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‘Descubrimiento’, de Vladimir Nabokov (1899 – 1977)

La hallé en una tierra legendaria

toda rocas y espliego y dispersa hierba,

donde estaba posada sobre arena empapada

vecina al torrente de un desfiladero.

Los rasgos que combina la señalan como nueva

ante la ciencia: forma y tono -el tinte tan singular,

consanguíneo de la luz de la luna, que atempera su azul,

la parte inferior deslustrada, la franja taraceada.

Han aislado mis agujas su sexo esculpido;

los tejidos corroídos no pudieron ya ocultar

esa mota inapreciable que ahora riza la lágrima

convexa y límpida sobre un portaobjetos iluminado.

Se gira un tornillo lentamente; y saliendo de la bruma

dos ambarados garfios se inclinan simétricamente,

o escamas cual raquetas de amatista

atraviesan el círculo encantado del microscopio.

Yo la hallé y yo le di nombre, al ser versado

en el latín taxonómico; me convertí de ese modo

en padrino de un insecto y su primer

definidor: otra fama ya no quiero.

Desplegada en su alfiler (dormida profundamente),

a salvo de los parientes y la corrosión reptantes,

en la aislada fortaleza donde conservamos

los prototipos de especies ella transcenderá a su polvo.

Oscuros cuadros, tronos, las piedras que los peregrinos besan,

poemas que en morir tardan mil años,

tan sólo remedan la inmortalidad

de esta roja etiqueta sobre una tenue mariposa.

Mi relación con la poesía de Nabokov comenzó el 5 de julio de 2005 en un banco del Fitzgerald Park de Cork. Leía ese día los Thirty-nine Russian Poems en una edición impecable que había tomado prestada de la coqueta biblioteca municipal. Aquellos poemas contenían, en un inglés luminoso, mi propia maquinaria interior: «I want to go home. I have had enough. / Kachurin, may I go home? / To the pampas of my free Youth…».

La nostalgia de Rusia y el exilio son dos obsesiones de la poesía de Nabokov. La otra es la precisión. Esto que se lee en La verdadera vida de Sebastian Knight: «No recurría a las frases hechas porque lo que se proponía decir eran cosas de una factura excepcional y sabía, además, que ninguna idea venidera puede decirse sin palabras hechas a su medida». La belleza de los poemas de Nabokov, lejos de ser la huida hacia el arte puro del novelista, es un instrumento fundamental de su verdad literaria.

Quienes habéis llegado al final del poema publicado hoy, sabéis ya que alude a aquella desmedida afición del escritor por la dudosa posteridad del formol, en definición impagable de Caín. «Un oscuro entomólogo que caza mariposas en verano, en países fabulosos, y en invierno clasifica sus descubrimientos en el laboratorio de un museo», solía responder en las entrevistas cuando le preguntaban qué le hubiera gustado ser además de todo lo que fue.

NOTA: Traducido del inglés por Javier Marías.

NOTA 2: La transcripción de la mítica entrevista de Bernard Pivot en su programa de la tele francesa.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)