Pelazo en pecho, guardarropa londinense de los 60 y un mojo capaz de desmayar a cualquier fémina a 30 millas a la redonda…
Así era Austin Powers, el espía que nos achuchó a finales de los 90, tan repelente como entrañable, el único capaz de pararle los pies al malvado doctor Maligno y su pequeño Mini yo.