Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa,
tu corbata de tarde, la carta que le escribes
a un amigo, la opinión sobre un lienzo, que dirás
en la charla, pero que no tendrás el torpe gusto
de pretender escrita. Beber, que es un placer efímero.
Amar el sol y desear veranos, y el invierno
lentísimo que invita a la nostalgia (¿de dónde
esa nostalgia?). Salir todas las noches, arreglarte
el foulard con cariño esmerado ante el espejo,
embriagarte en belleza cuanto puedas, perseguir
y anhelar jóvenes cuerpos, llanuras prodigiosas,
todo el mundo que cabe en tanta euritmia.
Dejar de amanecida tan fantásticos lechos,
y olerte las manos mientras buscas taxi, gozando
en la memoria, porque hablan de vellos y delicias
y escondidos lugares, y perfumes sin nombre,
dulces como los cuerpos. ¡Qué frío amanecer entonces,
qué triste es, qué bello! Las sábanas te acogerán
después, un tanto yermas, y esperarás el sueño.
Del día que vendrá no sabes nada. (No consultas
oráculos.) Te quemarán hastíos y emociones,
tertulias y bellezas, las rosas de un banquete
suntuario, y las viejas callejas, donde se siente
todo, en el verano como un aroma intenso.
Vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importa.
Y si todo va mal, si al final todo es duro,
como Verlaine, saber ser el rey de un palacio de invierno.
El dandismo, el dandismo de raíz wilderiana, porque otro no hay, es la cualidad intelectual y vital más cultivada por Luis Antonio de Villena. A esta pose, en el buen sentido de la palabra, hay que añadir el elogio constante de la tentación -siempre literaria- del fracaso (Fitzgerald, Cioran, Fondane), su labrado perfil de mitómano confeso (del cine a la publicidad haciendo escala en selectas islas del Egeo) y su exquisito tino como crítico.
Nostálgico profesional, que añora el presente más que el propio pasado (lean Ante el espejo, los recuerdos de su niñez: «Eterno verano de la mente, que nunca llega, mientras el real, el de siempre, se desvanece año tras año en la imposibilidad y en el humo»), la poesía de De Villena es belleza y provocación, frivolidad y hondura, un tira y afloja entre lo inevitablemente sagrado (el cuerpo) y lo catastróficamente profano (su corrupción).
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.