Entradas etiquetadas como ‘vanguardias’

‘La semilla en la ceniza’, de Gilberto Owen (1904 – 1952)

Angustia sin edad de alguien quemándose entre tus cabellos

Hay demasiado trópico en la nieve de la colina de la almohada de tu seno

Mañana que me den un alna de limón de perfil lívida

Y sabré la última curva de tu geometría de espumas

Entonces creceré hasta esa rígida soledad que se afila los gritos

En un paisaje de irrespirables fábricas

Qué mensaje seremos yo y ese pájaro sin voz ni atmósfera

Ahorcados de ceniza en el alambre sobre el árido río de la vía

Qué amarilla palabra mortal para qué gozo prohibido

De alguien de pie en el humo del pecado llamándonos para nacer

Semáforo a la boca del túnel antes de la catástrofe

Alguien si por completo sin edad y sin soñar del mar sin sueño

Como esos camarotes sin ventanas que sólo han oído hablar de él a las olas

Hijo nonato que sólo nos sabe por la roja marea de la madre

Así nosotros a Dios por lo que de él nos preguntamos

Apaga tu vigilia y bébeme de llama triangular de tu incendio

Alarga en chimenea tus cúpulas sin empleo y sea humo su leche

Este otoño serán cúbicas todas las frutas y en claro oscuro

Y yo no estaré presente a la cuadratura de tus ojos

Y mañana habrá otra vez escaleras con un ángel en cada estación

Y qué haré para recordar el baile de mis serpientes capicúas.

Es como si Gilberto Owen no hubiera estado muy seguro de su inmortalidad como poeta. O tal vez es que quiso, haciendo de su biografía una nebulosa de malentendidos, imitarse en un verso suyo: «El campo abierto y árido que lleva a todas partes y a ninguna«.

Las vanguardias literarias en Hispanoamérica se subdividieron en decenas de ismos, como se puede comprobar en algún post pasado. Para lo que hoy interesa, Owen perteneció a la corriente mexicana de los Contemporáneos, coetánea a la muy efímera del estridentismo de Maples Arce, y la todavía más fugaz y minoritaria del agorismo.

Según se les define en algún que otro manual, los Contemporáneos se caracterizaron por su apoliticismo, esteticismo y tendencia europeizante, postura que les hizo la vida más o menos imposible en México, pero que les permitió gozar de reconocimiento allende las fronteras. Su revista, llamada como ellos, Contemporáneos, es un canto a lo universal, y en ella publicaron sus textos los nombres más ilustres de la República de las Letras.

Gilberto Owen fue, junto a Xavier Villaurrutia, el principal poeta de este movimiento. Su obra literaria es breve, manierista y oscura, o breve, original y misteriosa, dependiendo del talento que se le reconozca. En 2004, con ocasión del centenario de su nacimiento, México le tribuyó honores de poeta nacional.

Se recordó entonces su vida a caballo entre la poesía y la diplomacia (como tantos otros escritores latinoamericanos), sus apuros económicos, su don exuberante para la palabra (del que el poema de hoy es una muestra) y el intento estudiado de convertirse en «fantasma». Como dice otro verso suyo: «Mañana inútil: pájaros y flores sin testigos».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘La novia del negro’, de Gottfried Benn (1886 – 1956)

Y ahí, sobre cojines de sangre oscura, descansaba

La nuca rubia de una mujer blanca.

El sol le ardía en los cabellos,

Ascendía lamiéndole los muslos blancos,

Y se arrodillaba ante sus pechos, más morenos

Todavía no desfigurados por vicio y partos.

A su lado, un negro, destrozados por una coz

Los ojos, la frente. Metía el tipo este

Los dedos de su sucio pie izquierdo

En uno de sus oídos, orejita blanca.

Ella, sin embargo, dormía, echada ahí, como una novia,

Pegada a la dicha del primer amor

Y a la espera de partir hacia múltiples viajes celestiales

De la joven y ardiente sangre.

Hasta que le

hundieron el cuchillo en la blanca garganta,

hasta que le echaron a la cintura

un delantal púrpura de

sangre muerta.

ORIGINAL EN ALEMÁN

Dann lag auf Kissen dunklen Bluts gebettet

der blonde Nacken einer weißen Frau.

Die Sonne wütete in ihrem Haar

und leckte ihr die hellen Schenkel lang

und kniete um die bräunlicheren Brüste,

noch unentstellt durch Laster und Geburt.

Ein Nigger neben ihr: durch Pferdehufschlag

Augen und Stirn zerfetzt. Der bohrte

zwei Zehen seines schmutzigen linken Fußes

ins Innere ihres kleinen weißen Ohrs.

Sie aber lag und schlief wie eine Braut:

am Saume ihres Glücks der ersten Liebe

und wie vorm Aulbruch vieler Himmelfahrten

des jungen warmen Blutes.

Bis man ihr

das Messer in die weiße Kehle senkte

und einen Purpurschurz aus totem Blut

ihr um die Hüften warf.

En unos años, principios del siglo XX, donde provocar era casi una obligación (artística, política y moral), que un libro de poesía convulsionara el mundillo de la bohemia alemana como lo hizo Morgue y otros poemas es ahora, visto retrospectivamente, un fenómeno puntual, feliz e irrepetible.

El expresionismo fue una ruptura con lo convencional y lo canónico a muchos niveles. Aunque como todo movimiento cultural no nació ex nihilo, los zarpazos de los artistas expresionistas le deben mucho a la aparentemente plácida sociedad de entreguerras, con su fanatismo y violencia soterrados.

El cuadro de George Grosz que ilustra este post es una síntesis perfecta de una mirada destructiva y mefistofélica sobre el mundo moderno. Pero el expresionismo no fue solamente un hallazgo pictórico o cinematográfico, sino también literario; y Gottfried Benn fue, en poesía, su primer representante.

La novia del negro pertenece, en efecto, a ese libro que hizo saltar las costuras de la corrección artística. Junto al encanto de lo mórbido y la delectación por lo grotesco, Benn muestra su furia antiburguesa. Una provocación que encima venía revestida de una armonía clásica, de un lirismo todavía más hiriente. Para que a un poeta le dediquen insultos -¿loas?- como “esnob infernal” o “arribista de poco fiar” no basta con vestir como un dandy.

En las siguientes décadas, atrás ya la moda expresionista, Benn, fascinado por la retórica nazi, llegaría a colaborar -al principio entusiastamente- en la puesta en escena de aquel “auto de fe del espíritu”, como lo llamó Joseph Roth.

Su atracción por la biología (su sentido espiritual deformó el darwinismo tanto como en el pasado lo había hecho Spencer) y Nietzsche, dirá alguno, eran afinidades electivas un tanto escurridizas. Lo pagó. Primero con el desprecio de los escritores que padecieron el escarnio de Hitler (Thomas Mann, por ejemplo) y luego con el silencio.

NOTA: Traducción a cargo de Arturo Parada.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.