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Quién fue… José Leandro Andrade, el futbolista que bailó con Joséphine Baker

Esta historia la encontré cuando buscaba algún personaje del mítico Uruguay de 1930, el primer campeón del mundo de fútbol, para traer al blog. Mi idea era hablar del capitán, José Nasazzi, el futbolista que da nombre al título oficioso de campeón del mundo (buscad «Bastón de Nasazzi» en Google, es bastante curioso), pero hallé que la historia del protagonista de hoy daba mucho más juego: Es José Leandro Andrade.

Salto, Uruguay, 22 de noviembre de 1901. De la pareja formada por una argentina y el hijo de un ex esclavo negro que escapó del Brasil, que además era experto en magia africana, nació el joven José Leandro Andrade. De pequeñito se trasladó al barrio de Palermo en Montevideo, para vivir con una tía. José estaba apasionado por el carnaval, que en la capital uruguaya tiene mucha fama. Tocaba el tamboril, ese instrumento de percusión que se cuelga del hombro y que es tan típico de las batucadas.

De jovencito alternaba trabajos como limpiador de zapatos o vendedor de periódicos con sus pinitos como futbolista en un club llamado Misiones. Su primer contrato profesional lo tuvo con el Bella Vista, un club de la capital, donde desempeñó como volante derecho. Andrade, pronto, se convirtió en un jugador llamativo. Era negro, medía 1,80 y tenía un estilo de juego muy particular, muy flexible, muy acrobático, que enamoraba a la afición. Fue precisamente José Nasazzi el que coincidió con él en el Bella Vista y el que le recomendó para jugar a nivel internacional.

La Maravilla Negra

Así, Andrade fue convocado para jugar en las Olimpiadas de París en 1924. Fue allí donde empezó la leyenda. Andrade, que era un tipo muy ’echao p’alante’, se encontró en París como pez en el agua. En la capital francesa fue la sensación y le bautizaron como La Maravilla Negra. Andrade, un consumado bailarín, no desaprovechó la oportunidad de alternar todo lo que pudo y más. Se ligó a un buen número de francesas, que caían rendidas ante el exotismo y la planta del uruguayo. Incluso llegó a marcarse un comentadísimo tango con la mítica Joséphine Baker. Otra anécdota fue cuando, en plena concentración de la selección en París, Andrade desapareció, provocando la preocupación de todos. El delantero Ángel Romano, que era buen amigo suyo, se ofreció para buscarle. En realidad, Romano tenía una dirección que Andrade le había dado por si ‘desaparecía’. A aquella dirección acudió Romano y se quedó extrañado al ver que era un lujoso apartamento. Llamó al timbre y una doncella le recibió. A pesar de que entre ambos no se entendían, cuando Romano dijo «Andrade», la joven sonrió e hizo pasar al delantero. Éste se quedó de pasta de boniato. Ante él apareció su mulato amigo, vestido sólo con un batín de seda, rodeado de bellas señoritas con poca ropa y envueltas en caros perfumes. Todo un figura.441-426 Voetbal; OS 1928 Amsterdam; jJose Leandro Andrade uit Uruguay.

Uruguay ganó el oro y regresaron en loor de multitudes. Andrade ya era un héroe nacional. Pasó por el Nacional y el Peñarol, aunque empezó a tener un tren de vida que le pasaría factura. Además, desde los Juegos Olímpicos arrastraba una extraña lesión que a la postre acabaría con su carrera. En un lance de un partido, chocó contra un poste, provocándole un problema en la vista que degeneró poco a poco.

Pero aún tenía fútbol en sus piernas. Andrade fue convocado para jugar el primer Mundial de la historia, en Uruguay, precisamente, en 1930. Formó parte de ese mítico once (Ballesteros; Nasazzi, Mascherone; Andrade, Fernández, Gestido; Dorado, Scarone, Castro, Cea e Iriarte) que se proclamó campeón del mundo. Andrade estaba ya en decadencia, pero aún así aportó lo suyo, como un lance defensivo que perfeccionó, llamado la tijera: se lanzaba frente al atacante rival que llevaba el balón, estirando mucho la pierna izquierda, mientras que, con la derecha, le arrebataba el balón.

El declive

Tras la Copa del Mundo, jugó en Argentina (Atlanta y Lanús), en el Wanderers de Montevideo y se retiró en Argentinos Juniors. Su vida, a partir de ahí fue un declive permanente. Se arruinó, sus amigos desaparecieron y volvió al barrio de Palermo, tan pobre como cuando llegó siendo un niño. Algunos quieren ver tintes racistas en su declive. Y es que el destino de los campeones del mundo de 1930 fue dispar. Por ejemplo, Nasazzi, hijo de italiano y vasca, fue director general del Casino de Montevideo. Cea se convirtió en periodista deportivo y Scarone, en entrenador. Andrade no encontró ocupación fija.

Aún así, su nombre siguió sonando en Uruguay. Y es que en el Mundial de 1950, con los charrúas jugaba un tal Victor Rodríguez Andrade, sobrino del protagonista de hoy. Y como su tío, logró alzarse con el trofeo.

Años más tarde, en 1956, un periodista alemán llamado Fritz Hack, viajó a Uruguay para encontrar a Andrade. Tras seis días buscándolo, lo halló malviviendo en un sótano, alcoholizado y casi ciego (por aquel golpe contra un poste en París). No podía ni responder las preguntas del periodista. Poco tiempo después, con sólo 56 años, José Leandro Andrade fallecía en un hospital de Montevideo para enfermos pulmonares. Sus pertenencias se limitaban a una caja de zapatos con algunas medallas y otros trofeos.

Desaparecía así una de las primeras estrellas negras del mundo del fútbol, de una manera inmerecida y triste, como tantas que hemos comentado aquí. Valga pues, este artículo, como homenaje a La Maravilla Negra, el futbolista que bailó un tango en París con la gran Joséphine Baker.

Os dejo un gran vídeo. Está narrado nada menos que por don Matías Prats padre (aunque ya no sé si decir abuelo, ya que el tercero de la saga ya se prodiga en Cuatro). Es sobre la Uruguay campeona olímpica del 24 y en él, se cita a Andrade:

Que paséis un buen fin de semana.

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