El juez Gómez Bermúdez se había empeñado en que su foto fuera la portada de todos los periódicos, pero la fortuna le ha sido esquiva. Arquitecto de su propia imagen, el magistrado más mediático del momento quería que la vista del 11-M acabara hoy lunes porque el debate sobre el Estado de la Nación empieza mañana y los rifirrafes entre Zapatero y Rajoy no tienen piedad con otras noticias. La actualidad –siete turistas asesinados en Yemen y tres etarras detenidos con explosivos en Francia- ha desbaratado sus planes. Sobre el juicio más importante celebrado en España desde el 23-F ha caído el telón con bastante sordina.
A las 22.40 horas de la noche, Bermúdez pronunciaba las palabras mágicas del “visto para sentencia”, después de dar las gracias a todos “por su comprensión y colaboración”. Habían pasado cuatro meses y 17 días desde que el pasado 15 de febrero se iniciaran las sesiones. Han sido 320 horas de vista oral en las que ha dado tiempo a la comparecencia de 309 personas, de ellos 117 policías y guardias civiles. Se ha demostrado que se puede combatir el terrorismo y hacer justicia sin invadir un país ni bombardearlo, sin crear cárceles secretas por medio mundo y sin mantener limbos jurídicos donde se puede mantener a centenares de prisioneros como perros durante cinco años sin ninguna acusación formal. Nos ha costado algo más de tres millones de euros; ha merecido la pena.
Previamente, hemos escuchado con resignación cristiana a un puñado de acusados ejercer su derecho de última palabra, un eufemismo porque algunos se han explayado como si intervinieran en un mitin. Zouhier no ha defraudado. El musculoso macarra que ha protagonizado gran parte del juicio empezó prometiendo no montar ningún show, pidiendo perdón a las víctimas y diciendo que, aunque haya parecido una fiera visto desde el otro lado de la pecera, se empleó a fondo para evitar los atentados. Lo prometido no ha sido deuda porque el antiguo streeper que puso en contacto a los asturianos con El Chino se ha ido calentando y ha terminado lanzando gritos contra los guardias civiles que se cruzaron de brazos con sus chivatazos y contra la propia Fiscalía.
Mil veces ha dicho que avisó del tráfico de dinamita, mil veces ha repetido que él no podía ser responsable de haber jugado con fuego y otras tantas ha negado ser un terrorista. Su coartada perfecta ha llegado casi al final de su alocución. ¿Por qué no se enteró de que El Chino subía a Asturias a por los explosivos? “El 28 y 29 de febrero estaba de cristal y de cocaína hasta el culo en una discoteca”.
El primero en confesarse había sido Jamal Zougam, quien se ha empleado a fondo contra los testigos que, en declaraciones contradictorias, creyeron reconocerle en los trenes, especialmente contra el A-27 : “Por este individuo llevo tres años y medio en la cárcel”. La fiscal Olga Sánchez se abanicaba rítmicamente mientras el dueño del locutorio de la calle Tribulete se declaraba víctima de algunos medios de comunicación y de algunos políticos. “He aguantado y he confiado en la Justicia”, ha dicho Zougam tras exponer sus tres argumentos definitivos sobre su inocencia: durmió en casa, no huyó tras el 11-M y nadie comete un atentado utilizando las tarjetas telefónicas de su negocio.
Luego ha tomado la palabra Fouad el Morabit. Al hijo del notario de Nador da gusto escucharle. Habla como un filósofo. Tras proclamar su inocencia y denostar la violencia terrorista porque, según ha dicho, contraviene sus “frenos morales”, ha introducido un término que hará fortuna: el ‘síndrome de Diógenes’ jurídico. Consistiría en acumular presuntos tesoros probatorios “que resultan ser nada”. Fouad ha dicho de él mismo que responde “al patrón de una persona inocente ajena a cualquier acto terrorista”. Labia no le falta ni a él ni a su “amigo del alma”, el sirio Basel Ghalyoun, que ha utilizado 40 minutos para declararse una víctima de “meras cábalas”.
El rosario ha continuado. Todos se han declarado hiperinocentes, incluido Abdelmajid Bouchar, el famoso ‘gamo de Leganés’, que ha negado, incluso, haber estado en el piso en el que los terroristas se inmolaron y del que le vieron huir a ritmo de mediofondista. Rachid Aglif, más conocido como El Conejo por sus prominentes incisivos, el colega fiestero de Zouhier al que ha puesto a bajar de un burro. “Sus declaraciones han sido falsas, falsas, falsas, pero muy falsas; y si alguna es verdad que me metan 40.000 millones de años”. Aglif ha reconocido un solo delito: haber llevado en el coche a Zouhier a la reunión con los asturianos y El Chino en el McDonald’s de Carabanchel.
El presunto ideólogo Hassan el Haski ha esgrimido a su favor que no le conoce ni Blas, que en todo el proceso no se ha pronunciado su nombre y que, en consecuencia, no es ningún terrorista. Mahmoud Slimane, amigo de El Chino, se ha exculpado relatando cómo un francotirador iraquí asesinó a su hermano y cómo mataron a su padre y luego quemaron su cadáver, junto a otras desgracias familiares. “Vine aquí para vivir en paz”. Ha tenido difícil justificar que si llamó al Chino decenas de veces fue para recuperar una lámpara de coche, que ya es más famosa que la de Aladino.
Su amigo El Fadual El Akil es otro de los enamorados de España. “Yo quiero a este país; he venido aquí en los bajos de un camión”. Al El Fadual, al que apodan ‘panchito’, ha habido que bajarle el micrófono que Bermúdez había ordenado colocar a la altura de una persona normal. Ha afirmado que no era un terrorista. “Soy musulmán pero no practico tanto”. Otro de los ‘no practicantes’ es Mouhannad Almallah Dabas, el ‘ñapa de Al Qaeda’ el hombre que más lavadoras ha arreglado entre el islamismo radical. Siempre con corbata, hoy con traje, Almallah ha evocado un atentado en Damasco con 250 muertos para manifestar que entendía el dolor de las víctimas de Madrid y ha vuelto a culpar a su ex novia de todos los males que le aquejan. “Voy a narrar la triste historia de mi detención…”. Y ha cumplido su amenaza.
El ex minero Trashorras no ha hablado. Tampoco lo ha hecho su ex mujer, Carmen Toro. Sí lo ha hecho el hermano de la chica, aunque ha sido brevísimo. Quería negar haber facilitado a Zouhier muestras de explosivo. Finalmente, ha tomado la palabra Larbi Ben Sellam, al que se le motejó como “el mensajero del Egipcio” porque llevaba sus vídeos a supuestas reuniones yihadistas. Larbi ha declarado que entre las múltiples formas en las que se le ha torturado ha sido dándole a comer cerdo, se supone que con patatas.