A juzgar por las aclaraciones, matizaciones, apreciaciones, explicaciones y adiciones que está teniendo la propuesta de Zapatero de devolver 400 euros a cada contribuyente pueden colegirse dos cosas: la primera es que Ferraz podía haberse ahorrado la nómina de su comité de asesores internacionales -con sus dos premios Nobel a la cabeza -, toda vez que su mayor contribución al programa electoral ha sido afirmar que las energías renovables son muy convenientes por eso del cambio climático; la segunda, que la idea de la paga extra se ha tomado a toda pastilla, con Solbes, a dos ruedas, derrapando sobre las cifras del superávit para cumplir las órdenes de la superioridad: “gastémonos 5.000 millones del ala y no se hable más”.
Lo que en un primer momento contaron por este orden El País y Zapatero –las exclusivas de Prisa llegarán hasta las elecciones, que hay que tener contentos a los herederos de Polanco a cualquier precio- es que estábamos ante un cheque único, pagadero en junio, en lo que parecía un remake de la medida de urgencia tomada días atrás por Bush en Estados Unidos para incentivar el consumo y esquivar la recesión.
Aun así el anuncio periodístico-presidencial chirriaba un poco porque el Gobierno se había cansado de repetir que aquí no había crisis ni se la esperaba, y que lo mejor era no precipitarse, esperar y ver, y, desde luego, no dejar más dinero en nuestros bolsillos, porque somos muy manirrotos y podíamos poner la inflación en la estratosfera. Eso fue lo que dijo el propio Solbes en el Congreso cuando CiU le pidió que bajara las retenciones de las nóminas para que llegar a fin de mes resultara más sencillo, o sea, que no y mil veces no.
En resumen, que había que pensar que, aunque disfrazada de oferta electoral, estábamos ante una medida de choque, algo, por cierto, que la oposición venía reclamando para sortear la desaceleración económica. A partir de ese momento, todo empezó a complicarse extraordinariamente. Lo que se iba a pagar de una vez, ahora será en cómodos plazos, mes a mes, entre junio y diciembre; lo que iba a ser un desembolso en 2008 se extenderá a toda la legislatura, con lo que los contribuyentes acabarán preguntándose por qué se les quita lo que luego se les devuelve; a los autónomos, que se les había excluido por el artículo 33, se les recupera para la causa siempre que las tres cuartas partes de sus ingresos provengan de una sola empresa; y así. El lío es monumental y exigirá de ulteriores explicaciones cuando los propios socialistas lo tengan más claro.
De lo manifestado hasta el momento por unos y por otros se puede inferir que el aguinaldo de 2008 se cobrará mediante descuentos en la nómina que aplicarán las empresas y que a partir del año siguiente se incluirá una deducción por trabajo dependiente en la declaración de la renta. Puede haber cambios. El que avisa no es traidor.
Pese a la improvisación, lo que Zapatero ha conseguido es descolocar al PP, cuya reacción en tromba no ha hecho sino dar importancia al “regalito” fiscal del PSOE, dicho sea en palabras de su gurú Manuel Pizarro. Así, a estas alturas, ya nadie se acuerda de la prometida reforma fiscal de Rajoy, que nos iba a bajar los impuestos un 16% de media, sino de los 400 euros de Zapatero. Los chicos de CiU, que se deben a su público, han afirmado que la promesa es inmoral y perversa, pero quieren que la perversión afecte a los autónomos, que también son hijos de Dios.
Algunas de las críticas lanzadas desde el PP han sido sorprendentes. Esperanza Aguirre, por ejemplo, ha dicho que lo que tenía que hacer Zapatero es devolver el dinero ahora mismo, con lo que se deduce repartir la caja después de las elecciones es una caciquil compra de votos pero hacerlo antes, sin esperar a ver quien formará Gobierno, contribuye al bien común. “Nos lo tiene que dar ya”, ha afirmado la presidenta. Aznar ha hablado hasta de Romanones, que daba duros a tres pesetas por un voto y se ahorraba una. Le ha respondido Zapatero que los españoles ya no se venden por un plato de lentejas, aunque muchos no hagan asco a las legumbres.
El PSOE tiene la campaña donde quería, esto es, con todo el arco político y hasta el sindical esforzado en desacreditar su “ocurrencia” en vez de dedicarse a explicar alguna de las suyas. Por cierto, Romanones, que era cojo y más listo que el hambre que nunca pasó, afirmaba que para dedicarse a la política había que ser alto, abogado y tener buena voz. Juzguen quién cumple todos estos requisitos.