no daré nombres y que no me refiero a todos ni a ninguno. Quede constancia, señoría.

Sigamos.

El plato que mejor cocinan algunos -algunos, insisto- de los niños y niñas de MasterChef Junior es la repelencia frita. Ah, perdón, que es un programa de cocina, pues entonces, la repelencia cocinada al vacío a baja temperatura con reducción de pedantería al foie de empollón y crujiente de listillería.

En general se podría decir que el programa está bien, no es peor que cualquier otro, pero a mi se me ponen los pelos como escarpias cada vez que oigo hablar a algunos de sus pequeños participantes.

No hay nada que produzca más rechazo que oir hablar a un niño y que pienses que ha sido poseído por Fernando Sánchez Dragó.

Juraría que algunos de ellos se sientan de madrugada frente al televisor a ver tertulias políticas y anotan frases y expresiones para usarlas por la mañana en el colegio.

Por otro lado, me parece que un país que enseña a cocinar a sus retoños es un país con futuro. Sí, para unos padres debe ser maravilloso que sea el niño el que se coma la cabeza pensando qué pone de cenar.

O el que cuando le lleves al pediatra le diga al médico: «mi papá me come fenomená, aunque le tengo que picar mucho el pimiento porque no le gusta ná».

Así debe dar gusto invitar a cuantos amigos se quieran, porque como los niños están cocinando, pues no dan por saco en la mesa.

Lo que pasa es que se quedan un poco cortos con el ámbito de aplicación.

Por ejemplo, ¿por qué no hacen MasterMecanico Junior? «¡Niño, como no arregles la junta del cigüeñal te quedas sin Reyes!».

O MasterAbogado Junior: «¡Chiquilla, ponle una demanda a tu madre que me ha vuelto a tirar el currusco de pan, con lo que me gusta roerlo!»

O MasterFontanero Junior: «Manolito, me cago en la leche, que sigue goteando el lavabo. Ah, y sanéame la bajada que la oigo atascadilla».

Y ya puestos a rentabilizar las habilidades infantiles y aprovechando que son más pequeños que un adulto, pues se les puede apuntar a MasterButrón Junior, que así para entrar en la joyería hay que hacer los agujeros más pequeños y se gasta menos lanza térmica, que sale por un pico.