Lo decía ayer Rajoy en RNE: “El centro no es una ideología; es una actitud”. Según su propia definición, uno es centrista si rehuye el sectarismo y demuestra capacidad para dialogar con todos, algo en lo que parece estar quien este próximo sábado se sucederá a sí mismo como presidente del PP. La nueva actitud de Rajoy no ha pasado desapercibida para sus acólitos. “Te lo encuentras en un pasillo y te propone un pacto de Estado como te descuides”, asegura con ironía un dirigente popular. Cosas veredes.
Algo, en efecto, ha cambiado en este hombre que hace unos meses predecía el fin del mundo, la ruptura de España, la extinción de la familia, la entrega de Navarra, la rendición ante ETA, el caos, la anarquía y otros infiernos similares, y al que ahora cuesta trabajo escuchar una descalificación subida de tono del propio Gobierno: “Si hace cosas que están bien, no le voy a criticar porque sería absurdo”, asegura.
La estrategia con la que Rajoy pretende disputar en 2012 la presidencia del Gobierno –siempre que los suyos, críticos y fieles- se lo permitan- consiste esencialmente en no asustar, una aspiración muy razonable a juzgar por la propia experiencia: “No quiero que ningún español vote al PSOE con el único objetivo de que no gane el PP”. Y en esas está, ya sea por convencimiento propio o inducido por Pedro Arriola, el sociólogo de guardia del partido, el mismo al que, en tiempos de Aznar, rendían pleitesía los que hoy le ponen como chupa de dómine u hoja de perejil, que tanto monta.
Todas las consignas van en esa dirección. La primera prueba, ya superada, ha sido romper la soledad parlamentaria de los últimos cuatro años. La pasada semana los populares forzaron al PSOE a votar a favor de una moción sobre el precio de los carburantes a la que se había sumado toda la oposición. En ésta han presentado desde una proposición de ley para incrementar en 15 días la duración de los permisos de paternidad y maternidad hasta un plan nacional de guarderías, pasando por un proyecto de fomento del empleo a los discapacitados que es difícil que no obtenga apoyos externos.
La segunda, como se ha apuntado, es la exhibición de nuevos modos. Rajoy quiere dar a Zapatero la batalla del talante, y por eso esta cuidando las formas hasta límites insospechados. “Le critico porque es mi obligación”, suele decirle en sus intervenciones parlamentarias al presidente del Gobierno. Ha erradicado el catastrofismo incluso cuando se refiere a la crisis económica: “De esta crisis vamos a salir porque España no es un país de pacotilla” dice, mientras ofrece al Ejecutivo su colaboración real o fingida para algo tan desagradable como meterle un tajo a las pensiones.
Por tanto, se acabó lo de bobo solemne, irresponsable, grotesco, frívolo, inexperto, antojadizo, veleidoso, inconsecuente, acomplejado, perdedor complacido, radical, taimado, maniobrero, agitador, ambiguo, débil, inestable y hasta hooligan, epítetos todos que Rajoy ha venido arrojando a la cara de Zapatero en los últimos años. El del PP quiere imitar al Zapatero de la oposición, convencido de que la única manera de que su partido gane unas elecciones es parecer simpático y que el Gobierno las pierda. Y para eso es muy perjudicial adoptar una pose del Cretácico, período que, por cierto, ha pasado a la prehistoria por la extinción de los dinosaurios, fenómeno muy similar al que vive el PP.
El Congreso de los populares levanta mañana el telón. Tras las tempestades de las últimas semanas, Rajoy ha conseguido llegar al mismo con relativa calma, sin candidato alternativo, toda vez que Costa, o sea, no se avino al suicidio político que le sugerían para no manchar la moqueta. El gallego, que no quiere líos, se ha dedicado a aceptar las enmiendas a la ponencia política de los inasequibles, llámense Vidal Quadras o Nasarre, ha trasladado la intervención de Aznar al sábado para que empañe la suya del domingo, y tiene ya amortizados los votos en blanco que salpicarán su elección.
Tras su proclamación de este fin de semana, se pondrá a prueba la fidelidad de los barones que le han dado su apoyo. Las piedras de toque de Rajoy son tres citas electorales: vascas, europeas y gallegas. Un mal resultado en todas ellas darían ese olor a sangre tan necesario para despertar el instinto a los tiburones. De momento, las encuestas le son favorables. Hay empate técnico entre el PP y el PSOE. A los socialistas les duele una crisis, cuyo final no está ni mucho menos a la vista.